En los cuentos se encuentran todas las respuestas; a través de ellos podemos ponernos en los zapatos del personaje y sentir la emoción que desprende la historia. Al mismo tiempo, nuestro corazón nos habla de nuestras propias vivencias, lo enlaza con nuestras emociones y recuerdos, enseñándonos que podemos afrontar la adversidad y nos cuenta que la magia forma parte de nuestras vidas.
Quiero transcribir parte del discurso de aceptación al premio Nobel de literatura de 2007 de la escritora británica Doris Lessing, pues me parece maravilloso.
“Los contadores de historias nos llevan atrás y más atrás en el tiempo, a un claro del bosque donde crepita un gran fuego y los viejos chamanes cantan y danzan; el patrimonio de nuestros relatos surge del fuego, la magia y el mundo de los espíritus. Y ahí es donde aún se conserva.
Pregunta a cualquier narrador contemporáneo y te dirá que siempre hay un momento en el que es tocado por el fuego, con eso que llamamos inspiración, y eso va atrás y más atrás hasta el origen de nuestra especie, a los grandes vientos que nos dieron forma a nosotros y al mundo”.
El relato que hoy quiero compartir está extraído del libro “El Corazón de los Yoga Sutras de BKS Iyengar. Al finalizar siempre se realiza un comentario, dicho comentario es orientativo, lo verdaderamente inteligente e importante sería que cada uno extrajera su propia reflexión, su propio comentario. Para ello, os sugiero que la lectura del cuento sea atenta, lenta, sin prisas... permitiendo que el aroma propio de su sabiduría impregne cada célula de nuestro ser, dejándonos sentir y que ese conocimiento inherente al cuento, nos revele el camino a seguir.
Quiero transcribir parte del discurso de aceptación al premio Nobel de literatura de 2007 de la escritora británica Doris Lessing, pues me parece maravilloso.
“Los contadores de historias nos llevan atrás y más atrás en el tiempo, a un claro del bosque donde crepita un gran fuego y los viejos chamanes cantan y danzan; el patrimonio de nuestros relatos surge del fuego, la magia y el mundo de los espíritus. Y ahí es donde aún se conserva.
Pregunta a cualquier narrador contemporáneo y te dirá que siempre hay un momento en el que es tocado por el fuego, con eso que llamamos inspiración, y eso va atrás y más atrás hasta el origen de nuestra especie, a los grandes vientos que nos dieron forma a nosotros y al mundo”.
El relato que hoy quiero compartir está extraído del libro “El Corazón de los Yoga Sutras de BKS Iyengar. Al finalizar siempre se realiza un comentario, dicho comentario es orientativo, lo verdaderamente inteligente e importante sería que cada uno extrajera su propia reflexión, su propio comentario. Para ello, os sugiero que la lectura del cuento sea atenta, lenta, sin prisas... permitiendo que el aroma propio de su sabiduría impregne cada célula de nuestro ser, dejándonos sentir y que ese conocimiento inherente al cuento, nos revele el camino a seguir.
El árbol y el agricultor
Hay un viejo relato sobre un agricultor que estaba orgulloso de los frutos que crecían en su huerto. Pero había un árbol enfermo que nunca daba ningún fruto de valor y estaba ocupando un espacio precioso. Así que lo intentó todo para librarse de él, pero no había manera; si lo talaba volvía a crecer del brote más mínimo, si lo envenenaba no se acababa de morir... Cansado de tanta lucha, escuchó a un sabio que le dijo: “Debes plantar muchos árboles sanos a su alrededor y verás que sucede”.
Aunque un poco incrédulo, el agricultor le hizo caso al sabio y se dedicó a plantar árboles sanos alrededor del que estaba enfermo. Eran árboles vigorosos, fuertes, árboles que daban frutos riquísimos y proporcionaban armonía y equilibrio al entorno, árboles que crecían y se fortalecían en aquel clima... Así, mientras el tiempo transcurría y los nuevos árboles copaban todo el territorio, fue muy difícil distinguir entre ellos cuál era el árbol enfermo.
