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Un mundo que nos brinde las circunstancias para que saquemos nuestra mejor versión. En estos momentos en que las dificultades son globales, en los que los problemas afectan a todos los países y regiones sin entender de fronteras, en los que los retos y desafíos adquieren unas proporciones nunca antes imaginadas… no podemos perdernos. Es el momento de volver la vista hacia el interior y ver qué podemos hacer cada uno, cambiándonos a nosotros mismos, buscando una mayor consciencia, dando pasos para poner en práctica los valores por los que nos regimos -como tantas veces han dicho los maestros, rishis, profetas y sabios de todas las culturas, es el momento de afrontar el cambio personal como el mejor servicio que podemos prestar y sin perder de vista que con ella contribuimos al cambio social.
Y nuevamente te presentamos otras dos propuestas:
Y nuevamente te presentamos otras dos propuestas:
36) Calificaciones para mejorar
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Es posible que sepas que hay algunos aspectos a mejorar en ti pero no encuentres la manera de abordarlos o, simplemente, priorizarlos para saber cuál es el punto de partida. No te preocupes. En más de una ocasión todos nos hemos sentido un poco abrumados por esas cuestiones. Quizá este sea un buen momento para poner un poco de orden y para dejarnos aconsejar por algún método que se ha demostrado efectivo en otras personas en similares circunstancias. Más adelante ya no necesitaremos éstas ayudas porque sabremos desenvolvernos fluyendo a través de la vida y sus escenarios, pero en ese punto de partida un bastón para apoyarnos es algo de agradecer. Y yo le agradezco a mi amiga Charo, compañera en el Camino del Corazón, que me explicase este método que paso a compartir con todos los que quieran o sientan que pueden aprovecharlo.
Empieza con unas “calificaciones”. Bueno en realidad deberíamos llamarlas autocalificaciones. Porque se trata de elegir siete aspectos de nuestra vida y puntuarnos en ellas como si se tratara de alguna de esas materias que dimos en su día en el colegio. No rebusques mucho las materias. Deben de ser importantes o significativamente relevantes para ti, pero una vez cumplido ese requisito deja que las siete que primero “aparezcan” sean las que compongan tu “expediente vital”.
Integración social, autoestima, relaciones con tu familia, ocupación laboral, alegría de vivir, utilidad de tu vida, relaciones de pareja…son sólo ejemplos de esas materias que deben surgir de la manera más espontánea posible para realizar este ejercicio. Y después vas a ser tu propio profesor/a y te vas a puntuar de 1 a 10 en cada una de ellas. Ya sabes, 10 sobresaliente, 5 aprobado, 1 todo por mejorar.
Muy bien, una vez hecho esto te recomiendo que te centres en las 2 en las que tu puntuación sea más baja y que dentro de ese epígrafe hagas una subdivisión para detallar aspectos concretos que puedas analizar de una forma más específica. Por ejemplo, si una de esas materias fuera “relaciones de pareja” yo podría subdividirla en: escucha activa, apoyo incondicionado, comunicación fluida, muestras de amor o cariño, capacidad de sorpresa, respeto a un espacio propio, alegría por el espacio común, sexualidad emocionante… y cualquier otra que aparezca por ahí. Has de calificar de nuevo cada una de ellas y te propondrás que durante las próximas tres semanas vas como mínimo a aprobar (si te propones sacar un notable o un sobresaliente mejor todavía) en todas y cada una de ellas. Y luego harás lo mismo con la segunda materia en la que te reconoces más atrasado.
El hecho de desmenuzar y analizarlas en aspectos más concretos facilita su superación. Sé tan sincero calificándote como decidido y valiente a la hora de abordar cada una de tus tareas. Y cuando las tengas, celebra tus buenas notas.
Empieza con unas “calificaciones”. Bueno en realidad deberíamos llamarlas autocalificaciones. Porque se trata de elegir siete aspectos de nuestra vida y puntuarnos en ellas como si se tratara de alguna de esas materias que dimos en su día en el colegio. No rebusques mucho las materias. Deben de ser importantes o significativamente relevantes para ti, pero una vez cumplido ese requisito deja que las siete que primero “aparezcan” sean las que compongan tu “expediente vital”.
Integración social, autoestima, relaciones con tu familia, ocupación laboral, alegría de vivir, utilidad de tu vida, relaciones de pareja…son sólo ejemplos de esas materias que deben surgir de la manera más espontánea posible para realizar este ejercicio. Y después vas a ser tu propio profesor/a y te vas a puntuar de 1 a 10 en cada una de ellas. Ya sabes, 10 sobresaliente, 5 aprobado, 1 todo por mejorar.
