Han trascurrido 31 años desde que en el verano del año 1991 tuve acceso a una información que en aquel momento no supe apreciar en toda su dimensión. Me refiero a lo que entonces dimos en llamar “Sensor bioenergético”, un medallón con una forma muy determinada y unas inscripciones en forma de espiral que le conferían unas propiedades que, con el tiempo, hemos podido comprobar tanto yo como los cientos de personas que lo han venido utilizando desde entonces. Estas propiedades están relacionadas con un aumento del tono vital, con la reducción del estrés, el mejoramiento de la función glandular, el aumento del sistema de defensas y un largo etcétera, que ha sorprendido incluso a los profesionales de la salud que lo han puesto a prueba.
La información referida a este medallón está basada, entre otras disciplinas, en la radiónica. La teoría radiónica postula que la base de cualquier cosa que existe posee una estructura vibratoria. En los diferentes niveles de esta estructura vibratoria es donde la radiónica se mueve. “La radiónica pretende armonizar los desequilibrios para restablecer el orden y, por tanto, el correcto comportamiento de cualquier organismo, sea en el ámbito de las terapias alternativas, la agricultura o el equilibrio esencial de cualquier ser vivo”.
En el año 2006 científicos canadienses pudieron demostrar que manipulando frecuencias oscilatorias y aprovechando la naturaleza ondulatoria de la materia era posible encauzar de manera selectiva el comportamiento de sistemas moleculares y atómicos.
El problema que nos encontramos con estas nuevas investigaciones es que, aunque resulta un hecho indiscutible que ciertas señales energéticas inmateriales pueden causar modificaciones biológicas, no existe ningún mecanismo convencional conocido que pueda explicar este tipo de fenómenos, desde el punto de vista newtoniano. En el modelo científico actual, la información debe ser cuantificable antes de considerarse real o ser aceptada, y uno de los problemas principales en este tipo de estudios sobre la influencia biológica de las señales cuánticas es la dificultad para medir estas energías en los aparatos convencionales.
Sin embargo, basándonos en estos principios y, sobre todo, en la experiencia de un grupo de personas en las que se estuvo probando la eficacia del sensor, buscamos mecanismos y sistemas que pudieran medir sus propiedades. De esta manera, podríamos demostrar que teníamos entre las manos un instrumento terapéutico sencillo y potente al mismo tiempo.
A tal fin, sometimos al sensor a las pruebas que en aquel momento estaban a nuestra disposición, como el Dermotest (aparato en la electroacupuntura de Voll), el Equipo GVD (Gas Discharge Visualization) y el aparato de diagnóstico ultrarrápido AMSAT (utilizado para controlar la salud de los astronautas rusos de la estación espacial MIR). Pues bien, en todos ellos se pudieron constatar los beneficios que a nivel energético se producían en las personas que se prestaron a realizar las pruebas.
La información referida a este medallón está basada, entre otras disciplinas, en la radiónica. La teoría radiónica postula que la base de cualquier cosa que existe posee una estructura vibratoria. En los diferentes niveles de esta estructura vibratoria es donde la radiónica se mueve. “La radiónica pretende armonizar los desequilibrios para restablecer el orden y, por tanto, el correcto comportamiento de cualquier organismo, sea en el ámbito de las terapias alternativas, la agricultura o el equilibrio esencial de cualquier ser vivo”.
En el año 2006 científicos canadienses pudieron demostrar que manipulando frecuencias oscilatorias y aprovechando la naturaleza ondulatoria de la materia era posible encauzar de manera selectiva el comportamiento de sistemas moleculares y atómicos.
El problema que nos encontramos con estas nuevas investigaciones es que, aunque resulta un hecho indiscutible que ciertas señales energéticas inmateriales pueden causar modificaciones biológicas, no existe ningún mecanismo convencional conocido que pueda explicar este tipo de fenómenos, desde el punto de vista newtoniano. En el modelo científico actual, la información debe ser cuantificable antes de considerarse real o ser aceptada, y uno de los problemas principales en este tipo de estudios sobre la influencia biológica de las señales cuánticas es la dificultad para medir estas energías en los aparatos convencionales.
