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Todo viene a cuento por la poca sensibilidad que han demostrado –y siguen demostrando- las autoridades, no solo de este país sino de todos los que se han visto amenazados por la pandemia del coronavirus.
Vas por la calle y procuras alejarte de quienes vienen en sentido contrario al tuyo, no vaya a ser que te contagien, convirtiéndose así en unos “presuntos enemigos” de tu salud y de tu vida y, por supuesto, ellos pensarán lo mismo de ti.
¿Cómo hemos llegado a esta situación? ¿Cómo es posible que, de pronto, nos hayamos convertido en potenciales enemigos de los demás? ¿La epidemia es más mortal que otras que vivimos cada año, como la gripe?
Vas por la calle y procuras alejarte de quienes vienen en sentido contrario al tuyo, no vaya a ser que te contagien, convirtiéndose así en unos “presuntos enemigos” de tu salud y de tu vida y, por supuesto, ellos pensarán lo mismo de ti.
¿Cómo hemos llegado a esta situación? ¿Cómo es posible que, de pronto, nos hayamos convertido en potenciales enemigos de los demás? ¿La epidemia es más mortal que otras que vivimos cada año, como la gripe?
Apoyándonos en los datos oficiales
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En la pasada temporada, “la epidemia gripal se caracterizó por una circulación mixta de virus de la gripe B y A(H3N2) y una duración mayor de lo habitual", ha apuntado Amparo Larrauri, investigadora del Ciberesp en el Centro Nacional de Epidemiología-ISCIII. “Los mayores de 64 años se vieron más afectados que en temporadas anteriores, produciéndose un número considerable de hospitalizaciones con gripe grave y defunciones”, ha añadido.
Los profesionales del CIBER de Epidemiología y Salud Pública (Ciberesp) y del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) han estimado en el resumen de la temporada de gripe 2017-2018 que cerca de 800.000 personas padecieron la enfermedad. De ellas, 52.000 tuvieron que ser ingresadas y cerca de 15.000 fallecieron.
Las epidemias anuales causan alrededor de 3 a 5 millones de casos de enfermedades graves y alrededor de 290.000 a 650.000 muertes en todo el mundo. La mayoría de las infecciones son autolimitadas, no requieren visitas médicas, pero una proporción de los casos presenta complicaciones graves, principalmente en personas con enfermedades subyacentes y en niños pequeños y ancianos.
Yo no recuerdo haber visto por las calles en esas fechas, en las piscinas ni en las playas, gente con mascarillas (salvo algunos turistas japoneses). Tampoco los gobiernos ni la OMS declararon a la gripe estacional como pandemia ni el estado de alarma, ni nos obligaron a permanecer dos o tres meses en nuestras casas, por citar solo un par de limitaciones ¿Por qué entonces lo han hecho ahora?
Y si hablamos de las pandemias anuales como la malaria, en 2018 se estimaron 405.000 muertes por malaria en todo el mundo, comparado con 416.000 muertes estimadas en 2017 y 585.000 en 2010. Claro que, el 94% de las muertes se produjeron en el África subsahariana, lejos de las potencias mundiales…
8.500 niños mueren cada día de desnutrición y según las estimaciones de Unicef, el Banco Mundial, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la División de Población de Naciones Unidas, se calcula que 6,3 millones de niños menores de 15 años murieron en 2017 por causas, en su mayoría, prevenibles. Eso más o menos cada año. ¿Es ésa una pandemia o tampoco?
Los profesionales del CIBER de Epidemiología y Salud Pública (Ciberesp) y del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) han estimado en el resumen de la temporada de gripe 2017-2018 que cerca de 800.000 personas padecieron la enfermedad. De ellas, 52.000 tuvieron que ser ingresadas y cerca de 15.000 fallecieron.
Las epidemias anuales causan alrededor de 3 a 5 millones de casos de enfermedades graves y alrededor de 290.000 a 650.000 muertes en todo el mundo. La mayoría de las infecciones son autolimitadas, no requieren visitas médicas, pero una proporción de los casos presenta complicaciones graves, principalmente en personas con enfermedades subyacentes y en niños pequeños y ancianos.
Yo no recuerdo haber visto por las calles en esas fechas, en las piscinas ni en las playas, gente con mascarillas (salvo algunos turistas japoneses). Tampoco los gobiernos ni la OMS declararon a la gripe estacional como pandemia ni el estado de alarma, ni nos obligaron a permanecer dos o tres meses en nuestras casas, por citar solo un par de limitaciones ¿Por qué entonces lo han hecho ahora?
Y si hablamos de las pandemias anuales como la malaria, en 2018 se estimaron 405.000 muertes por malaria en todo el mundo, comparado con 416.000 muertes estimadas en 2017 y 585.000 en 2010. Claro que, el 94% de las muertes se produjeron en el África subsahariana, lejos de las potencias mundiales…
8.500 niños mueren cada día de desnutrición y según las estimaciones de Unicef, el Banco Mundial, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la División de Población de Naciones Unidas, se calcula que 6,3 millones de niños menores de 15 años murieron en 2017 por causas, en su mayoría, prevenibles. Eso más o menos cada año. ¿Es ésa una pandemia o tampoco?
