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Buscando la magia en La Manchuela

El gran árbol llamado “El platanero”, árbol sagrado, salvado en su momento de las fauces voraces de la deforestación y el expolio de un intruso en el lugar



Un Caminante del Corazón

25/05/2017

Dicen que todo el pueblo alzó su voz para salvar al árbol, ahora sus ramas se pierden entre el cielo y la tierra ofreciendo cobijo, se extienden como brazos amorosos que te invitan a tumbarte junto a su tronco y al mirar hacia arriba un universo de ramas y hojas en constante movimiento marean tu conciencia y tu equilibrio mientras te invade un agradablemente bien-estar.



Me habían hablado maravillas del lugar y sus gentes, de este paraje poco conocido en la comarca de La Manchuela, de sus viviendas confortables y acogedoras “Casas Rurales la Derrubia”, de sus dueños, Posaderos y Caminantes del Corazón, de sus excelentes comidas a base de productos típicos de la zona, de sus cuidados y cariño para con el viajero caminante que llega allí para alejarse de la ciudad, deseoso de conocer otras formas de entender la naturaleza, de descubrir rincones escondidos y mágicos, donde a cada momento puede sorprenderte una experiencia única e irrepetible que cambiará tu forma de sentir la vida.
 
Cuentos narrados, poesía escrita por ellos mismos, leyendas de hadas y duendes en “La Cueva de los Ángeles”, el gran árbol llamado por ellos “El platanero”, árbol sagrado, salvado en su momento de las fauces voraces de la deforestación y el expolio de un intruso en el lugar. Dicen que todo el pueblo alzó su voz para salvarlo, ahora sus ramas se pierden entre el cielo y la tierra ofreciendo cobijo, se extienden como brazos amorosos que te invitan a tumbarte junto a su tronco y al mirar hacia arriba un universo de ramas y hojas en constante movimiento marean tu conciencia y tu equilibrio mientras te invade un agradablemente bien-estar.
 
El Toyo de las Tortugas”, con su salto de agua imponente, un poco más abajo del puente de piedra a medio terminar, testigo mudo de paseos deliciosos al arrullo del agua cristalina de la rambla que alimenta al río.
 
El Cerro de Las Palomas”, donde todo se ve y todo se siente, por algo nuestros antepasados enterraban allí a sus muertos. Desde lo alto ves el valle extenderse a tus pies ofreciendo una vista espectacular… Horizonte, amplio, abarcante, bajo la bóveda de un cielo que te permite casi tocar con la punta de tus dedos el aliento de las nubes.
 
El río Cabriel”, serpenteando a lo lejos, limpio y de aguas cristalinas en donde truchas y anguilas conviven en uno de los ríos –dicen- más limpios de Europa.
 
Parajes, toyos, ramblas, pinares, valles, quebradas, senderos y caminos que me llevaron a vivir momentos mágicos y que yo hoy quiero contarte.
 
Mis posaderos me propusieron visitar el primer día “La Cueva de los Angeles”. Después de asistir voluntariamente a la salida del sol que aquí tiene una visión excepcional en un horizonte de 180º, hicimos el saludo al Sol mientras los burros y gallos competían por darnos los buenos días.
 
Un buen almuerzo manchego, a base de tostadas regadas con aceite del lugar y tomate rallado, magdalenas, croisants, frutas variadas, zumos y café, me entonaron el cuerpo para emprender el camino hacia el lugar elegido.
 
De camino mis posaderos me propusieron visitar una nave de cultivo del champiñón, una de las muchas cooperativas del pueblo que distribuye sus productos por toda la península. Fue toda una experiencia ver los frutos recién salidos y prestos para ser consumidos. Más tarde pude apreciarlos en uno de los deliciosos menús que me prepararon.
 
Durante el trayecto, mientras nos dirigíamos por caminos de tierra a “La Cueva de los Ángeles”, atravesamos grandes extensiones de viñedos que se perdían en el horizonte, almendros olivos, ciruelos, toda una gama de colores para el recreo de la vista poco acostumbrada a ver tanta vida lejos de edificios y asfalto.
 
Me cuentan que la visión de los almendros en flor, es un espectáculo digno de ver, parecido a los  cerezos del valle del Jerte… Un pensamiento cruza por mi cabeza: “Tal vez pueda escaparme un fin de semana en esa época”.

Romería popular y divertida
 
Pasamos por la ermita de San Antón donde se celebra la romería, una fiesta de lo más popular y divertida. Me invitan a conocerla y… me pica el gusanillo por lo acogedora y llena de tradiciones que me la describen. Es tradición que las familias te inviten generosamente a un trago de cuerva fresca (una especie de sangría bebida típica del lugar), una cerveza, un buen vino, un plato típico de la fiesta, caracolillos, torta de sardinas, aceitunas, albaricoques en agua-sal, pisto manchego… lo describen con tanto detalle y tanta ilusión que les digo que intentaré venir a conocerla allá por el mes de mayo.
 