Sin embargo, basándonos en estos principios y, sobre todo, en la experiencia de un grupo de personas en las que se estuvo probando la eficacia del sensor, buscamos mecanismos y sistemas que pudieran medir sus propiedades. De esta manera, podríamos demostrar que teníamos entre las manos un instrumento terapéutico sencillo y potente al mismo tiempo.
A tal fin, sometimos al sensor a las pruebas que en aquel momento estaban a nuestra disposición, como el Dermotest (aparato en la electroacupuntura de Voll), el Equipo GVD (Gas Discharge Visualization) y el aparato de diagnóstico ultrarrápido AMSAT (utilizado para controlar la salud de los astronautas rusos de la estación espacial MIR). Pues bien, en todos ellos se pudieron constatar los beneficios que a nivel energético se producían en las personas que se prestaron a realizar las pruebas.
Somos energía
El ser humano -como todo ser vivo- es una entidad biológica que precisa de energía para funcionar. Y esa energía la adquiere fundamentalmente a través del aire que respira, de la bebida, la comida y otros elementos que ingiere y también de la energía del entorno en el que vive. Energía ésta última procedente del sol, de las radiaciones cósmicas y telúricas, de las ondas de forma de las estructuras materiales que le rodean, del éter, etc.
Este conjunto de energías de las que se nutre el ser humano, y por extensión todos los seres vivos, interpenetra todas las células del cuerpo y se distribuye en el organismo a través de una serie de vórtices energéticos en forma de espiral conocidos como chacras, algo que durante miles de años han sabido los pueblos orientales y que Occidente ha tardado en comprender, comprobar y aceptar.
Siendo ésta una energía que está en movimiento constante, es susceptible de ver alterado su nivel cuando el entorno, los propios procesos mentales, las emociones que generamos, etc. producen un consumo excesivo de ella e incluso pueden llegar a bloquear sus canales de recarga, algo que podemos notar, por ejemplo, como una bajada del tono vital.
La palabra chacra procede del sánscrito y significa “rueda”, y es así porque los vórtices o chacras giran como una rueda canalizando la energía en forma de espiral, como si se tratara de un torbellino. De hecho, prácticamente todo en la naturaleza se manifiesta siguiendo esa forma. Si analizamos la estructura del macrocosmos podremos observar que las galaxias la adquieren y que los ríos de energía que se desplazan por el espacio discurren formando remolinos espirales. En nuestro planeta, la doble espiral del ADN de las células es una muestra más de este aserto, pero no la única, ya que basta observar cómo circula la sangre por las venas o cómo se comportan los vientos, los tornados y tifones, las mareas e, incluso, el propio discurrir de los átomos alrededor del núcleo para poder afirmar que la espiral es la clave geométrica de la expresión de la vida. Es más, nuestro cuerpo físico no es sino la resultante de un sistema de espirales que sirven de patrón al crecimiento celular, como se puede apreciar a través de un sencillo microscopio.
En cuanto a la función de los chacras, baste decir que se ocupan fundamentalmente de la distribución de energía a través de una estructura energética formada por un conjunto de meridianos y nadis, así como de servir de puente de unión con el organismo a través del sistema endocrino.
Este conjunto de energías de las que se nutre el ser humano, y por extensión todos los seres vivos, interpenetra todas las células del cuerpo y se distribuye en el organismo a través de una serie de vórtices energéticos en forma de espiral conocidos como chacras, algo que durante miles de años han sabido los pueblos orientales y que Occidente ha tardado en comprender, comprobar y aceptar.
Siendo ésta una energía que está en movimiento constante, es susceptible de ver alterado su nivel cuando el entorno, los propios procesos mentales, las emociones que generamos, etc. producen un consumo excesivo de ella e incluso pueden llegar a bloquear sus canales de recarga, algo que podemos notar, por ejemplo, como una bajada del tono vital.
