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Con estas palabras enfocaba Fritz Perls, principal creador de la escuela Gestalt, la situación del individuo hacia finales de los años 60. Hoy en día en día, yo añadiría que el ser humano, en su necesidad sana de enriquecer y disfrutar de la vida, ha seguido sólo un camino de búsqueda exterior, llegando a cada rincón del saber y aferrándose y/o identificándose con distintos credos, religiones, movimientos sociales, etc. o saltando de uno a otro como en una búsqueda sin tregua de “algo” que le dará la felicidad, algo que está por llegar, siempre en un tiempo futuro. Otros, por el contrario, viven del recuerdo, en un pasado que tal vez fue mejor, considerando que el presente y futuro ya están sentenciados por “algo” ocurrido, hipotecando su vida a ese pasado.
De esta manera, cuando la salud no nos acompaña, recurrimos a panaceas “salvadoras” tales como fetiches que nos colgamos de cualquier parte de nuestro cuerpo, ponemos esencias o encendemos inciensos, decoramos con pétalos, santos o avatares nuestros lugares habituales, bebiendo aguas o buscando nuevos minerales, desplazando la responsabilidad de sanar a estos elementos extrínsecos. Este es el primer paso que nos aleja de nosotros mismos. Poco nos atrevemos a saber qué estamos haciendo ahora y cómo nos hace sentir, incluso cómo consigue que evitemos “eso” que no queremos sentir.
Después de “colgarnos” a todo aquello que suena a transcendental, no vemos, sin embargo, un cambio correlativo en nuestra capacidad de disfrutar de la vida, o como diría Perls: “...en el uso de nuestro conocimiento en beneficio de nuestros propios intereses, en el expandir y ensanchar nuestro sentido de vitalidad y crecimiento”.
No obstante, gran parte de la causa de esta situación está en una sociedad un tanto deshumanizada, que no ha apostado tanto por los valores que antaño reinaban en las sociedades tribales -como los principios de organización por grupos de parentesco, es decir, familias que convivían redistribuyendo sus bienes y compartiendo sus vidas e involucrándose en la educación de su progenie-, como lo ha hecho apostando por una sociedad estatal de estratificación por clases donde existe una burocracia administrativa que exige lealtades por encima del “linaje y del clan”. Antes, artesanos especializados en aportar sus saberes para la infraestructura y mejoramiento del grupo, ahora los manufacturan para enlazar extensas redes comerciales. La comunidad había sido subyugada en favor de la sociedad estatal. Una sociedad donde se confunde el “nosotros somos” con el sentido del YO SOY. De hecho, se pierden los límites entre el yo-tú y surgen así los principios de algunos trastornos como la neurosis.
Por otra parte, al igual que se perdieron estos valores de comunidad “humanizada” otros, como las referencias de desarrollo espiritual -cuando algunos componentes eran elevados a un status de mayor responsabilidad, tales como “Chamán” o cuando los jóvenes iban a convertirse en “guerreros, labradores o artesanos”- se hacían conscientes de su nuevo papel de responsables del bienestar de la tribu y debían pasar por ceremonias de iniciación llamados “rituales de paso” con la presencia y el cariño de toda la familia. Estos además de ser la puerta de la transformación interior cara al nuevo status social, aportaban un sentido a su existencia y evolución física, mental y espiritual dentro de la tribu.
De esta manera, cuando la salud no nos acompaña, recurrimos a panaceas “salvadoras” tales como fetiches que nos colgamos de cualquier parte de nuestro cuerpo, ponemos esencias o encendemos inciensos, decoramos con pétalos, santos o avatares nuestros lugares habituales, bebiendo aguas o buscando nuevos minerales, desplazando la responsabilidad de sanar a estos elementos extrínsecos. Este es el primer paso que nos aleja de nosotros mismos. Poco nos atrevemos a saber qué estamos haciendo ahora y cómo nos hace sentir, incluso cómo consigue que evitemos “eso” que no queremos sentir.
Después de “colgarnos” a todo aquello que suena a transcendental, no vemos, sin embargo, un cambio correlativo en nuestra capacidad de disfrutar de la vida, o como diría Perls: “...en el uso de nuestro conocimiento en beneficio de nuestros propios intereses, en el expandir y ensanchar nuestro sentido de vitalidad y crecimiento”.