Mientras seguimos el camino me van describiendo sus costumbres, la recogida del almendro, la de la aceituna, la vendimia y sus típicos panes de mosto con el zumo recién exprimido de la uva.
 
Conejos y liebres se cruzan constantemente en nuestro camino mientras las  águilas en las alturas sobrevuelan haciendo círculos esperando el momento de coger un gazapo al vuelo.
 
Huertas perdidas y casas de hortelanos abandonadas en el tiempo, verdaderos ejemplos de construcción bioclimática y sostenibilidad en aquellos tiempos.
 
Higueras, granados, moras silvestres, monte, naturaleza y vida por todas partes. Dejamos los coches junto a dos enormes robles, según me cuentan son los guardianes del lugar, nos detenemos brevemente para apreciarlos en toda su grandeza y también para pedirles permiso para acceder al lugar –una hermosa costumbre que estas gentes mantienen desde siempre-. Les comento que también muchas comunidades indígenas de la Amazonía o de los Andes realizan ese mismo ritual.
 
Bajamos por la senda entre los árboles, con el rumor del agua acariciando nuestros oídos, el río se esconde a la vista, nada hace presagiar la maravilla de la naturaleza escondida al ojo humano. A cada paso siento que la naturaleza que nos rodea se confabula para crear una experiencia mágica.
 
Poco a poco la vegetación nos va cerrando el paso y el canto de los pájaros me lleva a pensar que por unos momentos me encuentro en un pequeño trozo de bosque tropical en Castilla la Mancha.
 
Para acceder al lugar han construido unos rústicos peldaños de madera y una barandilla también de madera que permite salvar el empinado desnivel hasta bajar al río… Y allí un paisaje de cuento se abre ante mis ojos: una pequeña laguna de aguas transparentes y quietas que refleja toda la vegetación de las paredes que la circundan, los helechos, el musgo verde que tapiza las rocas, el sonido constante de mil gotitas filtrándose entre las rocas, lamiendo las paredes y la pequeña cascada que en un murmullo constante se convierte en una dulce melodía que parece acunarte.
 
Permanecemos todos en silencio, incapaces de expresar con palabras la belleza que nos rodea. El silencio profundo está salpicado de mil matices que lo hacen aún más hermoso. Y al otro lado, cruzando el río está la entrada de la cueva, una pequeña abertura entre dos rocas… entramos de uno en uno agachados y avanzamos unos cuantos metros. Mientras avanzo apoyando mis manos en las rocas mojadas no puedo evitar pensar que estamos adentrándonos en el útero de la madre tierra... el silencio es total, la luz llega muy amortiguada, sólo se escucha el roce de nuestros chubasqueros… avanzamos hasta que la cueva se estrecha y no nos permite ir más allá.
 
Nos quedamos unos minutos allí, sentados, en silencio, cerrando los ojos para buscar en nuestro interior el mismo espacio de seguridad y protección que nos proporciona la cueva… y descubrimos que los itinerarios externos se corresponden con otros internos, que hay resonancia entre ambos. Y cuando desando el camino para salir de la cueva me deleito con el pensamiento de que estoy naciendo de nuevo, que dejo atrás todo lo que se ha quedado viejo, caduco, obsoleto, y un ser nuevo más abierto, más dispuesto a aprender sale de La Cueva de los Ángeles.
 
Respiro con fruición el aire fresco y húmedo. El sol brilla en un cielo azul infinitamente pálido. Antes de abandonar aquel paraje echo mano de la pequeña libreta que siempre me acompaña y escribo deprisa como si quisiera evitar que se me escaparan las sensaciones, las emociones, los sentimientos que estoy experimentando. Siento en mi interior algo agradable, una especie de alegría que me hace mantener una sonrisa permanente. ¿He encontrado la magia? –me pregunto- Quizás, sólo sé que mis ojos están aprendiendo a apreciar la belleza de las cosas pequeñas… Sé que cuando vuelva a la ciudad me llevaré conmigo la experiencia de dos días maravillosos en los que me he sentido en otro mundo, lejos de las preocupaciones y las tensiones, disfrutando del vivir sin prisa, con sentido, con más consciencia.
 
Y una idea se iba afianzando en mi mente mientras conducía por la autovía de vuelta a la ciudad: Buscar en mi agenda una fecha para volver cuanto antes a Las Casas Rurales la Derrubiá para dejarme guiar por la mano experta de los Posaderos y Caminantes del Corazón que me irían descubriendo los lugares mágicos y de poder que ellos frecuentaban y que yo sentía que necesitaba en este momento de mi vida.




              



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