¿Quiénes somos?



Alicia Montesdeoca Rivero

22/01/2021

Los días van pasando, los acontecimientos se suceden, recomponiéndose y ajustándose la realidad gracias al afán de seguir viviendo. Gracias al esfuerzo que se hace por recuperar el aliento que se quebró, por paliar el dolor de los más afectados. Las manifestaciones de ese dolor nos han despertado y nos han hecho tomar mayor conciencia.



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Detrás del que llora la pérdida de un ser querido, existe una realidad, profundamente vinculada a aquellos que desaparecieron en un instante, cargados de proyectos, de ilusiones, de sentimientos y de afectos frustrados.
 
¿Qué hacer en estos momentos de tantas catástrofes, guerras, dolor y muerte? ¿Cómo reanudaremos la cotidianidad después de contemplar un espectáculo dantesco cargado de sufrimiento humano? Porque la vida tercamente continúa y no podemos continuar viviendo sin esperanzas y desconfiando del otro, de su clase, de su religión, de su etnia, o de cualquier diferencia que le caracterice, porque esperamos de esas diferencias un peligro para nuestro existir.
 
Para continuar, hemos de recomponernos desde una conciencia superior, con serenidad y desde el silencio, apagando los ruidos externos, el bombardeo de la información que viene de fuera. Conozcamos cuáles son nuestras aspiraciones más íntimas, nuestros mejores deseos, nuestras inclinaciones más puras, nuestros principios más sublimes. Tratemos de centrarnos en lo que somos y elijamos aquellas actitudes y acciones creadoras de espacios de vida, de espacios de acogida, de espacios de protección para mí y para los demás.
 
Así, centrados en lo que somos fortalezcamos nuestra identidad, y con ella nuestros proyectos, nuestras intenciones, nuestra acción. Una identidad que ha de esta orientada, con la fe en nuestros objetivos, con el amor puesto en lo que queremos crear, y con la esperanza de que un nuevo proyecto de sociedad humana ha de salir de este momento doloroso.

La identidad como recurso

Imagen de Peggy und Marco Lachmann-Anke en Pixabay
¿Qué nos la fortalece? ¿Qué nos la debilita? ¿Cuál es el eje alrededor del cual gira nuestra vida? ¿De qué manera yo me enfrento a la realidad diaria? Una realidad en la que he de estar “presente” para vivirla plenamente, tanto cuando voy al trabajo como cuando he de cuidar a mi familia, realizar mis estudios o descansar y gozar del tiempo libre.
 
Una realidad en un mundo lleno de contrastes y de diferencias; en un mundo lleno de seres que conozco y a los que amo, pero más lleno aún de seres extraños a mí e ignorados por mí; seres cercanos y lejanos; seres con una vida plenas de posibilidades o con total carencia de ellas.
 
El equilibrio personal se consigue cuando no te arrastran las modas cambiantes; cuando asumes la propia vida como única y respetas la de cada uno de los otros porque también son únicas; cuando no dejas de ser tú a pesar de que las corrientes parezcan ir en contra de tú andar; cuando realizas tu trabajo, tus estudios, el cuidado de los otros poniendo toda la conciencia en ello, sin “rutinizar” ninguna labor; cuando no tratas de evadirte ante el miedo, la tristeza o el dolor y los encaras y les preguntas por lo que se esconde detrás de ellos; cuando no te importa reconocerte como una persona frágil, sensible, ignorante, o necesitada, y que a la vez se sabe fuerte, sostenedora, sabia, y plenamente satisfecha de lo que posee.
 
También, cuando mantienes el deseo de saber y la curiosidad, sin preocuparte por parecer infantil o insegura, y cuando te sientes inquieta, angustiada, con desazón y eres capaz de localizar la voz que calma tu espíritu. No hay droga capaz de dar la paz que esa “voz” da. Las inquietudes, las angustias, la desazón, son quebrantos de lo que está siendo tergiversado, mal interpretado, taponado, ocultado, diluido por falta de atención y de tiempo para el encuentro consigo misma.
 
¿Cómo me puedo enfrentar a los problemas y al dolor con dignidad sino es sabiendo en dónde estoy situada, cuáles son las razones por las cuáles se producen los acontecimientos y cómo formar mi personalidad social salvando mi vida interna?
 
Es preciso ser críticas para darnos cuenta de que determinadas acciones, propuestas, imposiciones, ofertas, opiniones, acontecimientos, etc., que nos vienen del entorno, van en contra de la permanencia de la vida. También, hay que ser lo suficientemente responsable para no poner en riesgo, por acción o por omisión, la vida propia ni la de los demás, aunque ello nos lleve a posiciones diferentes.
 
La superación de la época que vivimos demanda, de todas las personas, estar conectadas con la propia identidad, para no ser arrastradas por la confusión. También, ser conscientes de la responsabilidad que se asume en cualquier acción que se realice, y aceptar que se tiene un compromiso hacia los otros. Un compromiso que implica el sumo respeto a la identidad individual, la solidaridad en todo momento y el diseño de acciones encaminadas a la generación de la concordia social.
 
