Photo by Lefteris kallergis on Unsplash
Ya el viernes por la tarde entré emocionado y agradecido en la cabaña de madera. En el arranque pedí para poder llevar a las bocas los alimentos más sabrosos y nutritivos, para que ellos fueran portadores también de mi amor y agradecimiento por la Vida. Disfruté con el ajetreo entre los fuegos y la mesa. Placer de cocinar, servir y sorprender.
Las caras alegres de las comensales al destapar la tapa es la recompensa del oficiante-cocinero. Se desborda el sugerente vapor por el comedor, mientras que la satisfacción del hacedor resta dentro contenida. En ese gozoso trajín entre la llama y la mesa reflexionaba sobre la cuestión del servicio. Vaciada la cabaña, apagados los fuegos y las voces, enciendo el ordenador. Ayer placer de cocinar, hoy placer de compartir aquí reflexiones con vosotros y vosotras. ¡Ojalá el Cielo las quiera iluminar!
Es preciso distinguir servicio de servilismo. El servicio dignifica, el servilismo merma la dignidad. El servicio es fraterno, entre iguales, el servilismo es clasista, mantiene las distancias. En el primero hay una sola mesa, en el segundo hay dos. Todos los humanos estamos llamados a sentarnos a la misma mesa. Esa es la Voluntad de Dios, compartir un mismo pan, un mismo vino, un mismo gozo de vivir como hermanos. Todos los humanos nos debemos al mutuo servicio, nunca al servilismo. Hay cosas que cada quien tiene que asumir mientras que no esté impedido. Nadie debe ordenar y limpiar lo que nosotros desordenamos y ensuciamos. El principio de la fraternidad nos recuerda nuestra obligación de asumir cuanto menos las tareas de orden y limpieza de nuestro propio entorno.
Nada más lejos del juicio en estas letras. Cada quien es dueño de sus días y de su escoba y fregona. Hace con ellas lo que quiera. Es Ley del supremo Libre Albedrío. He viajado todos los continentes de la Tierra antes de desembocar en la cabaña de madera. A menudo, he sufrido constatando que no había una sola y fraterna mesa, que había dos y quien suscribe siempre se sentaba en la de los privilegiados.
Sólo apunto a lo que entiendo que son pasos ineludibles en el recorrido hacia la auténtica fraternidad. Hay tareas que, mientras que estemos en plenas facultades físicas, no se debieran delegar; nos conciernen, son nuestro compromiso ineludible. No es de recibo la excusa fácil de la creación de puestos de trabajo. Creemos puestos de trabajos de iguales para iguales, creemos los puestos creativos y sugerentes que en verdad la comunidad necesita. De lo contrario alejaremos la fraternidad a la que nos debemos. No debiera servir de excusa la falta de tiempo. Hay en el hogar tareas ineludibles que no son de trasladar a otros.
Nos seguiremos acercando a la mesa de los hambrientos con delantal en ristre, con el puchero en la mano. Lo haremos con gozo. Estamos en la Tierra privilegiada, en la escuela del mutuo, incondicional y amoroso servicio, no del servilismo.
Las caras alegres de las comensales al destapar la tapa es la recompensa del oficiante-cocinero. Se desborda el sugerente vapor por el comedor, mientras que la satisfacción del hacedor resta dentro contenida. En ese gozoso trajín entre la llama y la mesa reflexionaba sobre la cuestión del servicio. Vaciada la cabaña, apagados los fuegos y las voces, enciendo el ordenador. Ayer placer de cocinar, hoy placer de compartir aquí reflexiones con vosotros y vosotras. ¡Ojalá el Cielo las quiera iluminar!
Es preciso distinguir servicio de servilismo. El servicio dignifica, el servilismo merma la dignidad. El servicio es fraterno, entre iguales, el servilismo es clasista, mantiene las distancias. En el primero hay una sola mesa, en el segundo hay dos. Todos los humanos estamos llamados a sentarnos a la misma mesa. Esa es la Voluntad de Dios, compartir un mismo pan, un mismo vino, un mismo gozo de vivir como hermanos. Todos los humanos nos debemos al mutuo servicio, nunca al servilismo. Hay cosas que cada quien tiene que asumir mientras que no esté impedido. Nadie debe ordenar y limpiar lo que nosotros desordenamos y ensuciamos. El principio de la fraternidad nos recuerda nuestra obligación de asumir cuanto menos las tareas de orden y limpieza de nuestro propio entorno.
Nada más lejos del juicio en estas letras. Cada quien es dueño de sus días y de su escoba y fregona. Hace con ellas lo que quiera. Es Ley del supremo Libre Albedrío. He viajado todos los continentes de la Tierra antes de desembocar en la cabaña de madera. A menudo, he sufrido constatando que no había una sola y fraterna mesa, que había dos y quien suscribe siempre se sentaba en la de los privilegiados.
Sólo apunto a lo que entiendo que son pasos ineludibles en el recorrido hacia la auténtica fraternidad. Hay tareas que, mientras que estemos en plenas facultades físicas, no se debieran delegar; nos conciernen, son nuestro compromiso ineludible. No es de recibo la excusa fácil de la creación de puestos de trabajo. Creemos puestos de trabajos de iguales para iguales, creemos los puestos creativos y sugerentes que en verdad la comunidad necesita. De lo contrario alejaremos la fraternidad a la que nos debemos. No debiera servir de excusa la falta de tiempo. Hay en el hogar tareas ineludibles que no son de trasladar a otros.
Nos seguiremos acercando a la mesa de los hambrientos con delantal en ristre, con el puchero en la mano. Lo haremos con gozo. Estamos en la Tierra privilegiada, en la escuela del mutuo, incondicional y amoroso servicio, no del servilismo.