LA REVOLUCION SOCIAL DEL SIGLO XXI
“Los 60 millones de docentes del mundo, gracias a las muchas horas lectivas durante las cuales están en contacto con los niños/as, contribuyen a forjar los conocimientos y las concepciones del mundo de millones de alumnos/as. Si los docentes en formación o en servicio aprenden, no sólo a integrar los valores relativos a la EDUCACION PARA EL DESARROLLO SOSTENIBLE en los planes de estudios, sino también a utilizar las técnicas pedagógicas que van asociadas a una enseñanza de calidad, la generación venidera será capaz de formar un mundo más sostenible”
Esa frase forma parte de la declaración de la UNESCO en la que se acuerda que el periodo comprendido entre los años 2005 y 2014 se señala como la DÉCADA DE LA EDUCACION PARA EL DESARROLLO SOSTENIBLE (DEDS).
El panorama con el que nos encontramos en los arranques del siglo XXI no puede ser más desolador: la complejidad de los problemas sociales, medio-ambientales, ecológicos y humanos; la dimensión de las pandemias y de los desastres naturales; la gran cantidad de conflictos bélicos que asolan nuestros pueblos; la amenaza del terrorismo; la sensación creciente de inseguridad; las oleadas migratorias; la tremenda interrelación que existe entre todos los pueblos y la idea –cada vez más aceptada- de que los actos de una persona pueden afectar a la vida de los demás, no sólo a nivel local sino global… son sólo algunas de las dificultades que nos muestran los medios de comunicación.
Todo ello ha llevado a diferentes comisiones de la ONU a buscar el modo de provocar un cambio social de proporciones planetarias, una auténtica revolución. Para ello era necesario encontrar una “fuerza” que estuviera organizada y con presencia en todo el mundo. A priori se consideraron dos: los ejércitos y los educadores. La primera –por razones evidentes- fue inmediatamente desechada, mientras se iba imponiendo la idea de devolver a la educación el papel fundamental que ha tenido históricamente: contribuir al avance permanente de la humanidad mediante la enseñanza de unos conocimientos, unas técnicas, un lenguaje, unos códigos de conducta y sobre todo un sistema de valores que permitan la incorporación de los niños y jóvenes a la sociedad.
La historia nos dice que dependiendo de cómo se eduque en la infancia y la adolescencia dependerá el tipo de persona que se será de mayor y como consecuencia de la sociedad de la que formará parte en el futuro. Con esta conciencia se acordó que la tarea de promover ese gran cambio social sin precedentes debía arrancar en sus primeras etapas de ese “ejercito de docentes”. Y es que, en cualquier lugar del mundo, en el más apartado rincón, en la más pequeña aldea, hay un maestro o una maestra enseñando a los niños y las niñas. La UNESCO entendió que “implicando” a esos docentes en programas de aplicación local se conseguiría incidir en las generaciones del futuro.
Con este objetivo se están poniendo en marcha proyectos sobre educación en valores que buscan formar primero a los docentes en una nueva filosofía de vida y una cultura más universal que nos permita afrontar los retos que la sociedad actual nos plantea, y que, de respuesta a las inquietudes y necesidades de los seres humanos del siglo XXI, el que se ha dado en llamar “el siglo de la gente”.
“Los 60 millones de docentes del mundo, gracias a las muchas horas lectivas durante las cuales están en contacto con los niños/as, contribuyen a forjar los conocimientos y las concepciones del mundo de millones de alumnos/as. Si los docentes en formación o en servicio aprenden, no sólo a integrar los valores relativos a la EDUCACION PARA EL DESARROLLO SOSTENIBLE en los planes de estudios, sino también a utilizar las técnicas pedagógicas que van asociadas a una enseñanza de calidad, la generación venidera será capaz de formar un mundo más sostenible”
Esa frase forma parte de la declaración de la UNESCO en la que se acuerda que el periodo comprendido entre los años 2005 y 2014 se señala como la DÉCADA DE LA EDUCACION PARA EL DESARROLLO SOSTENIBLE (DEDS).
