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Los maestros canteros cuando construían una iglesia románica o trabajaban en una catedral o cualquier otro edificio en el que debían conjugarse de forma sabia no sólo el conocimiento sino las energías propias del lugar, diseñaban el edificio como si se tratara de una placa de un circuito integrado por cuyos elementos debía discurrir de forma adecuada la energía. Así la distribuían, la canalizaban, la potenciaban o la desviaban dependiendo de lo que cada espacio requería según la función a la que estaba destinado.
Esos sabios manejaban los elementos para conseguir lugares favorables para el recogimiento o para la elevación mística o para la conexión con lo transcendente. Ese conocimiento ha quedado plasmado en sus obras, dormido durante siglos, pero sigue ahí, dispuesto a ser descubierto, activado e incluso potenciado.
Muchos de los enclaves de nuestras iglesias, ermitas y demás edificios destinados al culto religioso se asientan, además, sobre las ruinas de edificios aún más antiguos levantados por el afán de los seres humanos –desde sus orígenes- de contactar con la Divinidad, con lo Superior.
Pero, ¿Cuál es la clave de acceso? ¿Qué código es necesario para entrar en ese otro nivel que nos permitiría beneficiarnos de las energías de esos lugares considerados sagrados?
Pues la llave que abre ese mundo de energías está en el ser humano. Cuando una persona recorre esos lugares, cuando pisa las losas desgastadas por el paso de otros peregrinos, cuando se acerca a la pila bautismal o se coloca bajo la cúpula, cuando se sitúa en el altar mayor o en el púlpito, cuando está bajo los arcos que se cruzan… cuando todo eso lo hace con un determinado nivel de conciencia, la plantilla energética se activa y el plano de esa iglesia se convierte en una replica de un cuerpo humano, donde cada uno de esos lugares tiene como función energetizar un determinado órgano o zona del cuerpo para que recupere su equilibrio, su funcionamiento armónico, su salud en definitiva. O bien para que su mente funcione como una lanzadera que le conecte con planos más elevados de conciencia. En realidad, la tierra donde se asientan esas construcciones tiene esas propiedades de forma natural, propiedades que luego son potenciadas por el uso de la geometría en la edificación.
Hemos hablado muchas veces de la fragmentación en la que vivimos las que consideramos sociedades avanzadas y que nos hace tener tres fracturas importantes: con la naturaleza, con los demás y con nuestra parte más esencial.
Hoy queremos proponeros la recuperación del vínculo que un día tuvimos con la naturaleza y hablar de cómo un paseo por el campo se puede convertir en un auténtico tratamiento sanador de nuestro cuerpo físico, de nuestro cuerpo energético y también de nuestros cuerpos mental y emocional; para armonizarlos y conseguir su equilibrio y perfecto funcionamiento.
Esos sabios manejaban los elementos para conseguir lugares favorables para el recogimiento o para la elevación mística o para la conexión con lo transcendente. Ese conocimiento ha quedado plasmado en sus obras, dormido durante siglos, pero sigue ahí, dispuesto a ser descubierto, activado e incluso potenciado.
Muchos de los enclaves de nuestras iglesias, ermitas y demás edificios destinados al culto religioso se asientan, además, sobre las ruinas de edificios aún más antiguos levantados por el afán de los seres humanos –desde sus orígenes- de contactar con la Divinidad, con lo Superior.
Pero, ¿Cuál es la clave de acceso? ¿Qué código es necesario para entrar en ese otro nivel que nos permitiría beneficiarnos de las energías de esos lugares considerados sagrados?
Pues la llave que abre ese mundo de energías está en el ser humano. Cuando una persona recorre esos lugares, cuando pisa las losas desgastadas por el paso de otros peregrinos, cuando se acerca a la pila bautismal o se coloca bajo la cúpula, cuando se sitúa en el altar mayor o en el púlpito, cuando está bajo los arcos que se cruzan… cuando todo eso lo hace con un determinado nivel de conciencia, la plantilla energética se activa y el plano de esa iglesia se convierte en una replica de un cuerpo humano, donde cada uno de esos lugares tiene como función energetizar un determinado órgano o zona del cuerpo para que recupere su equilibrio, su funcionamiento armónico, su salud en definitiva. O bien para que su mente funcione como una lanzadera que le conecte con planos más elevados de conciencia. En realidad, la tierra donde se asientan esas construcciones tiene esas propiedades de forma natural, propiedades que luego son potenciadas por el uso de la geometría en la edificación.