Una buena mañana el agricultor fue a buscar a su viejo adversario y cuál fue su sorpresa que por más que buscaba, no lo encontró. Y es que aquel árbol moribundo y enfermo que apenas daba fruto, se nutrió de la energía que irradiaba el entorno de árboles vigorosos y fuertes y comenzó a sanarse, integrándose junto a los demás, ofreciendo unas ramas repletas de espléndidos frutos.
Aunque un poco incrédulo, el agricultor le hizo caso al sabio y se dedicó a plantar árboles sanos alrededor del que estaba enfermo. Eran árboles vigorosos, fuertes, árboles que daban frutos riquísimos y proporcionaban armonía y equilibrio al entorno, árboles que crecían y se fortalecían en aquel clima... Así, mientras el tiempo transcurría y los nuevos árboles copaban todo el territorio, fue muy difícil distinguir entre ellos cuál era el árbol enfermo.
Una buena mañana el agricultor fue a buscar a su viejo adversario y cuál fue su sorpresa que por más que buscaba, no lo encontró. Y es que aquel árbol moribundo y enfermo que apenas daba fruto, se nutrió de la energía que irradiaba el entorno de árboles vigorosos y fuertes y comenzó a sanarse, integrándose junto a los demás, ofreciendo unas ramas repletas de espléndidos frutos.
Comentario
Según numerosos experimentos, se ha comprobado la conexión espiritual existente entre todos los seres vivos de una misma especie, gracias a la cual es posible que todos los miembros logren un aprendizaje compartido, al alcanzar lo que se conoce como “masa crítica”, consistente en un número suficiente de miembros que hayan asimilado una enseñanza en particular.
Rupert Sheldrake, biólogo y bioquímico británico. Introdujo unas ratas de laboratorio en un laberinto especialmente complicado. Tras numerosísimos intentos, por fin aquellas ratas lograron encontrar la salida. A partir de ahí, empiezan los datos llamativos: los hijos de esas ratas fueron capaces de salir del laberinto en su primer intento; pero –todavía más curioso- lo mismo ocurrió con ratas de la misma especie, a las que se sometió a ese experimento en las antípodas. Basándose en estos experimentos, Sheldrake acuñó el concepto de “campos morfogenéticos” para tratar de explicar los cambios que ocurren entre miembros de una misma especie, sin que haya mediado contacto “físico” entre ellos.
Rupert Sheldrake, biólogo y bioquímico británico. Introdujo unas ratas de laboratorio en un laberinto especialmente complicado. Tras numerosísimos intentos, por fin aquellas ratas lograron encontrar la salida. A partir de ahí, empiezan los datos llamativos: los hijos de esas ratas fueron capaces de salir del laberinto en su primer intento; pero –todavía más curioso- lo mismo ocurrió con ratas de la misma especie, a las que se sometió a ese experimento en las antípodas. Basándose en estos experimentos, Sheldrake acuñó el concepto de “campos morfogenéticos” para tratar de explicar los cambios que ocurren entre miembros de una misma especie, sin que haya mediado contacto “físico” entre ellos.
Un mundo mejor es posible
Esto me lleva a recordar una situación que se dio en la ciudad dónde vivo, en un determinado barrio dónde la expansión de la ciudad abarcó un asentamiento marginal de unas 100 familias. Debido a esa necesidad de expansión, las nuevas urbanizaciones absorbieron el barrio. Para describiros como era ese barrio os diré que la droga corría sin freno, los niños en las calles sin escolarizar, las calles sin asfaltar y sin alumbrado. Por la noche, a la propia policía le daba temor a entrar, las fogatas en las calles eran habituales... la ley del más fuerte era la que predominaba, desorden, caos...
