Desde que el ser humano fue consciente de sí mismo, buscó en la Naturaleza el remedio a sus enfermedades. Los hechiceros de las primeras comunidades, que aún perduran en algunas tribus centroafricanas, han dejado paso a los médicos especialistas de los grandes hospitales. La cuestión estriba en saber si al poner nuestra salud en manos de la tecnología no habremos dejado de lado nuestra vinculación con la Madre Naturaleza. La homeopatía quizás sea un puente de unión entre las medicinas tradicionales y los nuevos paradigmas médicos del siglo XXI.
La medicina actual basa sus terapias, tanto en hospital como en ambulatorio, en la aplicación de drogas de síntesis. Esta actitud frente a la enfermedad se basa en la aplicación directa, sobre los receptores celulares, de aquellos elementos que tienen la facultad de reconstruir las deficiencias físicas que han producido una enfermedad. Estas
drogas de síntesis son el resultado actual de las terapias que antaño se efectuaban a través de las plantas medicinales. De hecho, la moderna farmacopea está basada en los remedios que se aplicaban en épocas antiguas por los médicos y curanderos. Por ejemplo, la hoja de la digital ya era utilizada en el siglo XVIII para combatir la retención de líquidos producida por una disfunción cardíaca. Los investigadores del siglo XX descubrieron cual era el principio activo de la citada hoja, la digitalina, explicando así cual era la cualidad de la planta que permitía actuar sobre las dolencias cardíacas.
Posteriormente, la digitalina fue obtenida sintéticamente en laboratorio y se le aplicó el nombre de digoxina. Es decir, que la ciencia moderna prescinde de la planta o sus derivados, como es el caso de la homeopatía. En cierta ocasión, en apoyo de esta afirmación, escuché de boca de José María Doria, investigador y terapeuta, la siguiente reflexión: «Aunque la ciencia consiga juntar en un solo comprimido todos los componentes de una semilla, si lo pones en la tierra no crecerá de él una planta, le faltará lo principal, la vida».
La homeopatía (del griego homoios, ‘similar’ y pathos, ‘sufrimiento’) es un controvertido sistema de medicina alternativa, caracterizado por el uso de remedios carentes de ingredientes químicamente activos. Fue desarrollada por el médico sajón Samuel Hahnemann (1755–1843) a principios del siglo XIX, publicando la primera edición de su obra magna, Organon der rationellen Heilkunde, en 1810. Hahnemann la presentó como respuesta a la terapéutica predominante de la época, identificada por él como sistema alopático natural y prefiere emplear la droga sintética pura. Entre otras, la razón que aducen los médicos es que con las drogas sintéticas es más sencillo aplicar la dosis adecuada en cada caso, además de eliminar los efectos indeseables que podrían producir otros principios activos que están presentes en la planta. No contemplan que cuando el paciente toma una pastilla con un solo principio activo, quizás esté renunciando a otros beneficios terapéuticos que tal vez contuviera la planta medicinal original.
La argumentación de la medicina convencional es válida si sólo se contempla la relación entre dosis y efecto. Por el contrario, si tenemos en cuenta la relación tan estrecha que existe entre el ser humano y la naturaleza, quizás podríamos encontrar argumentos suficientes a favor de la aplicación de remedios naturales, como para plantearnos una reconversión hacia las terapias basadas en las plantas medicinales o alopatía, en contraposición a su propio sistema. Aunque ramas del saber médico como la anatomía y la fisiología habían dado importantes pasos para convertirse en científicas, sobre todo desde el Renacimiento, la terapéutica seguía siendo dominada por las enseñanzas de Hipócrates y de Galeno, y se venía tratando a los enfermos mediante medidas extremas como purgantes, vomitivos y, sobre todo, sangrías a menudo hasta el límite del desmayo. Una evaluación con los conocimiento actuales de esta etapa de la historia del arte terapéutico, lleva a la conclusión de que los médicos estuvieron haciendo más mal que bien durante esos casi dos mil años. La propuesta de Hahnemann resultaba mucho más benigna, porque desde el principio propuso la utilización de preparaciones muy diluidas, aunque no tanto como las que se han venido usando después, precisamente para evitar los efectos negativos.
