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Un día cualquiera…
Cada día la vida pone a nuestra disposición 1.440 minutos para que hagamos lo que queramos con ellos… Al final del día, lo que no hayamos hecho son oportunidades perdidas.
Esta reflexión, que ya circulaba por Internet desde hacía varios meses ha sido “recogida” por una empresa de publicidad que lo ha utilizado para “vendernos” las excelencias de un coche en un anuncio de televisión.
Cada noche, cuando está a punto de agotarse ese saldo de tiempo llega el momento de parar nuestra actividad y descansar… Una buena costumbre es echar un vistazo al día que acaba de terminar y preguntarnos: ¿Cómo lo he gestionado?
En ese momento tal vez nos demos cuenta de lo cansados que estamos… y no me refiero solo en sentido físico, sino a lo saturados que están nuestros ojos de imágenes, nuestros oídos de ruido, nuestra mente de pensamientos que vienen y van incesantemente y que a veces se meten en bucles sin salida, o a la vorágine de sensaciones, emociones y sentimientos en los que nos hemos visto envueltos a lo largo del día.
Buscar unos minutos de silencio, de sosiego, de soledad, de intimidad… se convierte en algo imprescindible para garantizar nuestra salud física y emocional. Adentrarnos por el camino interior es hoy una necesidad, no una moda o una práctica original.
A lo largo de esos 1.440 minutos nos vamos impregnando de cuanto nos rodea, vamos absorbiendo energías de todo tipo, radiaciones electromagnéticas, ondas de distinta frecuencia, contaminación del aire, la permanencia en lugares cerrados con aire acondicionado y calefacción, con moquetas o materiales plásticos… de todas esas energías nocivas somos más o menos conscientes.
Sin embargo, pocas veces nos damos cuenta de otro tipo de “contaminación” a la que estamos sometidos y que nos afecta más de lo que imaginamos. Se han hecho estudios sobre el impacto que tienen las relaciones interpersonales en nuestra biología, se ha demostrado que los estados anímicos positivos y las buenas relaciones afectivas potencian nuestro sistema inmunológico e igualmente los efectos nocivos que las emociones negativas tienen sobre nuestra salud física y psicológica.
Sabemos hasta qué punto el entorno en que nos desenvolvemos afecta nuestra vida, nuestro estado de ánimo, nuestras ideas… Somos seres sociales y tenemos en nuestro cerebro neuronas especializadas para sintonizar con los demás, para reflejar sus gestos, para imitar sus posturas, para reproducir en nosotros sus emociones y sentimientos.
Por otra parte, al cabo del día nos llegan cantidades ingentes de información y es fundamental tener una buena capacidad crítica que nos permita colocar adecuadamente aquello que nos llega y que consideramos interesante y rechazar lo que creemos puede perjudicarnos.
Cada día la vida pone a nuestra disposición 1.440 minutos para que hagamos lo que queramos con ellos… Al final del día, lo que no hayamos hecho son oportunidades perdidas.
Esta reflexión, que ya circulaba por Internet desde hacía varios meses ha sido “recogida” por una empresa de publicidad que lo ha utilizado para “vendernos” las excelencias de un coche en un anuncio de televisión.
Cada noche, cuando está a punto de agotarse ese saldo de tiempo llega el momento de parar nuestra actividad y descansar… Una buena costumbre es echar un vistazo al día que acaba de terminar y preguntarnos: ¿Cómo lo he gestionado?
En ese momento tal vez nos demos cuenta de lo cansados que estamos… y no me refiero solo en sentido físico, sino a lo saturados que están nuestros ojos de imágenes, nuestros oídos de ruido, nuestra mente de pensamientos que vienen y van incesantemente y que a veces se meten en bucles sin salida, o a la vorágine de sensaciones, emociones y sentimientos en los que nos hemos visto envueltos a lo largo del día.
Buscar unos minutos de silencio, de sosiego, de soledad, de intimidad… se convierte en algo imprescindible para garantizar nuestra salud física y emocional. Adentrarnos por el camino interior es hoy una necesidad, no una moda o una práctica original.
A lo largo de esos 1.440 minutos nos vamos impregnando de cuanto nos rodea, vamos absorbiendo energías de todo tipo, radiaciones electromagnéticas, ondas de distinta frecuencia, contaminación del aire, la permanencia en lugares cerrados con aire acondicionado y calefacción, con moquetas o materiales plásticos… de todas esas energías nocivas somos más o menos conscientes.