Hemos hablado muchas veces de la fragmentación en la que vivimos las que consideramos sociedades avanzadas y que nos hace tener tres fracturas importantes: con la naturaleza, con los demás y con nuestra parte más esencial.
Hoy queremos proponeros la recuperación del vínculo que un día tuvimos con la naturaleza y hablar de cómo un paseo por el campo se puede convertir en un auténtico tratamiento sanador de nuestro cuerpo físico, de nuestro cuerpo energético y también de nuestros cuerpos mental y emocional; para armonizarlos y conseguir su equilibrio y perfecto funcionamiento.
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Un paseo sanador
Dejar atrás el ruido y entrar en el silencio… Al principio caminamos con nuestra mochila cargada de aquello que nos preocupa, traemos con nosotros toda nuestra actualidad, los problemas y preocupaciones, los bloqueos, las dudas, las emociones, los bucles sin salida en los que a veces se mete nuestra mente…, todo un bagaje que arrastramos y que, aunque no es algo físico, pesa, pesa mucho.
A medida que avanzamos por el sendero y nos vamos adentrando en el bosque, en la pradera o en el monte, nos damos cuenta de que poco a poco vamos alejándonos de esas circunstancias y lo que nos rodea va ganando terreno. Lejos los ruidos del pueblo, de la carretera, o de la autopista, cerca el silencio, el recogimiento. Comenzamos a estar más presentes… ahora descubriendo las pequeñas matas de tomillo, romero o lavanda a los bordes del camino ofreciéndose para que las toques y puedas apreciar después su aroma impregnado en tu mano… Los hilos tenues, flotando casi imperceptibles de seda de las telas de araña que vas rompiendo a medida que avanzas –como si fueses el ganador de una carrera particular-, las ramas de los árboles, unas alzándose apuntando al cielo y otras venciéndose para acariciar tu cabeza.
Yo, desde que hice el Camino de Santiago, siempre paso mi cabeza por debajo de esas ramas, dejo que me toquen y las considero una bendición del árbol… a veces incluso salto un poco para alcanzarla y poder recibir su saludo. Durante toda la peregrinación las ramas de los árboles se convirtieron en amigos que me alentaban a seguir cuando aparecía el cansancio, me ayudaban a recuperar fuerzas y por eso nunca las esquivaba sino que las buscaba y me dejaba acariciar cerrando los ojos y musitando: “bendiciones”. La tierra crujiendo bajo tus pies, la hierba mullida que parece querer impulsarte para que no olvides que allá arriba está el cielo.
De vez en cuando, cuando llegas a un alto es bueno pararse y mirar atrás, hay otra perspectiva del camino recorrido, hay cosas que sólo puedes apreciar cuando miras atrás, descubrimientos que te ayudan a ver tu trayectoria, los pasos que has dado para llegar hasta donde ahora estás.
La forma del camino, serpenteante, a veces amplio y fácil de recorrer, otras pedregoso y tortuoso, a veces empinado, otras llano, a veces oscuro y frío y otras en cambio luminoso y cálido… como la vida misma.
Los barrancos son hendiduras en la tierra por donde se escapa una gran cantidad de energía telúrica… Es bueno recoger esa energía, adentrarte por un barranco sintiendo que accedes a las entrañas de la Madre Tierra, o simplemente caminar por los surcos que ha dejado el agua de las lluvias en el camino, andar por ellos con la idea de que tus pies recogen la energía; un surco que además está limpio porque el agua hizo su trabajo cuando discurrió por él.