No obstante, gran parte de la causa de esta situación está en una sociedad un tanto deshumanizada, que no ha apostado tanto por los valores que antaño reinaban en las sociedades tribales -como los principios de organización por grupos de parentesco, es decir, familias que convivían redistribuyendo sus bienes y compartiendo sus vidas e involucrándose en la educación de su progenie-, como lo ha hecho apostando por una sociedad estatal de estratificación por clases donde existe una burocracia administrativa que exige lealtades por encima del “linaje y del clan”. Antes, artesanos especializados en aportar sus saberes para la infraestructura y mejoramiento del grupo, ahora los manufacturan para enlazar extensas redes comerciales. La comunidad había sido subyugada en favor de la sociedad estatal. Una sociedad donde se confunde el “nosotros somos” con el sentido del YO SOY. De hecho, se pierden los límites entre el yo-tú y surgen así los principios de algunos trastornos como la neurosis.
Por otra parte, al igual que se perdieron estos valores de comunidad “humanizada” otros, como las referencias de desarrollo espiritual -cuando algunos componentes eran elevados a un status de mayor responsabilidad, tales como “Chamán” o cuando los jóvenes iban a convertirse en “guerreros, labradores o artesanos”- se hacían conscientes de su nuevo papel de responsables del bienestar de la tribu y debían pasar por ceremonias de iniciación llamados “rituales de paso” con la presencia y el cariño de toda la familia. Estos además de ser la puerta de la transformación interior cara al nuevo status social, aportaban un sentido a su existencia y evolución física, mental y espiritual dentro de la tribu.
Todo esto nos lleva a un sentido de pertenencia, de seguridad donde poder satisfacer nuestras necesidades básicas, donde poder cimentar los pilares de un desarrollo integral sano, es decir, en equilibrio interno y en coherencia con nuestro ambiente o mundo externo, donde los territorios están bien demarcados dentro del mapa.
Es ahí donde arranca los principios de la psicoterapia pre-personal. En la búsqueda de las raíces del individuo, en un viaje emocional hasta el encuentro con el momento donde ha perdido esas referencias de crecimiento. Es una búsqueda que parte desde un presente donde la persona no se encuentra porque sencillamente se percibe en múltiples aspectos externos que resuenan dentro de ella sin una coherencia, sin un “guion vital” y sintiendo que su universo interno no gira entorno a un centro, a un sol que le dé la fuerza vital del autoapoyo.
En este caminar regresivo, es muy probable que pasemos por su infancia, su nacimiento, y profundicemos hasta el momento mismo de su concepción, cuando “debiera” empezar su llegada en la mente y el deseo de sus padres por concebirla.
Es ahí donde arranca los principios de la psicoterapia pre-personal. En la búsqueda de las raíces del individuo, en un viaje emocional hasta el encuentro con el momento donde ha perdido esas referencias de crecimiento. Es una búsqueda que parte desde un presente donde la persona no se encuentra porque sencillamente se percibe en múltiples aspectos externos que resuenan dentro de ella sin una coherencia, sin un “guion vital” y sintiendo que su universo interno no gira entorno a un centro, a un sol que le dé la fuerza vital del autoapoyo.
En este caminar regresivo, es muy probable que pasemos por su infancia, su nacimiento, y profundicemos hasta el momento mismo de su concepción, cuando “debiera” empezar su llegada en la mente y el deseo de sus padres por concebirla.
¿Cómo funciona esta terapia?
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En realidad es más como una “escuela” donde se entrena al paciente a tomar consciencia y vivenciar su experiencia interna; donde por el camino del autoacompañamiento se llega al hecho mágico por el cual se convierte en normal y corriente, capaz de afrontar cada momento de su vida –aquí y ahora- libre de ataduras del pasado y de “enganches” hacia el futuro, y con el poder que da la presencia. Esto apunta a la idea de una filosofía de vida más que de simple terapia.
El paciente aprenderá a vivirse de la mano de escuelas tales como la Gestalt y Anatheóresis (técnicas regresivas) fundamentalmente. Estas escuelas son ya, de por sí, la unión de varias corrientes terapéuticas anteriores que, en sus aspectos útiles, dan cita desde el psicoanálisis, conductismo, enfoque reicheano (expresión corporal), aspectos de la psicología transpersonal o espiritual como antiguamente se le llamaba, hasta la filosofía zen, el budismo o el taoísmo. Estas últimas buscando siempre una vivencia del momento presente sobre la que se circunscribe esta terapia.
