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La reunión fue muy concurrida. Allí estaban no sólo los representantes de los grupos vecinales, sino también gran cantidad de interesados que habían acudido de toda la zona espontáneamente. El problema era realmente grave. Un monstruo enorme estaba asolando aquellos contornos desde hacía meses. Su presencia era temida por todos y nunca se sabía cuándo haría acto de presencia de nuevo, ni dónde. Se presentaba sin previo aviso y sus víctimas eran devoradas sin piedad. La voracidad de aquella criatura no tenía medida y todas las soluciones que se habían planteado hasta ese momento habían fracasado estrepitosamente, lo que significaba que los valientes que se arriesgaban a presentar batalla, terminaban pereciendo unos tras otros. De sus cuerpos únicamente quedaba el envoltorio de lo que fueron. Sus órganos y fluidos vitales ya no estaban dentro de una especie de bolsa inanimada y tétrica, un saco infecto y repulsivo.
Abrió el debate el Sr. Fleep, el alcalde:
Estimados vecinos… ¡Fueraaa, incapaz…, político incompetente! (surtido de insultos desde el público) Tranquilos, tranquilos… No perdamos las formas… Somos demócratas y hay que respetar a la gente... ¡Fueraaa! ¡Capullooo! (más insultos…) Abrió el debate el Sr. Fleep, el alcalde:
En ese momento todos oyeron un sonido estridente que hería profundamente los oídos, se taparon los oídos y giraron sus cabezas hasta el lugar de donde provenía el chirrido. Allí vieron al bueno de Flint, un tipo alto y fuerte, alguien que imponía con su figura y su actitud arrogante e intrépida. Se ganaba la vida como cazador y no le tenía miedo a nada. “Más miedo da la indiferencia” -decía.
Y Flint se marchó con su caminar acompasado y pesado y unos cuantos más de adjetivos terminados en “ado”. Todos se quedaron pensativos. Ya no quedaban valientes en la localidad y la oferta del cazador podría ser el último recurso…
Entonces se originó un gran revuelo. El señor Leotardis pensaba que aceptar el ofrecimiento sería una ruina, aparte de un chantaje… Don Florindón no paraba de decir: ¡Protesto, protesto…! Y el resto tenía opiniones encontradas. Llegó un momento en el que no se entendía nada y todos alzaban la voz a la vez.
Los asistentes empezaron a alzar la mano y a exigir al alcalde que aceptara la propuesta del cazador. Fue tan generalizada la manifestación y expresada con tanta vehemencia que el alcalde no pudo hacer otra cosa que aceptar. Una hora más tarde Flint estaba preparando minuciosamente su equipo de caza, todo material curtido en cien batallas. Partiría en busca del monstruo aquella misma tarde, después del almuerzo. Prody, el jefe de policía y el científico Popper le acompañarían, fue la condición que puso el alcalde.
Tras la comida, Flint se presentó ante el alcalde con todo su arsenal y se despidió. Proddy y Popper lo siguieron. El poli llevaba su arma reglamentaria y el científico algunos instrumentos de precisión, como unos dardos adormecedores y una jaula desmontable.
Los tres se encaminaron a la zona donde murieron las últimas víctimas, situada en un terreno arbolado y con algunas viviendas, casi en el bosque. El sol empezaba a declinar y la brisa se hizo presente, arrastrando olores silvestres que parecían preludiar un escenario en el que ocurrirían grandes acontecimientos. Nadie decía nada, pero dos de los caminantes (y puede que tres), iban realmente aterrorizados. Continuamente miraban a los alrededores y procuraban hacer el menor ruido posible. Sabían que la
bestia podía sorprenderlos en cualquier momento. Después de un buen trecho caminado, el sol se ocultó y se vieron las primeras estrellas en la bóveda celeste.
