Hoy he bajado a Madrid, a pesar de la situación extraña que vivimos desde hace tantos meses en cuanto a restricciones más o menos severas, la urbe muestra una gran actividad. La gente camina deprisa enganchados a sus teléfonos móviles que les conectan con personas y noticias de cualquier lugar del mundo. El tráfico es denso, coches, taxis y autobuses circulan llevando a personas de un lugar a otro. En el subsuelo el metro recorre las entrañas de la tierra. Las estaciones de tren y los aeropuertos siguen transportando viajeros a cualquier lugar del mundo… y más arriba los satélites siguen dando vueltas alrededor de la Tierra.
Nadie pondría en duda que, aunque vivimos en la era de las comunicaciones y la tecnología estamos empezando a darnos cuenta de que no podremos seguir por mucho más tiempo con los mismos modelos de vida que hemos tenido en las últimas décadas. Que la vida que llevábamos no era sostenible ni para los seres humanos ni para la Madre Naturaleza. La terribles circunstancias globales que vivimos han hecho aflorar una crisis de dimensiones inimaginables.
En muchas sociedades se ha “deidificado” a la ciencia, a la tecnología y al progreso y eso nos ha hecho buscar esperando que ellos tendrían respuestas para todos nuestros problemas o inquietudes, pero lamentablemente no ha sido así.
He oído decir muchas veces que el desarrollo tecnológico debería transcurrir en paralelo al desarrollo ético y de los valores en una sociedad. Sin embargo, parece que, a partir de un determinado momento, ambos caminos toman sendas divergentes para nunca volver a encontrarse. En nuestro tiempo los avances tecnológicos y la innovación han pasado por delante de la ética. Los intereses económicos y financieros han pasado por encima de la salud y el bienestar de los seres humanos. Los deseos de poder han creado injusticia social, desigualdad, hambre, miseria y los derechos humanos se han quedado como algo escrito en un papel con buena intención pero sin aplicación.
No obstante, en algún momento de nuestra vida los seres humanos empezamos a cuestionarnos nuestra escala de valores. Casi siempre suele ser por experiencias dolorosas, algún tipo de pérdida (salud, seres queridos, imagen, poder, etc.). En estos momentos todos estamos ante ese tipo de tesituras.
Nadie pondría en duda que, aunque vivimos en la era de las comunicaciones y la tecnología estamos empezando a darnos cuenta de que no podremos seguir por mucho más tiempo con los mismos modelos de vida que hemos tenido en las últimas décadas. Que la vida que llevábamos no era sostenible ni para los seres humanos ni para la Madre Naturaleza. La terribles circunstancias globales que vivimos han hecho aflorar una crisis de dimensiones inimaginables.
En muchas sociedades se ha “deidificado” a la ciencia, a la tecnología y al progreso y eso nos ha hecho buscar esperando que ellos tendrían respuestas para todos nuestros problemas o inquietudes, pero lamentablemente no ha sido así.
He oído decir muchas veces que el desarrollo tecnológico debería transcurrir en paralelo al desarrollo ético y de los valores en una sociedad. Sin embargo, parece que, a partir de un determinado momento, ambos caminos toman sendas divergentes para nunca volver a encontrarse. En nuestro tiempo los avances tecnológicos y la innovación han pasado por delante de la ética. Los intereses económicos y financieros han pasado por encima de la salud y el bienestar de los seres humanos. Los deseos de poder han creado injusticia social, desigualdad, hambre, miseria y los derechos humanos se han quedado como algo escrito en un papel con buena intención pero sin aplicación.
No obstante, en algún momento de nuestra vida los seres humanos empezamos a cuestionarnos nuestra escala de valores. Casi siempre suele ser por experiencias dolorosas, algún tipo de pérdida (salud, seres queridos, imagen, poder, etc.). En estos momentos todos estamos ante ese tipo de tesituras.
Volver la mirada a los filósofos griegos
Tal vez sea éste un buen momento para tomar referencia de los filósofos griegos ya que muchos de sus planteamientos son atemporales y pueden servirnos de ayuda para gestionar mejor nuestro presente y tener más claro el futuro.
Recuerdo un programa de Carl Sagan que mostraba las fotografías que trajeron los astronautas por primera vez del planeta azul, nuestra Tierra vista desde el espacio: Era un pequeño punto azul flotando en una inmensidad, ante esa visión surgían sentimientos de vulnerabilidad, de asombro, de sentir que formábamos parte de algo, que todos los seres vivientes que poblaban ese pequeño punto azul estábamos conectados… la imagen nos hacía ver que había una tremenda interrelación entre todos. Leonardo Da Vinci describía a nuestro planeta como un barco con las velas desplegadas navegando por el espacio y todos los seres vivos embarcados participando de un destino común.
