El Proyecto Vital
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Cuando un espíritu decide encarnarse, elige la familia y el entorno más adecuado para poder desarrollar su Proyecto Vital. No se trata de programar al detalle cada situación o circunstancia sino que se fija un marco que sirve de referencia. El objetivo último es que ese Ser sea capaz de poder manifestar todo su potencial aprendiendo por medio del proceso evolutivo a superar las dificultades que se encuentre y a identificar su verdadera naturaleza espiritual.
Sin embargo, cuando nace, con la primera inspiración se borra de su memoria ese Proyecto Vital y ha de buscar a lo largo de su existencia las coordenadas que le permitan sintonizar con él mediante la intuición, la introspección y otras técnicas encaminadas a ayudarle.
Dicen los sabios que hay tres momentos fundamentales en la vida de todo ser humano: el primero es el nacimiento y el tercero la muerte. Ambos se dan siempre. Pero, el segundo hito puede darse o no: saber el propósito fundamental de su existencia. Es decir, descubrir para qué ha nacido.
En los primeros años de vida -que son cruciales en el desarrollo de la personalidad- se producen una serie de impactos emocionales que, al no existir una mente racional desarrollada, el niño “coloca” como puede en su psique. Podríamos decir que esos impactos marcan las cisuras cerebrales creando profundos surcos que conforman patrones de estructuras de pensamiento casi siempre inconscientes.
Esos impactos se graban en la mente profunda y son “sepultados” cuando el cerebro empieza a generar ondas beta (14 a 30 Hz o ciclos por segundo), éstas –generadas por la mente consciente al tener una mayor frecuencia vibratoria- se superponen a las ondas Theta (4 a 7,99 Hz) y Delta (1,5 a 4,99 Hz), que son las que predominan durante los primeros años de infancia e incluso en estados perinatales.
Aunque no somos conscientes de esas experiencias, sí que forman parte del substrato donde se asienta toda la conformación de la psique, son los cimientos sobre los que vamos construyendo nuestra personalidad. El tema es que cuando ya de adultos vivimos alguna situación que tiene un “colorido” emocional similar a alguna experiencia anterior emerge –sin que podamos evitarlo- una respuesta emocional condicionada por aquellas experiencias primeras.
Sin embargo, cuando nace, con la primera inspiración se borra de su memoria ese Proyecto Vital y ha de buscar a lo largo de su existencia las coordenadas que le permitan sintonizar con él mediante la intuición, la introspección y otras técnicas encaminadas a ayudarle.
Dicen los sabios que hay tres momentos fundamentales en la vida de todo ser humano: el primero es el nacimiento y el tercero la muerte. Ambos se dan siempre. Pero, el segundo hito puede darse o no: saber el propósito fundamental de su existencia. Es decir, descubrir para qué ha nacido.
En los primeros años de vida -que son cruciales en el desarrollo de la personalidad- se producen una serie de impactos emocionales que, al no existir una mente racional desarrollada, el niño “coloca” como puede en su psique. Podríamos decir que esos impactos marcan las cisuras cerebrales creando profundos surcos que conforman patrones de estructuras de pensamiento casi siempre inconscientes.
Esos impactos se graban en la mente profunda y son “sepultados” cuando el cerebro empieza a generar ondas beta (14 a 30 Hz o ciclos por segundo), éstas –generadas por la mente consciente al tener una mayor frecuencia vibratoria- se superponen a las ondas Theta (4 a 7,99 Hz) y Delta (1,5 a 4,99 Hz), que son las que predominan durante los primeros años de infancia e incluso en estados perinatales.
Aunque no somos conscientes de esas experiencias, sí que forman parte del substrato donde se asienta toda la conformación de la psique, son los cimientos sobre los que vamos construyendo nuestra personalidad. El tema es que cuando ya de adultos vivimos alguna situación que tiene un “colorido” emocional similar a alguna experiencia anterior emerge –sin que podamos evitarlo- una respuesta emocional condicionada por aquellas experiencias primeras.
Las cinco heridas de la infancia
Photo by Bekah Russom on Unsplash
La investigadora de la conciencia Lise Bourbeau identifica lo que ella llama “las cinco heridas que nos impiden ser nosotros mismos”.
Estas heridas corresponderían a:
El rechazo El abandono La humillación La traición La injusticia Estas heridas corresponderían a:
No necesariamente tenemos las cinco heridas formando parte de nuestra biografía, pero sí alguna de ellas. Cuando ya de adultos nos damos cuenta de que nos afecta un hecho de forma exagerada, o que algo que objetivamente no parece tener tanta importancia pero a nosotros nos produce un tremendo dolor, cuando la respuesta que nos surge está sobredimensionada… es el momento de mirar hacia el interior para tratar de identificar esas memorias amargas, esas heridas de la infancia que no están sanadas y que nos hacen infelices y nos impiden conectar con nuestra esencia.
Mediante la introspección, con humildad y sinceridad, cada cual puede reconocer sus heridas. Reconocer que tenemos un problema es el primer paso en el proceso de sanación.
Cuando algún recuerdo resulta doloroso nuestra mente nos “protege” enterrándolo en el sótano de la inconsciencia, haciendo bueno aquel refrán antiguo que decía: “Ojos que no ven, corazón que no siente”.
