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España es uno de los países que más libros edita cada año, sin embargo, los índices de lectura no van en consonancia con esa generación de cultura impresa. Al parecer, lo audiovisual, los videojuegos y, en general, los medios de comunicación han influido tanto en las nuevas generaciones que leer se les hace fatigoso y buscan que se lo den todo hecho a través de las imágenes, algo que, poco a poco, va destruyendo eso tan preciado como es la imaginación.
Es bien sabido que el conocimiento hace libres a los seres humanos, por eso ha habido momentos históricos en que los grandes dictadores como Adolf Hitler no deseaban que sus ciudadanos tuvieran acceso a información o publicaciones que consideraban peligrosas.
Es bien sabido que el conocimiento hace libres a los seres humanos, por eso ha habido momentos históricos en que los grandes dictadores como Adolf Hitler no deseaban que sus ciudadanos tuvieran acceso a información o publicaciones que consideraban peligrosas.
La quema de libros
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La quema de libros en Alemania por parte del régimen nacionalsocialista se inició el 10 de mayo de 1933 y consistió en una acción realizada específicamente por estudiantes, profesores y miembros del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán cuando éstos echaron al fuego, de forma pública, 20.000 libros de aquellos autores que habían sido condenados al ostracismo por considerarlos «peligrosos».
La quema pública de libros fue el punto álgido de la llamada “Acción contra el espíritu antialemán”, iniciada en marzo de 1933, con la que tras la toma de poder del régimen nazi, se comenzaba la persecución sistemática de los escritores judíos, marxistas, pacifistas y otros autores opositores o simplemente desagradables al régimen.
No obstante, a lo largo de la historia se han producido atentados contra la cultura y el conocimiento humanos empezando por el incendio de la Biblioteca de Alejandría en el siglo IV (año 391) y posteriormente la Biblioteca de Constantinopla en el año 473 donde se quemaron más de 120.000 volúmenes. En el siglo XVI, en la Península del Yucatán, se quemaron 40 códices que contenían la historia del pueblo maya por orden de Fray Diego de Landa Calderón. También desparecieron bajo el fuego 36 bibliotecas de Bagdad y los códices aztecas.
También, en 1962 ardió la Biblioteca de los Ángeles (California) con más de 1.000.000 de libros desaparecidos y en 1992 se incendió la Biblioteca de Sarajevo que contenía 2.000.000 de obras. En 2003 se quemó la Biblioteca Nacional Iraquí que contenía más de 1.000.000 de libros. Por último, en septiembre del año 2018 se incendió el Museo Nacional de Brasil en Rio de Janeiro con la desaparición de casi 600.000 obras.
La literatura y el cine nos han mostrado algunas historias que tienen relación con el miedo a que el conocimiento llegue al ciudadano corriente. Entre ellas destaca la novela Fahrenheit 451 del escritor estadounidense Ray Bradbury, publicada en 1953 y considerada una de sus mejores obras. La novela presenta una sociedad estadounidense del futuro en la que los libros están prohibidos y existen «bomberos» que queman cualquiera que encuentren. En la escala de temperatura Fahrenheit (°F), 451 grados equivalen a 232,8 ºC y su significado se explica en el subtítulo de la obra: «Fahrenheit 451: la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde». Es una de las novelas más inquietantes y vigentes de la amenaza latente sobre la cultura.
Tratando de salvar algo del conocimiento humano, muchas personas se reunían en un bosque recitando de memoria los contenidos de aquellos libros que consideraban importantes para la humanidad, algo por lo que eran perseguidos por los dirigentes de esa sociedad.
El escritor estadounidense advierte, a través de una historia distópica, sobre los enemigos de los libros y la lectura, sobre cómo sería una sociedad donde se prohíbe leer, a la vez que reivindica el amor y la importancia de la lectura y la literatura. La novela alcanzó la popularidad mundial con el estreno de su adaptación al cine en 1966 bajo la dirección de François Truffaut (1932-1984).
Por su parte, Umberto Eco en su obra El Nombre de la Rosa, nos presenta una historia que nos habla del control que la Iglesia ejercía sobre la transmisión de conocimientos a través de los libros, con lo que intentaba mantener su poder sobre todos los ciudadanos durante un periodo oscuro de nuestra historia como fue la Edad Media. El fanatismo de un clérigo se enfrenta a la necesidad de otro de salvaguardar el conocimiento guardado en la biblioteca de un monasterio medieval.
La quema pública de libros fue el punto álgido de la llamada “Acción contra el espíritu antialemán”, iniciada en marzo de 1933, con la que tras la toma de poder del régimen nazi, se comenzaba la persecución sistemática de los escritores judíos, marxistas, pacifistas y otros autores opositores o simplemente desagradables al régimen.
No obstante, a lo largo de la historia se han producido atentados contra la cultura y el conocimiento humanos empezando por el incendio de la Biblioteca de Alejandría en el siglo IV (año 391) y posteriormente la Biblioteca de Constantinopla en el año 473 donde se quemaron más de 120.000 volúmenes. En el siglo XVI, en la Península del Yucatán, se quemaron 40 códices que contenían la historia del pueblo maya por orden de Fray Diego de Landa Calderón. También desparecieron bajo el fuego 36 bibliotecas de Bagdad y los códices aztecas.