El panorama con el que nos encontramos en los arranques del siglo XXI no puede ser más desolador: la complejidad de los problemas sociales, medio-ambientales, ecológicos y humanos; la dimensión de las pandemias y de los desastres naturales; la gran cantidad de conflictos bélicos que asolan nuestros pueblos; la amenaza del terrorismo; la sensación creciente de inseguridad; las oleadas migratorias; la tremenda interrelación que existe entre todos los pueblos y la idea –cada vez más aceptada- de que los actos de una persona pueden afectar a la vida de los demás, no sólo a nivel local sino global… son sólo algunas de las dificultades que nos muestran los medios de comunicación.
Todo ello ha llevado a diferentes comisiones de la ONU a buscar el modo de provocar un cambio social de proporciones planetarias, una auténtica revolución. Para ello era necesario encontrar una “fuerza” que estuviera organizada y con presencia en todo el mundo. A priori se consideraron dos: los ejércitos y los educadores. La primera –por razones evidentes- fue inmediatamente desechada, mientras se iba imponiendo la idea de devolver a la educación el papel fundamental que ha tenido históricamente: contribuir al avance permanente de la humanidad mediante la enseñanza de unos conocimientos, unas técnicas, un lenguaje, unos códigos de conducta y sobre todo un sistema de valores que permitan la incorporación de los niños y jóvenes a la sociedad.
La historia nos dice que dependiendo de cómo se eduque en la infancia y la adolescencia dependerá el tipo de persona que se será de mayor y como consecuencia de la sociedad de la que formará parte en el futuro. Con esta conciencia se acordó que la tarea de promover ese gran cambio social sin precedentes debía arrancar en sus primeras etapas de ese “ejercito de docentes”. Y es que, en cualquier lugar del mundo, en el más apartado rincón, en la más pequeña aldea, hay un maestro o una maestra enseñando a los niños y las niñas. La UNESCO entendió que “implicando” a esos docentes en programas de aplicación local se conseguiría incidir en las generaciones del futuro.
Con este objetivo se están poniendo en marcha proyectos sobre educación en valores que buscan formar primero a los docentes en una nueva filosofía de vida y una cultura más universal que nos permita afrontar los retos que la sociedad actual nos plantea, y que, de respuesta a las inquietudes y necesidades de los seres humanos del siglo XXI, el que se ha dado en llamar “el siglo de la gente”.
Los primeros proyectos en marcha
Hay una primera fase de sensibilización en la que, a través de todos los medios posibles, tanto los estamentos oficiales (Ministerio de Educación, Conserjerías, Concejalías…) como las iniciativas privadas (Fundaciones, ONG’s, asociaciones sociales y sindicales…) se informa a los ciudadanos para que tomen conciencia de la magnitud de los problemas a que nos enfrentamos. Las campañas sobre medioambiente y ecología, sobre consumo ético y responsable, apoyo a la interculturalidad, etc. son algunos ejemplos de ello.
En cuanto a la Educación, la Fundación Valores (https://fundacionvalores.es/) está participando de forma muy activa en un programa para formar a formadores en Educación en Valores para una cultura de Paz. Nuestra herramienta de trabajo básica es “La Carta de la Tierra”, que ha sido declarada como elemento fundamental para trabajar en todas las etapas educativas durante la DEDS.
El reto es grande pues no sólo se trata de trabajar con los docentes en la escuela sino de intentar que las familias, las empresas, la administración, etc. participen también de los programas que se pongan en marcha y que se desarrollen –en la medida de lo posible- de forma coordinada. Es fundamental la participación de las familias sobre todo en lo que respecta al mundo de los valores, las creencias, las actitudes…
Tendemos a fijar normas y reglas cada vez más estrictas que garanticen la convivencia creyendo que esa es la única solución; sin embargo y tal como dijo una maestra de educación infantil con muchos años de experiencia en uno de nuestros talleres: “Si tuviéramos integrados los valores no necesitaríamos marcar tantas normas”.