Sin embargo, pocas veces nos damos cuenta de otro tipo de “contaminación” a la que estamos sometidos y que nos afecta más de lo que imaginamos. Se han hecho estudios sobre el impacto que tienen las relaciones interpersonales en nuestra biología, se ha demostrado que los estados anímicos positivos y las buenas relaciones afectivas potencian nuestro sistema inmunológico e igualmente los efectos nocivos que las emociones negativas tienen sobre nuestra salud física y psicológica.
Sabemos hasta qué punto el entorno en que nos desenvolvemos afecta nuestra vida, nuestro estado de ánimo, nuestras ideas… Somos seres sociales y tenemos en nuestro cerebro neuronas especializadas para sintonizar con los demás, para reflejar sus gestos, para imitar sus posturas, para reproducir en nosotros sus emociones y sentimientos.
Por otra parte, al cabo del día nos llegan cantidades ingentes de información y es fundamental tener una buena capacidad crítica que nos permita colocar adecuadamente aquello que nos llega y que consideramos interesante y rechazar lo que creemos puede perjudicarnos.
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¿Quiénes son nuestros principales aliados?
Vamos a hablar de dos capacidades que tenemos los seres humanos y que nos sirven como antenas para detectar las energías del entorno: observación y sensibilidad. Una está enfocada hacia el exterior y la otra hacia el interior.
Habitualmente estamos muy pendientes de lo que nos puede afectar, es decir, en estado de observación durante el cual nuestros sensores están muy activos recogiendo datos de fuera. Pocas veces trascendemos de ese estado porque eso implicaría parar unos minutos y dirigir la observación hacia el interior, única forma de despertar la sensibilidad, que nos conecta con nuestros temores y nuestras creencias más arraigadas.
Entre ambas capacidades está nuestra disposición a aceptar cosas nuevas y la de defender lo que tenemos integrado.
Los patrones de conducta diaria no varían de un día para otro de forma significativa, pero en periodos más largos se pueden apreciar diferencias. Y es que todos estamos sometidos a la contaminación de las ideas, por eso es muy importante tener claro cuál es nuestro nivel de observación y sensibilidad porque de ese modo podemos ser permeables a las ideas que queremos y refractarios a las demás… Si esas dos capacidades no están activas, las inferencias externas entran a borbotones, contaminando y alterando significativamente la percepción del mundo y de nosotros mismos.
Vamos a hablar de dos capacidades que tenemos los seres humanos y que nos sirven como antenas para detectar las energías del entorno: observación y sensibilidad. Una está enfocada hacia el exterior y la otra hacia el interior.
Habitualmente estamos muy pendientes de lo que nos puede afectar, es decir, en estado de observación durante el cual nuestros sensores están muy activos recogiendo datos de fuera. Pocas veces trascendemos de ese estado porque eso implicaría parar unos minutos y dirigir la observación hacia el interior, única forma de despertar la sensibilidad, que nos conecta con nuestros temores y nuestras creencias más arraigadas.
Entre ambas capacidades está nuestra disposición a aceptar cosas nuevas y la de defender lo que tenemos integrado.
Los patrones de conducta diaria no varían de un día para otro de forma significativa, pero en periodos más largos se pueden apreciar diferencias. Y es que todos estamos sometidos a la contaminación de las ideas, por eso es muy importante tener claro cuál es nuestro nivel de observación y sensibilidad porque de ese modo podemos ser permeables a las ideas que queremos y refractarios a las demás… Si esas dos capacidades no están activas, las inferencias externas entran a borbotones, contaminando y alterando significativamente la percepción del mundo y de nosotros mismos.
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La contaminación que nos llega del exterior
Hace unos días recibí por correo electrónico unas fotografías sobre una manifestación que se había producido en Londres. Las fotos mostraban a los manifestantes islamistas con pancartas en las que rezaban todo tipo de amenazas y consignas contra occidente y la cultura occidental.
El email iba precedido de unas frases que “preparaban” la mente del lector para las imágenes que iba a ver, eran del tipo: ¿Y estos son los que nos piden acogida?, ¿Qué podemos esperar de ellos si viven del terror y la muerte?