Las relaciones humanas
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Pero volvamos al principio, a la relación con los vecinos y con la familia. Las personas fallecidas en hospitales o en residencias de ancianos, por ejemplo, no pudieron estar acompañadas en sus últimos días, con todo el dolor que esa orden suponía para el enfermo y sus familias. Claro que si los enfermos hubieran tenido la gripe, entonces sí hubieran podido estar acompañados, eso sí, con cuidado.
Si estás en la fase 1 del confinamiento ¡te puedes bañar pero no poner la toalla en la playa, ni tomar el sol, bajo pena de multa! Pero si estás en la fase 2 ó 3 entonces sí puedes tomarte una cerveza con unos amigos en la terraza de un bar o ir a un entierro, como si el virus supiera en la fase en la que estamos y dijeran: ¡A estos no les contagiemos que están en la Fase 2!
Los niños pequeños, de 4 ó 5 años, tienen que estar separados al menos dos metros unos de otros en la clase y en los recreos, con señales o límites físicos ¿Cómo es posible que aceptemos esas incongruencias? ¡les estamos enseñando a los niños, nuestro futuro, a rechazar a sus amigos y a todo aquél que se les acerque con el pretexto de que les pueden contagiar y morir!
Hace unos días tuve que ir al hospital a hacerme unas pruebas (entre ellas el test del coronavirus, que por cierto dio negativo). El hospital estaba vacío en comparación a como se encontraba antes de la pandemia. Las pocas personas que deambulaban por los pasillos –pacientes, familiares y personal sanitario- con las caras tapadas por mascarillas, me transmitieron una impresión apocalíptica, también de pena profunda al ver cómo los seres humanos nos alejábamos unos de otros, como si estuviéramos apestados. Sentí entonces una vergüenza infinita, un sentimiento de rabia contenida, de incomprensión ante lo que estaba sucediendo…
Me afectó profundamente cuando, bajando por las escaleras del hospital desde la planta tercera (había carteles recomendando no utilizar los ascensores), delante de mí, a un par de metros iba un papá con su hija que tendría apenas cinco años. La niña iba un escalón por delante de su padre, ambos con las mascarillas puestas, como todos nosotros. Iba diciéndole en un tono que causaba cuando menos inquietud: “¡Ainoa por el centro! ¡No toques las barandillas! ¡No te acerques a la pared! ¡Ainoa a la derecha que viene un señor! ¡Estate atenta, no corras ni saltes, no te vayas a caer!... y así todo el tiempo hasta que llegamos a la planta baja.
Pensé en el efecto que esas palabras tendrían en la psique de la niña, ¿qué impronta dejarían esas palabras? Pero, sobre todo el tono de alarma, preocupación y peligro que el papá impregnaba cada recomendación ¿Cómo afectaría a esa pequeña que uno de sus ascendentes primordiales: su papá, manifestase tanto miedo? ¿Qué marca le dejaría en su personalidad?
Salí del hospital con la sensación de que detrás de la pandemia debía haber otros intereses, otros objetivos, porque si no me costaba entender lo que estaba sucediendo en todo el mundo. Y luego, cuando fui al supermercado, más de lo mismo, gente “huyendo” de otros seres humanos y si, por casualidad, te acercabas demasiado, pedías perdón y, a veces, te respondían con un gruñido de desaprobación por tu falta de cuidado.
Estoy convencido de que las autoridades, al menos en este país, se han asustado, no por los muertos que ha producido la pandemia -que también-, sino por los desastres económicos que han generado, algo que intentan paliar con medidas económicas que, como se descuiden, van a arruinar al país.
Si estás en la fase 1 del confinamiento ¡te puedes bañar pero no poner la toalla en la playa, ni tomar el sol, bajo pena de multa! Pero si estás en la fase 2 ó 3 entonces sí puedes tomarte una cerveza con unos amigos en la terraza de un bar o ir a un entierro, como si el virus supiera en la fase en la que estamos y dijeran: ¡A estos no les contagiemos que están en la Fase 2!
Los niños pequeños, de 4 ó 5 años, tienen que estar separados al menos dos metros unos de otros en la clase y en los recreos, con señales o límites físicos ¿Cómo es posible que aceptemos esas incongruencias? ¡les estamos enseñando a los niños, nuestro futuro, a rechazar a sus amigos y a todo aquél que se les acerque con el pretexto de que les pueden contagiar y morir!