También, en 1962 ardió la Biblioteca de los Ángeles (California) con más de 1.000.000 de libros desaparecidos y en 1992 se incendió la Biblioteca de Sarajevo que contenía 2.000.000 de obras. En 2003 se quemó la Biblioteca Nacional Iraquí que contenía más de 1.000.000 de libros. Por último, en septiembre del año 2018 se incendió el Museo Nacional de Brasil en Rio de Janeiro con la desaparición de casi 600.000 obras.
La literatura y el cine nos han mostrado algunas historias que tienen relación con el miedo a que el conocimiento llegue al ciudadano corriente. Entre ellas destaca la novela Fahrenheit 451 del escritor estadounidense Ray Bradbury, publicada en 1953 y considerada una de sus mejores obras. La novela presenta una sociedad estadounidense del futuro en la que los libros están prohibidos y existen «bomberos» que queman cualquiera que encuentren. En la escala de temperatura Fahrenheit (°F), 451 grados equivalen a 232,8 ºC y su significado se explica en el subtítulo de la obra: «Fahrenheit 451: la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde». Es una de las novelas más inquietantes y vigentes de la amenaza latente sobre la cultura.
Tratando de salvar algo del conocimiento humano, muchas personas se reunían en un bosque recitando de memoria los contenidos de aquellos libros que consideraban importantes para la humanidad, algo por lo que eran perseguidos por los dirigentes de esa sociedad.
El escritor estadounidense advierte, a través de una historia distópica, sobre los enemigos de los libros y la lectura, sobre cómo sería una sociedad donde se prohíbe leer, a la vez que reivindica el amor y la importancia de la lectura y la literatura. La novela alcanzó la popularidad mundial con el estreno de su adaptación al cine en 1966 bajo la dirección de François Truffaut (1932-1984).
Por su parte, Umberto Eco en su obra El Nombre de la Rosa, nos presenta una historia que nos habla del control que la Iglesia ejercía sobre la transmisión de conocimientos a través de los libros, con lo que intentaba mantener su poder sobre todos los ciudadanos durante un periodo oscuro de nuestra historia como fue la Edad Media. El fanatismo de un clérigo se enfrenta a la necesidad de otro de salvaguardar el conocimiento guardado en la biblioteca de un monasterio medieval.
Repetir la historia
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“Quienes olvidan su historia están condenados a repetirla” dice el axioma y aunque la historia de la humanidad ha sufrido grandes cambios, sobre todo en los dos últimos siglos, nada hubiera cambiado realmente si no hubiera testimonio escrito de todo lo que ha acontecido desde que el ser humano aprendió a leer y escribir, tanto en papiros como en piedras. Es posible que los registros electrónicos se mantengan durante mucho tiempo, que los historiadores narren sus investigaciones sobre una pantalla de ordenador, que todo lo que sucede en el mundo cada día quepa en un pendrive… pero ¿cómo salvaguardar tanto conocimiento si sucediera un cataclismo mundial y nos quedáramos sin energía eléctrica…?
Brad Steiger, en su libro “Mundos anteriores al nuestro”, plantea una hipótesis, no tan descabellada, según la cual si sucediera un cataclismo mundial y, por ejemplo, una ciudad mediana del medio oeste americano se quedase aislada, sus habitantes después de un tiempo en que se agotasen las reservas de petróleo, de comida, de lo más imprescindible para sobrevivir, no tendrían más remedio que adentrarse en los bosques para alimentarse de animales y bayas. Pasados 10.000 años, de esa ciudad no quedaría nada, el hierro, el hormigón, la madera… todo desaparecería excepto las cosas de cerámica, como los inodoros. Quizás, al cabo de unos años, un grupo de arqueólogos descubrieran restos de esa ciudad gracias a sus inodoros y promulgasen la teoría de que esos restos eran objetos destinados a cultos y ritos antinaturales con derramamiento de sangre que era recogida por esos objetos…
Es gracias a los libros como el ser humano puede reconocerse más allá de los registros electrónicos, que no son sino pobres remedos de los archivos o registros akhásicos. Los libros aportan conocimiento, sabiduría y, sobre todo, esperanza de que el ser humano tiene la capacidad de encontrar su destino en las páginas de todo lo que con su inteligencia, su imaginación y su sentido de la espiritualidad, ha sabido plasmar día tras día, generación tras generación: los libros.
Brad Steiger, en su libro “Mundos anteriores al nuestro”, plantea una hipótesis, no tan descabellada, según la cual si sucediera un cataclismo mundial y, por ejemplo, una ciudad mediana del medio oeste americano se quedase aislada, sus habitantes después de un tiempo en que se agotasen las reservas de petróleo, de comida, de lo más imprescindible para sobrevivir, no tendrían más remedio que adentrarse en los bosques para alimentarse de animales y bayas. Pasados 10.000 años, de esa ciudad no quedaría nada, el hierro, el hormigón, la madera… todo desaparecería excepto las cosas de cerámica, como los inodoros. Quizás, al cabo de unos años, un grupo de arqueólogos descubrieran restos de esa ciudad gracias a sus inodoros y promulgasen la teoría de que esos restos eran objetos destinados a cultos y ritos antinaturales con derramamiento de sangre que era recogida por esos objetos…
Es gracias a los libros como el ser humano puede reconocerse más allá de los registros electrónicos, que no son sino pobres remedos de los archivos o registros akhásicos. Los libros aportan conocimiento, sabiduría y, sobre todo, esperanza de que el ser humano tiene la capacidad de encontrar su destino en las páginas de todo lo que con su inteligencia, su imaginación y su sentido de la espiritualidad, ha sabido plasmar día tras día, generación tras generación: los libros.