Hay una primera fase de sensibilización en la que, a través de todos los medios posibles, tanto los estamentos oficiales (Ministerio de Educación, Conserjerías, Concejalías…) como las iniciativas privadas (Fundaciones, ONG’s, asociaciones sociales y sindicales…) se informa a los ciudadanos para que tomen conciencia de la magnitud de los problemas a que nos enfrentamos. Las campañas sobre medioambiente y ecología, sobre consumo ético y responsable, apoyo a la interculturalidad, etc. son algunos ejemplos de ello.
En cuanto a la Educación, la Fundación Valores (https://fundacionvalores.es/) está participando de forma muy activa en un programa para formar a formadores en Educación en Valores para una cultura de Paz. Nuestra herramienta de trabajo básica es “La Carta de la Tierra”, que ha sido declarada como elemento fundamental para trabajar en todas las etapas educativas durante la DEDS.
El reto es grande pues no sólo se trata de trabajar con los docentes en la escuela sino de intentar que las familias, las empresas, la administración, etc. participen también de los programas que se pongan en marcha y que se desarrollen –en la medida de lo posible- de forma coordinada. Es fundamental la participación de las familias sobre todo en lo que respecta al mundo de los valores, las creencias, las actitudes…
Tendemos a fijar normas y reglas cada vez más estrictas que garanticen la convivencia creyendo que esa es la única solución; sin embargo y tal como dijo una maestra de educación infantil con muchos años de experiencia en uno de nuestros talleres: “Si tuviéramos integrados los valores no necesitaríamos marcar tantas normas”.
El reto de la transformación comienza por uno mismo
La revolución social que se está gestando y que decantará la transformación de los paradigmas y estructuras que se han quedado obsoletos, pasa por el cambio personal. Así, el primer paso debe darlo el propio maestro. Educar en valores universales requiere, de forma ineludible, que estos sean asumidos, integrados y vividos por el docente. Los valores no son “contenidos”, ni se trata de una materia más a incorporar en el currículo escolar, sino que deben formar parte de toda la actividad docente, deben estar presentes en cada asignatura de forma transversal, impregnando todas las materias y las relaciones, para conformar el substrato donde germinen las nuevas actitudes.
El maestro se verá, así, en la coyuntura de revisar la escala de valores que rige su vida, enfrentándose a ellos para actualizarlos y descartar patrones, actitudes o modelos que quizá se hayan quedado viejos y ya no sirvan.
Los nuevos tiempos, la complejidad de nuestro mundo hoy, la interdependencia que existe entre unos y otros y la incidencia de las nuevas tecnologías de la información nos obliga a los seres humanos a redibujar nuestro mapa interior y a reorientar nuestra brújula hacia una dirección más acorde que nos lleve por los caminos de la cooperación y la solidaridad frente a la competitividad y el individualismo en el que vivimos, de la educación por la paz, el diálogo y la participación frente a la violencia y el autoritarismo, del respeto a la naturaleza y el cuidado de la vida frente a la explotación sin medida de los recursos, y en definitiva, del surgimiento de una cultura de paz que permita el desarrollo de todos los pueblos.
Todos los seres humanos, pero el maestro de manera especial por el papel que juega en la sociedad se verá abocado a preguntarse: “¿Dónde estoy posicionado?”, “¿desde dónde les hablo a mis alumnos?”, “¿qué les estoy transmitiendo?”, “¿cómo influye mi “manera de ser” en la formación de la personalidad de esos niños y niñas?
La revolución social que se está gestando y que decantará la transformación de los paradigmas y estructuras que se han quedado obsoletos, pasa por el cambio personal. Así, el primer paso debe darlo el propio maestro. Educar en valores universales requiere, de forma ineludible, que estos sean asumidos, integrados y vividos por el docente. Los valores no son “contenidos”, ni se trata de una materia más a incorporar en el currículo escolar, sino que deben formar parte de toda la actividad docente, deben estar presentes en cada asignatura de forma transversal, impregnando todas las materias y las relaciones, para conformar el substrato donde germinen las nuevas actitudes.
El maestro se verá, así, en la coyuntura de revisar la escala de valores que rige su vida, enfrentándose a ellos para actualizarlos y descartar patrones, actitudes o modelos que quizá se hayan quedado viejos y ya no sirvan.