Cuando nos sintamos cómodas solas y en silencio, pero también felices compartiendo con los demás miembros de la familia humana lo que somos y tenemos, el mundo se puede venir abajo pero la fortaleza que soy se mantendrá en pie porque está hecha de valores; porque se pliega ante los embates como un junco azotado por el viento; porque identifica el momento y el proceso que vive; porque comprende la experiencia colectiva que está sufriendo solidariamente; porque respeta la capacidad (grande o pequeña) con que los otros se enfrentan a lo mismo; porque acepta su parte de responsabilidad en lo que sucede; porque encara de frente el horror y el dolor poniendo su voluntad en paliarlos y en sacar las mejores experiencias de ello para sí y para los demás.

La impronta de la acción individual y la conciencia de grupo

Imagen de Anemone123 en Pixabay
Por eso, la presencia social de individuos que tienen conciencia de lo que son produce un efecto sobre la realidad, de suma trascendencia para el discurrir de los acontecimientos. Asimismo, cuando los individuos se reúnen con una intención, con una voluntad consciente, con un fin, el orden de su impronta adquiere unas características de realidad mucho mayores. La vida colectiva adquiere el poder individual potenciándose, de esta manera, los efectos que las acciones individuales y en solitario tenían.
 
Para llegar a la conciencia de grupo es necesario que exista una complicidad entre los individuos, una ley interna que les haga sentir el impulso a la creación colectiva, una necesidad de saltar desde el objetivo del yo al objetivo del “nosotros”.
 
El nosotros es, pues, tan natural como el yo, pero sólo se produce en la madurez del espíritu común. Se concreta cuando todas las batallas del individualismo se han ganado... o se han perdidos según se mire.
 
Tener conciencia de ser chispa en un haz de luz, de ser miembro de un colectivo, de pertenecer a un empeño, de que nuestra presencia favorece los objetivos de una colectividad, de que se está engarzado a un proyecto concreto, de que existe un destino común, en definitiva, de creer en ese nosotros, da un giro fundamental a nuestra vida. Todo eso propicia un salto de perspectiva que da eficacia a nuestras acciones y redunda, también, en el fortalecimiento de la identidad.
 
Ser y pertenecer son dos realidades que se nutren. Yo soy cuando pertenezco. Mi poder está ahí, mi fortaleza viene de ahí, mi supervivencia depende de eso. Nosotros somos cuando nos pertenecemos, cuando se pone en común las capacidades, cuando entregamos lo que somos como yo para que otro sea también una pluralidad.
 
La individualidad adquiere dimensiones con conexiones sin límites. Ya no existe una frontera conocida, las posibilidades de realidad se suceden, se mutan a una velocidad que no permite el control o el freno de un poder miope.
 
El ego se desnaturaliza para ser un yo consciente. La conciencia de lo que somos permite la solidaridad porque el interés del yo está en el nosotros. Favorece la creación porque la creatividad emerge como fuerza imparable, por la colaboración de todos en las tareas de todos.
 
Esto no es únicamente un acto de la voluntad, es también una conciencia de realidad. Conciencia de estar mirando desde un punto del cosmos y encontrarte con que toda realidad individual es dependiente, tengas, o no, la intención de colaborar en nutrirla. Si colaboras aceptando el ritmo, el latido, los ciclos, las frecuencias con los que la vida se manifiesta, vives una realidad como individuo. Si te sitúas en una posición personalista, creyéndote eje, centro, gobernante del devenir de los acontecimientos, vives otra distinta como individuo y como miembro de una sociedad.

Ser consciente

Ahora bien, colabores o no, tengas conciencia de lo que eres, o no, te entregues o te resistas, duermas o estés despierto, te ilusiones con una posibilidad o aceptes las posibilidades presentes, siempre estás perteneciendo. No serías si no existiesen todos los demás.
 
Esto no es una renuncia a lo concreto, a lo pequeño, a lo individual. Esto es la aceptación de lo absoluto, de lo inmenso, del todo. Esto es la conciencia del movimiento, del vínculo, del ser porque hay sentido en el existir.
 
El barco en el que navegamos no es distinto al mar en el que se navega. Las alas con las que vuela el pájaro no están separadas del aire dentro del cual se mueve y que le presenta resistencia a su movimiento. La apariencia será de lucha contra el medio que nos envuelve, pero en realidad es de colaboración, porque el medio y aquel que lo observa, lo atraviesa, lo transforma o, simplemente, se deja llevar por él, como hacen las hojas movidas por el viento, están latiendo con el mismo ritmo. Hay una misma fuente de donde se nutren, un solo corazón que bombea su vitalidad, un único impulso, una única voluntad, a pesar de las apariencias.
 
Dar el salto desde la perspectiva individual, desde el mirar situados en un ángulo sólo personal, a imaginarte como unos ojos de conciencia, asomados a la superficie de un gran manto multidimensional, permite reconocerte dentro de una única realidad. Una realidad en movimiento permanente, que requiere de tu aceptación de existir para que el ritmo se mantenga y se produzca armonía en su contracción y en su expansión eterna.
 
Esta visión llevada a lo pequeño, a lo cotidiano, a lo personal, a lo concreto, a lo familiar, a lo profesional, reduce el esfuerzo con el que concebimos y emprendemos cualquier empresa; facilita la convivencia y el respeto a las aportaciones de los otros; consigue la expansión de las posibilidades de nosotros y la de los demás; da paz al espíritu y confianza en las leyes que configuran el cosmos.






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