Algo que resulta totalmente falso, el no “ver” no nos aleja del sufrimiento, pues la emoción bloqueada o retenida durante tantos años –que además ha sido alimentada por múltiples experiencias posteriores- nos embarga sin que podamos hacer nada por evitarlo.
Nuestro hemisferio cerebral derecho (especializado en el mundo emocional) está conformado por unas neuronas que tienen una velocidad de procesamiento de la información mucho mayor que el hemisferio izquierdo (parte racional y analítica), con lo que la respuesta emocional nos asalta y nos “pilla” desprevenidos provocando una reacción que en la mayoría de los casos no podemos controlar.
Y el miedo a ese dolor emocional es lo que hace que nos resulte difícil identificar esas heridas de la infancia porque las ocultamos tras sendas máscaras que actúan como escudos protectores.
¿Cómo gestionamos esas emociones negativas?
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Los adultos hemos desarrollado distintos mecanismos de defensa para no ver ni sentir esa herida. Estructuras de pensamiento creadas para evitar el dolor. He aquí la correspondencia:
Rechazo -> Retraimiento Abandono -> Dependencia Humillación -> Masoquismo emocional y mental Traición -> Control Injusticia -> Rigidez El camino para hacernos conscientes de esos mecanismos de defensa consistirá en hacer ejercicios para darnos cuenta y reconocer cuáles de esas heridas están afectando nuestro comportamiento. Porque la mente -en el fondo- desea aflorar todo el material inconsciente para sanarlo y aprovecha cualquier rendija que abramos para soltar lo que le hace daño. A veces, incluso, atraemos experiencias que nos ayudan a patentizarnos esos miedos.
La mayoría de las técnicas de autoayuda que nos brinda la psicología pasan por vivir plenamente la emoción que emerge, pero experimentarla sin juicio, con una doble conciencia. Se trata de “viajar” al pasado para vivenciar los hechos que nos produjeron por primera vez esa herida y, una vez que se ha conectado con la experiencia, es necesario revertir el proceso psicológico encajando la “pieza” del puzzle que no encajaba y todo ello a la luz de una mayor conciencia, de un estado de comprensión y entendimiento superior.
Hay distintas técnicas encaminadas a hacer aflorar esas experiencias inconscientes de la infancia: la Bioenergética, la Gestalt, la Kinesiología, la Terapia regresiva, el EFT, la Biodescodificación, la Osteopatía, algún tipo de masaje e incluso ejercicios energéticos como el Chikung.
Cualquier camino que emprendamos para reconocer esos miedos nos hará llegar a buen puerto y nos dará la oportunidad de sanar esas heridas, siempre que seamos honestos con nosotros mismos y no cejemos en nuestro afán de autoconocimiento.
Las etapas de la vida
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En las etapas de la vida se marcan varios ciclos que hay que tener en cuenta. El primero de ellos va desde la gestación hasta los tres años. El segundo desde los tres a los siete años y el tercero de los siete a los doce o catorce años. En esas etapas la familia es la ventana por la que nos asomamos al mundo, así que es en ese contexto donde se producirán los bloqueos y conflictos que más afectan a nuestra psique. Es crucial, por lo tanto, buscar los problemas vividos desde los 0 a los 7 años.
La experiencia nos dice que si tenemos dificultades con nuestro progenitor del sexo contrario, tendremos dificultades para recibir amor, mientras que si el que no ha sido un buen modelo ha sido el progenitor del mismo sexo, tendremos dificultades para expresar amor y amarnos a nosotros mismos. Esos patrones se van a alimentar durante toda nuestra vida hasta llegar a adultos a menos que sean identificados y sanados.
He de aclarar que no es tanto el hecho en sí lo que nos afecta sino la forma en que lo vivimos en la infancia. Pongamos como ejemplo algunas situaciones: los progenitores o personas que tienen ascendencia sobre el niño/a no cumplen las promesas que le han hecho; hay contradicción entre lo que se dice y lo que se hace; el niño/a es testigo de mentiras o de incongruencias; recibe un castigo que considera injusto, se siente ignorado/a repetidamente, etc. Pues bien, todas esas experiencias que el cerebro infantil es incapaz de asimilar quedan como piezas sin encajar en el puzzle complejo de la personalidad que se está conformando.
En los próximos artículos desarrollaremos ampliamente cada una de esas heridas de la infancia o memorias amargas.
La experiencia nos dice que si tenemos dificultades con nuestro progenitor del sexo contrario, tendremos dificultades para recibir amor, mientras que si el que no ha sido un buen modelo ha sido el progenitor del mismo sexo, tendremos dificultades para expresar amor y amarnos a nosotros mismos. Esos patrones se van a alimentar durante toda nuestra vida hasta llegar a adultos a menos que sean identificados y sanados.
He de aclarar que no es tanto el hecho en sí lo que nos afecta sino la forma en que lo vivimos en la infancia. Pongamos como ejemplo algunas situaciones: los progenitores o personas que tienen ascendencia sobre el niño/a no cumplen las promesas que le han hecho; hay contradicción entre lo que se dice y lo que se hace; el niño/a es testigo de mentiras o de incongruencias; recibe un castigo que considera injusto, se siente ignorado/a repetidamente, etc. Pues bien, todas esas experiencias que el cerebro infantil es incapaz de asimilar quedan como piezas sin encajar en el puzzle complejo de la personalidad que se está conformando.
En los próximos artículos desarrollaremos ampliamente cada una de esas heridas de la infancia o memorias amargas.