Desengañado por estos procedimientos médicos, Hahnemann desarrolló un sistema de tratamiento basado en el principio original de que «los semejantes curan los semejantes». Este principio se basaba en los escritos médicos de los antiguos griegos
y también existía en la medicina popular alemana de la época en que vivió Hahnemann. Su nuevo sistema de curación se basaba en un descubrimiento en relación con los efectos de la corteza de quino sobre el paludismo.
En la época de Hahnemann, la quina era el tratamiento aplicado al paludismo, uno de cuyos síntomas principales son las fiebres intermitentes. Hahnemann experimentó consigo mismo y tomó quina durante varios días en dosis repetidas; con gran sorpresa por su parte la quina le produjo los mismos síntomas de las fiebres palúdicas recurrentes. Según esto, el tratamiento del paludismo producía en un individuo sano todos los síntomas de la enfermedad.
Hahnemann supuso que la quina curaba el paludismo porque inducía en el organismo una enfermedad artificial, parecida a aquél, con lo que movilizaba los mecanismos de defensa propios del cuerpo. En consecuencia, si la quina curaba en virtud del principio de que los semejantes curan semejantes, otras enfermedades quizás podrían curarse de manera similar mediante medicamentos de los que se supiera que reproducían los síntomas de las enfermedades, utilizándolos una vez se hubiesen descrito completamente sus efectos sobre una persona sana.
Como profesor de la Universidad de Leipzig, Hahnemann instituyó una serie de experimentos en los que un grupo de estudiantes sanos recibieron pequeñas dosis de determinadas plantas u otras sustancias, a fin de tomar nota de las reacciones comunes. Cada alumno llevaba un protocolo detallado de las reacciones físicas, emocionales y psíquicas. En base a estas experimentaciones del medicamento, empezó a acumularse una nueva Materia Médica.
Las indicaciones para el uso medicinal de cada remedio vegetal se establecían con arreglo a los síntomas que ese medicamento inducía en una persona sana. El remedio homeopático se elegía para el tratamiento de una enfermedad en virtud de su capacidad para reproducir el «complejo sintomático total» en una persona sana. En relación con esta elaboración del «complejo sintomático» por parte del homeópata que va a prescribir un remedio, interesa observar que se prestaba a los síntomas mentales y emocionales tanta o más atención que a los síntomas físicos. El médico de nuestros días tiende a hacer lo contrario, dando más importancia a los síntomas físicos que a los emocionales y mentales. Considerada desde este punto de vista, la homeopatía fue una de las primeras disciplinas médicas holísticas que dedicó atención a las indisposiciones tanto de la mente como del cuerpo.
Hahnemann trató muchas enfermedades con gran éxito terapéutico, pero en el transcurso de sus investigaciones, aún hizo un descubrimiento de suma importancia, y fue que cuando trató de diluir los remedios administrados a sus pacientes halló que, sorprendentemente, cuanto mayor era la dilución más eficaz era el tratamiento. El proceso de dilución repetida, por lo visto, confería más potencia a los remedios, motivo por el cual Hahnemann dio a esta técnica el nombre de «potenciación». En muchos de los medicamentos administrados la dilución llegaba a ser tan alta que probablemente no quedaba en ellos ni una sola molécula de la planta medicinal originaria.
La mayor eficacia de las concentraciones cada vez más débiles observada por Hahnemann ciertamente contradice muchos de los principios vigentes de la farmacología actual en lo tocante a la relación entre dosis y efecto. El profesional formado en la escuela convencional ha aprendido que para obtener efectos terapéuticos de los remedios sobre los receptores celulares del organismo es preciso administrar dosis adecuadas a fin de obtener unos niveles apreciables de concentración en sangre y, sin embargo, con los procedimientos homeopáticos se logran efectos sobre el cuerpo físico mediante una concentración indetectable de una sustancia.