Descubrir el poder de las rocas, de los árboles, de las plantas, de las montañas. Dejar que tu imaginación y tu creatividad recuerden tu etapa de niño y seas capaz de descubrir formas en las piedras que te rodean… allí un caracol, allí un elefante, ahí una paloma en su nido, allí la cabeza de un tiranosaurio, mira una pirámide… y allí en el horizonte, la copa de ese árbol recortándose sobre el cielo parece un punto flotante porque no se ve el tronco. Todo puede servir de inspiración y estimular tu fantasía.
El canto de los pájaros, sus trinos, sus gorjeos o sus imperiosas llamadas pueden traer mensajes para ti. Detente un tiempo y escucha, obsérvales en su conversación allá arriba, en las ramas más altas… ¿hablan de cercanía, de comunicación, de contacto, de encuentro, de presencia?, o quizá ¿de libertad, de valor, de desapego, de afrontar retos sobrevolando nuevos territorios?
Más adelante aprecia el silencio profundo que se encuentra más allá de los sonidos, el silencio que establecen la tierra y el cielo en una muestra de respeto mutuo, de escucha, de complicidad.
Observa el Sol saliendo tras el horizonte, despertándolo todo, haciendo que la oscuridad se retire mansamente en una batalla de antemano perdida. El paisaje se desvela con la presencia del Sol y todo se viste de luz, que al filtrarse a través de las ramas de los árboles forma un prodigioso encaje artesanal que se dibuja en el suelo.
Escucha el sonido de tus pasos y comienza el camino de reencuentro con tu verdadero Yo… Ahí no hay donde ocultarse, la naturaleza te devuelve a tu esencia, al ser que realmente eres, desnudo, sin ropajes ficticios, sin convencionalismos sociales…, un ser humano formando parte de su entorno natural.
Hasta aquí apenas nos hemos incursionado en el bienestar que nos proporciona la naturaleza. Mira el paisaje, observa y deja que tu intuición le de sentido a lo que te rodea. Una buena práctica es pedir permiso a los lugares que vas recorriendo. Es una buena práctica de los pueblos indígenas para los que sus creencias animistas les hacen sentir a toda la naturaleza como seres vivos y por eso se ponen bajo la influencia de los espíritus de las montañas, de los ríos, de los bosques. Entrar con respeto para poder recoger todos los beneficios que esos seres tienen para ti.
Así podrás descubrir que hay árboles guardianes que marcan la entrada a lugares especiales, poderosos energéticamente hablando y ¿por qué no decirlo? Sagrados. A veces es uno sólo, a veces son dos que vigilan –como centinelas- para que la energía de ese lugar se mantenga.
Dejar atrás el ruido y entrar en el silencio… Al principio caminamos con nuestra mochila cargada de aquello que nos preocupa, traemos con nosotros toda nuestra actualidad, los problemas y preocupaciones, los bloqueos, las dudas, las emociones, los bucles sin salida en los que a veces se mete nuestra mente…, todo un bagaje que arrastramos y que, aunque no es algo físico, pesa, pesa mucho.
A medida que avanzamos por el sendero y nos vamos adentrando en el bosque, en la pradera o en el monte, nos damos cuenta de que poco a poco vamos alejándonos de esas circunstancias y lo que nos rodea va ganando terreno. Lejos los ruidos del pueblo, de la carretera, o de la autopista, cerca el silencio, el recogimiento. Comenzamos a estar más presentes… ahora descubriendo las pequeñas matas de tomillo, romero o lavanda a los bordes del camino ofreciéndose para que las toques y puedas apreciar después su aroma impregnado en tu mano… Los hilos tenues, flotando casi imperceptibles de seda de las telas de araña que vas rompiendo a medida que avanzas –como si fueses el ganador de una carrera particular-, las ramas de los árboles, unas alzándose apuntando al cielo y otras venciéndose para acariciar tu cabeza.
Yo, desde que hice el Camino de Santiago, siempre paso mi cabeza por debajo de esas ramas, dejo que me toquen y las considero una bendición del árbol… a veces incluso salto un poco para alcanzarla y poder recibir su saludo. Durante toda la peregrinación las ramas de los árboles se convirtieron en amigos que me alentaban a seguir cuando aparecía el cansancio, me ayudaban a recuperar fuerzas y por eso nunca las esquivaba sino que las buscaba y me dejaba acariciar cerrando los ojos y musitando: “bendiciones”. La tierra crujiendo bajo tus pies, la hierba mullida que parece querer impulsarte para que no olvides que allá arriba está el cielo.
