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Sólo podemos respetar aquello en lo que tantos miles de millones de personas han fijado su esperanza a lo largo de todo el mundo. Albergamos, sin embargo, serias objeciones. La objeción no confronta, sino que propone, suma en este caso al anhelo colectivo de superar las crisis. Estamos persuadidos de que la verdadera causa de la expansión de este virus, que se ha ido gestando durante los últimos decenios, arranca en nuestro alejamiento de la Naturaleza y ello difícilmente se solucionará con un instantáneo pinchazo.
Al serio aviso sobre nuestro “modus vivendi” consumista y materialista que representa el COVID, no se puede responder sólo con un apresurado apaño de las grandes compañías farmacéuticas. Sincero anhelo de eficacia de la vacuna por delante, presentamos con consideración nuestras observaciones. Creemos más en la solución que se remonta al mundo de las causas, que en el remiendo congelado, que en la vacunación masiva con la que pretendemos arreglar nuestros graves errores sistémicos. Cada vez más científicos apuntan a que el primero de éstos es la destrucción de una sagrada Madre Naturaleza.
No somos de pinchar globos, más al contrario de suscitar esperanza allí donde se geste y pulse. No contestaremos las vacunas que ya atraviesan arrugada piel, apuntaremos a la vida natural que nos resistimos a abrazar y que nos reporta la verdadera y perenne inmunología. La auténtica vacuna no urge necesariamente de ochenta grados bajo cero. Campa en nuestros adentros, por ejemplo en nuestro coraje interior para levantar una civilización diferente, inspirada en hábitos más saludables, en valores que trasciendan el materialismo dominante.
Los parches sólo resultan a corto plazo ¿No tendrá la nueva vacuna una importante dosis de espejismo engendrado a base de multiplicados apuros y epidémicos desencantos? ¿No habrá que canalizar esa frustración también hacia la creación de un nuevo modelo de civilización, en vez de sólo a la investigación con las probetas de laboratorio?
Lo antiguos esenios ya nos hablaban, desde su desierto siempre cercano, del poder curador del ángel del aire, del fuego, del agua y de la tierra ¿La vuelta a la vida sencilla y solidaria, a los alimentos sanos, a la mente elevada, al espíritu de compartir y colaborar, al contacto los Reinos naturales..., no tendrán más carga de futuro que la interesada receta de Pfizer, Moderna y Oxford? Ante el incipiente trajín planetario de los congeladores, uno se pregunta si no deberíamos llamar a la puerta de esa ancestral sabiduría. Ante los triunfantes titulares de estos días, nos cuestionamos si no deberíamos más bien encarar el reto del equilibrio y la armonía, asumir una actitud más activa y protagonista en la gestión de nuestra propia salud, antes de pivotar nuestro futuro en cuestionables panaceas que, no sin riesgo, se inyectan carne adentro.
No somos anti-vacuna, porque no somos anti-nada; somos y seremos siempre pro-vida, pro-creación. Sólo señalamos el sol, sólo buscamos la fuente cristalina, labramos la tierra agradecida, escalamos los recios árboles, nos hundimos en el cálido barro... Pese a toda suerte de necesarias crisis, sólo gotean al final del día por nuestras mejillas lágrimas de infinito agradecimiento.
Al serio aviso sobre nuestro “modus vivendi” consumista y materialista que representa el COVID, no se puede responder sólo con un apresurado apaño de las grandes compañías farmacéuticas. Sincero anhelo de eficacia de la vacuna por delante, presentamos con consideración nuestras observaciones. Creemos más en la solución que se remonta al mundo de las causas, que en el remiendo congelado, que en la vacunación masiva con la que pretendemos arreglar nuestros graves errores sistémicos. Cada vez más científicos apuntan a que el primero de éstos es la destrucción de una sagrada Madre Naturaleza.
No somos de pinchar globos, más al contrario de suscitar esperanza allí donde se geste y pulse. No contestaremos las vacunas que ya atraviesan arrugada piel, apuntaremos a la vida natural que nos resistimos a abrazar y que nos reporta la verdadera y perenne inmunología. La auténtica vacuna no urge necesariamente de ochenta grados bajo cero. Campa en nuestros adentros, por ejemplo en nuestro coraje interior para levantar una civilización diferente, inspirada en hábitos más saludables, en valores que trasciendan el materialismo dominante.
Los parches sólo resultan a corto plazo ¿No tendrá la nueva vacuna una importante dosis de espejismo engendrado a base de multiplicados apuros y epidémicos desencantos? ¿No habrá que canalizar esa frustración también hacia la creación de un nuevo modelo de civilización, en vez de sólo a la investigación con las probetas de laboratorio?
Lo antiguos esenios ya nos hablaban, desde su desierto siempre cercano, del poder curador del ángel del aire, del fuego, del agua y de la tierra ¿La vuelta a la vida sencilla y solidaria, a los alimentos sanos, a la mente elevada, al espíritu de compartir y colaborar, al contacto los Reinos naturales..., no tendrán más carga de futuro que la interesada receta de Pfizer, Moderna y Oxford? Ante el incipiente trajín planetario de los congeladores, uno se pregunta si no deberíamos llamar a la puerta de esa ancestral sabiduría. Ante los triunfantes titulares de estos días, nos cuestionamos si no deberíamos más bien encarar el reto del equilibrio y la armonía, asumir una actitud más activa y protagonista en la gestión de nuestra propia salud, antes de pivotar nuestro futuro en cuestionables panaceas que, no sin riesgo, se inyectan carne adentro.
No somos anti-vacuna, porque no somos anti-nada; somos y seremos siempre pro-vida, pro-creación. Sólo señalamos el sol, sólo buscamos la fuente cristalina, labramos la tierra agradecida, escalamos los recios árboles, nos hundimos en el cálido barro... Pese a toda suerte de necesarias crisis, sólo gotean al final del día por nuestras mejillas lágrimas de infinito agradecimiento.