La palabra chacra procede del sánscrito y significa “rueda”, y es así porque los vórtices o chacras giran como una rueda canalizando la energía en forma de espiral, como si se tratara de un torbellino. De hecho, prácticamente todo en la naturaleza se manifiesta siguiendo esa forma. Si analizamos la estructura del macrocosmos podremos observar que las galaxias la adquieren y que los ríos de energía que se desplazan por el espacio discurren formando remolinos espirales. En nuestro planeta, la doble espiral del ADN de las células es una muestra más de este aserto, pero no la única, ya que basta observar cómo circula la sangre por las venas o cómo se comportan los vientos, los tornados y tifones, las mareas e, incluso, el propio discurrir de los átomos alrededor del núcleo para poder afirmar que la espiral es la clave geométrica de la expresión de la vida. Es más, nuestro cuerpo físico no es sino la resultante de un sistema de espirales que sirven de patrón al crecimiento celular, como se puede apreciar a través de un sencillo microscopio.
En cuanto a la función de los chacras, baste decir que se ocupan fundamentalmente de la distribución de energía a través de una estructura energética formada por un conjunto de meridianos y nadis, así como de servir de puente de unión con el organismo a través del sistema endocrino.
Los chakras
Los principales chacras o vórtices energéticos del cuerpo son siete -aunque hay muchos más secundarios- están situados a lo largo de la columna vertebral, desde el perineo hasta el cerebro y su conexión con las diferentes glándulas se realiza desde dos puntos enfrentados, uno en la parte delantera del cuerpo y el otro en la parte posterior a lo largo de la columna vertebral, como si se tratara de dos embudos.
Pues bien, los estudios realizados con electrofotografía demuestran que el chacra del plexo solar es el de mayor tamaño y realiza una función fundamental. Está ubicado debajo del hueso del esternón y es el que recibe el "río" de energía que luego distribuye a los otros chacras principales. Este chacra, al igual que los demás, tiene dos sentidos de giro: dextrógiro -en el sentido de las agujas del reloj, durante el día (de 7 de la mañana a 7 de la tarde, hora solar) y levógiro durante la noche (de 7 de la tarde a 7 de la mañana, también hora solar).
Pues bien, se ha podido demostrar en laboratorio cómo una actitud vital positiva, generosa y de entrega a los demás produce en los chacras un funcionamiento armónico, generando una eficaz distribución de la energía. Por el contrario, una actitud mental negativa, egoísta, desconfiada y antivital produce el bloqueo y el cierre progresivo de los chacras y, como consecuencia, una reducción de su capacidad de transmisión energética provocando alteraciones en el cuerpo físico.
Evidentemente, el chacra del plexo solar es el que antes detecta estas actitudes mentales o estas emociones por lo que su funcionamiento -y, consiguientemente, el de los demás- está constantemente sufriendo alteraciones.
En suma, del estudio del cuerpo etérico se desprende que la energía se mueve en espiral penetrando fundamentalmente por el chacra del plexo solar. Y ese hecho es precisamente el que daría lugar a la creación del sensor bioenergético.
Pues bien, los estudios realizados con electrofotografía demuestran que el chacra del plexo solar es el de mayor tamaño y realiza una función fundamental. Está ubicado debajo del hueso del esternón y es el que recibe el "río" de energía que luego distribuye a los otros chacras principales. Este chacra, al igual que los demás, tiene dos sentidos de giro: dextrógiro -en el sentido de las agujas del reloj, durante el día (de 7 de la mañana a 7 de la tarde, hora solar) y levógiro durante la noche (de 7 de la tarde a 7 de la mañana, también hora solar).
Pues bien, se ha podido demostrar en laboratorio cómo una actitud vital positiva, generosa y de entrega a los demás produce en los chacras un funcionamiento armónico, generando una eficaz distribución de la energía. Por el contrario, una actitud mental negativa, egoísta, desconfiada y antivital produce el bloqueo y el cierre progresivo de los chacras y, como consecuencia, una reducción de su capacidad de transmisión energética provocando alteraciones en el cuerpo físico.
Evidentemente, el chacra del plexo solar es el que antes detecta estas actitudes mentales o estas emociones por lo que su funcionamiento -y, consiguientemente, el de los demás- está constantemente sufriendo alteraciones.
