Lavar el coche sirve para la consciencia



Antonio Tomás Cortés Rodríguez

30/10/2019

Encontrar sentido a lo que hacemos, hallar el significado en lo que vivimos independientemente de que sea una gran experiencia o un pequeño suceso, saber el por qué de las cosas, ser consciente en definitiva es un objetivo que persigue todo buscador con inquietudes. Otro objetivo es vivir el presente, descubrir la importancia de evitar el dolor por el pasado sobre el que no se puede actuar o la ansiedad por el futuro que está por venir. Ambos se pueden llevar a cabo en una pequeña, casi insignificante acción… tan sólo hay que mirar hacia el interior y hacer las preguntas adecuadas.



Photo by Matthew Tkocz on Unsplash
Había estado yo pasado el fin de semana anterior en el Parque Natural de los Arribes, en Zamora. Un lugar de una belleza agreste y ancestral, en el que el río Duero flirtea entre Portugal y España y se deja halagar, serenamente, por los ojos de los viajeros que trepan a los acantilados a calmar desde arriba su sed atávica de belleza. Para llegar a algunos de los miradores de aquellas tierras tuvimos que transitar caminos polvorientos, esquivar súbitos rebaños de cabras, preguntar a diligentes aldeanos. El coche acabó sucio por fuera, pero también por dentro, debido al barro, polizón inevitable que nuestras botas trajeron de vuelta…
 
Hace ya una semana de aquel fin de semana extinto, y todavía no había encontrado un momento para poder lavar el coche. Y hoy, domingo, me he bajado a hacerlo, por fin. Desde que hace años descubrí las maravillas de esta bayeta de microfibra, me resulta cómodo lavar tanto la carrocería como el interior. Me basta este pequeño cubo azul con unos cuatro litros de agua y mi bayeta blanca. Nada de productos químicos. Me satisface poder contribuir con esta pequeña acción al uso más racional y eficiente del agua y, al mismo tiempo, evitar vertidos de productos tóxicos. Incluso he aprendido a lavarlo sin tener que encender la luz del garaje: es suficiente el tubo fluorescente que permanece siempre encendido a unos dos metros de mi plaza. De modo que consumo muy pocos recursos naturales mientras hago esto.
 
Pero cualquiera me diría que qué hago aquí hoy. No me refiero a que por qué estoy en el garaje lavando el coche: ya muchos vecinos me han visto hacerlo en otras ocasiones. Habrá a quien le parezca bien, habrá a quien le parezca mal. Nadie me ha comentado nada nunca, ni yo he preguntado… A lo que me refiero es a que cualquiera diría que qué hago aquí hoy porque llevamos una semana de lluvia y, según la previsión meteorológica, también es más que probable que mañana llueva.
 
Podría haberme conformado con aspirar el interior, como he hecho. Pero no, aquí estoy con mi cubito y mi bayeta limpiando las ventanas por dentro y por fuera, la carrocería, el salpicadero y los restantes plásticos del habitáculo. Y, ya que me he puesto, hasta las gomas de las juntas del maletero. Sí, necesitaban una limpieza.

La lógica de la mente y la intuición del corazón

Imagen de mohamed Hassan en Pixabay
Es el mismo pensamiento que a veces muchas personas podrían tener ante un lavabo sucio. Yo mismo lo he pensado a veces mientras lo limpiaba: ¡lo poco que va a durar limpio…! ¿Y entonces?
 
Al tiempo que iba pensando esto, se abría paso una idea, que primero no era demasiado nítida, hasta que ha conseguido, a fuerza de frotar la carrocería, el lustre suficiente para empezar a brillar.
 
Ahora lo veo. Estoy viviendo el presente. He decidido desenten­derme de la mecánica obstaculizadora que a veces supone pensar en el futuro. Nuestra anticipación del tiempo futuro, con sus expectativas y sus temores, puede hacer que ya nuestras cabezas empiecen ahora, por ejemplo, a sentir gotas de agua bajo un cielo despejado…
 
Sin embargo, yo he decidido no dejarme llevar por esa conjetura. No es solo que no quiera confundir la probabilidad con la seguridad del meteoro, no. Mi acción surge de un nivel de consciencia más profundo. Estoy descubriendo la fortaleza de la mera acción. La acción sin expectativas. La acción sin temores, también. La acción desnuda. Y así, mientras me aplico con toda la atención de mis sentidos a esta tarea tan ordinaria descubro que hay un espacio para el disfrute hasta en lo nimio. La nimiedad también puede revestir una grandeza inefable cuando se pone la consciencia en el presente de la acción y se desvin­cula de otros factores ajenos.
 
Nada importa que mañana pueda llover. Mi acción de ahora es altamente valiosa en este momento, porque limpiar el coche me está ayudado a aclarar mi mente también, a apartar con la bayeta esa maraña de prejuicios y esquemas mentales que habitualmente alimentan nuestros actos desde la absoluta impunidad del camuflaje más perfecto.
 
Es más, según avanzo en mi labor, más me voy dando cuenta de que mañana va a llover, y se echará a perder lo que yo estoy dejando impoluto. Pero este pensamiento ya no me aporta nada negativo, no vaticina ninguna frustración, no anuncia ningún relámpago de rabia. Me doy cuenta desde la serenidad de que cuando mañana llueva mi acción de ahora no habrá dejado de ser exactamente igual de valiosa.
 
Porque el valor de lo que yo ahora hago no es el objeto de lo que desempeño –el qué–sino la calidad que imprimo a mis actos mentales y físicos –el cómo–. Y esta lección, afortunadamente, se puede aprender en cualquier momento de la vida, incluso sin maestros.
 
¿Sin maestros? ¿Pero no son acaso hoy maestros míos este coche, esta bayeta, este cubo, esta agua…?






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