Los resultados de la investigación y de la práctica homeopáticas se publican habitualmente en revistas específicas o de medicina alternativa, como Homeopathy, rara vez en publicaciones médicas o científicas generales. La posición de la comunidad homeópata es que esta práctica es efectiva en el tratamiento de una multitud de patologías, que los resultados de los ensayos clínicos son complejos, y que la metodología empleada por la ciencia actual para verificar la eficacia de las terapias no se adapta a la especificidad de la homeopatía.
La posición dominante en la literatura científica es que la homeopatía no ha sido capaz de demostrar por medios objetivos una efectividad específica, es decir, mayor que la del efecto placebo, y que ello no se puede atribuir a una incompatibilidad con la metodología vigente, así como que es posible desarrollar métodos a la vez válidos y que atiendan a cualquier posible especificidad de la práctica homeopática. Esto último sería cierto si los científicos oficiales hubieran abierto las puertas a tecnología específica que investigara los campos etéricos y astrales, algo que sólo sucede en laboratorios particulares o universitarios y cuyos resultados son contemplados por la ciencia oficial como poco fiables o poco dignos de consideración.
Las dos principales revistas homeopáticas, Homeopathy y Journal of Alternative and Complementary Medicine, han publicado en 2008 las actas de un debate que resume las dos posiciones y los puntos de oposición.
La medicina actual basa sus terapias, tanto en hospital como en ambulatorio, en la aplicación de drogas de síntesis. Esta actitud frente a la enfermedad se basa en la aplicación directa, sobre los receptores celulares, de aquellos elementos que tienen la facultad de reconstruir las deficiencias físicas que han producido una enfermedad. Estas
drogas de síntesis son el resultado actual de las terapias que antaño se efectuaban a través de las plantas medicinales. De hecho, la moderna farmacopea está basada en los remedios que se aplicaban en épocas antiguas por los médicos y curanderos. Por ejemplo, la hoja de la digital ya era utilizada en el siglo XVIII para combatir la retención de líquidos producida por una disfunción cardíaca. Los investigadores del siglo XX descubrieron cual era el principio activo de la citada hoja, la digitalina, explicando así cual era la cualidad de la planta que permitía actuar sobre las dolencias cardíacas.
Posteriormente, la digitalina fue obtenida sintéticamente en laboratorio y se le aplicó el nombre de digoxina. Es decir, que la ciencia moderna prescinde de la planta o sus derivados, como es el caso de la homeopatía. En cierta ocasión, en apoyo de esta afirmación, escuché de boca de José María Doria, investigador y terapeuta, la siguiente reflexión: «Aunque la ciencia consiga juntar en un solo comprimido todos los componentes de una semilla, si lo pones en la tierra no crecerá de él una planta, le faltará lo principal, la vida».
La homeopatía (del griego homoios, ‘similar’ y pathos, ‘sufrimiento’) es un controvertido sistema de medicina alternativa, caracterizado por el uso de remedios carentes de ingredientes químicamente activos. Fue desarrollada por el médico sajón Samuel Hahnemann (1755–1843) a principios del siglo XIX, publicando la primera edición de su obra magna, Organon der rationellen Heilkunde, en 1810. Hahnemann la presentó como respuesta a la terapéutica predominante de la época, identificada por él como sistema alopático natural y prefiere emplear la droga sintética pura. Entre otras, la razón que aducen los médicos es que con las drogas sintéticas es más sencillo aplicar la dosis adecuada en cada caso, además de eliminar los efectos indeseables que podrían producir otros principios activos que están presentes en la planta. No contemplan que cuando el paciente toma una pastilla con un solo principio activo, quizás esté renunciando a otros beneficios terapéuticos que tal vez contuviera la planta medicinal original.