Los nuevos tiempos, la complejidad de nuestro mundo hoy, la interdependencia que existe entre unos y otros y la incidencia de las nuevas tecnologías de la información nos obliga a los seres humanos a redibujar nuestro mapa interior y a reorientar nuestra brújula hacia una dirección más acorde que nos lleve por los caminos de la cooperación y la solidaridad frente a la competitividad y el individualismo en el que vivimos, de la educación por la paz, el diálogo y la participación frente a la violencia y el autoritarismo, del respeto a la naturaleza y el cuidado de la vida frente a la explotación sin medida de los recursos, y en definitiva, del surgimiento de una cultura de paz que permita el desarrollo de todos los pueblos.
Todos los seres humanos, pero el maestro de manera especial por el papel que juega en la sociedad se verá abocado a preguntarse: “¿Dónde estoy posicionado?”, “¿desde dónde les hablo a mis alumnos?”, “¿qué les estoy transmitiendo?”, “¿cómo influye mi “manera de ser” en la formación de la personalidad de esos niños y niñas?
Son tan solo 5 horas
En el trabajo con los maestros de escuelas infantiles y de primaria, que desarrollo desde hace varios años, me encontré un día con el siguiente argumento: “Si, todo eso está muy bien, pero nosotros, los maestros, estamos con los niños solo 5 horas, las otras 19 están por ahí, recibiendo otras informaciones, otros estímulos, otros valores que a lo mejor son contrapuestos con los que aprenden en la escuela”.
Y aquel maestro tenía razón, los niños aprenden de muchos contextos: familia, medios de comunicación, relaciones interpersonales, instituciones... Y es verdad que esos otros ámbitos a veces defienden valores distintos a los que aprenden en la escuela. Sin embargo, al reflexionar sobre el tema nos damos cuenta de lo siguiente: “¿Quién dedica 5 horas seguidas y con plena atención al niño, aparte de su maestro?” Nadie, las encuestas nos dicen que esas horas están cubiertas por la televisión, los videojuegos, la soledad, la falta de juegos o actividades con otros niños…
Así pues, esas 5 horas de docencia se convierten en fundamentales para que el docente persiga el objetivo fundamental de la educación: acompañar a las personas a lo largo de su vida para que desarrollen sus capacidades intelectuales, físicas, afectivas y espirituales.
Hoy más que nunca se hace necesario que los niños y jóvenes de todo el mundo desarrollen actitudes que les permitan participar de forma consciente, responsable y autónoma en la gestión de su propia vida, en su integración en la sociedad y en su responsabilidad hacia la naturaleza viviendo en armonía y fraternidad con los demás ciudadanos.
Nuevas estrategias pedagógicas
Vivimos momentos en los que se hace necesario romper los viejos moldes y acercarnos a una nueva pedagogía que ayude a interrelacionar las diferentes materias, que recoja los distintos contextos en los que se mueven los alumnos para que lo que aprenden no esté desconectado de lo que viven en sus casas y en sus barrios. La escuela deberá formar parte de su mundo convirtiéndose en la aguja imantada que sea referente en su desarrollo integral como ser humano.
Los nuevos tiempos requieren nuevas formas, la innovación en los modelos, el desarrollo del pensamiento crítico, el reconocimiento del papel de la escuela en la educación de los valores que sostienen a la sociedad. El reconocimiento de que educar es algo más que enseñar nos llevará a abrirnos a estrategias educativas heterogéneas, de vanguardia, recogiendo técnicas de otras disciplinas, incorporando los nuevos avances dentro del campo de la psicología, aplicando técnicas que activen en el otro la capacidad de aprender, la curiosidad, el interés, la emoción. Así técnicas de relajación, de meditación, de visualización, de proyección de imágenes… que ayuden a explorar las capacidades creativas. Disciplinas como el zen o el yoga, la utilización de la música, la dramatización, los juegos, los cuentos, las canciones, los debates, la gestión de los conflictos, el aprendizaje en red de forma que los conocimientos “resuenen” en el otro, la idea del aprendizaje de por vida, el desactivar los roles prefijados de maestro y alumno y sobre todo atender al “como” más que al “qué” se enseña.
