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Elevación
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Esta emoción positiva, traducida del inglés elevation, se expresa como un fuerte sentimiento de afecto en el pecho que ocurre cuando se presencian actos que reflejan lo mejor del ser humano, provocando en los demás el deseo de ser mejores personas. La elevación es lo que experimentamos cuando, por ejemplo, se observa que alguien celebra el cumpleaños de una persona en situación de riesgo (sin hogar, en pobreza extrema…): le prepara una fiesta con pastel, globos, confeti y demás, mientras el festejado lo agradece con una sonrisa que irradia felicidad. Experimentar esta emoción hace más factible que queramos ayudar a otras personas. De acuerdo con Seligman (2002), lo anterior tiene importantes beneficios psicológicos y sociales, pues las personas que llevan a cabo lo descrito en el ejemplo se sienten orgullosas de sus acciones, al tiempo que los individuos que son ayudados sienten una extrema gratitud (Fredrickson, 2001). Lo anterior bien podría ser definido como un bumerang de actos positivos que permite mejorar la calidad de vida de las personas.
Todos hemos visto pequeños cortos en los que alguien, al presenciar una buena acción, se siente impelido a realizar también algo bueno por alguien. Nuestra vida está llena de esos pequeños gestos que son ejemplos inspiradores para los que lo presencian y que replican a su vez de mil formas distintas en cuanto la vida les proporciona la más mínima oportunidad.
Es como si se produjera una “cadena de favores” que se va propagando como una mecha encendida: Ayudar a alguien mayor a llevar sus bolsas de compra, ceder el paso con una sonrisa a un peatón que camina despacio, responder a las llamadas de las ong´s que organizan recogidas de alimentos, voluntarios para atender el reparto, donaciones para los más desfavorecidos, o ver a un grupo de voluntarios recogiendo las basuras de la playa y ayudarles… Esos sentimientos de elevación tienen su máxima expresión cuando se viven situaciones catastróficas de cualquier tipo. Aún recuerdo lo que sucedió en Madrid después de los atentados terroristas del 11M, (11 de marzo de 2004) Fallecieron 193 personas y alrededor de dos mil resultaron heridas.
Los enfermos menos graves de los hospitales cedían sus camas a los heridos, los taxistas trasladaban gratis a los familiares de las víctimas a los hospitales, las unidades de donación de sangre que se instalaron en distintos puntos de la ciudad vieron como filas con cientos de personas esperaban para donar, todo el mundo ayudaba y echaba una mano en lo que podían, psicólogos y trabajadores sociales se presentaron para ayudar a las familias a superar los momentos difíciles que vivían… y un sinfín de ejemplos más.
Las situaciones vividas en el mes de enero en Madrid y en otros lugares del centro de España con la borrasca Filomena son también un buen ejemplo de elevación.
Está claro que cuando experimentamos la emoción de la elevación surge el deseo de ser más cooperativos, las ganas de ayudar a otros, el impulso de pasar a la acción para paliar el dolor ajeno. Por otra parte, las personas que reciben la ayuda sienten gratitud (otra emoción positiva importantísima), pero también los que son testigos de los hechos pueden sentirse “contagiados” por le elevación que ven en el otro, creándose una espiral positiva de efectos sociales muy beneficiosos, generándose solidaridad, altruismo, cooperación… lo que conduce a una mayor cohesión del tejido social.
Pero… ¿Y si no tuviéramos que esperar a vivir situaciones dramáticas o críticas para sacar lo mejor de nosotros mismos? ¿Y si la compasión estuviese presente en cada una de nuestras respiraciones atentos siempre para responder de la mejor manera? ¿Y si fuéramos conscientes de todo lo que está en nuestra mano para ayudar, socorrer, alentar, sostener…? ¿Y si fuéramos capaces de contagiarnos de los buenos ejemplos que vemos a nuestro alrededor? ¿Y si aprovecháramos cualquier oportunidad para iniciar esa ola de buenas acciones que será sin duda secundada con sus propias respuestas por los que están presentes? ¿Y si tuviéramos ya la suficiente madurez para alinear nuestra ATENCION (mente), con nuestra INTENCIÓN (corazón) y nuestra ACCIÓN (manos a la obra)?.
