Foto de Brina Blum en Unsplash
Luego le pediré un consejo para que me ilumine en alguno de los problemas cotidianos y abriré mis oídos internos para escuchar su respuesta.
Antes de marcharme le pondré un nombre que le vincule con alguien o algo que haya sido importante en mi vida y que ya no esté en este plano.
Si te abres a su energía serás más sabio y tendrás un día fantástico”.
Esta reflexión es perfectamente asumible por todo aquél o aquella que tenga a bien leerla. Seguramente, el tipo de vida que llevamos nos impide acercarnos a la Naturaleza con el espíritu y la mente abiertos para recibir, no solo la energía que impregna cada una de sus creaciones, sino para aprender de su generosidad, de su sabiduría y de su capacidad de sobreponerse a los desastres que sufre a diario.
Se sabe, por la experimentación llevada a cabo por especialistas, que las plantas “ven” y “oyen” y que, si las hablas con cariño, crecen lozanas y, por el contrario, si estamos de mal humor cerca de ellas sufren al aspirar el tipo de energía negativa que estamos emitiendo. Se conoce el episodio de un tipo de acacia africana que cuando “ve” acercarse a una jirafa, por ejemplo, que tiene toda la intención de comer sus hojas, envía una gran cantidad de tanino a esas hojas, de tal manera que la jirafa sabe que no debe comérselas porque el hacerlo le puede producir graves desarreglos intestinales.
Así pues, sabiendo que las plantas nos ven y nos escuchan, nada nos impide relacionarnos con ellas como dos seres creados por la Naturaleza y compartir mutuamente los pensamientos y emociones que forman parte de nuestra común existencia.
Otra forma de relacionarnos con las plantas, e incluso con los animales, es la música. Pero no una música cualquiera, no, una música que uno sienta que está inspirada en los dioses. Ahí tenemos a Mozart, Haydn, Bach y tantos otros que han sabido traducir en un pentagrama lo que su inspiración les dictaba. Se sabe también por experiencia, que la música clásica suave les pone muy contentas y sabemos también que “la música amansa a las fieras”. Una casa donde suene una música relajante, suave, llena de matices armónicos como la que compusieron los maestros antes mencionados, es la mejor garantía de que en esa casa se respira una energía muy saludable para el cuerpo y el alma.
Antes de marcharme le pondré un nombre que le vincule con alguien o algo que haya sido importante en mi vida y que ya no esté en este plano.
Si te abres a su energía serás más sabio y tendrás un día fantástico”.
Esta reflexión es perfectamente asumible por todo aquél o aquella que tenga a bien leerla. Seguramente, el tipo de vida que llevamos nos impide acercarnos a la Naturaleza con el espíritu y la mente abiertos para recibir, no solo la energía que impregna cada una de sus creaciones, sino para aprender de su generosidad, de su sabiduría y de su capacidad de sobreponerse a los desastres que sufre a diario.
Se sabe, por la experimentación llevada a cabo por especialistas, que las plantas “ven” y “oyen” y que, si las hablas con cariño, crecen lozanas y, por el contrario, si estamos de mal humor cerca de ellas sufren al aspirar el tipo de energía negativa que estamos emitiendo. Se conoce el episodio de un tipo de acacia africana que cuando “ve” acercarse a una jirafa, por ejemplo, que tiene toda la intención de comer sus hojas, envía una gran cantidad de tanino a esas hojas, de tal manera que la jirafa sabe que no debe comérselas porque el hacerlo le puede producir graves desarreglos intestinales.
Así pues, sabiendo que las plantas nos ven y nos escuchan, nada nos impide relacionarnos con ellas como dos seres creados por la Naturaleza y compartir mutuamente los pensamientos y emociones que forman parte de nuestra común existencia.
Otra forma de relacionarnos con las plantas, e incluso con los animales, es la música. Pero no una música cualquiera, no, una música que uno sienta que está inspirada en los dioses. Ahí tenemos a Mozart, Haydn, Bach y tantos otros que han sabido traducir en un pentagrama lo que su inspiración les dictaba. Se sabe también por experiencia, que la música clásica suave les pone muy contentas y sabemos también que “la música amansa a las fieras”. Una casa donde suene una música relajante, suave, llena de matices armónicos como la que compusieron los maestros antes mencionados, es la mejor garantía de que en esa casa se respira una energía muy saludable para el cuerpo y el alma.