Inmediatamente me di cuenta de que todo el mensaje tenía un propósito: sembrar el miedo, la desconfianza, la separación, el rechazo… Y empecé a reflexionar sobre el efecto que esas noticias surten en cualquier persona.
Y recordé otras similares que circularon por Internet cuando jóvenes islamistas se manifestaron en varias ciudades para mostrar su rechazo a las caricaturas de Mahoma que había publicado un periódico holandés… aquellas escenas creaban violencia, rechazo, generaban dolor y muerte, cosas que no benefician a nadie.
Hay gente radical entre los islamistas, igual que la hay entre nosotros y entre todos los grupos humanos, tengan la ideología que tengan, no es una cuestión de religión, ni de raza, ni de ideologías políticas sino de valores.
Focalizarnos en esas actitudes solo generará más distancia, más diferencias, más resentimiento, más deseos de venganza.
Hoy más que nunca es fundamental tener criterio y no dejarse “pillar” por las informaciones sesgadas que nos llegan. Hemos de darnos cuenta de que tanto los medios de comunicación como Internet están plagados de todo tipo de noticias coloreadas y no podemos dar por bueno todo lo que nos llega porque, casi siempre, hay intereses creados detrás de toda información vertida.
Cuando sucedieron los incidentes violentos como respuesta a las caricaturas de Mahoma publicadas, los telediarios de todas las cadenas sacaron imágenes de jóvenes exaltados quemando embajadas y enfrentándose violentamente a la policía. Según los datos que se manejaron después fueron apenas el 3% de la población universitaria de los países islámicos los que reaccionaron de esa forma, el 97% reaccionó pacíficamente, mostraron su desacuerdo y su dolor por lo que consideraron una falta de respeto hacia sus creencias.
Sin embargo, cuando escuchábamos las noticias parecía que todos los países islámicos estaban en pie de guerra.
Ahora, con esas imágenes de la manifestación en Londres podemos caer en lo mismo. Efectivamente hay un grupo de exaltados que deberán aprender a reivindicar sus ideas de forma pacífica, a respetar a los demás para merecer el respeto, a colaborar para que las diferencias entre unos y otros desaparezcan.
No hace mucho tiempo sucedieron unos incidentes en un pueblo cercano a Madrid. Se trataba de una pelea entre dos jóvenes… horas después el conflicto se amplió y el enfrentamiento se producía entre bandas organizadas latinoamericanas y jóvenes españoles que se sentían atacados.
Durante unos días el pueblo se convirtió en un polvorín en el que los medios de comunicación “cazaban” al vuelo testimonios de todo tipo: así se podía ver en una cadena personajes que ocultaban su cara y denunciaban los atropellos y delitos que tenían lugar en el barrio; minutos después en otra emisora unas amas de casa hablaban de que era un barrio tranquilo y que nunca había pasado nada semejante; unos comerciantes se quejaban de que tanto despliegue de policía les daba la sensación de que estaban en guerra… Los medios de comunicación ejercían un efecto amplificador de tal manera que los jóvenes de toda la provincia se sentían llamados a la movilización.
Se reunieron los directores de los colegios e institutos de la zona, las asociaciones de vecinos, los responsables de la parroquia, las organizaciones sociales, la administración… y entre todos se pusieron de acuerdo con una serie de medidas para que las aguas volvieran a su cauce en los colegios, en las casas, en el barrio…
Cuando hay algún hecho que es noticia inmediatamente las cámaras están allí para narrarnos en directo lo que está sucediendo… convierten en protagonistas a los que han transgredido la ley, hacen populares a quienes no respetan la convivencia, conceden espacio y tiempo (algo que es muy caro y más en los medios de comunicación) a personas que no merecerían ninguna reseña.
De esta manera convierten en “modelos a imitar” a irresponsables que son “noticia” porque en doce horas ha perdido por dos veces todos los puntos del carnet de conducir, o a quien ha grabado con el móvil imágenes de violencia y luego las ha vendido a una cadena de TV… El enfrentamiento, la oposición radical parece ser el terreno en que se desarrolla nuestra vida política, la falta de acuerdo y de consenso es la tónica dominante ante cualquier situación.
Si el diálogo y la confianza son los índices de una buena convivencia, yo me pregunto: ¿Cuál es nuestra salud social en estos tiempos?
