Un agricultor pacífico y tranquilo que vivía con su hijo vio un día que su único caballo se había escapado del establo. Los vecinos no dudaron en acercarse a su casa y condolerse por su mala suerte.
- Pobre amigo, qué mala fortuna. Has perdido tu herramienta de trabajo. ¿Quién te ayudará ahora con las penosas tareas del campo? Tú solo no podrás y te espera el hambre y la ruina.
Pero el hombre únicamente contestó:
- Así es la vida.
Pero dos días después su caballo regresó acompañado de otro joven y magnífico ejemplar. Los vecinos esta vez se apresuraron a felicitarlo.
- ¡Qué buena suerte, ahora tienes dos caballos! ¡Has doblado tu fortuna sin hacer nada!
El hombre sólo musitó:
- Así es la vida.
A los pocos días el padre y su hijo salieron juntos a cabalgar. En un tramo del camino el joven caballo se asustó y tiró de la montura al muchacho, que se partió una pierna en la caída. Nuevamente los vecinos se acercaron a su casa.
- Sí que es mala suerte; si no hubiese venido ese maldito caballo, tu hijo estaría sano como antes, y no con esa pierna rota que Dios sabe si sanará.
El agricultor volvió a repetir:
- Así es la vida.
Pero ocurrió que en aquel reino se declaró la guerra y los militares se acercaron a aquella perdida aldea a reclutar a todos los jóvenes en edad de prestar servicio de armas. Todos marcharon al frente menos el hijo del agricultor, que fue rechazado por su imposibilidad de caminar. Los vecinos fueron otra vez a casa del agricultor, en esta ocasión con lágrimas en los ojos.
- ¡Qué desgracia la nuestra, no sabemos si volveremos a ver a nuestros hijos; tú en cambio tienes en casa al tuyo con una pequeña dolencia!
El hombre, una vez más, dijo:
Así es la vida.
comentario
Comentario.
Hay días en que resulta difícil abrir los ojos y mirar de frente al mundo, incluso para los más optimistas, esa esperanza que sostiene el corazón en el día a día, decae.
A veces, simplemente tomar conciencia de las crisis globales que enfrentamos desde décadas, tanto políticas, medioambientales, sociales, humanitarias, ecológicas, etc., puede hacernos empatizar profundamente con Mafalda cuando en una viñeta de Quino, su creador, dice: “¡ Paren el mundo que me quiero bajar!”.
Pero por duras que puedan ser las realidades externas que enfrentamos, siempre hay un elemento personal de desesperanza que surge de nuestras expectativas, de nuestra manera de comprender los problemas y nuestro lugar frente a ellas. Y es que el ser humano desconoce los movimientos ocultos de las energías vitales que están en el fondo de todo acontecimiento.
Toda la creación, todo lo que existe, está dentro de un orden desconocido, de unas leyes, que, aunque la ciencia va descubriendo poco a poco, aún nos queda mucho por aprender, nos encontramos en “las primeras letras del alfabeto cósmico”. Ese desconocimiento nos lleva a etiquetarlo todo; todo aquello a lo que no podemos dar explicación lo etiquetamos como accidente, casualidad, suerte… y con arreglo a nuestras expectativas o interpretaciones así lo vivimos, unas veces lo disfrutamos y otras lo sufrimos.
La vida es un encuentro continuo de intereses, deseos y movimientos. Cada uno estamos en el mar cambiante de los acontecimientos y cada uno podemos hacer poco por evitar la desgracia o el accidente, pero no es tan determinante lo que sucede como la respuesta personal ante los hechos. Y es que lo único que podemos elegir es cambiar nuestra ACTITUD, porque por mucho que nos empeñemos en cambiar las circunstancias, serán los proyectos del Universo los que van a prevalecer por encima de los nuestros incluso a nuestro pesar.
Todos tenemos la capacidad de incorporar a nuestras vidas unos pilares fundamentales que nos pueden sostener en los momentos de crisis, de desconcierto, de haber perdido el norte, de sentirnos huérfanos de la vida. Pero estos pilares hay que cultivarlos, sobre todo, en épocas de “bonanza” para que cuando lleguen esos momentos en que nos vemos arrastrados por un tsunami de emociones, sobre todo de miedo, podamos aferrarnos a esas “tablas de salvación”, me refiero a La Serenidad, La Aceptación, y El Valor.
La Serenidad Ese estado de quietud mental dónde todo se ve con total claridad, dónde podemos avistar fronteras mucho más amplias de cualquier situación. Al situarnos en ese estado, podemos ser testigos de uno de sus grandes beneficios y es la lucidez mental que hace que la visión sea más libre, con más brillo, vitalidad e intensidad, sin enmascararla tras deseos y expectativas. Esa mirada no condicionada es la que permite el aprendizaje a cada instante, porque no viene cargada con los esquemas, frustraciones y experiencias del pasado y podemos comprender que en una situación hay muchas dimensiones de la misma.
La claridad y quietud mental nos lleva a La Aceptación, cómo la capacidad de ver los hechos tal y como son, no “nadar” contra corriente, sino con la humildad y la certeza necesaria de que por mucho que nos esforcemos las cosas no van a ser como queremos que sean. Y no se trata de resignación, sino de una comprensión profunda de las situaciones
Y esa actitud nos lleva a desarrollar El Valor esa fuerza interior que nace de la comprensión de saber cuando hay que actuar y cambiar las cosas y cuando no. Esa fuerza que pese a los contratiempos nos impulsa a “tirar para adelante” donde el miedo se deja a un lado y en su lugar aparece nuevas posibilidades de caminar. Y, cuando esto sucede, cuando somos capaces de derrumbar las barreras que nos hemos autoimpuesto, la vida siempre es muy generosa con nosotros y nos ofrece a cada paso del camino aquello que podemos necesitar.