Hace unos días tuve que ir al hospital a hacerme unas pruebas (entre ellas el test del coronavirus, que por cierto dio negativo). El hospital estaba vacío en comparación a como se encontraba antes de la pandemia. Las pocas personas que deambulaban por los pasillos –pacientes, familiares y personal sanitario- con las caras tapadas por mascarillas, me transmitieron una impresión apocalíptica, también de pena profunda al ver cómo los seres humanos nos alejábamos unos de otros, como si estuviéramos apestados. Sentí entonces una vergüenza infinita, un sentimiento de rabia contenida, de incomprensión ante lo que estaba sucediendo…
Me afectó profundamente cuando, bajando por las escaleras del hospital desde la planta tercera (había carteles recomendando no utilizar los ascensores), delante de mí, a un par de metros iba un papá con su hija que tendría apenas cinco años. La niña iba un escalón por delante de su padre, ambos con las mascarillas puestas, como todos nosotros. Iba diciéndole en un tono que causaba cuando menos inquietud: “¡Ainoa por el centro! ¡No toques las barandillas! ¡No te acerques a la pared! ¡Ainoa a la derecha que viene un señor! ¡Estate atenta, no corras ni saltes, no te vayas a caer!... y así todo el tiempo hasta que llegamos a la planta baja.
Pensé en el efecto que esas palabras tendrían en la psique de la niña, ¿qué impronta dejarían esas palabras? Pero, sobre todo el tono de alarma, preocupación y peligro que el papá impregnaba cada recomendación ¿Cómo afectaría a esa pequeña que uno de sus ascendentes primordiales: su papá, manifestase tanto miedo? ¿Qué marca le dejaría en su personalidad?
Salí del hospital con la sensación de que detrás de la pandemia debía haber otros intereses, otros objetivos, porque si no me costaba entender lo que estaba sucediendo en todo el mundo. Y luego, cuando fui al supermercado, más de lo mismo, gente “huyendo” de otros seres humanos y si, por casualidad, te acercabas demasiado, pedías perdón y, a veces, te respondían con un gruñido de desaprobación por tu falta de cuidado.
Estoy convencido de que las autoridades, al menos en este país, se han asustado, no por los muertos que ha producido la pandemia -que también-, sino por los desastres económicos que han generado, algo que intentan paliar con medidas económicas que, como se descuiden, van a arruinar al país.
¿Somos cazadores de microbios o creadores de salud?
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Es una pregunta que he escuchado decir al Dr. Karmelo Bizcarra hace unos días en una entrevista. En ella habla de que los virus y las bacterias forman parte consustancial de la vida y que los organismos complejos (como un ser humano) si está en buenas condiciones, sano, con una buena alimentación basada en frutas y verduras, prácticas saludables, ejercicio físico, respiraciones profundas, contacto con la naturaleza, con un estado emocional equilibrado, capaz de gestionar las emociones negativas como el miedo, manteniendo el contacto afectivo con sus familiares y amigos… dará como consecuencia un sistema inmune fuerte que será capaz de superar el ataque de un microorganismo minúsculo. Más importante que luchar contra el patógeno es favorecer que el terreno esté sano.
El Dr. Bizcarra habla sobre cómo nos están afectando las informaciones que nos llegan a través de los medios de comunicación y de las redes sociales: “Estamos sufriendo el efecto del egregor, una palabra que utilizaban los antiguos y que a mi me gusta mucho. Se trata de lo que se crea en el ambiente cuando miles de personas coinciden en un único pensamiento, sentimiento o emoción, cuando hay miedo, terror, tristeza, soledad, desconexión de los seres humanos… y esto es lo que está sucediendo ahora. Es importante sembrar luz ante tanta oscuridad”.
En definitiva, que esto es una situación difícil de aceptar para muchas personas y me pregunto si en lugar de comprar tantas mascarillas, lo que habría que haber hecho es aumentar y potenciar el sistema inmune de los ciudadanos con el aporte de aquellos elementos que fueran necesarios, para que fuera nuestro cuerpo el que luchase contra el virus, como se ha demostrado en los miles de casos de personas que, o no se han contagiado, o se han curado después de estar contagiados. Medidas preventivas coherentes como propugnan muchos médicos, que tampoco entienden lo que está pasando.
El Dr. Bizcarra habla sobre cómo nos están afectando las informaciones que nos llegan a través de los medios de comunicación y de las redes sociales: “Estamos sufriendo el efecto del egregor, una palabra que utilizaban los antiguos y que a mi me gusta mucho. Se trata de lo que se crea en el ambiente cuando miles de personas coinciden en un único pensamiento, sentimiento o emoción, cuando hay miedo, terror, tristeza, soledad, desconexión de los seres humanos… y esto es lo que está sucediendo ahora. Es importante sembrar luz ante tanta oscuridad”.
En definitiva, que esto es una situación difícil de aceptar para muchas personas y me pregunto si en lugar de comprar tantas mascarillas, lo que habría que haber hecho es aumentar y potenciar el sistema inmune de los ciudadanos con el aporte de aquellos elementos que fueran necesarios, para que fuera nuestro cuerpo el que luchase contra el virus, como se ha demostrado en los miles de casos de personas que, o no se han contagiado, o se han curado después de estar contagiados. Medidas preventivas coherentes como propugnan muchos médicos, que tampoco entienden lo que está pasando.