Sin embargo, el desarrollo humano nos fue llevando a un paulatino proceso de desconexión: Nos desconectamos progresivamente del mundo natural (plantas, animales, ecosistemas, Madre Naturaleza), también de los demás seres humanos al introducir mecanismos de comunicación basados en la tecnología, y por último nos desconectamos de nuestro Ser Interior, de nosotros mismos.
El crecimiento descontrolado nos ha llevado a la sobreexplotación de los recursos naturales, al agotamiento de los bienes naturales, de los mares y los ríos. Durante décadas talamos bosques, abrimos las entrañas de la tierra para extraer cualquier elemento que garantizara nuestro nivel de vida, sin importar las consecuencias… Aquella idea de “ser los amos del universo” nos ha llevado a la situación que ahora sufrimos con las múltiples manifestaciones del cambio climático.
En estos momentos en que la figura de los políticos está tan desdibujada, cuando los programas y las propuestas que exponen durante sus campañas donde muestran su competitividad entre los diferentes “colores” para hacerse con el poder y llevar a cabo sus promesas… empiezan a intervenir otro tipo de intereses: económicos, financieros, de poder, de manejo de las sociedades… y el resultado es la desigualdad, la injusticia, brechas cada vez más grandes entre ricos y pobres… En ese afán por subdividir nuestro mundo hemos creado eufemísticamente: El Primer Mundo (la cultura capitalista y neoliberal o países desarrollados), El Segundo Mundo (un término ya en desuso que englobaba a los países comunistas o los que estaban en vías de desarrollo), y El Tercer Mundo (que reunía a los países que no estaban alineados en ninguno de los dos bloques anteriores, estaba formado por los menos desarrollados económica y socialmente, países afectados por la guerra, el hambre, la enfermedad, la miseria, la falta de derechos humanos como la salud, la educación, la vivienda digna… afectados por la explotación de las materias primas a cargo de los países más industrializados del primero y segundo mundo.
Platón defendía que los mejores gobernantes eran los filósofos y Aristóteles afirmaba que los pueblos que estaban gobernados por filósofos eran siempre prósperos y pacíficos.
Recuerdo un programa de Carl Sagan que mostraba las fotografías que trajeron los astronautas por primera vez del planeta azul, nuestra Tierra vista desde el espacio: Era un pequeño punto azul flotando en una inmensidad, ante esa visión surgían sentimientos de vulnerabilidad, de asombro, de sentir que formábamos parte de algo, que todos los seres vivientes que poblaban ese pequeño punto azul estábamos conectados… la imagen nos hacía ver que había una tremenda interrelación entre todos. Leonardo Da Vinci describía a nuestro planeta como un barco con las velas desplegadas navegando por el espacio y todos los seres vivos embarcados participando de un destino común.
Sin embargo, el desarrollo humano nos fue llevando a un paulatino proceso de desconexión: Nos desconectamos progresivamente del mundo natural (plantas, animales, ecosistemas, Madre Naturaleza), también de los demás seres humanos al introducir mecanismos de comunicación basados en la tecnología, y por último nos desconectamos de nuestro Ser Interior, de nosotros mismos.
El crecimiento descontrolado nos ha llevado a la sobreexplotación de los recursos naturales, al agotamiento de los bienes naturales, de los mares y los ríos. Durante décadas talamos bosques, abrimos las entrañas de la tierra para extraer cualquier elemento que garantizara nuestro nivel de vida, sin importar las consecuencias… Aquella idea de “ser los amos del universo” nos ha llevado a la situación que ahora sufrimos con las múltiples manifestaciones del cambio climático.
En estos momentos en que la figura de los políticos está tan desdibujada, cuando los programas y las propuestas que exponen durante sus campañas donde muestran su competitividad entre los diferentes “colores” para hacerse con el poder y llevar a cabo sus promesas… empiezan a intervenir otro tipo de intereses: económicos, financieros, de poder, de manejo de las sociedades… y el resultado es la desigualdad, la injusticia, brechas cada vez más grandes entre ricos y pobres… En ese afán por subdividir nuestro mundo hemos creado eufemísticamente: El Primer Mundo (la cultura capitalista y neoliberal o países desarrollados), El Segundo Mundo (un término ya en desuso que englobaba a los países comunistas o los que estaban en vías de desarrollo), y El Tercer Mundo (que reunía a los países que no estaban alineados en ninguno de los dos bloques anteriores, estaba formado por los menos desarrollados económica y socialmente, países afectados por la guerra, el hambre, la enfermedad, la miseria, la falta de derechos humanos como la salud, la educación, la vivienda digna… afectados por la explotación de las materias primas a cargo de los países más industrializados del primero y segundo mundo.