Todos hemos visto pequeños cortos en los que alguien, al presenciar una buena acción, se siente impelido a realizar también algo bueno por alguien. Nuestra vida está llena de esos pequeños gestos que son ejemplos inspiradores para los que lo presencian y que replican a su vez de mil formas distintas en cuanto la vida les proporciona la más mínima oportunidad.
Es como si se produjera una “cadena de favores” que se va propagando como una mecha encendida: Ayudar a alguien mayor a llevar sus bolsas de compra, ceder el paso con una sonrisa a un peatón que camina despacio, responder a las llamadas de las ong´s que organizan recogidas de alimentos, voluntarios para atender el reparto, donaciones para los más desfavorecidos, o ver a un grupo de voluntarios recogiendo las basuras de la playa y ayudarles… Esos sentimientos de elevación tienen su máxima expresión cuando se viven situaciones catastróficas de cualquier tipo. Aún recuerdo lo que sucedió en Madrid después de los atentados terroristas del 11M, (11 de marzo de 2004) Fallecieron 193 personas y alrededor de dos mil resultaron heridas.
Los enfermos menos graves de los hospitales cedían sus camas a los heridos, los taxistas trasladaban gratis a los familiares de las víctimas a los hospitales, las unidades de donación de sangre que se instalaron en distintos puntos de la ciudad vieron como filas con cientos de personas esperaban para donar, todo el mundo ayudaba y echaba una mano en lo que podían, psicólogos y trabajadores sociales se presentaron para ayudar a las familias a superar los momentos difíciles que vivían… y un sinfín de ejemplos más.
Las situaciones vividas en el mes de enero en Madrid y en otros lugares del centro de España con la borrasca Filomena son también un buen ejemplo de elevación.
Está claro que cuando experimentamos la emoción de la elevación surge el deseo de ser más cooperativos, las ganas de ayudar a otros, el impulso de pasar a la acción para paliar el dolor ajeno. Por otra parte, las personas que reciben la ayuda sienten gratitud (otra emoción positiva importantísima), pero también los que son testigos de los hechos pueden sentirse “contagiados” por le elevación que ven en el otro, creándose una espiral positiva de efectos sociales muy beneficiosos, generándose solidaridad, altruismo, cooperación… lo que conduce a una mayor cohesión del tejido social.
Pero… ¿Y si no tuviéramos que esperar a vivir situaciones dramáticas o críticas para sacar lo mejor de nosotros mismos? ¿Y si la compasión estuviese presente en cada una de nuestras respiraciones atentos siempre para responder de la mejor manera? ¿Y si fuéramos conscientes de todo lo que está en nuestra mano para ayudar, socorrer, alentar, sostener…? ¿Y si fuéramos capaces de contagiarnos de los buenos ejemplos que vemos a nuestro alrededor? ¿Y si aprovecháramos cualquier oportunidad para iniciar esa ola de buenas acciones que será sin duda secundada con sus propias respuestas por los que están presentes? ¿Y si tuviéramos ya la suficiente madurez para alinear nuestra ATENCION (mente), con nuestra INTENCIÓN (corazón) y nuestra ACCIÓN (manos a la obra)?.
Fluidez
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La fluidez, (Flow en inglés) es aquella emoción que se experimenta cuando una persona se encuentra totalmente centrada en el disfrute de la actividad que está realizando (Csikszentmihalyi, 1990), de este modo sus acciones y pensamientos fluyen sin pausa, hasta el punto de que parece que nada más le importa. Es decir, cuando la persona concentra todos sus sentidos, pensamientos y emociones en lo que sucede en ese momento y pierde la noción el tiempo. Ese es el punto en que todas las habilidades de la persona se encuentran en equilibrio y funcionan óptimamente, transformando la personalidad y haciéndola más compleja. Sentir fluidez es directamente proporcional a la subjetividad de cada persona, pues puede hacerse presente en un sinnúmero de actividades, como por ejemplo jugar ajedrez, bailar, cantar, pintar o escuchar música, entre muchas otras. La fluidez se reduce esencialmente al hecho de disfrutar con todos los sentidos lo que se está haciendo en un determinado momento, pero lleva a muchos individuos a transformar actividades rutinarias en experiencias invaluables y totalmente gratificantes para su vida
Mihály Csíkszentmihályi fue quien acuñó la idea del flujo (flow). Este psicólogo se refiere con este término a lo que ocurre cuando la persona deja el ego de lado, pierde la noción del tiempo y se concentra en aquello que realiza ya que le genera satisfacción.