Los medios de comunicación no informan, no se limitan a dar noticias puesto que esas noticias son tratadas como sucesos… y entre unas y otros hay mucha diferencia. Escuchar ahora los informativos no se diferencia nada de una publicación muy antigua que se llamaba “El Caso” y que recogía los hechos más truculentos de aquellos tiempos.
Estamos difundiendo CONTRAVALORES y estamos contagiándonos unos a otros y sobre todo los niños y los jóvenes son los más susceptibles de verse afectados y dañados por estos modelos que les presentamos.
El email iba precedido de unas frases que “preparaban” la mente del lector para las imágenes que iba a ver, eran del tipo: ¿Y estos son los que nos piden acogida?, ¿Qué podemos esperar de ellos si viven del terror y la muerte?
Inmediatamente me di cuenta de que todo el mensaje tenía un propósito: sembrar el miedo, la desconfianza, la separación, el rechazo… Y empecé a reflexionar sobre el efecto que esas noticias surten en cualquier persona.
Y recordé otras similares que circularon por Internet cuando jóvenes islamistas se manifestaron en varias ciudades para mostrar su rechazo a las caricaturas de Mahoma que había publicado un periódico holandés… aquellas escenas creaban violencia, rechazo, generaban dolor y muerte, cosas que no benefician a nadie.
Hay gente radical entre los islamistas, igual que la hay entre nosotros y entre todos los grupos humanos, tengan la ideología que tengan, no es una cuestión de religión, ni de raza, ni de ideologías políticas sino de valores.
Focalizarnos en esas actitudes solo generará más distancia, más diferencias, más resentimiento, más deseos de venganza.
Hoy más que nunca es fundamental tener criterio y no dejarse “pillar” por las informaciones sesgadas que nos llegan. Hemos de darnos cuenta de que tanto los medios de comunicación como Internet están plagados de todo tipo de noticias coloreadas y no podemos dar por bueno todo lo que nos llega porque, casi siempre, hay intereses creados detrás de toda información vertida.
Cuando sucedieron los incidentes violentos como respuesta a las caricaturas de Mahoma publicadas, los telediarios de todas las cadenas sacaron imágenes de jóvenes exaltados quemando embajadas y enfrentándose violentamente a la policía. Según los datos que se manejaron después fueron apenas el 3% de la población universitaria de los países islámicos los que reaccionaron de esa forma, el 97% reaccionó pacíficamente, mostraron su desacuerdo y su dolor por lo que consideraron una falta de respeto hacia sus creencias.
Sin embargo, cuando escuchábamos las noticias parecía que todos los países islámicos estaban en pie de guerra.
Ahora, con esas imágenes de la manifestación en Londres podemos caer en lo mismo. Efectivamente hay un grupo de exaltados que deberán aprender a reivindicar sus ideas de forma pacífica, a respetar a los demás para merecer el respeto, a colaborar para que las diferencias entre unos y otros desaparezcan.
No hace mucho tiempo sucedieron unos incidentes en un pueblo cercano a Madrid. Se trataba de una pelea entre dos jóvenes… horas después el conflicto se amplió y el enfrentamiento se producía entre bandas organizadas latinoamericanas y jóvenes españoles que se sentían atacados.
Durante unos días el pueblo se convirtió en un polvorín en el que los medios de comunicación “cazaban” al vuelo testimonios de todo tipo: así se podía ver en una cadena personajes que ocultaban su cara y denunciaban los atropellos y delitos que tenían lugar en el barrio; minutos después en otra emisora unas amas de casa hablaban de que era un barrio tranquilo y que nunca había pasado nada semejante; unos comerciantes se quejaban de que tanto despliegue de policía les daba la sensación de que estaban en guerra… Los medios de comunicación ejercían un efecto amplificador de tal manera que los jóvenes de toda la provincia se sentían llamados a la movilización.
Se reunieron los directores de los colegios e institutos de la zona, las asociaciones de vecinos, los responsables de la parroquia, las organizaciones sociales, la administración… y entre todos se pusieron de acuerdo con una serie de medidas para que las aguas volvieran a su cauce en los colegios, en las casas, en el barrio…
Cuando hay algún hecho que es noticia inmediatamente las cámaras están allí para narrarnos en directo lo que está sucediendo… convierten en protagonistas a los que han transgredido la ley, hacen populares a quienes no respetan la convivencia, conceden espacio y tiempo (algo que es muy caro y más en los medios de comunicación) a personas que no merecerían ninguna reseña.
