Ser fiel a uno mismo

“Si por no traicionar a otro te traicionas a ti mismo, también es traición”.



Maria Pinar Merino Martin

12/12/2019

La fidelidad a uno mismo es un reto constante en nuestros días. El tipo de vida que llevamos la mayoría de las personas –tremendamente volcada hacia fuera, hacia el exterior- nos sumerge en un proceloso mar y sólo en determinados momentos de nuestra existencia - normalmente en momentos de crisis o de grandes dificultades- es cuando se produce el viaje hacia el interior y, cuando lo emprendemos, descubrimos un ser casi desconocido, alguien que teníamos olvidado.



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En ese reencuentro percibimos sus ilusiones, sus objetivos aplazados, sus deseos reprimidos, sus impulsos intactos al no haber tenido salida... Descubrimos lo que podríamos llamar la “personalidad interna”, que en algunos aspectos no se parece en nada a la externa que es la que nos sirve para funcionar en nuestra vida cotidiana.
 
Y en ese viaje interior uno va recorriendo distintas etapas desde el momento presente hacia atrás y observa cuántas concesiones ha hecho a lo largo de la vida. Eran cosas pequeñas, puntuales, sin importancia, cosas que en ocasiones se disfrazaban con distintos trajes, algunos de ellos muy vistosos y tremendamente apreciados por la sociedad: de generosidad, ayuda, espíritu de sacrificio, amistad e incluso de amor. Y puede que afloren recuerdos en los que el foco de atención siempre estaba fuera, en el que la propia satisfacción se supeditaba a la satisfacción de los otros, ¡total era tan pequeño!, ¡nos costaba tan poco!, ¡en el fondo nos daba igual! Y en ese continuo estar aquí, siempre dispuesto a reaccionar, a responder a lo que los demás esperan, la persona se va alejando poco a poco, sin apenas darse cuenta, de su ser interior, de su centro.

El estado de presencia

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El Zen y otras disciplinas orientales nos hablan de ese estado de presencia consciente en el que el Ser está en un estado de atención, preparado para responder y actuar cuando sea necesario, pero volviendo, una vez que ha terminado, a su punto de equilibrio interior, retirándose sin dejar en los demás o en las situaciones anclajes o ataduras que les mantengan unidos sino sólo el aroma de su presencia o el recuerdo de su implicación.
 
Es, en definitiva, una actitud de desapego y de entrega a la vez, una sabia mezcla en la que ni las personas con las que se relaciona ni las experiencias que vive le hacen perder energía ni tampoco la pierden los demás. Todos hemos oído hablar de personas que “roban” energía a los otros, y no me refiero a esos casos en los que la vibración energética es diferente y se producen, a veces, descompensaciones. Me refiero a ese intrincado mundo de relaciones afectivas interpersonales en las cuales estamos entregando a los otros una carga energética (emocional, sentimental, etc.) y que nos deja un “hueco vacío” que compensamos recogiendo de la otra persona lo que creemos que necesitamos para ser felices, sentirnos útiles, estar sanos, etc.
 
Perder la propia energía significa tener expectativas de que las cosas o las personas se comporten de acuerdo al plan que habíamos trazado para ellos, es entregar a los demás un poder tal que les convierte en los artífices de nuestra felicidad o nuestra desgracia y tan nocivo es una cosa como la otra. Es comportarse en base a lo que esperan de nosotros, es responder de acuerdo a lo que creemos que nos reclaman, es en definitiva interpretar en el gran teatro de la vida el papel que nos han asignado los demás o las circunstancias, pero que nosotros no hemos elegido, o al menos no muy conscientemente.

La esencia de nuestro Ser

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Sabemos que para sobrevivir adoptamos distintas subpersonalidades que nos sirven para relacionarnos en el mundo, y también sabemos que la consciencia es ir reconociendo esos personajes para poder integrarlos en el verdadero SER.
 
Yo creo que todas las personas tienen un impulso original, una especie de sello impreso desde su generación como ser espiritual, algo inmanente que se convierte en el eje principal, en la columna vertebral de la existencia. Ese impulso sigue latiendo siempre y sólo los escudos que adoptamos creyendo erróneamente que así nos defendemos y nos protegemos nos impiden escucharlo.
 
