Una historia de amor



Luis Arribas de la Rubia

20/05/2021

El marinero y el amor es un hermoso relato anónimo que nos hace reflexionar sobre la fuerza del amor y su poder de conexión. Algo que va más allá de la mente y la racionalidad, una energía que nos hace reconocernos en el otro, pero para que ese encuentro se produzca es necesario acallar la mente y dejar que hable el corazón.



John X se levantó del banco, arreglando su uniforme, y estudio la multitud de gente que se abría paso hacia la Gran Estación Central. Busco a la chica cuyo corazón él conocía, pero cuya cara nunca había visto, la chica de la rosa.
 
Su interés por ella había comenzado trece meses antes en una Biblioteca de Florida. Tomando un libro del estante se encontró intrigado, no por las palabras del libro sino por las notas escritas en el margen. La escritura suave y redondeada reflejaba un alma pensativa y una mente brillante. En la primera hoja del libro descubrió el nombre de la dueña anterior: la señorita Hollys Maynell.
 
Con tiempo y esfuerzo localizó su dirección. Ella vivía en Nueva York. Él le escribió una carta para presentarse y para invitarla a corresponderle. Al día siguiente, John fue enviado por barco para servir en la Segunda Guerra Mundial. Durante un año y un mes, los dos se conocieron a través del correo, y un romance fue creciendo entre ellos.
 
John le pidió una fotografía, pero ella se negó. Ella sentía que, si a él de verdad le importaba, no importaría como ella luciera. Cuando por fin llegó el día en que él regresaba de Europa, ellos arreglaron su primer encuentro: a las 7:00 pm en la Gran Estación Central de Nueva York. "Tú me reconocerás por la rosa roja que llevaré en la solapa" – dijo ella.
 
Así que a las 7 John estaba en la estación buscándola. Dejaré que el señor X les diga lo que sucedió: "Una joven mujer vino hacia mí, su figura alta y esbelta. Su cabello rubio y rizado se encontraba detrás de sus delicadas orejas; sus ojos eran azules como flores. Sus labios y su mentón tenían una gentil firmeza y su traje verde pálido era como la primavera en vida. Yo comencé a caminar hacia ella sin darme cuenta de que no llevaba la rosa. Mientras me movía, una pequeña y provocativa sonrisa curvo sus labios:
 
- "¿Vas por mi vía, marinero?" - Murmuró ella.
 
Casi sin poder controlarme di un paso hacia ella y entonces vi a Hollys Maynell. Estaba de pie casi directamente detrás de la chica. Una mujer, ya pasada de sus 40 años, con cabello grisáceo bajo un sombrero gastado. Era más que regordeta, sus pies con gruesos tobillos descansaban en zapatos de suela baja. La chica con el traje verde se iba rápidamente. Sentí como si me partiera en dos: mi deseo tan fuerte de seguirla, y a la vez mi anhelo tan profundo por la mujer cuyo espíritu me había acompañado y apoyado.
 
Y ahí estaba ella. Su pálida y rolliza cara era gentil y sensible, sus ojos grises tenían un brillo cálido y amigable. No vacilé. Mis dedos apretaron la pequeña y gastada tapa de cuero del libro que era para identificarme con ella. Esto no sería amor, pero sería algo preciado, algo quizá mejor que el amor, una amistad por la que había y debía estar siempre agradecido.
 
Cuadré mis hombros, saludé y le ofrecí el libro a la mujer. Aunque mientras hablaba me sentí ahogado por la amargura de mi decepción pude decir:
 
- “Soy el teniente John X, y usted debe ser la Srta. Maynell. Estoy muy contento de que nos podamos conocer; ¿la puedo llevar a cenar?”
 
La cara de la mujer se ensanchó en una sonrisa tolerante: "No sé de qué se trata esto hijo" -respondió ella-, "pero la señorita en el traje verde que se acaba de ir me rogó que usara esta rosa en mi abrigo. Y ella dijo que si usted me invitaba a cenar yo le diría que ella lo está esperando en el restaurante de enfrente. ¡Ella dijo que era una especie de prueba!".
 
No es difícil entender y admirar la sabiduría de la Srta. Maynell. La verdadera naturaleza de un corazón se ve en su respuesta a lo no atractivo.
 
"Dime a quien amas" -escribió- Houssaye- "y te diré quién eres".
 

Luis Arribas de la Rubia
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