De esta manera convierten en “modelos a imitar” a irresponsables que son “noticia” porque en doce horas ha perdido por dos veces todos los puntos del carnet de conducir, o a quien ha grabado con el móvil imágenes de violencia y luego las ha vendido a una cadena de TV… El enfrentamiento, la oposición radical parece ser el terreno en que se desarrolla nuestra vida política, la falta de acuerdo y de consenso es la tónica dominante ante cualquier situación.
Si el diálogo y la confianza son los índices de una buena convivencia, yo me pregunto: ¿Cuál es nuestra salud social en estos tiempos?
Los medios de comunicación no informan, no se limitan a dar noticias puesto que esas noticias son tratadas como sucesos… y entre unas y otros hay mucha diferencia. Escuchar ahora los informativos no se diferencia nada de una publicación muy antigua que se llamaba “El Caso” y que recogía los hechos más truculentos de aquellos tiempos.
Estamos difundiendo CONTRAVALORES y estamos contagiándonos unos a otros y sobre todo los niños y los jóvenes son los más susceptibles de verse afectados y dañados por estos modelos que les presentamos.
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Cuando fluye la convivencia
También hay cosas hermosas que circulan por la red, historias que nos hablan de entendimiento por encima de postulados políticos, de convivencia a pesar de las diferencias, del enriquecimiento que supone la multiculturalidad que se ha extendido por nuestras ciudades y nuestros barrios… En definitiva, que nos enseñan que las personas siempre deben estar por encima de todo lo demás y que nunca las ideas o las creencias tienen más valor que la vida de un ser humano.
En el ejercicio de la convivencia se aprende a tensar y destensar, a apretar y aflojar, a correr o andar y a estarse quieto. Los mamíferos aprendemos a convivir al comienzo de nuestra etapa y cuando llegamos a seres humanos ese aprendizaje se ha sofisticado tanto que se convive más con las intenciones y los supuestos que con los hechos.
Así establecemos normas que sirvan de referencia para todos: normas para la pareja, para la familia, para la comunidad… cuanto más amplia es el grupo más reglas ha de tener en cuenta. Eso hace que la convivencia se torne más difícil.
Sin embargo, sólo hay tres reglas básicas que nacen de una misma palabra: respeto.
No hagas al otro lo que no quieras que te hagan a ti. O mejor todavía: Haz al otro lo que quieras que te hagan a ti. Respetar las creencias, y no solo religiosas o políticas sino de forma de entender la vida. Ayudar al otro por encima de intereses ajenos. Es decir, cuidar de no distribuir al exterior lo que se necesita para el funcionamiento interior, so pena de provocar tensiones. Hablamos de administrar los recursos internos adecuadamente: el amor, el dinero, el tiempo… También hay cosas hermosas que circulan por la red, historias que nos hablan de entendimiento por encima de postulados políticos, de convivencia a pesar de las diferencias, del enriquecimiento que supone la multiculturalidad que se ha extendido por nuestras ciudades y nuestros barrios… En definitiva, que nos enseñan que las personas siempre deben estar por encima de todo lo demás y que nunca las ideas o las creencias tienen más valor que la vida de un ser humano.
En el ejercicio de la convivencia se aprende a tensar y destensar, a apretar y aflojar, a correr o andar y a estarse quieto. Los mamíferos aprendemos a convivir al comienzo de nuestra etapa y cuando llegamos a seres humanos ese aprendizaje se ha sofisticado tanto que se convive más con las intenciones y los supuestos que con los hechos.
Así establecemos normas que sirvan de referencia para todos: normas para la pareja, para la familia, para la comunidad… cuanto más amplia es el grupo más reglas ha de tener en cuenta. Eso hace que la convivencia se torne más difícil.
Sin embargo, sólo hay tres reglas básicas que nacen de una misma palabra: respeto.
La convivencia hace a los seres humanos fuertes, por eso en los primeros tiempos nacían muchas crías para fortalecer una tribu frente a las demás, sobre todo cuando faltaba alimento.
Básicamente todos los seres humanos tenemos activo este principio de convivencia, tan solo alterado cuando se cambia el tener hijos por tener dinero, porque el dinero proporciona ahora lo que los hijos al principio: capacidad de obtener cosas.
