Morir un poco



Luis Arribas Mercado

19/07/2024

Hace poco recibí la dolorosa noticia de la muerte de un amigo de la infancia. Nuestras vidas habían tomado rumbos diferentes hacía muchos años, sobre todo por circunstancias profesionales, pero yo siempre había mantenido la esperanza de que en algún momento nos volveríamos a encontrar, cuando las obligaciones laborales no nos tuvieran tan ocupados. Así que hace unos años decidí que era el momento de que nos volviéramos a reunir él, yo y un tercer amigo con el que habíamos compartido muchas historias de infancia y juventud.



Foto de marianne bos en Unsplash
Ese reencuentro manifestó algo muy importante a mi modo de ver: las personas que éramos, con nuestras aficiones, creencias, circunstancias familiares o intelectuales que a los 12 o 13 años o incluso más eran muy similares, a la edad de la jubilación eran ya muy diferentes. En el caso que estoy narrando, las diferencias entre los tres sobre la forma de entender la vida eran notorias, fruto sin duda de las experiencias que, a lo largo de más de 50 años, fueron marcando nuestros hábitos, nuestras decepciones, nuestras creencias, éxitos y fracasos, en definitiva y como dice el refrán: “cada uno cuenta la feria según le ha ido en ella”.
 
Nos reuníamos a almorzar como un pretexto para conversar y contarnos nuestras cosas. Yo, particularmente, me encontraba en medio de las discusiones que se producían entre nosotros por cualquier tema, fuera éste económico, político o cualquier otro, tratando de que esas conversaciones –por llamarlas de alguna manera- fueran más constructivas, llevando las charlas a otros terrenos más comunes, recordando anécdotas de cuando éramos jóvenes o sobre temas relativos al ser humano en general, pero no siempre tenía éxito.
 
Cuento todo esto porque estoy seguro que muchos de vosotros/as habréis vivido desencuentros con “amigos de toda la vida” y que también estoy seguro que esos desencuentros os habrán dejado un regusto amargo, un mal sabor de boca, por algo que no esperabais, independientemente de quien tuviera la razón. Y si ese desencuentro fuera debido al fallecimiento inesperado de ese amigo, la impotencia y la tristeza se adueñarían de vuestro ánimo como se adueñó del mío.
 
Lo cierto es que la muerte de ese amigo la sentí como si de las páginas de mi diario hubiera arrancado muchas hojas, como si las hojas de lo vivido con este amigo fallecido se hubieran quemado en el proceso de incineración de su cuerpo. Con él se había ido una parte de mi propia historia, como si nunca hubiera sucedido esa parte de mi vida. Y eso es muy doloroso, sobre todo porque sus posturas vitales eran tan distintas a las mías que parecía que me estaba relacionando con otra persona a la que me costaba reconocer y que ese amigo había desaparecido en el mismo momento en que nuestras vidas tomaron rumbos diferentes. Yo siempre le decía, cuando él no quería recordar tiempos pasados -posiblemente porque no fueron muy agradables para él-, que lo que hoy somos, lo que pensamos, creemos y hacemos es la consecuencia de lo que hemos vivido, amado y experimentado en años tan importantes como la infancia y la juventud.
 
Aún conservo la relación con mi otro amigo de la infancia con quien siempre había tenido ideas más afines, nos reunimos de vez en cuando para almorzar y seguir contándonos nuestras cosas que no entran en conflicto porque nos respetamos, y aunque hemos vivido vidas diferentes, éstas se han cruzado varias veces a lo largo de la historia y estoy seguro de que, cuando nos encontremos en el “otro barrio” con el amigo que se ha marchado, habremos superado las discrepancias que nos alejaron en un momento determinado.
 
A mi amigo ausente le deseo un regreso feliz al verdadero hogar y que sea recibido con alegría y amor por quienes partieron antes que él.






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