Hay que retornar al corazón, al centro, para descubrir el propósito general de nuestra existencia y conectar con esa idea primaria, o tal vez sería mejor decir con ese sentimiento innato, porque al fin y al cabo las ideas provienen de la mente y ya sabemos que la mente siempre interpreta, y los sentimientos provienen del corazón y si sabemos acercarnos a él, eliminando filtros y dejándonos guiar por la esencia, seremos capaces de abrir el cofre del tesoro que encierra nuestro verdadero Ser.
 
Unos dirán que ese Ser es la máxima expresión del amor, otros que, de la libertad, otros que de la energía puesto que es un ser de luz (según dice la física cuántica), otros que de la consciencia... y todos probablemente tendrán razón.
 
Esa vibración única e irrepetible, esa conformación de materia, energías, pensamientos y energía espiritual que somos tiene una necesidad de expresarse en el exterior, pero al salir se encuentra con la cultura, la educación, las creencias implantadas, el inconsciente colectivo, los convencionalismos sociales, las modas, las expectativas que genera... y comienza un recorrido de alejamiento de su propia esencia. Ocurre lo mismo que cuando parte una chispa telúrica de una estrella, se queda dando vueltas y vueltas a su alrededor formando una órbita, pero no puede acercarse a la fuente de luz que la generó.

El miedo y el amor

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La renuncia a uno mismo es la muerte, la infidelidad con uno mismo es el más terrible de los dolores, no hay nada ni nadie que justifique una acción semejante, es un precio demasiado elevado para lograr algo que –con la percepción de la realidad que tenemos- nos parece vital, pero que probablemente descubriremos, en cuanto nuestra percepción cambie, que no lo era tanto.
 
Seguramente es el miedo lo que nos lleva a negarnos, el miedo que se nos presenta a cada paso disfrazado con mil ropajes: miedo a la soledad, a la falta de amor, al fracaso, a la pérdida de la imagen, al que dirán, a la enfermedad... Da igual como se exprese, el miedo sea grande o pequeño siempre nos aleja de nosotros mismos.
 
Nuestra personalidad externa nos hace “reaccionar” ante las cosas que vivimos, la interna nos haría “accionar”, una acción que partiría del interior y tendría tal fuerza que transformaría cualquier situación. Llevamos siglos posicionados en la primera opción ¿no habrá llegado el momento de asumir riesgos?, ¿cuáles son los retos que tengo por delante?, ¿qué dice mi ser interno ante ellos?, ¿hacia donde realmente quiero dirigirme?, ¿cuál es ese valor primario al que bajo ningún concepto puedo renunciar?
 
Hay que intentar que esa reflexión desde la mente esté tamizada por el bálsamo del corazón. Nos ayudará tomar consciencia de que hay dos fuerzas contrapuestas que tiran de nosotros: el miedo y el amor, rendirse a la primera significaría renunciar a la expresión de nuestro Ser Interior, es retenerlo, como queda retenida el agua de un lago. Rendirse a la segunda es dejar que esa energía interior fluya en el exterior, una energía comparable al recorrer de un río que va aumentando su caudal enriqueciéndose con la aportación de otros riachuelos que encuentra a su paso, uniéndose para alcanzar finalmente el mar abierto.
 
Conocerse uno mismo ha sido el objetivo del ser humano desde los comienzos de su andadura por este planeta. En ese conocimiento está incorporado el descubrimiento de sus capacidades y potencialidades, de su fuerza interior, de su verdadero poder y nada ni nadie puede hacer que renuncie a él. Es su labor, por tanto, reconocerlo y expresarlo para su propio beneficio en primer lugar y para poder ponerlo después al servicio de los demás.
 
Estamos en un momento crucial de la evolución humana y es importante darnos cuenta de las decisiones que tomamos pero sobre todo de por qué las tomamos, si son como consecuencia de una reacción ante lo que vivimos estaremos equivocándonos, en cambio si son producto de la sintonía que se establece entre ese hecho o esa persona con nuestro sentir más profundo estaremos siendo fieles a nosotros mismos y recorriendo el camino del amor, el único que tiene sentido en ese programa inteligente de la naturaleza que es la evolución de todo lo creado.






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