La argumentación de la medicina convencional es válida si sólo se contempla la relación entre dosis y efecto. Por el contrario, si tenemos en cuenta la relación tan estrecha que existe entre el ser humano y la naturaleza, quizás podríamos encontrar argumentos suficientes a favor de la aplicación de remedios naturales, como para plantearnos una reconversión hacia las terapias basadas en las plantas medicinales o alopatía, en contraposición a su propio sistema. Aunque ramas del saber médico como la anatomía y la fisiología habían dado importantes pasos para convertirse en científicas, sobre todo desde el Renacimiento, la terapéutica seguía siendo dominada por las enseñanzas de Hipócrates y de Galeno, y se venía tratando a los enfermos mediante medidas extremas como purgantes, vomitivos y, sobre todo, sangrías a menudo hasta el límite del desmayo. Una evaluación con los conocimiento actuales de esta etapa de la historia del arte terapéutico, lleva a la conclusión de que los médicos estuvieron haciendo más mal que bien durante esos casi dos mil años. La propuesta de Hahnemann resultaba mucho más benigna, porque desde el principio propuso la utilización de preparaciones muy diluidas, aunque no tanto como las que se han venido usando después, precisamente para evitar los efectos negativos.
Desengañado por estos procedimientos médicos, Hahnemann desarrolló un sistema de tratamiento basado en el principio original de que «los semejantes curan los semejantes». Este principio se basaba en los escritos médicos de los antiguos griegos
y también existía en la medicina popular alemana de la época en que vivió Hahnemann. Su nuevo sistema de curación se basaba en un descubrimiento en relación con los efectos de la corteza de quino sobre el paludismo.
En la época de Hahnemann, la quina era el tratamiento aplicado al paludismo, uno de cuyos síntomas principales son las fiebres intermitentes. Hahnemann experimentó consigo mismo y tomó quina durante varios días en dosis repetidas; con gran sorpresa por su parte la quina le produjo los mismos síntomas de las fiebres palúdicas recurrentes. Según esto, el tratamiento del paludismo producía en un individuo sano todos los síntomas de la enfermedad.
Hahnemann supuso que la quina curaba el paludismo porque inducía en el organismo una enfermedad artificial, parecida a aquél, con lo que movilizaba los mecanismos de defensa propios del cuerpo. En consecuencia, si la quina curaba en virtud del principio de que los semejantes curan semejantes, otras enfermedades quizás podrían curarse de manera similar mediante medicamentos de los que se supiera que reproducían los síntomas de las enfermedades, utilizándolos una vez se hubiesen descrito completamente sus efectos sobre una persona sana.
Como profesor de la Universidad de Leipzig, Hahnemann instituyó una serie de experimentos en los que un grupo de estudiantes sanos recibieron pequeñas dosis de determinadas plantas u otras sustancias, a fin de tomar nota de las reacciones comunes. Cada alumno llevaba un protocolo detallado de las reacciones físicas, emocionales y psíquicas. En base a estas experimentaciones del medicamento, empezó a acumularse una nueva Materia Médica.
Las indicaciones para el uso medicinal de cada remedio vegetal se establecían con arreglo a los síntomas que ese medicamento inducía en una persona sana. El remedio homeopático se elegía para el tratamiento de una enfermedad en virtud de su capacidad para reproducir el «complejo sintomático total» en una persona sana. En relación con esta elaboración del «complejo sintomático» por parte del homeópata que va a prescribir un remedio, interesa observar que se prestaba a los síntomas mentales y emocionales tanta o más atención que a los síntomas físicos. El médico de nuestros días tiende a hacer lo contrario, dando más importancia a los síntomas físicos que a los emocionales y mentales. Considerada desde este punto de vista, la homeopatía fue una de las primeras disciplinas médicas holísticas que dedicó atención a las indisposiciones tanto de la mente como del cuerpo.
