Niebla en la mente



Luis Arribas Mercado

22/07/2021

De siempre es sabido que la climatología afecta al carácter. Un día soleado nos anima y nos impulsa a hacer cosas nuevas, a salir al exterior, pero un día lluvioso nos retrae, nos impulsa a quedarnos en casa, a meternos para adentro y rememorar historias antiguas…



Photo by Dimitar Donovski on Unsplash
Supongamos que hoy hay mucha niebla. Parece como si el tiempo tratara de decir que las cosas no están nada claras, que lo que ayer parecía nítido, hoy ya no lo es tanto, que cuando menos te lo esperas, la vida te dice: «para un poco, pon tus luces para poder ver y que te vean, no vaya a ser que, entre tanta nube baja, te pierdas o tengas un accidente», todo muy simbólico, claro. Porque de simbolismos se trata, de hacer paralelismos entre lo que sucede en nuestro interior y lo que ocurre en el exterior.
 
La realidad es que a uno le gustaría que siempre luciera el sol, que la temperatura fuese agradable, que no tuviera qué hacer mal tiempo, que la lluvia es algo que está bien siempre que dure poco, que la niebla puede ser hasta algo acogedor siempre que uno esté en casa calentito, con una infusión en las manos y un libro para deleitarse leyendo. Todo esto por no hablar del viento y del granizo o la nieve, que también tienen su simbolismo.
 
Porque si uno va conduciendo la cosa es distinta ¿no? Lo de conducir también es algo simbólico. Conducirnos, ser la mejor versión de nosotros mismos cuando nos relacionamos con los demás. Ser capaces de ir por la vida cediendo el paso, respetando las señales de tráfico que nos informan de la mejor manera de llegar a nuestro destino, aunque algunas no parezcan tener ese sentido; estar atentos a las dificultades del camino y a los demás conductores y no creer que estamos participando en una carrera de Fórmula 1. Estos son solo algunos aspectos a tener en cuenta, independientemente del tiempo que haga.

La niebla nos iguala a todos

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Salir a ver qué nos depara la vida y encontrarte con que no te ven por muchas luces que enciendas y mucha cola de pavo real que extiendas, es frustrante ¿no? A eso quería llegar, a lo de que por mucho ego que uno saque a la luz, la vida a veces te pone al mismo nivel que a todos los demás, nadie tiene el derecho de comportarse como si él fuera el único conductor que va por la carretera. En realidad, la niebla es justa y democrática, no respeta rangos ni posiciones sociales.
 
¿Qué hacer entonces cuando la niebla nos impide ver el camino, cuando los problemas cotidianos lo oscurece o difumina? Pues lo que hacen los barcos: tocar la sirena. Pues por ejemplo cantar, que es una forma de decir que estás ahí, que tu voz es tu sirena aunque, eso sí, tiene que ser una voz armónica, no un grito ególatra de esos que tanto nos desagradan, una especie de ¡aquí estoy yo! destemplada, como si eso te distinguiera de los demás conductores en medio de la niebla.                  
 
Cantar sale del corazón, es una expresión de vida, como los pájaros, y hace vibrar tus resortes internos, tanto al que canta como al que escucha. Y, finalmente, en medio de la niebla también se puede escuchar a una coral; al oír sus voces, te acercas con cuidado y ves que son gente de tu misma «cuerda», de tu misma expresión del corazón; te unes a ellos y, poco a poco, la niebla se levanta y descubres que quienes cantan contigo son aquellos con los que compartes filosofía de vida, tal vez incluso gente con quien nunca has tenido contacto anteriormente o gente conocida que no sabías que pensaba y cantaba como tú.
 
La niebla es lo que tiene, te hace revisar tu realidad y luego ponerla a disposición de los demás... por si sirve de algo.
 
De los demás accidentes climatológicos hablaremos en otra oportunidad, hoy baste decir que, si estamos atentos a lo que nos “mueve” por dentro, el buen o el mal tiempo, la lluvia, el viento, etc. nos ayudarán a entender mejor que la vida no es sino un proceso donde los dioses ponen a prueba nuestra capacidad de adaptación a las circunstancias que la vida nos va poniendo delante.







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