De vez en cuando, cuando llegas a un alto es bueno pararse y mirar atrás, hay otra perspectiva del camino recorrido, hay cosas que sólo puedes apreciar cuando miras atrás, descubrimientos que te ayudan a ver tu trayectoria, los pasos que has dado para llegar hasta donde ahora estás.
La forma del camino, serpenteante, a veces amplio y fácil de recorrer, otras pedregoso y tortuoso, a veces empinado, otras llano, a veces oscuro y frío y otras en cambio luminoso y cálido… como la vida misma.
Los barrancos son hendiduras en la tierra por donde se escapa una gran cantidad de energía telúrica… Es bueno recoger esa energía, adentrarte por un barranco sintiendo que accedes a las entrañas de la Madre Tierra, o simplemente caminar por los surcos que ha dejado el agua de las lluvias en el camino, andar por ellos con la idea de que tus pies recogen la energía; un surco que además está limpio porque el agua hizo su trabajo cuando discurrió por él.
Descubrir el poder de las rocas, de los árboles, de las plantas, de las montañas. Dejar que tu imaginación y tu creatividad recuerden tu etapa de niño y seas capaz de descubrir formas en las piedras que te rodean… allí un caracol, allí un elefante, ahí una paloma en su nido, allí la cabeza de un tiranosaurio, mira una pirámide… y allí en el horizonte, la copa de ese árbol recortándose sobre el cielo parece un punto flotante porque no se ve el tronco. Todo puede servir de inspiración y estimular tu fantasía.
El canto de los pájaros, sus trinos, sus gorjeos o sus imperiosas llamadas pueden traer mensajes para ti. Detente un tiempo y escucha, obsérvales en su conversación allá arriba, en las ramas más altas… ¿hablan de cercanía, de comunicación, de contacto, de encuentro, de presencia?, o quizá ¿de libertad, de valor, de desapego, de afrontar retos sobrevolando nuevos territorios?
Más adelante aprecia el silencio profundo que se encuentra más allá de los sonidos, el silencio que establecen la tierra y el cielo en una muestra de respeto mutuo, de escucha, de complicidad.
Observa el Sol saliendo tras el horizonte, despertándolo todo, haciendo que la oscuridad se retire mansamente en una batalla de antemano perdida. El paisaje se desvela con la presencia del Sol y todo se viste de luz, que al filtrarse a través de las ramas de los árboles forma un prodigioso encaje artesanal que se dibuja en el suelo.
Escucha el sonido de tus pasos y comienza el camino de reencuentro con tu verdadero Yo… Ahí no hay donde ocultarse, la naturaleza te devuelve a tu esencia, al ser que realmente eres, desnudo, sin ropajes ficticios, sin convencionalismos sociales…, un ser humano formando parte de su entorno natural.
Hasta aquí apenas nos hemos incursionado en el bienestar que nos proporciona la naturaleza. Mira el paisaje, observa y deja que tu intuición le de sentido a lo que te rodea. Una buena práctica es pedir permiso a los lugares que vas recorriendo. Es una buena práctica de los pueblos indígenas para los que sus creencias animistas les hacen sentir a toda la naturaleza como seres vivos y por eso se ponen bajo la influencia de los espíritus de las montañas, de los ríos, de los bosques. Entrar con respeto para poder recoger todos los beneficios que esos seres tienen para ti.
Así podrás descubrir que hay árboles guardianes que marcan la entrada a lugares especiales, poderosos energéticamente hablando y ¿por qué no decirlo? Sagrados. A veces es uno sólo, a veces son dos que vigilan –como centinelas- para que la energía de ese lugar se mantenga.
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Árboles centenarios, a veces milenarios que han acumulado su sabiduría viendo transcurrir a su sombra a generaciones y generaciones. Los pueblos antiguos ponían nombre a esos árboles, les consideraban sabios y en muchas ocasiones se reunían bajo sus ramas para tomar las decisiones importantes (acuerdos, matrimonios, transacciones…) eran los Árboles del Concejo.