Como explica el Dr. Claudio Naranjo, psiquiatra y principal difusor de la Gestalt, es una cuestión de despertar de la consciencia, de un llegar a darnos cuenta constante o awareness, piedra angular también de esta terapia.
“Las tradiciones espirituales más articuladas dejan esto muy claro. El buddhahood (de la raíz bodh, despierto) no es un estado particular de conciencia, sino que es la conciencia en sí misma; la iluminación no es un estado o un contenido de la mente, sino que la mente como tal, es el contenedor. El sufismo, quizá de forma más explícita, deja claro que el objetivo de despertar de un estado de darse cuenta restringido, que es la conciencia ordinaria, va más allá que de los “estados espirituales”. Estas son manifestaciones claras de la conciencia del individuo y el resultado de la entronización de lo transpersonal en lo personal (o, más tradicionalmente, de lo espiritual en el ego).
En el budismo es un corolario de la “mente correcta (mindfullness)”, conseguida a través del trabajo de la “atención desnuda”.
Así pues, los pilares sobre los que se apoya esta terapia son:
1. Valoración de la actualidad temporal (el presente vs. El pasado o futuro), espacial (lo presente vs. lo ausente) y sustancial (valoración del acto).
2. Valoración de la atención y aceptación de la experiencia.
3. Valoración de la totalidad o responsabilidad.
Es importante aclarar que con la Gestalt, al trabajar la aceptación del momento presente, implica valorar y afrontar las más que posibles resistencias y trampas que nos hemos creado en un tiempo pasado. Y es con Anatheóresis cuando regresamos en un viaje emocional y profundo, ayudados por la sofronización, hasta el comienzo mismo de la vida del individuo, en el mismo momento de la concepción y crecimiento intrauterino, y encontrar los Cúmulos Analógicos Traumáticos o “C.A.T.” generadores de diferentes tipos de trastornos que nos llevan a enfermar o a no poder desarrollar nuestras capacidades innatas.
Ahora cabe preguntarse lógicamente: Si integramos el presente, con todas sus circunstancias, ¿por qué volver hacia el pasado? La respuesta llega clara.
Los trabajos realizados en el campo de la psicoterapia desde mediados del siglo XIX ya han demostrado la influencia de aspectos que, como la familia y más concretamente la figura de los padres, tienen en el buen desarrollo emocional del individuo. Como descubrió y expuso Jung, y posteriormente han desarrollado otros analistas junguianos desde Marie L. Von-Franz, J. Campbell, Alice Miller y otros, recuperar al “niño interior” muy posiblemente herido, no alude sino al hecho de que hay aspectos en el desarrollo de nuestra personalidad que no han crecido y que aún laten en un tiempo pasado, a ritmos muy lentos, y perdidos en algún lugar de nuestra conciencia clamando por ser atendidos, por ser queridos. Este niño interior herido, puede ser ya la expresión incluso de los últimos eslabones de una cadena de impactos iniciada mucho antes, en el momento de la fecundación como comentábamos antes.
Joaquín Grau, en su Tratado de Anatheóresis, describe:
“Nos encontramos con una vida intrauterina que irá estructurando las fases evolutivas de su percepción desde antes de la territorialidad del reptil –desde antes de la percepción neural- hasta la creación de las estructuras del hemisferio derecho. O sea, con una percepción ya fetal, sumamente emotiva y por ello muy vulnerable a los daños emocionales que, incluso la propia madre, le pueda proferir.
Desde estos momentos fetales hasta la primera infancia, hacia los 7/12 años, que conquistamos las ondas cerebrales beta, el bebé/niño alimenta así una cadena de impactos analógicos traumáticos (IAT) que conformarán este CAT (cúmulos analógicos traumáticos”.
Este es el momento exacto de lo pre-personal, cuando en los momentos previos a la formación de la personalidad comprendemos y modificamos los “genes” mismos del cat, transformando cada programa traumático que ha estado aletargado esperando su momento de acción, o que ya está activo con alguna somatización.