El flujo también conocido como "la zona" es el estado mental en el cual una persona está completamente inmersa en la actividad que lleva a cabo sea esta de máxima precisión o simplemente cocinar. La persona enfoca la energía, se implica totalmente en la tarea, con sus cinco sentidos y cuando termina recoge el resultado exitoso de su implicación con la tarea, y de éxito en la realización de la actividad. Este estado se logra dando confianza total al subconsciente para realizar actividades relacionadas con la memoria muscular y el movimiento, dejando espacio a la mente para que piense de manera creativa y estratégica sobre la tarea en cuestión. Esta sensación se experimenta mientras la actividad está en curso.
La fluidez no está vinculada a determinadas tareas, sino que cualquier persona, ya sea un cirujano o un operario de una cadena de montaje, un escritor, un cocinero, una madre cuidando a su hijo… puede experimentar esa emoción y hacer de una tarea rutinaria o un trabajo aburrido algo extraordinario que le puede proporcionar una gran satisfacción. En ocasiones el lenguaje coloquial resume este estado a la perfección, cuando decimos, por ejemplo: “estaba tan entregado a lo que estaba haciendo que el tiempo se me pasó volando”.
Según Csíkszentmihályi una experiencia de fluidez se enmarca en los siguientes puntos:
Tener claro el objetivo alcanzable a la vez que están identificados los recursos personales o las habilidades. Capacidad de concentración en la tarea que la persona lleva a cabo con profundidad y enfoque. Atención a la retroalimentación para introducir ajustes y cambios en función de los resultados que se vayan dando. Un cierto equilibrio entre el reto planteado y la capacidad de la persona. La actividad proporciona sentimientos gratificantes con lo cual el esfuerzo se minimiza. Mihály Csíkszentmihályi fue quien acuñó la idea del flujo (flow). Este psicólogo se refiere con este término a lo que ocurre cuando la persona deja el ego de lado, pierde la noción del tiempo y se concentra en aquello que realiza ya que le genera satisfacción.
El flujo también conocido como "la zona" es el estado mental en el cual una persona está completamente inmersa en la actividad que lleva a cabo sea esta de máxima precisión o simplemente cocinar. La persona enfoca la energía, se implica totalmente en la tarea, con sus cinco sentidos y cuando termina recoge el resultado exitoso de su implicación con la tarea, y de éxito en la realización de la actividad. Este estado se logra dando confianza total al subconsciente para realizar actividades relacionadas con la memoria muscular y el movimiento, dejando espacio a la mente para que piense de manera creativa y estratégica sobre la tarea en cuestión. Esta sensación se experimenta mientras la actividad está en curso.
La fluidez no está vinculada a determinadas tareas, sino que cualquier persona, ya sea un cirujano o un operario de una cadena de montaje, un escritor, un cocinero, una madre cuidando a su hijo… puede experimentar esa emoción y hacer de una tarea rutinaria o un trabajo aburrido algo extraordinario que le puede proporcionar una gran satisfacción. En ocasiones el lenguaje coloquial resume este estado a la perfección, cuando decimos, por ejemplo: “estaba tan entregado a lo que estaba haciendo que el tiempo se me pasó volando”.
Según Csíkszentmihályi una experiencia de fluidez se enmarca en los siguientes puntos:
Cuando se experimenta la emoción de la fluidez hay una identificación total entre acción y consciencia, se produce una distorsión en la percepción subjetiva del tiempo, aparece una sensación de control y buena gestión de la tarea y hay una especie de desaparición de la “personalidad externa” para sentir que actuamos desde nuestro Ser Interior. Este estado no tiene nada que ver con el sentido que se le ha dado en algunos ámbitos como “seguir la corriente”, “no resistirse”, “dejarse llevar”, etc. que se enfocan hacia una actitud de conformismo.
Se trataría, de alguna manera, de llegar a lo que las tradiciones orientales (budismo y taoísmo) han promulgado desde hace siglos: superar la dualidad entre mente y cuerpo a través de la disciplina y las prácticas espirituales. También en educación se ha trabajado con la fluidez, por ejemplo, en las escuelas Montessori que abogan por crear ocasiones de experiencias de flujo para los estudiantes.