Los árboles también tienen su polaridad masculina y femenina, explora, experimenta… pueden serte útiles dependiendo de lo que necesites en cada momento. Descubrirás quizá que unos activan una parte de tu mente y otros otra; tal vez cuando te aproximes a abrazarle sientas que ese árbol energetiza tu hemisferio izquierdo (consciente), otro tal vez lo haga con el derecho (subconsciente), quizá un tercero active tu inconsciente para favorecer el funcionamiento biológico.
Rocas con formas especiales que sirven para que te apoyes sobre ellas y descargues en la tierra tus “pesares”, tus dolencias, tus molestias, tus preocupaciones y desvelos. Cuando las tocas sientes como esos materiales pesados son absorbidos por la piedra y te sientes más libre, más ligero. Otras en cambio apuntan al cielo recogiendo la energía de lo superior, una energía que puedes recoger si entras en sintonía con la roca, si sientes tus pies enraizados en la Tierra y tu cabeza abierta al Universo y recoges –cual antena- la energía de ambos.
Podrás ver los pequeños riachuelos discurrir salvando desniveles, obstáculos, adentrándose por trazados imposibles…, a veces parece que se ocultan para reaparecer más tarde, enseñándonos que a veces hay periodos de nuestra vida en los que debemos profundizar y recogernos para salir fortalecidos. Observar la fuerza del elemento agua capaz de arrastrar elementos mucho más pesados que él, su constancia, su empeño. Darnos cuenta como se van acumulando a veces hojas caídas, arena, pequeñas piedras que pueden hacer que el cauce se desborde. Aprendemos que es mejor gestionar cada obstáculo que nos vamos encontrando en nuestra vida por pequeño que sea y no ignorarlos pensando que el tiempo lo arreglará, porque un día se quedará atascado ése, otro día otro y un día nos encontraremos con que tenemos que ejercer toda nuestra fuerza para salvar la barrera que se ha formado ¿en nuestras relaciones? ¿en nuestros proyectos u objetivos?
El horizonte amplio, abierto nos recuerda la importancia de ejercitar nuestra mirada lejana, abarcante, Los seres humanos que vivimos en las ciudades tenemos una mirada corta, siempre hay un edificio enfrente, siempre hay obstáculos que detienen nuestra vista y eso crea unas estructuras de pensamiento determinadas. Es por eso que es muy necesario salir al campo, pasear la mirada por el horizonte, buscar más allá, más lejos, más alto. Recorre la cima de las montañas con tu vista mientras giras despacio, lentamente, apreciando los perfiles como si con un pincel marcaras un trazo sobre el lienzo. El horizonte abierto nos recuerda que somos seres infinitos, ilimitados.
Las nubes también pueden ser una fuente de aprendizaje, sus formas, su versatilidad, sus cambios constantes nos recuerdan que las estructuras vivas se modifican constantemente, que nada permanece, que todo es transformación… ellas nos ayudan a perder el miedo a los cambios, a acostumbrarnos a que cada vez que miramos al cielo el “paisaje” de las nubes ha variado.
Seguro que cuando des rienda suelta a tu intuición descubrirás lo que necesitas y encontrarás un lugar para descansar, uno para reflexionar, una invitación a sentir, a despertar, a activar tus potencialidades dormidas. Apreciar la belleza que hay en cada flor, en cada planta, en cada brizna de hierba.
Descubrir los fractales que existen por doquier en la naturaleza: aquella pequeña piedra, más allá una roca de granito con el mismo perfil, detrás de ella aparece la colina y más lejos la montaña.
En los días de invierno, cuando la escarcha viste todo de blanco observa miles de puntos luminosos en el camino, como estrellas que resplandecen y hacen guiños cuando reciben la luz del Sol, el Cielo ha bajado a la Tierra. Y siente como la magia de la creación se manifiesta sobre una simple brizna de hierba, la humedad del rocío por el frío de la noche ha formado cristales diamantinos de las más variadas formas, diminutos, increíbles.