Prody intentó relajar la tensión y buscó en la oscuridad las constelaciones. Pronto distinguió la Osa Mayor. No sabía gran cosa de estrellas, pero le fascinaban. Cuando volvió a la realidad de su entorno más próximo, descubrió a Flint poniendo trampas en distintos lugares. Colocó en ellas cebo, trozos de carne que podían atraer a la bestia, los suficientes como para que no reparara en los expedicionarios. Si caía en la trampa, aquellos artilugios podrían dificultar sus movimientos y permitir al cazador atacar con toda su artillería. Los tres se apostaron detrás de un edificio, junto a unos árboles. Desde allí se podía contemplar el panorama con una cierta seguridad. Todo estuvo en silencio, salvo los ruidos habituales del bosque. La luna plateada bañaba la tierra y le daba una apariencia sobrenatural, mientras los tres valientes se apiñaban en un rincón. Popper estaba a punto de dormirse cuando se oyó un gran ruido. Después siguió otro, y otro… Eran las trampas… Habían saltado una tras otra. De siete que había colocadas, tres hicieron presa en algo.
Todo fue tan rápido que nadie vio claramente lo que había ocurrido. Flint salió del escondrijo con sus armas en ristre, pero las tres trampas habían desaparecido. Increíble… No se explicaba cómo podía haber huido en esas condiciones. Sólo un monstruo enorme podría hacer algo parecido. Estaba claro que algo grande y baboso había cruzado la explanada, se había merendado la carne y se había llevado las trampas como trofeo pegadas al cuerpo. Flint estaba en medio del claro. Giraba en redondo lentamente, pero no vio nada. Los otros dos no se atrevieron salir de su escondite. Estaban aterrorizados. De pronto, una masa enorme, de patas alargadas e inmensas, bajó lentamente de las alturas y se colocó sobre Flint. Cuando una gota le cayó en la cabeza y miró hacia arriba, se encontró con el monstruo sobre él. Gritó desesperado, pero la bestia se lo llevó a las alturas y desaparecieron los dos de la vista.
Proddy y Popper entraron en pánico. El científico construyó su jaula y se metió dentro. “Aquí no podrá cogerme”, dijo. Prody se subió a una rama y se quedó inmóvil. Los dos esperaban que aquella horrenda criatura se conformara aquella noche con Flint como cena y los dejara tranquilos a ellos. Lo cierto es que amaneció. Las primeras luces daban una cierta seguridad y Prody se aventuró a levantarse y otear el horizonte. Allí, sobre la hierba, encontró los restos de las trampas. Estaban todas destrozadas. De pronto Popper lanzó un grito. El monstruo había aparecido de nuevo y estaba intentando comérselo. Sus largas patas entraban entre los barrotes y herían al pobre científico, que se sentía perdido. Popper y su jaula desaparecieron entre horrorosos gritos.
Proddy, venciendo el miedo, subió por el árbol y vio cómo el monstruo se llevaba a su compañero de viaje dentro de la jaula. Parecía que la criatura estuviera jugando con él. Un arranque de valor le impulsó a disparar contra el extraño ser, que estaba ocupado intentando devorar al científico. Un proyectil rebotó en la dura cabeza de la bestia y ésta reparó en la presencia de Prody. Entonces la sangre se heló en las venas del policía. Aquella mole terrorífica avanzaba hacia él. Volvió a dispararle hasta agotar su munición. Ya tenía prácticamente encima a aquella cosa terrible, cuando una enorme mole aplastó a la araña, que quedó espachurrada en el suelo, formando un charco indescriptible y nauseabundo.
Y así fue como Proddy, el jefe de policía de los insectos de la localidad, pudo sobrevivir a esta dramática aventura. Cuando los humanos se marcharon, una madre y su hijo que paseaban casualmente por allí, pudo rescatar a Popper. Gracias a su jaula pudo sobrevivir. Al final no fue tan mala idea traerla… A la vuelta, los dos fueron recibidos como héroes y del monstruo sólo quedó el recuerdo en los periódicos.
A veces el final de una historia no está nada claro. Nos parece que va a acabar de una manera y lo hace de otra. También suele ocurrir que nos afanamos en intentar solucionar muchos problemas y en ocasiones no está al alcance de nuestra mano conseguirlo. Incluso es probable que todo se resuelva de una manera inesperada, cuando parecía que no había solución posible. Por esto, nunca hay que perder la esperanza...