Foto de Julio Rionaldo en Unsplash
Lo que si he hecho ha sido cantar, o sea, que sí que «he tocado» un instrumento fantástico como es la voz humana, gracias a que la madre Naturaleza me obsequió con una buena voz y un buen oído.
Aparte de disfrutar muchísimo cantando, lo mejor fue lo que aprendí cantando música barroca de Juan Sebastián Bach en una coral, y no hablo solo de música, hablo de la coordinación de voces, de no destacar para no romper la armonía del grupo, de saber afinar el oído para dar la nota precisa oyendo a los demás, y más si, como a mí, se te ha olvidado el solfeo que estudié de pequeño y tienes que aprenderte tu parte de memoria... ¡y además cantar en alemán!
Lo que aprendí en los años en que estuve cantando en la coral fue, sobre todo, a respetar lo que los otros cantaban, sabiendo que el compositor era un maestro en la coordinación de voces, que daba como resultado una melodía maravillosa que al interpretarla me ponía los pelos de punta y me embargaba una emoción que me subía hasta la raíz del pelo de la cabeza y me humedecía los ojos. Esta experiencia me permitió vivir acontecimientos que nunca podré olvidar, como cantar en un concierto en el Teatro Real o en el Auditorio Nacional de Madrid.
Todo eso me ayudó sobremanera para, fuera de la coral, mantener una relación armónica dentro de un grupo de trabajo, que no tenía nada que ve con la música, que comenzó su andadura allá por los años 70 del siglo pasado y que continuó durante mucho tiempo, aunque con diferentes objetivos y diferentes compañeros de camino. Todo lo aprendido y practicado durante tantos años se ha decantado finalmente por una experiencia transformadora que ha cambiado mi visión de la Vida: el Camino del Corazón.
Saber respetar las voces u opiniones de los demás, no querer destacar sobre el resto de compañeros, respetar a los maestros que han compuesto la sinfonía (los conocimientos que eran nuestro dossier de trabajo) y, sobre todo, tomar la decisión de salir a «cantar» al exterior fuera del ámbito seguro donde se movía el grupo, ha sido todo un reto que me ha ayudado a conformar una personalidad donde el ego está bastante controlado, no eliminado, que no se debe ni se puede eliminar del todo.
A todos aquellos que sienten que están solos, que les cuesta compartir, que saben que su ego les trae complicaciones, que piensan que son el ombligo del mundo o se creen Luciano Pavarotti, les aconsejo que intenten entrar en una coral o en un grupo de teatro aficionado, verán cómo hacer las cosas en compañía sin destacar sino adaptándose al resto, les reportará algo parecido a la sabiduría, al menos la de andar por casa, que suele ser la que más necesitamos.
Aparte de disfrutar muchísimo cantando, lo mejor fue lo que aprendí cantando música barroca de Juan Sebastián Bach en una coral, y no hablo solo de música, hablo de la coordinación de voces, de no destacar para no romper la armonía del grupo, de saber afinar el oído para dar la nota precisa oyendo a los demás, y más si, como a mí, se te ha olvidado el solfeo que estudié de pequeño y tienes que aprenderte tu parte de memoria... ¡y además cantar en alemán!
Lo que aprendí en los años en que estuve cantando en la coral fue, sobre todo, a respetar lo que los otros cantaban, sabiendo que el compositor era un maestro en la coordinación de voces, que daba como resultado una melodía maravillosa que al interpretarla me ponía los pelos de punta y me embargaba una emoción que me subía hasta la raíz del pelo de la cabeza y me humedecía los ojos. Esta experiencia me permitió vivir acontecimientos que nunca podré olvidar, como cantar en un concierto en el Teatro Real o en el Auditorio Nacional de Madrid.
Todo eso me ayudó sobremanera para, fuera de la coral, mantener una relación armónica dentro de un grupo de trabajo, que no tenía nada que ve con la música, que comenzó su andadura allá por los años 70 del siglo pasado y que continuó durante mucho tiempo, aunque con diferentes objetivos y diferentes compañeros de camino. Todo lo aprendido y practicado durante tantos años se ha decantado finalmente por una experiencia transformadora que ha cambiado mi visión de la Vida: el Camino del Corazón.
Saber respetar las voces u opiniones de los demás, no querer destacar sobre el resto de compañeros, respetar a los maestros que han compuesto la sinfonía (los conocimientos que eran nuestro dossier de trabajo) y, sobre todo, tomar la decisión de salir a «cantar» al exterior fuera del ámbito seguro donde se movía el grupo, ha sido todo un reto que me ha ayudado a conformar una personalidad donde el ego está bastante controlado, no eliminado, que no se debe ni se puede eliminar del todo.
A todos aquellos que sienten que están solos, que les cuesta compartir, que saben que su ego les trae complicaciones, que piensan que son el ombligo del mundo o se creen Luciano Pavarotti, les aconsejo que intenten entrar en una coral o en un grupo de teatro aficionado, verán cómo hacer las cosas en compañía sin destacar sino adaptándose al resto, les reportará algo parecido a la sabiduría, al menos la de andar por casa, que suele ser la que más necesitamos.