Muy bien, una vez hecho esto te recomiendo que te centres en las 2 en las que tu puntuación sea más baja y que dentro de ese epígrafe hagas una subdivisión para detallar aspectos concretos que puedas analizar de una forma más específica. Por ejemplo, si una de esas materias fuera “relaciones de pareja” yo podría subdividirla en: escucha activa, apoyo incondicionado, comunicación fluida, muestras de amor o cariño, capacidad de sorpresa, respeto a un espacio propio, alegría por el espacio común, sexualidad emocionante… y cualquier otra que aparezca por ahí. Has de calificar de nuevo cada una de ellas y te propondrás que durante las próximas tres semanas vas como mínimo a aprobar (si te propones sacar un notable o un sobresaliente mejor todavía) en todas y cada una de ellas. Y luego harás lo mismo con la segunda materia en la que te reconoces más atrasado.
El hecho de desmenuzar y analizarlas en aspectos más concretos facilita su superación. Sé tan sincero calificándote como decidido y valiente a la hora de abordar cada una de tus tareas. Y cuando las tengas, celebra tus buenas notas.
37) Esa carta que te mereces
Estoy seguro que una de las características que son prueba de una evolución cada vez más elevada es la transparencia. Pero mientras alcanzamos ese nivel en el cual todos seamos transparentes en cuanto a forma de ser, a expresión de sentimientos y emociones, a coherencia entre nuestro mundo interior y la forma de exteriorizarlo, hasta que llegue ese momento, no dejamos de sorprendernos en ocasiones porque desde fuera no se nos conozca. “¿Cómo has podido pensar eso de mí?” o “Pero si es una de esas cosas típicas que yo hago, ¿cómo no te has dado cuenta?” son de esas frases que, seguro, hemos pronunciado en alguna ocasión. Dejaremos el análisis de los motivos o de la responsabilidad de ese desconocimiento para más adelante porque hoy lo que quiero proponerte es un ejercicio de autovaloración, de autorreconocimiento. Y de autoestima, fundamentalmente.
Para ello vas a redactar una carta. Te vas a tomar un rato para escribir una carta (de las de antes, de las de bolígrafo y papel, no vale utilizar correo electrónico o cualquier soporte informático) y te la vas a escribir a ti misma/o. Y en ella vas a reconocer y detallar exclusivamente aspectos positivos, esos dones y virtudes que te adornan tanto si son visibles para los demás como si no lo son. Y, es más, quizá debas hacer hincapié en estos últimos.
Frases como “Yo te vi sonreír en aquel acto al que asististe, y que en realidad era el último al que hubieras ido por propia voluntad, sólo por acompañar a esa persona que sabías que necesitaba tu apoyo” o “Estaba allí, contigo, a las dos de la madrugada preparando aquellos regalos que al día siguiente sorprenderían a tus compañeros de trabajo”. Detalla aspectos, situaciones, sentimientos, actuaciones…que hayan formado parte de tu vida y que, si los hubieras advertido en otra persona, te harían admirarla o incluso algo más.
Mete tu carta en un sobre, le pones un sello y te la envías por correo. Y cuando la recibas la lees con atención, con calma, igual que si esa carta te la hubiera enviado alguien importante para ti.
¿Verdad que también te mereces ese reconocimiento y cariño que parece que cuesta tanto recibir? ¡Ah! Yo que tú acabaría la carta con un “Te Quiero” tan grande como sincero.
Para ello vas a redactar una carta. Te vas a tomar un rato para escribir una carta (de las de antes, de las de bolígrafo y papel, no vale utilizar correo electrónico o cualquier soporte informático) y te la vas a escribir a ti misma/o. Y en ella vas a reconocer y detallar exclusivamente aspectos positivos, esos dones y virtudes que te adornan tanto si son visibles para los demás como si no lo son. Y, es más, quizá debas hacer hincapié en estos últimos.
Frases como “Yo te vi sonreír en aquel acto al que asististe, y que en realidad era el último al que hubieras ido por propia voluntad, sólo por acompañar a esa persona que sabías que necesitaba tu apoyo” o “Estaba allí, contigo, a las dos de la madrugada preparando aquellos regalos que al día siguiente sorprenderían a tus compañeros de trabajo”. Detalla aspectos, situaciones, sentimientos, actuaciones…que hayan formado parte de tu vida y que, si los hubieras advertido en otra persona, te harían admirarla o incluso algo más.
Mete tu carta en un sobre, le pones un sello y te la envías por correo. Y cuando la recibas la lees con atención, con calma, igual que si esa carta te la hubiera enviado alguien importante para ti.
¿Verdad que también te mereces ese reconocimiento y cariño que parece que cuesta tanto recibir? ¡Ah! Yo que tú acabaría la carta con un “Te Quiero” tan grande como sincero.