El vórtice emocional que enganchaba el pasado al presente se cierra dejando sólo un presente libre, integrado, comprendido y sano.
Y llegamos al objetivo del trabajo, caminar consciente de cada paso que se da sin perder la conciencia del camino andado. Cuando desarrollamos la capacidad de encontrar dentro de nosotros el apoyo suficiente para satisfacer nuestras necesidades básicas y poder ascender dentro de esa “pirámide motivacional” hacia aspectos que, como diría A. Maslow, son más proyectivos y creativos.
El paciente aprenderá a vivirse de la mano de escuelas tales como la Gestalt y Anatheóresis (técnicas regresivas) fundamentalmente. Estas escuelas son ya, de por sí, la unión de varias corrientes terapéuticas anteriores que, en sus aspectos útiles, dan cita desde el psicoanálisis, conductismo, enfoque reicheano (expresión corporal), aspectos de la psicología transpersonal o espiritual como antiguamente se le llamaba, hasta la filosofía zen, el budismo o el taoísmo. Estas últimas buscando siempre una vivencia del momento presente sobre la que se circunscribe esta terapia.
Como explica el Dr. Claudio Naranjo, psiquiatra y principal difusor de la Gestalt, es una cuestión de despertar de la consciencia, de un llegar a darnos cuenta constante o awareness, piedra angular también de esta terapia.
“Las tradiciones espirituales más articuladas dejan esto muy claro. El buddhahood (de la raíz bodh, despierto) no es un estado particular de conciencia, sino que es la conciencia en sí misma; la iluminación no es un estado o un contenido de la mente, sino que la mente como tal, es el contenedor. El sufismo, quizá de forma más explícita, deja claro que el objetivo de despertar de un estado de darse cuenta restringido, que es la conciencia ordinaria, va más allá que de los “estados espirituales”. Estas son manifestaciones claras de la conciencia del individuo y el resultado de la entronización de lo transpersonal en lo personal (o, más tradicionalmente, de lo espiritual en el ego).
En el budismo es un corolario de la “mente correcta (mindfullness)”, conseguida a través del trabajo de la “atención desnuda”.
Así pues, los pilares sobre los que se apoya esta terapia son:
1. Valoración de la actualidad temporal (el presente vs. El pasado o futuro), espacial (lo presente vs. lo ausente) y sustancial (valoración del acto).
2. Valoración de la atención y aceptación de la experiencia.
3. Valoración de la totalidad o responsabilidad.
Es importante aclarar que con la Gestalt, al trabajar la aceptación del momento presente, implica valorar y afrontar las más que posibles resistencias y trampas que nos hemos creado en un tiempo pasado. Y es con Anatheóresis cuando regresamos en un viaje emocional y profundo, ayudados por la sofronización, hasta el comienzo mismo de la vida del individuo, en el mismo momento de la concepción y crecimiento intrauterino, y encontrar los Cúmulos Analógicos Traumáticos o “C.A.T.” generadores de diferentes tipos de trastornos que nos llevan a enfermar o a no poder desarrollar nuestras capacidades innatas.
Ahora cabe preguntarse lógicamente: Si integramos el presente, con todas sus circunstancias, ¿por qué volver hacia el pasado? La respuesta llega clara.
Los trabajos realizados en el campo de la psicoterapia desde mediados del siglo XIX ya han demostrado la influencia de aspectos que, como la familia y más concretamente la figura de los padres, tienen en el buen desarrollo emocional del individuo. Como descubrió y expuso Jung, y posteriormente han desarrollado otros analistas junguianos desde Marie L. Von-Franz, J. Campbell, Alice Miller y otros, recuperar al “niño interior” muy posiblemente herido, no alude sino al hecho de que hay aspectos en el desarrollo de nuestra personalidad que no han crecido y que aún laten en un tiempo pasado, a ritmos muy lentos, y perdidos en algún lugar de nuestra conciencia clamando por ser atendidos, por ser queridos. Este niño interior herido, puede ser ya la expresión incluso de los últimos eslabones de una cadena de impactos iniciada mucho antes, en el momento de la fecundación como comentábamos antes.