Tal vez serán los niños y los jóvenes los que impulsen la revolución, tal vez cuando ellos hayan asumido esos nuevos valores serán los que presionen a las instituciones para provocar los cambios que necesitamos… tal vez cuando esos niños y jóvenes con la fuerza de sus ideales y sus capacidades lleguen a adultos harán realidad lo que hoy para nosotros es solo una creencia, o un sueño: que un mundo mejor es posible.
En el trabajo con los maestros de escuelas infantiles y de primaria, que desarrollo desde hace varios años, me encontré un día con el siguiente argumento: “Si, todo eso está muy bien, pero nosotros, los maestros, estamos con los niños solo 5 horas, las otras 19 están por ahí, recibiendo otras informaciones, otros estímulos, otros valores que a lo mejor son contrapuestos con los que aprenden en la escuela”.
Y aquel maestro tenía razón, los niños aprenden de muchos contextos: familia, medios de comunicación, relaciones interpersonales, instituciones... Y es verdad que esos otros ámbitos a veces defienden valores distintos a los que aprenden en la escuela. Sin embargo, al reflexionar sobre el tema nos damos cuenta de lo siguiente: “¿Quién dedica 5 horas seguidas y con plena atención al niño, aparte de su maestro?” Nadie, las encuestas nos dicen que esas horas están cubiertas por la televisión, los videojuegos, la soledad, la falta de juegos o actividades con otros niños…
Así pues, esas 5 horas de docencia se convierten en fundamentales para que el docente persiga el objetivo fundamental de la educación: acompañar a las personas a lo largo de su vida para que desarrollen sus capacidades intelectuales, físicas, afectivas y espirituales.
Hoy más que nunca se hace necesario que los niños y jóvenes de todo el mundo desarrollen actitudes que les permitan participar de forma consciente, responsable y autónoma en la gestión de su propia vida, en su integración en la sociedad y en su responsabilidad hacia la naturaleza viviendo en armonía y fraternidad con los demás ciudadanos.
Nuevas estrategias pedagógicas
Vivimos momentos en los que se hace necesario romper los viejos moldes y acercarnos a una nueva pedagogía que ayude a interrelacionar las diferentes materias, que recoja los distintos contextos en los que se mueven los alumnos para que lo que aprenden no esté desconectado de lo que viven en sus casas y en sus barrios. La escuela deberá formar parte de su mundo convirtiéndose en la aguja imantada que sea referente en su desarrollo integral como ser humano.
Los nuevos tiempos requieren nuevas formas, la innovación en los modelos, el desarrollo del pensamiento crítico, el reconocimiento del papel de la escuela en la educación de los valores que sostienen a la sociedad. El reconocimiento de que educar es algo más que enseñar nos llevará a abrirnos a estrategias educativas heterogéneas, de vanguardia, recogiendo técnicas de otras disciplinas, incorporando los nuevos avances dentro del campo de la psicología, aplicando técnicas que activen en el otro la capacidad de aprender, la curiosidad, el interés, la emoción. Así técnicas de relajación, de meditación, de visualización, de proyección de imágenes… que ayuden a explorar las capacidades creativas. Disciplinas como el zen o el yoga, la utilización de la música, la dramatización, los juegos, los cuentos, las canciones, los debates, la gestión de los conflictos, el aprendizaje en red de forma que los conocimientos “resuenen” en el otro, la idea del aprendizaje de por vida, el desactivar los roles prefijados de maestro y alumno y sobre todo atender al “como” más que al “qué” se enseña.
Tal vez serán los niños y los jóvenes los que impulsen la revolución, tal vez cuando ellos hayan asumido esos nuevos valores serán los que presionen a las instituciones para provocar los cambios que necesitamos… tal vez cuando esos niños y jóvenes con la fuerza de sus ideales y sus capacidades lleguen a adultos harán realidad lo que hoy para nosotros es solo una creencia, o un sueño: que un mundo mejor es posible.