Pero el progreso es el progreso y la necesidad de la ciudad es expandirse, así el Ayuntamiento, lejos de derribar las casas y expulsar de allí a sus habitantes, optó por una solución más inteligente, comenzó a construir viviendas a su alrededor, edificios dónde habitarían personas de otra condición y formas de vida, creó espacios verdes y de recreo para niños y adultos, se construyó una escuela, un centro médico para cubrir las necesidades de una gran población, asfaltó y alumbró el viejo barrio y lo dotó de árboles en sus aceras... y así con el paso de los años, esa población que estaba marginada y dejada de la mano de Dios, fue integrándose poco a poco en el nuevo escenario; los niños fueron escolarizados, las familias a través de actividades promovidas por el colegio, cooperaban y participaban, creció el barrio en servicios, nada queda ya de aquel barrio caótico y desordenado.
Evidentemente, no todas las familias se quedaron en el viejo barrio, hubo algunas que se fueron porque no podían soportar el cambio de vida, pero la mayoría si adoptaron esa nueva forma de funcionar y vivir. Hoy se puede decir que es un barrio más dentro de la gran ciudad.
Quizás nuestras conexiones con los demás son mucho más fuertes de lo que creemos y nuestro grado de determinación e influencia en el mundo es mucho más potente de lo que nos parece. Comparto la opinión de que cada uno tenemos parte de responsabilidad de todo lo que acontece en nuestras vidas y en el mundo, podemos ser parte del problema o parte de la solución. El futuro de la humanidad y del planeta dependen de que el ser humano crezca en consciencia y esto lleva implícito abandonar nuestro sentido egoíco y permitir que aflore el sentido de unidad.
Por eso, todo lo que hagamos en esa dirección contribuye a acrecentar la “masa crítica” que haga posible el cambio. La mente humana es todavía muy inmadura, somos como adolescentes y ya sabemos todos las consecuencias de ese estado. Estamos en un momento crucial para la humanidad, un momento transitorio (que no sabemos lo que durará) pero lo que es innegable es que la evolución humana es imparable.
“Deja de intentar cambiar al mundo. Ama al mundo. Eso lo cambia todo”. (Jeff Foster)
Pero el progreso es el progreso y la necesidad de la ciudad es expandirse, así el Ayuntamiento, lejos de derribar las casas y expulsar de allí a sus habitantes, optó por una solución más inteligente, comenzó a construir viviendas a su alrededor, edificios dónde habitarían personas de otra condición y formas de vida, creó espacios verdes y de recreo para niños y adultos, se construyó una escuela, un centro médico para cubrir las necesidades de una gran población, asfaltó y alumbró el viejo barrio y lo dotó de árboles en sus aceras... y así con el paso de los años, esa población que estaba marginada y dejada de la mano de Dios, fue integrándose poco a poco en el nuevo escenario; los niños fueron escolarizados, las familias a través de actividades promovidas por el colegio, cooperaban y participaban, creció el barrio en servicios, nada queda ya de aquel barrio caótico y desordenado.
Evidentemente, no todas las familias se quedaron en el viejo barrio, hubo algunas que se fueron porque no podían soportar el cambio de vida, pero la mayoría si adoptaron esa nueva forma de funcionar y vivir. Hoy se puede decir que es un barrio más dentro de la gran ciudad.
Quizás nuestras conexiones con los demás son mucho más fuertes de lo que creemos y nuestro grado de determinación e influencia en el mundo es mucho más potente de lo que nos parece. Comparto la opinión de que cada uno tenemos parte de responsabilidad de todo lo que acontece en nuestras vidas y en el mundo, podemos ser parte del problema o parte de la solución. El futuro de la humanidad y del planeta dependen de que el ser humano crezca en consciencia y esto lleva implícito abandonar nuestro sentido egoíco y permitir que aflore el sentido de unidad.
Por eso, todo lo que hagamos en esa dirección contribuye a acrecentar la “masa crítica” que haga posible el cambio. La mente humana es todavía muy inmadura, somos como adolescentes y ya sabemos todos las consecuencias de ese estado. Estamos en un momento crucial para la humanidad, un momento transitorio (que no sabemos lo que durará) pero lo que es innegable es que la evolución humana es imparable.
“Deja de intentar cambiar al mundo. Ama al mundo. Eso lo cambia todo”. (Jeff Foster)