Platón defendía que los mejores gobernantes eran los filósofos y Aristóteles afirmaba que los pueblos que estaban gobernados por filósofos eran siempre prósperos y pacíficos.
El estoicismo moderno
En la Grecia clásica, los antiguos estoicos sostenían como axioma indiscutible que para vivir una buena vida era necesario vivir en relación coherente con la naturaleza y que todo el universo estaba organizado a propósito y racionalmente para un buen fin.
A finales del siglo XX surgió el estoicismo moderno como un movimiento inspirado en el estoicismo de los griegos que trata de ajustar esa filosofía al lenguaje y al marco conceptual del presente. Surge como respuesta a la situación planteada en la sociedad enfocada en la búsqueda del placer y la gratificación (que suele provenir del exterior), y al abandono del trabajo interior (que conforman los pilares de nuestra personalidad y nos permitirán vivir con plenitud).
Lo primero que hay que recordar en que dentro de cada ser humano se encuentra la Fuerza Interior para superar cualquier situación que la vida le presente. Las cosas a veces no salen como queremos, pero tenemos la capacidad de aprender de ello, superarlo y seguir adelante.
Cuando surgen los problemas hay actitudes que nos ayudan y otras que nos perjudican. Algunas veces no podemos elegir lo que nos sucede, pero siempre podemos elegir el modo en el que vamos a vivirlo. Dependiendo de esa actitud podemos caer en la queja y la crítica (que casi siempre van juntas), el victimismo, el considerar que tenemos mala suerte, que es injusto lo que nos pasa, etc. Eso nos hace considerar que todo está fuera de nosotros y por lo tanto fuera de nuestra capacidad de hacer y de nuestro control.
La cuestión radica en cambiar el enfoque para darnos cuenta de que lo que está sucediendo no es fruto de la casualidad, interiorizarlo y ser conscientes de que hay cosas que podemos hacer para cambiar esa situación o para superarla: reconocer nuestros recursos internos.
A finales del siglo XX surgió el estoicismo moderno como un movimiento inspirado en el estoicismo de los griegos que trata de ajustar esa filosofía al lenguaje y al marco conceptual del presente. Surge como respuesta a la situación planteada en la sociedad enfocada en la búsqueda del placer y la gratificación (que suele provenir del exterior), y al abandono del trabajo interior (que conforman los pilares de nuestra personalidad y nos permitirán vivir con plenitud).
Lo primero que hay que recordar en que dentro de cada ser humano se encuentra la Fuerza Interior para superar cualquier situación que la vida le presente. Las cosas a veces no salen como queremos, pero tenemos la capacidad de aprender de ello, superarlo y seguir adelante.
Cuando surgen los problemas hay actitudes que nos ayudan y otras que nos perjudican. Algunas veces no podemos elegir lo que nos sucede, pero siempre podemos elegir el modo en el que vamos a vivirlo. Dependiendo de esa actitud podemos caer en la queja y la crítica (que casi siempre van juntas), el victimismo, el considerar que tenemos mala suerte, que es injusto lo que nos pasa, etc. Eso nos hace considerar que todo está fuera de nosotros y por lo tanto fuera de nuestra capacidad de hacer y de nuestro control.
La cuestión radica en cambiar el enfoque para darnos cuenta de que lo que está sucediendo no es fruto de la casualidad, interiorizarlo y ser conscientes de que hay cosas que podemos hacer para cambiar esa situación o para superarla: reconocer nuestros recursos internos.
Los tres pasos del estoicismo moderno
El primero es retirar tu atención de lo que está fuera de tu ámbito de acción o control y focalizarla en lo que puedes hacer, en los pasos que puedes dar o en los cambios que puedes empezar a afrontar. Eso se llama el “locus de control interno”, que nos ayudará a vencer la negatividad y a observar el problema desde una nueva perspectiva.
Para dar ese primer paso podemos ayudarnos de valiosas herramientas como la meditación, la introspección, la indagación interna, etc. que nos ayudarán a alcanzar estados de serenidad, a eliminar pensamientos negativos y a preparar nuestra mente hacia una mejor toma de decisiones y gestión de la situación. Epicteto, otro de los filósofos estoicos afirmaba que “te conviertes en aquello a lo que prestas atención”.