Hahnemann trató muchas enfermedades con gran éxito terapéutico, pero en el transcurso de sus investigaciones, aún hizo un descubrimiento de suma importancia, y fue que cuando trató de diluir los remedios administrados a sus pacientes halló que, sorprendentemente, cuanto mayor era la dilución más eficaz era el tratamiento. El proceso de dilución repetida, por lo visto, confería más potencia a los remedios, motivo por el cual Hahnemann dio a esta técnica el nombre de «potenciación». En muchos de los medicamentos administrados la dilución llegaba a ser tan alta que probablemente no quedaba en ellos ni una sola molécula de la planta medicinal originaria.
La mayor eficacia de las concentraciones cada vez más débiles observada por Hahnemann ciertamente contradice muchos de los principios vigentes de la farmacología actual en lo tocante a la relación entre dosis y efecto. El profesional formado en la escuela convencional ha aprendido que para obtener efectos terapéuticos de los remedios sobre los receptores celulares del organismo es preciso administrar dosis adecuadas a fin de obtener unos niveles apreciables de concentración en sangre y, sin embargo, con los procedimientos homeopáticos se logran efectos sobre el cuerpo físico mediante una concentración indetectable de una sustancia.
Los resultados de la investigación y de la práctica homeopáticas se publican habitualmente en revistas específicas o de medicina alternativa, como Homeopathy, rara vez en publicaciones médicas o científicas generales. La posición de la comunidad homeópata es que esta práctica es efectiva en el tratamiento de una multitud de patologías, que los resultados de los ensayos clínicos son complejos, y que la metodología empleada por la ciencia actual para verificar la eficacia de las terapias no se adapta a la especificidad de la homeopatía.
La posición dominante en la literatura científica es que la homeopatía no ha sido capaz de demostrar por medios objetivos una efectividad específica, es decir, mayor que la del efecto placebo, y que ello no se puede atribuir a una incompatibilidad con la metodología vigente, así como que es posible desarrollar métodos a la vez válidos y que atiendan a cualquier posible especificidad de la práctica homeopática. Esto último sería cierto si los científicos oficiales hubieran abierto las puertas a tecnología específica que investigara los campos etéricos y astrales, algo que sólo sucede en laboratorios particulares o universitarios y cuyos resultados son contemplados por la ciencia oficial como poco fiables o poco dignos de consideración.
Las dos principales revistas homeopáticas, Homeopathy y Journal of Alternative and Complementary Medicine, han publicado en 2008 las actas de un debate que resume las dos posiciones y los puntos de oposición.
Qué dice la teoría
La teoría de la homeopatía sostiene que los mismos síntomas que provoca una sustancia tóxica en una persona sana pueden ser curados por un remedio preparado con la misma sustancia tóxica, siguiendo el principio enunciado como similia similibus curantur (lo similar se cura con lo similar).
El concepto homeopático de enfermedad difiere del de la medicina convencional: la cual considera que la raíz del mal es energética en vez de física, y que el malestar se manifiesta primero con síntomas emocionales pasando a ser, si no se tratan a tiempo, síntomas mentales, conductuales y por último físicos. Como resume G. Weissmann, para Hahnemann la enfermedad no es causada por ningún agente físico sino por la falta de armonía con la «fuerza vital», así que se preguntaba «¿Ha visto alguien alguna vez la materia de la gota o el veneno de la escrófula?». Unas décadas después de la muerte de Hahnemann, Garrod demostró que el urato monosódico es «la materia de la gota» y Koch que el Mycobacterium tuberculosis es «el veneno de la escrófula». Sin embargo, para los homeópatas la gota y la tuberculosis siguen teniendo su origen en un desequilibrio de la energía vital.
Como podemos apreciar la cuestión entre los postulados de unos y otros se diferencian en que no están hablando del mismo tema, para los científicos oficiales los tratamientos sólo deben ser aplicados sobre el cuerpo físico, mientras para los homeópatas deben estar dirigidos al cuerpo etérico.
