Photo by Marius Masalar on Unsplash
Normalmente, cuando escribo o estoy haciendo cosas en el ordenador suelo poner música, generalmente clásica, porque un día alguien me dijo que la música era el lenguaje de los dioses y yo creo que debe ser cierto. La música tiene la virtud de armonizar los dos hemisferios cerebrales porque en el hemisferio izquierdo se activa el área de lo matemático, de las estructuras, del ritmo… y, por supuesto, activa el hemisferio derecho provocando emociones, sentimientos, armonías internas…
La música barroca, por ejemplo, suele armonizar la mente, de tal manera que si necesitas meditar, crear, desarrollar alguna idea, proyecto o alternativa a lo que estás haciendo, es aconsejable dejarse llevar por los compases de una buena sinfonía de cualquiera de los genios que nos legaron su capacidad de traducir lo que le dictaban los dioses a los que llamamos “musas” o por cualquiera de las obras del maestro Mozart, que ése sí que «escuchaba» bien lo que le decían los dioses.
En fin, que pienso que sería muy recomendable que nuestros políticos y, por extensión, todo aquél que tenga que tomar decisiones que afecten a los demás, se tomase unos minutos para armonizar cuerpo y mente y dedicar ese tiempo para reconsiderar su papel en este mundo y preguntarse si esas decisiones que va a tomar benefician a los seres humanos o solo uno mismo o a empresas, inversores o partidos políticos.
Tal vez, si cualquiera de nosotros se preguntase cual es la razón de nuestra existencia, si creyéremos que hemos nacido para ser políticos, abogados, médicos, gerentes u obispos, seguramente podríamos llegar a la conclusión de que no hemos nacido para ser eso, sino que la razón de nuestra existencia, como la de todos, es llegar a ser mejores personas, con independencia de la profesión que estemos desempeñando o precisamente a través de ella.
Hay personas que, al llegar a la edad de jubilación, cuando les preguntan si se arrepienten de algo de lo que han vivido cuando estaban en activo, suelen responder que de no haber disfrutado más de la vida, de la familia, de los amigos y de las cosas que les hacían felices. Y también responden que se arrepienten de algunas decisiones que tuvieron que tomar en el ejercicio de su trabajo, así como de haber creído ingenuamente que la empresa o la organización en la que trabajaban se resentiría cuando se jubilase y haberle dedicado por ello unas horas que su familia, por ejemplo, sí que necesitaba.
En ese sentido, sugiero a todos los que han alcanzado la edad de jubilación (palabra que deriva de júbilo), que en lugar de quedarse mirando a las musarañas sentados en un banco del parque pensando que la vida ya carece de sentido o que cualquier tiempo pasado fue mejor, utilicen el regalo del tiempo que la vida les ha otorgado para vivir aquello que dejaron “para más adelante” y, por ejemplo, no pierdan la oportunidad de asistir a conciertos de música clásica y que la escuchen con los ojos cerrados, rememorando acontecimientos felices de la infancia, de la juventud o de la madurez, cuando lo importante no era dejarse la vida por cosas que no lo son y así, cuando abran los ojos, seguramente verán la vida con otra mirada más auténtica.
La música barroca, por ejemplo, suele armonizar la mente, de tal manera que si necesitas meditar, crear, desarrollar alguna idea, proyecto o alternativa a lo que estás haciendo, es aconsejable dejarse llevar por los compases de una buena sinfonía de cualquiera de los genios que nos legaron su capacidad de traducir lo que le dictaban los dioses a los que llamamos “musas” o por cualquiera de las obras del maestro Mozart, que ése sí que «escuchaba» bien lo que le decían los dioses.
En fin, que pienso que sería muy recomendable que nuestros políticos y, por extensión, todo aquél que tenga que tomar decisiones que afecten a los demás, se tomase unos minutos para armonizar cuerpo y mente y dedicar ese tiempo para reconsiderar su papel en este mundo y preguntarse si esas decisiones que va a tomar benefician a los seres humanos o solo uno mismo o a empresas, inversores o partidos políticos.
Tal vez, si cualquiera de nosotros se preguntase cual es la razón de nuestra existencia, si creyéremos que hemos nacido para ser políticos, abogados, médicos, gerentes u obispos, seguramente podríamos llegar a la conclusión de que no hemos nacido para ser eso, sino que la razón de nuestra existencia, como la de todos, es llegar a ser mejores personas, con independencia de la profesión que estemos desempeñando o precisamente a través de ella.
Hay personas que, al llegar a la edad de jubilación, cuando les preguntan si se arrepienten de algo de lo que han vivido cuando estaban en activo, suelen responder que de no haber disfrutado más de la vida, de la familia, de los amigos y de las cosas que les hacían felices. Y también responden que se arrepienten de algunas decisiones que tuvieron que tomar en el ejercicio de su trabajo, así como de haber creído ingenuamente que la empresa o la organización en la que trabajaban se resentiría cuando se jubilase y haberle dedicado por ello unas horas que su familia, por ejemplo, sí que necesitaba.
En ese sentido, sugiero a todos los que han alcanzado la edad de jubilación (palabra que deriva de júbilo), que en lugar de quedarse mirando a las musarañas sentados en un banco del parque pensando que la vida ya carece de sentido o que cualquier tiempo pasado fue mejor, utilicen el regalo del tiempo que la vida les ha otorgado para vivir aquello que dejaron “para más adelante” y, por ejemplo, no pierdan la oportunidad de asistir a conciertos de música clásica y que la escuchen con los ojos cerrados, rememorando acontecimientos felices de la infancia, de la juventud o de la madurez, cuando lo importante no era dejarse la vida por cosas que no lo son y así, cuando abran los ojos, seguramente verán la vida con otra mirada más auténtica.