Sin embargo, hasta que no transformamos nuestra fosilizada forma de percibir el mundo, somos víctimas de innumerables autodefensas y atrincheramientos mentales que enrarecen nuestra atmósfera interior y nos impiden abrirnos y aprender de las configuraciones cambiantes de la existencia.
Para ello, la meditación, la reflexión sincera, pararse y tomarse todos los días “un café con uno mismo”, son herramientas que nos ayudan a ir cultivando y afianzando estos pilares que nos ayudaran en gran medida a solventar con eficiencia los avatares de nuestras vidas.
Porque, La Vida no es ni “buena” ni “mala” simplemente es Maestra. Por eso no va a ir por dónde a mí me gustaría, ni me va a dar lo que yo desee, sino lo que realmente necesito.
Hay días en que resulta difícil abrir los ojos y mirar de frente al mundo, incluso para los más optimistas, esa esperanza que sostiene el corazón en el día a día, decae.
A veces, simplemente tomar conciencia de las crisis globales que enfrentamos desde décadas, tanto políticas, medioambientales, sociales, humanitarias, ecológicas, etc., puede hacernos empatizar profundamente con Mafalda cuando en una viñeta de Quino, su creador, dice: “¡ Paren el mundo que me quiero bajar!”.
Pero por duras que puedan ser las realidades externas que enfrentamos, siempre hay un elemento personal de desesperanza que surge de nuestras expectativas, de nuestra manera de comprender los problemas y nuestro lugar frente a ellas. Y es que el ser humano desconoce los movimientos ocultos de las energías vitales que están en el fondo de todo acontecimiento.
Toda la creación, todo lo que existe, está dentro de un orden desconocido, de unas leyes, que, aunque la ciencia va descubriendo poco a poco, aún nos queda mucho por aprender, nos encontramos en “las primeras letras del alfabeto cósmico”. Ese desconocimiento nos lleva a etiquetarlo todo; todo aquello a lo que no podemos dar explicación lo etiquetamos como accidente, casualidad, suerte… y con arreglo a nuestras expectativas o interpretaciones así lo vivimos, unas veces lo disfrutamos y otras lo sufrimos.
La vida es un encuentro continuo de intereses, deseos y movimientos. Cada uno estamos en el mar cambiante de los acontecimientos y cada uno podemos hacer poco por evitar la desgracia o el accidente, pero no es tan determinante lo que sucede como la respuesta personal ante los hechos. Y es que lo único que podemos elegir es cambiar nuestra ACTITUD, porque por mucho que nos empeñemos en cambiar las circunstancias, serán los proyectos del Universo los que van a prevalecer por encima de los nuestros incluso a nuestro pesar.
Todos tenemos la capacidad de incorporar a nuestras vidas unos pilares fundamentales que nos pueden sostener en los momentos de crisis, de desconcierto, de haber perdido el norte, de sentirnos huérfanos de la vida. Pero estos pilares hay que cultivarlos, sobre todo, en épocas de “bonanza” para que cuando lleguen esos momentos en que nos vemos arrastrados por un tsunami de emociones, sobre todo de miedo, podamos aferrarnos a esas “tablas de salvación”, me refiero a La Serenidad, La Aceptación, y El Valor.
La Serenidad Ese estado de quietud mental dónde todo se ve con total claridad, dónde podemos avistar fronteras mucho más amplias de cualquier situación. Al situarnos en ese estado, podemos ser testigos de uno de sus grandes beneficios y es la lucidez mental que hace que la visión sea más libre, con más brillo, vitalidad e intensidad, sin enmascararla tras deseos y expectativas. Esa mirada no condicionada es la que permite el aprendizaje a cada instante, porque no viene cargada con los esquemas, frustraciones y experiencias del pasado y podemos comprender que en una situación hay muchas dimensiones de la misma.
La claridad y quietud mental nos lleva a La Aceptación, cómo la capacidad de ver los hechos tal y como son, no “nadar” contra corriente, sino con la humildad y la certeza necesaria de que por mucho que nos esforcemos las cosas no van a ser como queremos que sean. Y no se trata de resignación, sino de una comprensión profunda de las situaciones
Y esa actitud nos lleva a desarrollar El Valor esa fuerza interior que nace de la comprensión de saber cuando hay que actuar y cambiar las cosas y cuando no. Esa fuerza que pese a los contratiempos nos impulsa a “tirar para adelante” donde el miedo se deja a un lado y en su lugar aparece nuevas posibilidades de caminar. Y, cuando esto sucede, cuando somos capaces de derrumbar las barreras que nos hemos autoimpuesto, la vida siempre es muy generosa con nosotros y nos ofrece a cada paso del camino aquello que podemos necesitar.
Sin embargo, hasta que no transformamos nuestra fosilizada forma de percibir el mundo, somos víctimas de innumerables autodefensas y atrincheramientos mentales que enrarecen nuestra atmósfera interior y nos impiden abrirnos y aprender de las configuraciones cambiantes de la existencia.
Para ello, la meditación, la reflexión sincera, pararse y tomarse todos los días “un café con uno mismo”, son herramientas que nos ayudan a ir cultivando y afianzando estos pilares que nos ayudaran en gran medida a solventar con eficiencia los avatares de nuestras vidas.
Porque, La Vida no es ni “buena” ni “mala” simplemente es Maestra. Por eso no va a ir por dónde a mí me gustaría, ni me va a dar lo que yo desee, sino lo que realmente necesito.