De esta forma, los homeópatas creen que sus microdosis tienen interacción sobre el sistema energético sutil humano, es decir, el cuerpo etérico, aunque no saben a ciencia cierta como es ello posible. El agua es el elemento utilizado por los homeópatas para diluir los principios activos y de todos es conocido el poder de absorción de energías que tiene el agua. Por tanto, al efectuar la preparación homeopática de la planta medicinal, se eliminan las propiedades físicas de sus principios activos, dejando que predominen las cualidades energéticas sutiles que permanecen absorbidas por el agua. Cada planta tiene una signatura energética individual que, al ser diluida en agua, sintoniza con la frecuencia vibratoria del enfermo, haciendo que la plantilla holográfica que constituye el cuerpo etérico, vibre con la frecuencia adecuada para recomponer su estructura dañada, devolviendo a la célula la carga energética que necesita para su total recuperación.
Dicho de otro modo, en homeopatía se elige el remedio con arreglo a su capacidad para estimular y reequilibrar el cuerpo físico suministrándole una frecuencia específica de energía sutil. Si la frecuencia del remedio corresponde a la del estado patológico del paciente, se producirá una transferencia de energía resonante que podrá ser asimilada por el sistema bioenergético del paciente, permitiéndole expulsar las toxicidades y recuperar un nuevo punto de equilibrio de la salud.
De acuerdo con los homeópatas, la medicina convencional ve los síntomas como signos de enfermedad. Los modernos tratamientos intentan combatir la enfermedad eliminando la causa de los síntomas. Según la homeopatía, sin embargo, los síntomas son en realidad la forma que tiene el cuerpo de combatir el mal. La homeopatía enseña que esos síntomas deben ser potenciados prescribiendo un remedio en minúsculas dosis el cual, en grandes dosis, produciría los mismos síntomas que presenta el paciente. En el discurso actual de la homeopatía se expresa que los remedios homeopáticos pretenden estimular el sistema inmunitario, colaborando en la curación.
Por último, veamos cómo se preparan los remedios homeopáticos. Generalmente, los remedios se preparan poniendo en maceración con alcohol la planta medicinal originaria. Se toma una parte de ese extracto o «tintura» y se le añaden 9 ó 99 partes de agua. (Las diluciones realizadas en proporción de 1:10 se denominan potencias decimales o «X»; las que emplean la razón 1:100 son potencias centesimales o «C»). Acto seguido se procede a agitar fuertemente el recipiente que contiene la mezcla de extracto y agua.
Se toma una gota de esa solución y se le añaden 9 ó 99 partes de agua (nuevamente, en función del sistema que se esté utilizando, y empleando siempre la misma escala de dilución). Se agita de nuevo enérgicamente la mezcla y se repite así el proceso de dilución una y otra vez.
Este proceso recibe el nombre de «potenciación» o «dinamización», y el motivo de esa terminología es que, al ser medicamentos homeopáticos, se considera que la potencia de sus propiedades curativas aumenta conforme se incrementa la disolución, y se dice que los remedios preparados con arreglo a este método han sido «potenciados» o «dinamizados».
Una solución que ha sido diluida 10 veces en la proporción de 1:10 se clasifica con la sigla 10X; una solución similar diluida 10 veces en la proporción 1:100 se denomina 10C. La verdadera concentración molecular de una potencia I0X es de 10-10 o de una diezmilmillonésima; una potencia de 10C representa en realidad un 10-20. El líquido resultante se agrega a una botella de comprimidos de lactosa para su administración a los pacientes. No deja de ser paradójico que cuanto mayor la potencia homeopática, menos probable es que exista en el preparado una sola molécula de la sustancia inicial. De todos es sabido las propiedades del agua de absorber y retener energías sutiles beneficiosas para el organismo, en el proceso de potenciación homeopática, la dilución progresiva elimina los elementos moleculares de la parte física de la planta medicinal y deja en el agua sólo las cualidades de la energía sutil de esa planta.
