Photo by Annelies Geneyn on Unsplash
Empezaremos con la antigua Grecia, allí para expresar la palabra “verdad” usaban el vocablo “alethia” que quería decir “no olvido”, porque conocer es recordar y uno de los peores males era la ignorancia, pues en buena parte debido a ella cometíamos e incluso nos reiterábamos en los errores, como si el mal viniera de fuera y no de dentro, del “no recuerdo” (“re-cordar” = traer al corazón, instrumento más veraz que el frío pensamiento).
¿A qué obedecía esta concepción helenística? A que las almas antes de encarnar venían con un “programa o lecciones” para esta vida y así ir evolucionando en sucesivos renacimientos; pero antes pasaban por el río Leteo que tras bañarse en él olvidaban todo esto, y entonces ya estaba su espíritu en condiciones de reencarnar nuevamente para así seguir evolucionando en sucesivos renacimientos (otras vidas venideras).
¿Y qué pasaría si no olvidásemos esto?, pues que el libre albedrío se resentiría, que ya bastantes pesos “cargamos” en esta vida para echarnos encima las pasadas vidas. Además, entonces no viviríamos las emociones con su total intensidad, pues sería como si el actor o actriz en una representación estuviera recordando su vida fuera del escenario, se “saldría del papel”, su interpretación sería menos creíble, menos brillante. ¡Ya sé!, difícil equilibrio. Pues sí, un misterio.
Por todo ello, la verdad en la concepción clásica griega será sobre todo irnos acercando a ese propósito de vida antes de la vida y no olvidar para qué estamos aquí. A mí me parece muy sugerente este planteamiento al margen de las creencias que cada uno tenga, pero no cabe duda de que este enfoque lingüístico-espiritual está al servicio de la trascendencia y no de la inmanencia (que sólo fuéramos pura materia biológica muy evolucionada, eso sí).
¿A qué obedecía esta concepción helenística? A que las almas antes de encarnar venían con un “programa o lecciones” para esta vida y así ir evolucionando en sucesivos renacimientos; pero antes pasaban por el río Leteo que tras bañarse en él olvidaban todo esto, y entonces ya estaba su espíritu en condiciones de reencarnar nuevamente para así seguir evolucionando en sucesivos renacimientos (otras vidas venideras).
¿Y qué pasaría si no olvidásemos esto?, pues que el libre albedrío se resentiría, que ya bastantes pesos “cargamos” en esta vida para echarnos encima las pasadas vidas. Además, entonces no viviríamos las emociones con su total intensidad, pues sería como si el actor o actriz en una representación estuviera recordando su vida fuera del escenario, se “saldría del papel”, su interpretación sería menos creíble, menos brillante. ¡Ya sé!, difícil equilibrio. Pues sí, un misterio.
Por todo ello, la verdad en la concepción clásica griega será sobre todo irnos acercando a ese propósito de vida antes de la vida y no olvidar para qué estamos aquí. A mí me parece muy sugerente este planteamiento al margen de las creencias que cada uno tenga, pero no cabe duda de que este enfoque lingüístico-espiritual está al servicio de la trascendencia y no de la inmanencia (que sólo fuéramos pura materia biológica muy evolucionada, eso sí).
Las palabras que implican al corazón
Photo by Priscilla Du Preez on Unsplash
Observemos también que como hemos apuntado antes, ver/conocer con el “corazón” implica a la vez mente, emoción y percepción: “co –r- azón”; es decir, el “cor” y la “razón”. Luego el corazón siempre está más cerca de la verdad porque su percepción es más completa.
Asimismo, en la sabiduría oriental el corazón no es el centro de los sentimientos, sino del conocimiento. O como decía otro gran poeta español, Miguel Hernández, “somos algo más que vemos, algo menos que inquirimos”.
La raíz del corazón la encontramos también entre otros, en los siguientes vocablos españoles como “corazonada” (percepción, pálpito, voz interior), “coraje” (la fuerza la portentosa energía del corazón ante un reto), “incordiar” (molestarnos dentro, incomodarnos mucho), “concordia” (buenas vibraciones, buen ambiente, los corazones están alineados), “coraza” (te protege el corazón, parte vital), y “descorazonado” (estar mal, triste, casi sin corazón). En definitiva, que nos tropezamos con el misterio del ser humano una vez más sólo profundizando un poco en las palabras.
Asimismo, en la sabiduría oriental el corazón no es el centro de los sentimientos, sino del conocimiento. O como decía otro gran poeta español, Miguel Hernández, “somos algo más que vemos, algo menos que inquirimos”.
La raíz del corazón la encontramos también entre otros, en los siguientes vocablos españoles como “corazonada” (percepción, pálpito, voz interior), “coraje” (la fuerza la portentosa energía del corazón ante un reto), “incordiar” (molestarnos dentro, incomodarnos mucho), “concordia” (buenas vibraciones, buen ambiente, los corazones están alineados), “coraza” (te protege el corazón, parte vital), y “descorazonado” (estar mal, triste, casi sin corazón). En definitiva, que nos tropezamos con el misterio del ser humano una vez más sólo profundizando un poco en las palabras.
Las palabras que implican al espíritu
Photo by Harli Marten on Unsplash
Otra serie de términos muy sugerentes para bucear son aquellos que nos remiten al ESPÍRITU. Ésta es una realidad más sutil, menos material, por lo que no podemos llegar a ella desde los límites físicos o tridimensionales, sino que necesitamos de otro “instrumental”.