Pasear por el campo dándote cuenta de que hay muchos caminos, muchas sendas; seguramente todas se dirigen hacia la cumbre, todas se encontrarán al final del recorrido uniéndose… pero entretanto somos conscientes de que hay muchas posibilidades para abordar cualquier tema, que la vida es abierta, que somos seres vivos y nuestros procesos biológicos están apoyados por la Madre Naturaleza que está a nuestro servicio.
Atrévete a cambiar de camino, a explorar nuevos territorios, a aprender cosas nuevas… y siente la seguridad del bosque. Habrá momentos en que tengas que mirar al suelo para no tropezar, habrá momentos en que puedas mirar alrededor o arriba para tomar referencias.
Los árboles también tienen su polaridad masculina y femenina, explora, experimenta… pueden serte útiles dependiendo de lo que necesites en cada momento. Descubrirás quizá que unos activan una parte de tu mente y otros otra; tal vez cuando te aproximes a abrazarle sientas que ese árbol energetiza tu hemisferio izquierdo (consciente), otro tal vez lo haga con el derecho (subconsciente), quizá un tercero active tu inconsciente para favorecer el funcionamiento biológico.
Rocas con formas especiales que sirven para que te apoyes sobre ellas y descargues en la tierra tus “pesares”, tus dolencias, tus molestias, tus preocupaciones y desvelos. Cuando las tocas sientes como esos materiales pesados son absorbidos por la piedra y te sientes más libre, más ligero. Otras en cambio apuntan al cielo recogiendo la energía de lo superior, una energía que puedes recoger si entras en sintonía con la roca, si sientes tus pies enraizados en la Tierra y tu cabeza abierta al Universo y recoges –cual antena- la energía de ambos.
Podrás ver los pequeños riachuelos discurrir salvando desniveles, obstáculos, adentrándose por trazados imposibles…, a veces parece que se ocultan para reaparecer más tarde, enseñándonos que a veces hay periodos de nuestra vida en los que debemos profundizar y recogernos para salir fortalecidos. Observar la fuerza del elemento agua capaz de arrastrar elementos mucho más pesados que él, su constancia, su empeño. Darnos cuenta como se van acumulando a veces hojas caídas, arena, pequeñas piedras que pueden hacer que el cauce se desborde. Aprendemos que es mejor gestionar cada obstáculo que nos vamos encontrando en nuestra vida por pequeño que sea y no ignorarlos pensando que el tiempo lo arreglará, porque un día se quedará atascado ése, otro día otro y un día nos encontraremos con que tenemos que ejercer toda nuestra fuerza para salvar la barrera que se ha formado ¿en nuestras relaciones? ¿en nuestros proyectos u objetivos?
El horizonte amplio, abierto nos recuerda la importancia de ejercitar nuestra mirada lejana, abarcante, Los seres humanos que vivimos en las ciudades tenemos una mirada corta, siempre hay un edificio enfrente, siempre hay obstáculos que detienen nuestra vista y eso crea unas estructuras de pensamiento determinadas. Es por eso que es muy necesario salir al campo, pasear la mirada por el horizonte, buscar más allá, más lejos, más alto. Recorre la cima de las montañas con tu vista mientras giras despacio, lentamente, apreciando los perfiles como si con un pincel marcaras un trazo sobre el lienzo. El horizonte abierto nos recuerda que somos seres infinitos, ilimitados.
Las nubes también pueden ser una fuente de aprendizaje, sus formas, su versatilidad, sus cambios constantes nos recuerdan que las estructuras vivas se modifican constantemente, que nada permanece, que todo es transformación… ellas nos ayudan a perder el miedo a los cambios, a acostumbrarnos a que cada vez que miramos al cielo el “paisaje” de las nubes ha variado.
Seguro que cuando des rienda suelta a tu intuición descubrirás lo que necesitas y encontrarás un lugar para descansar, uno para reflexionar, una invitación a sentir, a despertar, a activar tus potencialidades dormidas. Apreciar la belleza que hay en cada flor, en cada planta, en cada brizna de hierba.