Joaquín Grau, en su Tratado de Anatheóresis, describe:
“Nos encontramos con una vida intrauterina que irá estructurando las fases evolutivas de su percepción desde antes de la territorialidad del reptil –desde antes de la percepción neural- hasta la creación de las estructuras del hemisferio derecho. O sea, con una percepción ya fetal, sumamente emotiva y por ello muy vulnerable a los daños emocionales que, incluso la propia madre, le pueda proferir.
Desde estos momentos fetales hasta la primera infancia, hacia los 7/12 años, que conquistamos las ondas cerebrales beta, el bebé/niño alimenta así una cadena de impactos analógicos traumáticos (IAT) que conformarán este CAT (cúmulos analógicos traumáticos”.
Este es el momento exacto de lo pre-personal, cuando en los momentos previos a la formación de la personalidad comprendemos y modificamos los “genes” mismos del cat, transformando cada programa traumático que ha estado aletargado esperando su momento de acción, o que ya está activo con alguna somatización.
El vórtice emocional que enganchaba el pasado al presente se cierra dejando sólo un presente libre, integrado, comprendido y sano.
Y llegamos al objetivo del trabajo, caminar consciente de cada paso que se da sin perder la conciencia del camino andado. Cuando desarrollamos la capacidad de encontrar dentro de nosotros el apoyo suficiente para satisfacer nuestras necesidades básicas y poder ascender dentro de esa “pirámide motivacional” hacia aspectos que, como diría A. Maslow, son más proyectivos y creativos.
¿Cuándo se debería utilizar esta terapia?
Siempre es un buen momento para limpiar nuestra casa y desatascar algunas tuberías de “desagüe” que puedan ser ya el primer atasco que hace que no vivamos en una casa sana.
Estas anomalías que impiden que desarrollemos todo nuestro potencial, pueden ser del tipo:
Miedos de origen desconocido.
Filias y fobias.
Psico-dependencias.
Inseguridad y ansiedad.
Tendencia depresiva.
Falta de Autoestima.
Problemas de relación.
Enfermedades psicosomáticas.
Todas ellas son alteraciones emocionales y/o físicas de intensidad y duración variables que impiden vivir felizmente. Hay que tener en cuenta que “La enfermedad es un programa inteligente de la Naturaleza con un mensaje claro: decirle a quien la padece que está viviendo una situación en su vida que no le conviene”.
Este mensaje tiene además un segundo objetivo, que la persona se responsabilice (etimológicamente capacidad de responder), es decir, se haga cargo de que es él quien se ha proferido esa enfermedad y como tal puede darse una respuesta curativa.
“En vista de que el confrontar el presente es un compromiso a vivir, significa libertad: la libertad de ser nosotros mismos, de escoger nuestro camino”.
(Claudio Naranjo)
Comprender nuestro pasado es integrarlo en nuestro presente, e integrar nuestro presente es dar respuesta con nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestra emoción a cada movimiento de nuestro ser con cada paso que damos, en cada segundo de la vida. ¡Carpe Diem!
Estas anomalías que impiden que desarrollemos todo nuestro potencial, pueden ser del tipo:
Miedos de origen desconocido.
Filias y fobias.
Psico-dependencias.
Inseguridad y ansiedad.
Tendencia depresiva.
Falta de Autoestima.
Problemas de relación.
Enfermedades psicosomáticas.
Todas ellas son alteraciones emocionales y/o físicas de intensidad y duración variables que impiden vivir felizmente. Hay que tener en cuenta que “La enfermedad es un programa inteligente de la Naturaleza con un mensaje claro: decirle a quien la padece que está viviendo una situación en su vida que no le conviene”.
Este mensaje tiene además un segundo objetivo, que la persona se responsabilice (etimológicamente capacidad de responder), es decir, se haga cargo de que es él quien se ha proferido esa enfermedad y como tal puede darse una respuesta curativa.
“En vista de que el confrontar el presente es un compromiso a vivir, significa libertad: la libertad de ser nosotros mismos, de escoger nuestro camino”.
(Claudio Naranjo)
Comprender nuestro pasado es integrarlo en nuestro presente, e integrar nuestro presente es dar respuesta con nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestra emoción a cada movimiento de nuestro ser con cada paso que damos, en cada segundo de la vida. ¡Carpe Diem!
Luis A. de la Rubia
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