Es importante que empiece a cobrar forma un modelo para la comprensión de las terapias médicas alternativas. El cuerpo etérico facilita el acceso a nuestros sistemas energéticos sutiles, a pesar de que la medicina newtoniana no los tiene en cuenta. Es mucho más fácil limitarse a negar los sistemas de curación alternativos que investigar sobre ellos, desarrollando los métodos y técnicas que hagan posible su comprobación y aplicación metodológica.
Ciertos fenómenos como la curación por imposición de manos y la medicina homeopática ofrecen a la ciencia observaciones reproducibles que no se pueden descartar por el procedimiento de seguir negándolas. Muchos no se han enterado todavía que los trabajos desarrollados por el doctor Grad en la Universidad McGill de Montreal merecieron el reconocimiento oficial al recibir un premio de la Fundación CIBA, institución científica patrocinada por una de las compañías farmacéuticas más importantes del mundo.
Sólo en los últimos decenios ha progresado la técnica al punto que científicos progresistas como el doctor Grad pueden iniciar el proceso de verificación y medición de las energías que actúan sobre esos sistemas sutiles. Con el tiempo, estas iniciativas servirán para disipar la aureola de fraude que envuelve la práctica de las terapias vibracionales y, de esa forma, la medicina holística de este milenio podrá incorporar en sus tratamientos aquellas terapias que una visión del hombre y del universo mal entendida han relegado al plano de lo mágico, lo irracional o lo supersticioso.
El concepto homeopático de enfermedad difiere del de la medicina convencional: la cual considera que la raíz del mal es energética en vez de física, y que el malestar se manifiesta primero con síntomas emocionales pasando a ser, si no se tratan a tiempo, síntomas mentales, conductuales y por último físicos. Como resume G. Weissmann, para Hahnemann la enfermedad no es causada por ningún agente físico sino por la falta de armonía con la «fuerza vital», así que se preguntaba «¿Ha visto alguien alguna vez la materia de la gota o el veneno de la escrófula?». Unas décadas después de la muerte de Hahnemann, Garrod demostró que el urato monosódico es «la materia de la gota» y Koch que el Mycobacterium tuberculosis es «el veneno de la escrófula». Sin embargo, para los homeópatas la gota y la tuberculosis siguen teniendo su origen en un desequilibrio de la energía vital.
Como podemos apreciar la cuestión entre los postulados de unos y otros se diferencian en que no están hablando del mismo tema, para los científicos oficiales los tratamientos sólo deben ser aplicados sobre el cuerpo físico, mientras para los homeópatas deben estar dirigidos al cuerpo etérico.
De esta forma, los homeópatas creen que sus microdosis tienen interacción sobre el sistema energético sutil humano, es decir, el cuerpo etérico, aunque no saben a ciencia cierta como es ello posible. El agua es el elemento utilizado por los homeópatas para diluir los principios activos y de todos es conocido el poder de absorción de energías que tiene el agua. Por tanto, al efectuar la preparación homeopática de la planta medicinal, se eliminan las propiedades físicas de sus principios activos, dejando que predominen las cualidades energéticas sutiles que permanecen absorbidas por el agua. Cada planta tiene una signatura energética individual que, al ser diluida en agua, sintoniza con la frecuencia vibratoria del enfermo, haciendo que la plantilla holográfica que constituye el cuerpo etérico, vibre con la frecuencia adecuada para recomponer su estructura dañada, devolviendo a la célula la carga energética que necesita para su total recuperación.
Dicho de otro modo, en homeopatía se elige el remedio con arreglo a su capacidad para estimular y reequilibrar el cuerpo físico suministrándole una frecuencia específica de energía sutil. Si la frecuencia del remedio corresponde a la del estado patológico del paciente, se producirá una transferencia de energía resonante que podrá ser asimilada por el sistema bioenergético del paciente, permitiéndole expulsar las toxicidades y recuperar un nuevo punto de equilibrio de la salud.