Fijémonos que vocablos como “respirar” o “inspirar” remiten filológicamente al mundo inmaterial o trascendente. Una persona que está inspirada es que no sabe cómo y no sólo desde la intelección alcanza unos resultados artísticos, culturales o profesionales inesperados, sorprendentes, de manera que la excelencia se hace presente: “estaba inspirado y hallé esta solución, este tiro a puerta increíble, esta imagen fotográfica, pictórica…”
Siempre va asociado este hecho a procesos creativos, donde dos más dos son mucho más que cuatro porque estás “fluyendo” y compones esta melodía, este anuncio publicitario desde otro “estado” (casi divino), ya que al estar imbuido de “espíritu” tu base biológica se potencia mucho más.
Asimismo, asombrémonos ante el hecho que podemos estar muchos días sin comer, no más de tres o cuatro sin beber, y no más de dos o cuatro minutos sin “reSPIRar". Precisamente, de lo más material a lo más inmaterial, de los más prescindible a lo más imprescindible. ¿Qué te parece? Y es que en el “aliento” está la vida (la primera y la última bocanada), lo que nos mantiene “enganchados” a la vida, a “esta” vida. Al respirar inhalamos gases, sobre todo oxígeno, el mismo que nos da la vida nos la va quitando poco a poco porque nos vamos “oxidando” (envejeciendo), en una ley maravillosamente inapelable e inapreciable, en una misma moneda con sus dos lados, la cara y la cruz, la vida y la muerte, el eros y el tánatos. Pero que visto con sabiduría y humor le dice en una genial viñeta Carlitos a Snoopy:“Un día nos vamos a morir Snoopy”, a lo que éste le responde, “Cierto Charly, pero los otros días no”.
En efecto, la VIDA con mayúscula es un apasionante misterio que no lo sería tal sin el contrapeso de tener fecha de caducidad o más modernamente ley de obsolescencia programada, y lo que la sostiene a todos los niveles energéticos es lo que los antiguos llamaron quinto elemento (la quintaesencia), el prana, el chi, el éter, la energía vital, y que está contenida en el aire el cual respiramos y nos permite seguir vivos y conectados a la VIDA.
¿Y qué es el amor sino la esencia para la vida, la energía suprema? Cuando besamos en los labios al ser querido le estamos diciendo sin palabras que yo soy tú y tú eres yo, y te los transmito con mi aliento, mi aliento de vida, respirando juntos la vida que nos une, pues la respiro a través de ti. “Eso es amor, quien lo probó lo sabe” como así culmina el celebérrimo soneto de Lope de Vega.
Fijémonos que vocablos como “respirar” o “inspirar” remiten filológicamente al mundo inmaterial o trascendente. Una persona que está inspirada es que no sabe cómo y no sólo desde la intelección alcanza unos resultados artísticos, culturales o profesionales inesperados, sorprendentes, de manera que la excelencia se hace presente: “estaba inspirado y hallé esta solución, este tiro a puerta increíble, esta imagen fotográfica, pictórica…”
Siempre va asociado este hecho a procesos creativos, donde dos más dos son mucho más que cuatro porque estás “fluyendo” y compones esta melodía, este anuncio publicitario desde otro “estado” (casi divino), ya que al estar imbuido de “espíritu” tu base biológica se potencia mucho más.
Asimismo, asombrémonos ante el hecho que podemos estar muchos días sin comer, no más de tres o cuatro sin beber, y no más de dos o cuatro minutos sin “reSPIRar". Precisamente, de lo más material a lo más inmaterial, de los más prescindible a lo más imprescindible. ¿Qué te parece? Y es que en el “aliento” está la vida (la primera y la última bocanada), lo que nos mantiene “enganchados” a la vida, a “esta” vida. Al respirar inhalamos gases, sobre todo oxígeno, el mismo que nos da la vida nos la va quitando poco a poco porque nos vamos “oxidando” (envejeciendo), en una ley maravillosamente inapelable e inapreciable, en una misma moneda con sus dos lados, la cara y la cruz, la vida y la muerte, el eros y el tánatos. Pero que visto con sabiduría y humor le dice en una genial viñeta Carlitos a Snoopy:“Un día nos vamos a morir Snoopy”, a lo que éste le responde, “Cierto Charly, pero los otros días no”.
En efecto, la VIDA con mayúscula es un apasionante misterio que no lo sería tal sin el contrapeso de tener fecha de caducidad o más modernamente ley de obsolescencia programada, y lo que la sostiene a todos los niveles energéticos es lo que los antiguos llamaron quinto elemento (la quintaesencia), el prana, el chi, el éter, la energía vital, y que está contenida en el aire el cual respiramos y nos permite seguir vivos y conectados a la VIDA.
¿Y qué es el amor sino la esencia para la vida, la energía suprema? Cuando besamos en los labios al ser querido le estamos diciendo sin palabras que yo soy tú y tú eres yo, y te los transmito con mi aliento, mi aliento de vida, respirando juntos la vida que nos une, pues la respiro a través de ti. “Eso es amor, quien lo probó lo sabe” como así culmina el celebérrimo soneto de Lope de Vega.