La sinfonía de la consciencia



Jorge Carvajal Posada

27/02/2018

¿De qué modo emerge de la actividad cerebral el conjunto de procesos que llamamos mente? se pregunta el científico hoy. ¿Y si nos preguntáramos de qué modo se precipita, desde la actividad mental, el conjunto de procesos que llamamos cerebro?



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¿De qué modo emerge de la actividad cerebral el conjunto de procesos que llamamos mente? se pregunta el científico hoy.

¿Y si nos preguntáramos de qué modo se precipita, desde la actividad mental, el conjunto de procesos que llamamos cerebro?

Sin embargo, ambas preguntas corresponden a las de un pensador anclado a un universo local, exento de sincronicidad e inclusividad. Es decir que es una pregunta sobre el universo que hacemos desde presupuestos que no corresponden al universo real. En éste no hay tal cosa como la materia o la mente separadas, ni observadores separados de lo que observan, aunque la estrecha prisión de los sentidos así nos lo haga pensar.

Si nos ponemos unas gafas para ver el mundo al revés por un tiempo, al cabo de un corto período de adaptación en el que todavía vemos el mundo al revés, el cerebro nos hace ver el mundo al derecho. Pero al quitarnos las gafas, los ojos nos revelarán un mundo patas arriba. Si por una ilusión óptica vemos un palo recto como curvo, al tocarlo nuestro tacto también nos dirá que es curvo. Todo depende del lente con que lo miremos pero el cerebro es un lente que está construido con todas las imágenes anteriores, de tal manera que cada nueva imagen tendrá un contexto hecho de todas nuestras programaciones.

Vemos el mundo a través de las imágenes del pasado, a través de la imagen de nuestro cuerpo, a través de todas las cartografías que tenemos del mundo, de nosotros, del mismo cerebro. Y en esos mapas interiores nos movemos, y proyectamos además esos mapas con todos sus aciertos y sus errores a nuestros territorios. En el cerebro la realidad está hecha de cartografías. Pero hemos confundido el mapa con el cartógrafo. Podemos tratar de conocer los mapas en el cerebro, pero ello no nos permitiría conocer al cartógrafo. Podemos estudiar a la perfección el instrumento, pero eso no nos permitiría por si mismo conocer la música. Sin embargo si escuchamos música, hay sin duda alguien tocando un instrumento.

Entre el instrumento y la música, el misterio del intérprete: La consciencia. Es la consciencia el instrumento o la música? ¿O es el puente que permite que la música vibre en el instrumento? Y quién permite que la música de la mente universal resuene en el instrumento del cerebro? No podríamos decir que conocemos a Beethoven estudiando sólo los instrumentos de la orquesta o las partituras de sus obras. Pero cuando la música suena, el espíritu de Beethoven cobra vida en nuestra vida y nuestro cerebro. En el arte universal cada artista se prolonga en nosotros. Todo esto nos puede llevar a pensar que de todas formas la consciencia es un puente que conecta los extremos del espíritu -la música- y la materia –el instrumento– para revelarnos, en un solo proceso, la unidad esencial de lo que en principio sólo parecían opuestos.

Veámoslo de otro modo. Dos reactivos no podrían dar lugar jamás a un compuesto nuevo en el tiempo si no existiera un puente que revelara su complementariedad e hiciera de los dos algo nuevo. Ese puente es una enzima que revela lo que nunca se hubiera tal vez podido revelar espontáneamente. La enzima es un puente, un revelador de complementariedades materiales, un acelerador de la evolución – un catalizador en el lenguaje de la química-. El intérprete es un catalizador de la reacción entre la partitura y su instrumento, entre la obra y la orquesta. En la evolución el gran intérprete es la consciencia y en su interfase desaparecen las diferencias entre el plan y sus instrumentos. La música de la evolución se ha precipitado a través de la consciencia sobre el instrumento de la materia para modelarla. Es música lo que ha modelado al instrumento y al músico, es consciencia lo que ha permitido la interfase entre el observador, lo observado y el campo de observación.

En esa dimensión, la interfase de la consciencia, se unen la mente y el cuerpo. Allí podemos salir de la trampa del dualismo para decir que cerebro y mente son octavas o interfases del espíritu, la música. Pero esa interfase sólo se revela cuando aparece el intérprete, el músico.

Ahora, de nuevo, ¿quién es el músico?

Por sus obras los conoceréis.

Conocemos el cerebro por sus obras. Conocemos al músico por su obra. Conocemos la vida por sus movimientos. En las huellas que cada cosa deja podemos tener un visión de su existencia. Las huellas de un gigante en la nieve nos puede hablar de sus costumbres, su resistencia, su cuerpo. Las huellas de una cultura nos pueden hablar de su esplendor o su decadencia. Las huellas del ADN revelan nuestros pasos por los niveles de conciencia que denominamos especies De igual forma es posible encontrar las huellas del ser en el cuerpo, pero no podríamos por eso afirmar que el ser es una dimensión que va emergiendo de las huellas que ha dejado en su camino. La anatomía que vemos son huellas de patrones de organización que revelan cómo la gota de agua de la música, que es el plan de la creación, ha ido calando en la piedra de la materia. En ese mutuo vibrar que es consciencia, los instrumentos se han perfeccionado hasta convertirse en ecos del sonido original…a imagen y semejanza de la música, ondas densas de su vibración sutil, vibraciones más lentas en resonancia con las agudas frecuencias originales, la consciencia pudo escuchar el eco de su propia existencia cuando surgió, en un instante sagrado de la evolución la consciencia de si.

Ecos de sus ecos resonaron hasta el infinito en busca de la voz del principio, y el universo creado por la música emprendió el sendero de regreso al sonido original, el Verbo. El propio instrumento tuvo nostalgia de su origen, y en cuerpo y alma, así purificada, la madre – ahora de nuevo materia virgen - regresó al origen, la música, el espíritu o el cielo, revelando que también el instrumento de la materia era música.

Ahora sabemos que vinimos a revelar la música que existe por doquier. Sólo bastaría tener ojos para ver la danza y oídos para escucharla. En el vacío resuenan, silentes, las notas del alma: un intérprete en el que desaparecen las distancias entre la música y el instrumento, un estado de consciencia en el que la música – el espíritu- conecta interiormente todo con todo. Ni arriba, ni abajo, sólo céntrico, cada punto del universo es final y comienzo, materia y espíritu, danza de la vida, música pura. Consciencia.




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