Descubrir los fractales que existen por doquier en la naturaleza: aquella pequeña piedra, más allá una roca de granito con el mismo perfil, detrás de ella aparece la colina y más lejos la montaña.
En los días de invierno, cuando la escarcha viste todo de blanco observa miles de puntos luminosos en el camino, como estrellas que resplandecen y hacen guiños cuando reciben la luz del Sol, el Cielo ha bajado a la Tierra. Y siente como la magia de la creación se manifiesta sobre una simple brizna de hierba, la humedad del rocío por el frío de la noche ha formado cristales diamantinos de las más variadas formas, diminutos, increíbles.
Pasear por el campo dándote cuenta de que hay muchos caminos, muchas sendas; seguramente todas se dirigen hacia la cumbre, todas se encontrarán al final del recorrido uniéndose… pero entretanto somos conscientes de que hay muchas posibilidades para abordar cualquier tema, que la vida es abierta, que somos seres vivos y nuestros procesos biológicos están apoyados por la Madre Naturaleza que está a nuestro servicio.
Atrévete a cambiar de camino, a explorar nuevos territorios, a aprender cosas nuevas… y siente la seguridad del bosque. Habrá momentos en que tengas que mirar al suelo para no tropezar, habrá momentos en que puedas mirar alrededor o arriba para tomar referencias.
Pueblos vinculados con la naturaleza
¿Cómo hacen los indígenas para curarse sin nuestras medicinas? ¿Y si los elementos de la naturaleza estuvieran esperando también a que el ser humano, accediera a ellos con otra mirada, con otro nivel de conciencia? ¿Sería posible activar los 4 elementos de la vida, la tierra, el agua, el viento y el fuego con un 5º elemento que aportara un código olvidado pero accesible?
Los pueblos de la Amazonía y de los Andes mantienen un vínculo estrecho con la Pachamama, con la Madre Tierra, con la Naturaleza. Ellos han aprendido a leer los mensajes del cielo, de las nubes, de la luna y las estrellas. Conocen los ciclos de la naturaleza, los respetan, saben del poder de los elementos que mantienen la vida y lo aprovechan, conocen los medios que la naturaleza pone a su alcance, se transmiten de padres a hijos sus experiencias con las plantas medicinales y son capaces de sintonizar con la fuerza de la vida que reina en su hábitat.
Al igual que los maestros canteros descubrieron lugares con propiedades especiales para construir sus iglesias, cada uno de nosotros podemos sensibilizarnos para encontrar esas energías telúricas, geológicas, biológicas, cósmicas, etc. En el próximo número hablaremos del poder sanador de la Tierra, del Agua, del Aire y del Fuego y descubriremos su potencial cuando los utilizamos con una intención consciente.
¿Cómo hacen los indígenas para curarse sin nuestras medicinas? ¿Y si los elementos de la naturaleza estuvieran esperando también a que el ser humano, accediera a ellos con otra mirada, con otro nivel de conciencia? ¿Sería posible activar los 4 elementos de la vida, la tierra, el agua, el viento y el fuego con un 5º elemento que aportara un código olvidado pero accesible?
Los pueblos de la Amazonía y de los Andes mantienen un vínculo estrecho con la Pachamama, con la Madre Tierra, con la Naturaleza. Ellos han aprendido a leer los mensajes del cielo, de las nubes, de la luna y las estrellas. Conocen los ciclos de la naturaleza, los respetan, saben del poder de los elementos que mantienen la vida y lo aprovechan, conocen los medios que la naturaleza pone a su alcance, se transmiten de padres a hijos sus experiencias con las plantas medicinales y son capaces de sintonizar con la fuerza de la vida que reina en su hábitat.
Al igual que los maestros canteros descubrieron lugares con propiedades especiales para construir sus iglesias, cada uno de nosotros podemos sensibilizarnos para encontrar esas energías telúricas, geológicas, biológicas, cósmicas, etc. En el próximo número hablaremos del poder sanador de la Tierra, del Agua, del Aire y del Fuego y descubriremos su potencial cuando los utilizamos con una intención consciente.
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