Mirar hacia atrás sin ira



Maria Pinar Merino Martin

10/04/2022

Dice un axioma que “los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla” y todos estaríamos dispuestos a afirmar que es cierto. Sin embargo, podríamos reflexionar un poco más, detenernos un momento sobre lo que consideramos las verdades de los grandes pensadores para plantearnos la revisión de esos conceptos.



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No cabe duda que la memoria es una herramienta fundamental en la evolución del ser humano, pero ¿de qué tipo de memoria estamos hablando?
 
Todas las especies del reino vegetal y animal gozan de una memoria genética en la que se van acumulando sus conocimientos como especie, el funcionamiento es muy simple y se guía por la Ley Natural, de tal manera que cualquier aprendizaje es transmitido vía genética a los individuos que van naciendo y que lo incorporan como un conocimiento propio. Así, las especies han avanzado dentro de los cánones marcados por una macro-ecología cósmica.
 
En los seres humanos también existe esa memoria como especie, pero no somos conscientes de ella. Si lo fuéramos daríamos un salto impensable en nuestra evolución. Esta falta de memoria ha sido precisamente el acicate de que se ha servido el Cosmos para que conquistemos esa consciencia mediante el desarrollo de las facultades intelectuales.
 
De este modo es como aparece la memoria que habitualmente manejamos y que es fruto de un proceso mental. Eso significa que está teñida por los filtros propios de cada personalidad y que se puede convertir en una fuente de problemas a la hora de percibir la realidad en que vivimos y de relacionarnos con los que nos rodean. 
 
Sabemos que nuestra personalidad de hoy está marcada por nuestras experiencias pasadas, las recordemos o no. Y además de ese bagaje personal también arrastramos un bagaje cultural y social de todos los hechos que han conformado nuestra historia como humanidad.

Aprender de los errores del pasado

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Hace unos meses leí impresionada una entrevista que hacían al guarda responsable del campo de concentración de Auschwitz. Convertido hoy en museo conserva como un tesoro los restos del Holocausto. Millones de personas pasan cada año por allí, en su mayoría judíos, y el guarda cuenta orgulloso cómo se había extendido entre ellos la premisa de que al menos una vez en la vida era necesario visitar aquel lugar para no olvidarse de lo que sucedió. Al igual que los musulmanes peregrinan a La Meca, los judíos van a ese lugar testigo supremo del sufrimiento humano. “Sobre todo los más jóvenes son los que salen más afectados” –continuaba el entrevistado.
 
Aquello me dejó profundamente conmocionada. Las fotografías de aquel holocausto, los reportajes y las películas, las terribles imágenes del genocidio difundidas por todo el mundo, me han hecho llorar –como a todos– pero después de leer las palabras de aquel hombre me preguntaba una y otra vez de qué servía todo aquello hoy, en el siglo XXI.
 
Ese escenario terrible sólo sería útil si cada persona que lo visita empleara toda su fuerza para crear una sociedad donde esos hechos no pudieran volver a repetirse jamás. En cambio, si sirve para recrudecer sentimientos de odio y de venganza hacia otros, si sirve para mantener vivos unos hechos atroces que alimenten el rencor, para justificar la aversión hacia otros pueblos... entonces, mantenerlo vivo carece de sentido.
 
Lo que sucedió en el centro de Europa no fue obra de un solo hombre. Hitler tenía detrás a muchos miles de personas que sintonizaron con sus ideas; otros, tal vez dominados por el miedo, no se atreverían a enfrentarse a él, algunos incluso puede que pensaran que estaban luchando por un mundo mejor, pero todos, en definitiva, colaboraron en su causa.

La construcción de una sociedad armónica

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Sin embargo, aquello sucedió hace setenta y siete años, demasiado tiempo para empeñarnos en mantenerlo tan vivo. Porque es difícil substraerse al efecto que producen aquellas imágenes y a las emociones y sentimientos que arrastran. Es difícil no posicionarse y pensar que aquello sucedió en un momento dado y que nuestra labor es intentar que aquellas circunstancias no vuelvan a producirse, que, aunque aparezca un nuevo Hitler no haya ni una sola persona que sintonice con sus ideas, nadie pueda seguirle, que haya tanto amor en el mundo que las semillas del odio que alguien intente plantar no encuentren el terreno adecuado para fructificar.
 
Ese cambio de actitud nos convertiría en seres maduros, autorresponsables y verdaderamente libres. Si no, estaremos siempre encadenados en una sucesión de hechos de los que no podemos escapar. Cada día en las noticias oímos algo que va camino de convertirse en una triste rutina: el atentado sufrido por los israelíes, al día siguiente cómo éstos han matado a una familia palestina, al otro día un suicida con una bomba, mañana la respuesta y después la venganza de un pequeño autobús ametrallado...
 
Los seres humanos seguimos enfrentándonos unos con otros por lo que sucedió en el pasado. Sentimos la presión de las ideas religiosas, políticas o económicas que nos hacen considerar a los otros como enemigos. Nos remontamos a los orígenes para reclamar el pago de unas ofensas que han pasado de generación en generación y que el tiempo ha desvirtuado.
 
Antes, cuando las ideas de la física newtoniana imperaban, se pensaba que la realidad era una, objetiva e inamovible, independiente de cómo la percibíamos. Después, descubrimos con la Teoría de la Relatividad y de la física cuántica que en la medida que nuestra percepción de algo cambia, el objeto mismo cambia también.  

Creando un mundo nuevo

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Así pues, tal como afirman todos los movimientos de Nueva Conciencia, la herramienta más eficaz para cambiar el mundo es precisamente nuestra capacidad para cambiar de mentalidad.
 
En algún momento de nuestra vida tendremos que enfrentarnos a nuestro pasado, mirarlo de frente sin miedo y comprender y aceptar lo que hemos vivido, dándonos cuenta que aquello correspondió a momentos y circunstancias que no son repetibles y, por tanto, no es necesario tenerlos presentes en nuestra vida. Y no olvidemos que al igual que los recuerdos personales pesan terriblemente y condicionan nuestro momento actual, los recuerdos de nuestra cultura y sociedad también lo hacen.
 
Un pensamiento, un recuerdo, desencadena en nuestro organismo un torrente de sustancias químicas que nos afecta física y emocionalmente, creándonos estados de ánimo acordes con lo que pensamos o recordamos. Si nos aferramos a los recuerdos estaremos “creando” esa realidad en nuestro momento presente. En otras palabras, basamos nuestra percepción de la realidad en lo que hemos vivido en el pasado, trasladamos esas percepciones al presente y de esta manera creamos un futuro similar al pasado.
 
Se hace imprescindible soltar las amarras de lo viejo, deshacernos de patrones heredados y llevar con nosotros la sabiduría que da la experiencia, ir más allá de lo que hoy percibimos como errores, olvidarnos de lo que alguien hizo, de lo que dijo, dejar de enjuiciar y pasar la página de nuestra historia personal.
 
Como todas las mentes están conectadas, cualquier cambio en la percepción de la realidad está contribuyendo al cambio global, a la liberación del pasado. Empezamos liberándonos del nuestro personal y terminamos haciéndolo del colectivo. La máxima libertad es poder decidir en este preciso momento y en este lugar lo que queremos hacer.






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