El segundo paso es buscar la objetividad emocional. Podemos ver los obstáculos como problemas insalvables o considerarlos como desafíos, como retos que me ponen delante una serie de preguntas que me obligan a mirar al interior: ¿Qué puedo hacer yo? ¿Qué recursos tengo? Dejar de preguntarnos ¿Por qué? Y empezar a preguntarnos ¿Para qué? Se trata de desarrollar la resiliencia.
Seneca nos dejó una frase interesante: “No hay nadie menos afortunado que aquel a quien la adversidad olvida pues nunca tiene la oportunidad de ponerse a prueba”.
El tercer paso es ponerte en lo peor, plantearte: ¿Qué es lo peor que podría pasar? Y a partir de ahí solo puedes empezar a dar pasos para mejorar eso peor, te das cuenta que tienes una oportunidad para superar las dificultades. Lo único que no tiene arreglo es la muerte, pero hasta llegar ahí siempre tenemos un amplio campo de decisiones que podemos tomar, posturas a adoptar, acciones y puestas en práctica de ideas nacidas del nuevo enfoque. Convivir con la dificultad es tomar conciencia de que la vida nos demanda una actitud proactiva, dejamos de preocuparnos y empezamos a ocuparnos.
Cuando somos capaces de aplicar estos tres pasos no solo erradicamos el miedo y empezamos a confiar en nosotros mismos, ya no dependemos tanto de lo que suceda en el exterior, sino que tenemos nuestros propios recursos y tras cada caída nos levantamos más fuertes, más seguros, más sabios.
Hoy día se dan las circunstancias perfectas para que adaptemos las ideas de los filósofos estoicos y las apliquemos a nuestro momento personal, familiar, laboral, social, mundial… cada uno hasta donde le lleguen las fuerzas. Nos sentiremos mejor con nosotros mismos y eso se traducirá en una mejora en nuestra autoestima, formaremos parte de las soluciones en lugar de quedarnos en los problemas, tendremos la capacidad de implicarnos para transformar nuestro mundo con esos nuevos paradigmas que anhelamos empezando -como siempre- por la transformación personal.
Para dar ese primer paso podemos ayudarnos de valiosas herramientas como la meditación, la introspección, la indagación interna, etc. que nos ayudarán a alcanzar estados de serenidad, a eliminar pensamientos negativos y a preparar nuestra mente hacia una mejor toma de decisiones y gestión de la situación. Epicteto, otro de los filósofos estoicos afirmaba que “te conviertes en aquello a lo que prestas atención”.
El segundo paso es buscar la objetividad emocional. Podemos ver los obstáculos como problemas insalvables o considerarlos como desafíos, como retos que me ponen delante una serie de preguntas que me obligan a mirar al interior: ¿Qué puedo hacer yo? ¿Qué recursos tengo? Dejar de preguntarnos ¿Por qué? Y empezar a preguntarnos ¿Para qué? Se trata de desarrollar la resiliencia.
Seneca nos dejó una frase interesante: “No hay nadie menos afortunado que aquel a quien la adversidad olvida pues nunca tiene la oportunidad de ponerse a prueba”.
El tercer paso es ponerte en lo peor, plantearte: ¿Qué es lo peor que podría pasar? Y a partir de ahí solo puedes empezar a dar pasos para mejorar eso peor, te das cuenta que tienes una oportunidad para superar las dificultades. Lo único que no tiene arreglo es la muerte, pero hasta llegar ahí siempre tenemos un amplio campo de decisiones que podemos tomar, posturas a adoptar, acciones y puestas en práctica de ideas nacidas del nuevo enfoque. Convivir con la dificultad es tomar conciencia de que la vida nos demanda una actitud proactiva, dejamos de preocuparnos y empezamos a ocuparnos.
Cuando somos capaces de aplicar estos tres pasos no solo erradicamos el miedo y empezamos a confiar en nosotros mismos, ya no dependemos tanto de lo que suceda en el exterior, sino que tenemos nuestros propios recursos y tras cada caída nos levantamos más fuertes, más seguros, más sabios.
Hoy día se dan las circunstancias perfectas para que adaptemos las ideas de los filósofos estoicos y las apliquemos a nuestro momento personal, familiar, laboral, social, mundial… cada uno hasta donde le lleguen las fuerzas. Nos sentiremos mejor con nosotros mismos y eso se traducirá en una mejora en nuestra autoestima, formaremos parte de las soluciones en lugar de quedarnos en los problemas, tendremos la capacidad de implicarnos para transformar nuestro mundo con esos nuevos paradigmas que anhelamos empezando -como siempre- por la transformación personal.