Photo by Robinson Recalde on Unsplash
La región de los lagos, la zona del Imbabura, una de las provincias más bonitas de Ecuador, que por suerte he tenido la oportunidad de conocer, donde para siempre dejo grandes amigos de corazón, en adelante hermanos. Cuicocha, Cayambe con sus nieves perpetuas, el Tayte Imbabura y todos sus lagos, un verdadero paraíso en donde la gente se muere de necesidad a pesar de ser una tierra de una enorme riqueza; cualquier semilla germina sin mucho esfuerzo, ¿pero de dónde las semillas?, ¿de dónde el dinero para comprarlas?, ¿cómo cultivar sin maquinaria ni dinero para comprarlas?, ¿cómo vender sin medios para transporte? En fin, un largo rosario de preguntas que no se pueden contestar.
Pero volvamos a ti, veníamos del lago, un lago entre volcanes en donde casi no existe pesca, por sus frías y oscuras aguas. Recuerdo que mire hacia abajo navegando y me produjo miedo ver su oscuridad, caía su orilla en vertical hacia un fondo abismal, en donde todo lo que cae lo traga y no se encuentra jamás. Un oso nada y camina por allí solitario cada día; no tuvimos la suerte de verlo, pero está conviviendo con animalillos de aquellos parajes. Bajé de la barca andando con la emoción del paseo y me llamó la atención que vendías arqueología, mi pasión: pequeñas figuras y cerámicas rotas, restos que os dejan recoger en las excavaciones y que con el permiso de las autoridades vendéis a los turistas; trozos de la historia y cultura de vuestra tierra que es tan rica y variada, pero la necesidad os obliga a mal vender y sacarlos del país para poder subsistir.
Tú estabas llorando en silencio, las lágrimas surcaban tus mejillas y el viento frío de aquellas alturas secaba tu rostro ¡Qué dulzura tenía tu cara, tu voz! Como casi toda tu gente no puedo explicar por qué pero por un momento, sin tú decirme nada, supe el motivo de tus lágrimas, aun así te pregunté: ¿por qué lloras?, me miraste, sonreíste un poco avergonzada y callaste, tu hijo de dos o tres años estiraba de tu falda y te preguntó algo. Ensimismada y contenta compré una pieza, no me di cuenta de que lloraba un niño pequeño, fuiste a una caja de cartón y la moviste un poco, el bebé calló y tú seguiste con tu vida. Allí entre cartones estaba tu bebé de pocos meses prácticamente recién nacido.
El viento soplaba frío…, ésa era toda tu riqueza, tus hijos entre aquellas montañas, ése era tu único cometido en la vida, lograr subsistir, un marido que de vez en cuando se emborracha y te maltrata, y tú lloras por tu miseria por tu desesperación y tu hijo con sus pies descalzos, y tu bebé sin una cuna que arrulle y meza su cuerpo, y por esta vida que te ha tocado vivir sin poder hacer nada por remediarlo. Me acuerdo de ti cada día de mi vida, y del niño de la ciudad de Esmeraldas, con una gran herida infectada en la pierna por la mordedura de un perro. Quisimos ayudarte, comprarte medicinas, llevarte al médico, algo de comer…!no¡ él quería dinero, el dinero que corrompe y nos aparta de vosotros, de aquellos de los de allá.
Tampoco puedo olvidar a las abuelitas con sus haces de leñas a las espaldas y las piernas torcidas por la artrosis y la falta de alimentos o vendiendo en sus puestecitos sus fritadas hasta altas horas de la noche, durmiendo en la calle al lado de su puesto…por si acaso…
Me gustaría poder transmitir todo lo que vi, pero es tanto que no tengo espacio, sólo decir que comprendáis que en la mayoría de los casos la desesperación les hace salir de su tierra, de su hermosa tierra, hacia un medio que les es hostil y les discrimina aun a pesar de que también fuimos «emigrantes». La mejor manera de ayudarles es en su país, apadrinando niños, financiando proyectos...
PD: Dedicado a la joven del lago Cuicocha, al niño de Esmeraldas, a mis buenos y queridos hermanos Mauricio, César, Rafa y tantos y tantas gentes que conocimos en Ecuador y nos dieron todo su cariño pues en todo momento nos hicieron sentir como su familia.
Pero volvamos a ti, veníamos del lago, un lago entre volcanes en donde casi no existe pesca, por sus frías y oscuras aguas. Recuerdo que mire hacia abajo navegando y me produjo miedo ver su oscuridad, caía su orilla en vertical hacia un fondo abismal, en donde todo lo que cae lo traga y no se encuentra jamás. Un oso nada y camina por allí solitario cada día; no tuvimos la suerte de verlo, pero está conviviendo con animalillos de aquellos parajes. Bajé de la barca andando con la emoción del paseo y me llamó la atención que vendías arqueología, mi pasión: pequeñas figuras y cerámicas rotas, restos que os dejan recoger en las excavaciones y que con el permiso de las autoridades vendéis a los turistas; trozos de la historia y cultura de vuestra tierra que es tan rica y variada, pero la necesidad os obliga a mal vender y sacarlos del país para poder subsistir.
Tú estabas llorando en silencio, las lágrimas surcaban tus mejillas y el viento frío de aquellas alturas secaba tu rostro ¡Qué dulzura tenía tu cara, tu voz! Como casi toda tu gente no puedo explicar por qué pero por un momento, sin tú decirme nada, supe el motivo de tus lágrimas, aun así te pregunté: ¿por qué lloras?, me miraste, sonreíste un poco avergonzada y callaste, tu hijo de dos o tres años estiraba de tu falda y te preguntó algo. Ensimismada y contenta compré una pieza, no me di cuenta de que lloraba un niño pequeño, fuiste a una caja de cartón y la moviste un poco, el bebé calló y tú seguiste con tu vida. Allí entre cartones estaba tu bebé de pocos meses prácticamente recién nacido.
El viento soplaba frío…, ésa era toda tu riqueza, tus hijos entre aquellas montañas, ése era tu único cometido en la vida, lograr subsistir, un marido que de vez en cuando se emborracha y te maltrata, y tú lloras por tu miseria por tu desesperación y tu hijo con sus pies descalzos, y tu bebé sin una cuna que arrulle y meza su cuerpo, y por esta vida que te ha tocado vivir sin poder hacer nada por remediarlo. Me acuerdo de ti cada día de mi vida, y del niño de la ciudad de Esmeraldas, con una gran herida infectada en la pierna por la mordedura de un perro. Quisimos ayudarte, comprarte medicinas, llevarte al médico, algo de comer…!no¡ él quería dinero, el dinero que corrompe y nos aparta de vosotros, de aquellos de los de allá.
Tampoco puedo olvidar a las abuelitas con sus haces de leñas a las espaldas y las piernas torcidas por la artrosis y la falta de alimentos o vendiendo en sus puestecitos sus fritadas hasta altas horas de la noche, durmiendo en la calle al lado de su puesto…por si acaso…
Me gustaría poder transmitir todo lo que vi, pero es tanto que no tengo espacio, sólo decir que comprendáis que en la mayoría de los casos la desesperación les hace salir de su tierra, de su hermosa tierra, hacia un medio que les es hostil y les discrimina aun a pesar de que también fuimos «emigrantes». La mejor manera de ayudarles es en su país, apadrinando niños, financiando proyectos...
PD: Dedicado a la joven del lago Cuicocha, al niño de Esmeraldas, a mis buenos y queridos hermanos Mauricio, César, Rafa y tantos y tantas gentes que conocimos en Ecuador y nos dieron todo su cariño pues en todo momento nos hicieron sentir como su familia.