De acuerdo con los homeópatas, la medicina convencional ve los síntomas como signos de enfermedad. Los modernos tratamientos intentan combatir la enfermedad eliminando la causa de los síntomas. Según la homeopatía, sin embargo, los síntomas son en realidad la forma que tiene el cuerpo de combatir el mal. La homeopatía enseña que esos síntomas deben ser potenciados prescribiendo un remedio en minúsculas dosis el cual, en grandes dosis, produciría los mismos síntomas que presenta el paciente. En el discurso actual de la homeopatía se expresa que los remedios homeopáticos pretenden estimular el sistema inmunitario, colaborando en la curación.
Por último, veamos cómo se preparan los remedios homeopáticos. Generalmente, los remedios se preparan poniendo en maceración con alcohol la planta medicinal originaria. Se toma una parte de ese extracto o «tintura» y se le añaden 9 ó 99 partes de agua. (Las diluciones realizadas en proporción de 1:10 se denominan potencias decimales o «X»; las que emplean la razón 1:100 son potencias centesimales o «C»). Acto seguido se procede a agitar fuertemente el recipiente que contiene la mezcla de extracto y agua.
Se toma una gota de esa solución y se le añaden 9 ó 99 partes de agua (nuevamente, en función del sistema que se esté utilizando, y empleando siempre la misma escala de dilución). Se agita de nuevo enérgicamente la mezcla y se repite así el proceso de dilución una y otra vez.
Este proceso recibe el nombre de «potenciación» o «dinamización», y el motivo de esa terminología es que, al ser medicamentos homeopáticos, se considera que la potencia de sus propiedades curativas aumenta conforme se incrementa la disolución, y se dice que los remedios preparados con arreglo a este método han sido «potenciados» o «dinamizados».
Una solución que ha sido diluida 10 veces en la proporción de 1:10 se clasifica con la sigla 10X; una solución similar diluida 10 veces en la proporción 1:100 se denomina 10C. La verdadera concentración molecular de una potencia I0X es de 10-10 o de una diezmilmillonésima; una potencia de 10C representa en realidad un 10-20. El líquido resultante se agrega a una botella de comprimidos de lactosa para su administración a los pacientes. No deja de ser paradójico que cuanto mayor la potencia homeopática, menos probable es que exista en el preparado una sola molécula de la sustancia inicial. De todos es sabido las propiedades del agua de absorber y retener energías sutiles beneficiosas para el organismo, en el proceso de potenciación homeopática, la dilución progresiva elimina los elementos moleculares de la parte física de la planta medicinal y deja en el agua sólo las cualidades de la energía sutil de esa planta.
Es importante que empiece a cobrar forma un modelo para la comprensión de las terapias médicas alternativas. El cuerpo etérico facilita el acceso a nuestros sistemas energéticos sutiles, a pesar de que la medicina newtoniana no los tiene en cuenta. Es mucho más fácil limitarse a negar los sistemas de curación alternativos que investigar sobre ellos, desarrollando los métodos y técnicas que hagan posible su comprobación y aplicación metodológica.
Ciertos fenómenos como la curación por imposición de manos y la medicina homeopática ofrecen a la ciencia observaciones reproducibles que no se pueden descartar por el procedimiento de seguir negándolas. Muchos no se han enterado todavía que los trabajos desarrollados por el doctor Grad en la Universidad McGill de Montreal merecieron el reconocimiento oficial al recibir un premio de la Fundación CIBA, institución científica patrocinada por una de las compañías farmacéuticas más importantes del mundo.
Sólo en los últimos decenios ha progresado la técnica al punto que científicos progresistas como el doctor Grad pueden iniciar el proceso de verificación y medición de las energías que actúan sobre esos sistemas sutiles. Con el tiempo, estas iniciativas servirán para disipar la aureola de fraude que envuelve la práctica de las terapias vibracionales y, de esa forma, la medicina holística de este milenio podrá incorporar en sus tratamientos aquellas terapias que una visión del hombre y del universo mal entendida han relegado al plano de lo mágico, lo irracional o lo supersticioso.