En suma, del estudio del cuerpo etérico se desprende que la energía se mueve en espiral penetrando fundamentalmente por el chacra del plexo solar. Y ese hecho es precisamente el que daría lugar a la creación del sensor bioenergético.
El sensor bioenergético: El uso horario
Las pruebas de laboratorio a las que ha sido sometido el sensor demuestran que es un auténtico recargador de energía vital. Tiene forma de un colgante circular que se coloca a la altura del plexo solar y que lleva grabadas dos espirales -una por cada lado-, con un sentido de giro distinto. Es decir, una en el sentido de las agujas del reloj para usarlo de 7 de la mañana a 7 de la tarde y otra en el sentido contrario para usarlo de 7 de la tarde a 7 de la mañana (hora solar). Eso sí, deben tenerse en cuenta los cambios oficiales de horario en verano e invierno.
El sensor bioenergético colocado a la altura del plexo solar (unos 2 cms. por debajo del hueso del esternón), donde se encuentra la apófisis xifoide, se convierte en un auténtico embudo que recoge la energía vital que nos rodea. La energía se imbrica en las cisuras de la espiral y entra en el chacra aportándole una recarga mucho mayor de la habitual. Esto es especialmente importante en los momentos de decaimiento o de dificultad para gestionar nuestras emociones, pero también cuando descienden nuestros biorritmos, cuando tenemos alguna disfunción física e incluso cuando se produce una bajada del tono vital porque los chacras estén enlenteciendo su giro para empezar a girar en el sentido contrario.
En las pruebas de laboratorio realizadas con los filtros de radiónica para percibir las variaciones energéticas que se pudieran producir, el médico que las estaba realizando certificó que los patrones de interferencia mostraban un aumento muy significativo de los niveles de energía vital, y que, además, se producía una armonización de los siete chacras de la red principal al cabo de unos pocos minutos… similar a lo que lograban los practicantes expertos en meditación tras 20 minutos de práctica.
Así pues, no se trata de un amuleto ni de un objeto que “cure”, el sensor bioenergético facilita un aporte extra de energía vital, sobre todo en estos tiempos en los que se hace necesario un sistema de defensas potente, de tal manera que nuestros chacras puedan recibir más energía y distribuirla a los chacras de la red secundaria y estos a través de los meridianos y nadis al sistema endocrino y nervioso y después al resto de sistemas y órganos de nuestro cuerpo. Algo que, sin duda, nos permitirá alcanzar y mantenernos en un mejor estado de salud física, energética y mental.
El sensor bioenergético colocado a la altura del plexo solar (unos 2 cms. por debajo del hueso del esternón), donde se encuentra la apófisis xifoide, se convierte en un auténtico embudo que recoge la energía vital que nos rodea. La energía se imbrica en las cisuras de la espiral y entra en el chacra aportándole una recarga mucho mayor de la habitual. Esto es especialmente importante en los momentos de decaimiento o de dificultad para gestionar nuestras emociones, pero también cuando descienden nuestros biorritmos, cuando tenemos alguna disfunción física e incluso cuando se produce una bajada del tono vital porque los chacras estén enlenteciendo su giro para empezar a girar en el sentido contrario.
En las pruebas de laboratorio realizadas con los filtros de radiónica para percibir las variaciones energéticas que se pudieran producir, el médico que las estaba realizando certificó que los patrones de interferencia mostraban un aumento muy significativo de los niveles de energía vital, y que, además, se producía una armonización de los siete chacras de la red principal al cabo de unos pocos minutos… similar a lo que lograban los practicantes expertos en meditación tras 20 minutos de práctica.
Así pues, no se trata de un amuleto ni de un objeto que “cure”, el sensor bioenergético facilita un aporte extra de energía vital, sobre todo en estos tiempos en los que se hace necesario un sistema de defensas potente, de tal manera que nuestros chacras puedan recibir más energía y distribuirla a los chacras de la red secundaria y estos a través de los meridianos y nadis al sistema endocrino y nervioso y después al resto de sistemas y órganos de nuestro cuerpo. Algo que, sin duda, nos permitirá alcanzar y mantenernos en un mejor estado de salud física, energética y mental.
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