Evidentemente ese hecho desvirtúa algunos principios de la convivencia, por ejemplo, le entrego a mi trabajo más tiempo que a mi familia, creyendo que tener más dinero –si trabajo más- mejorará mi calidad de vida. Si así fuera no tendríamos el índice de divorcios que soportamos.
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Un viaje diario hacia el interior
Es por eso muy importante disponer de esos 10 minutos al día para darnos cuenta de lo que está sucediendo fuera de nosotros y para ver cómo eso resuena en nuestro interior. La consciencia es la única herramienta que podemos aplicar en situaciones como estas que están a la orden del día.
Para comprender un problema, una situación o un conflicto es necesario alejarse prudentemente para ver toda su extensión. Pero para saber qué lo origina es necesario acercarse mucho para conocer su profundidad.
Se hace fundamental que tengamos criterio, que actuemos con criterio, que pensemos con criterio… que mantengamos la suficiente distancia con las cosas que suceden a nuestro alrededor como para valorarlas adecuadamente y ser conscientes de que, con nuestra forma de hablar, actuar o incluso pensar podemos estar echando más leña al fuego.
Vivimos en una sociedad compleja donde los problemas tienen muchos matices y donde todo y todos estamos interrelacionados. Precisamente por eso tenemos que intentar no formar parte del problema, sino colocarnos en una posición que nos permita ser parte de la solución.
Mantener la paz en medio del caos, la cordura rodeado de la locura, la coherencia frente al desatino… es lo que nos enseñaban grandes hombres como Gandhi (el día 30 de enero celebramos el día de la paz, en el aniversario de su muerte).
La salida está en colocarnos en un espacio diferente desde el que podamos sembrar orden, entendimiento, cooperación, comunicación, deseos de encontrar soluciones a los conflictos que surgen porque es una oportunidad de aprender que no podemos dejar escapar… en definitiva formando parte de la masa crítica que algún día favorecerá los cambios sociales que tanto necesita nuestro mundo.
Una masa crítica que deberá dejar de ser silenciosa para mostrar su implicación allá donde haya una causa que defender… hay que sumar enteros, no restarlos. El sistema, que lucha por mantenerse ya se ocupa de seguir sembrando el miedo y la desconfianza… pero todos sabemos que esos son caminos sin salida y por lo tanto sin futuro.
Es por eso muy importante disponer de esos 10 minutos al día para darnos cuenta de lo que está sucediendo fuera de nosotros y para ver cómo eso resuena en nuestro interior. La consciencia es la única herramienta que podemos aplicar en situaciones como estas que están a la orden del día.
Para comprender un problema, una situación o un conflicto es necesario alejarse prudentemente para ver toda su extensión. Pero para saber qué lo origina es necesario acercarse mucho para conocer su profundidad.
Se hace fundamental que tengamos criterio, que actuemos con criterio, que pensemos con criterio… que mantengamos la suficiente distancia con las cosas que suceden a nuestro alrededor como para valorarlas adecuadamente y ser conscientes de que, con nuestra forma de hablar, actuar o incluso pensar podemos estar echando más leña al fuego.
Vivimos en una sociedad compleja donde los problemas tienen muchos matices y donde todo y todos estamos interrelacionados. Precisamente por eso tenemos que intentar no formar parte del problema, sino colocarnos en una posición que nos permita ser parte de la solución.
Mantener la paz en medio del caos, la cordura rodeado de la locura, la coherencia frente al desatino… es lo que nos enseñaban grandes hombres como Gandhi (el día 30 de enero celebramos el día de la paz, en el aniversario de su muerte).
La salida está en colocarnos en un espacio diferente desde el que podamos sembrar orden, entendimiento, cooperación, comunicación, deseos de encontrar soluciones a los conflictos que surgen porque es una oportunidad de aprender que no podemos dejar escapar… en definitiva formando parte de la masa crítica que algún día favorecerá los cambios sociales que tanto necesita nuestro mundo.
Una masa crítica que deberá dejar de ser silenciosa para mostrar su implicación allá donde haya una causa que defender… hay que sumar enteros, no restarlos. El sistema, que lucha por mantenerse ya se ocupa de seguir sembrando el miedo y la desconfianza… pero todos sabemos que esos son caminos sin salida y por lo tanto sin futuro.