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Uno de los primeros miedos es el miedo a la muerte, pero no por el hecho de la desaparición de sí mismo, sino por el miedo de “a donde vamos a ir”. El dilema entre el cielo y el infierno nos condiciona ante un poder que, en algunas sociedades, se convierte en opresor y obsesivo, incluso incitando a la inmolación o justificando la desigualdad a través de las castas.
Entre los primeros puestos de los miedos está quedarse sin empleo. Sobre todo, a cierta edad, este miedo nos contrae tan profundamente que nos quiebra las noches, las emociones, los deseos, los hobbies, la pareja, los amores y las convicciones.
También está en lo alto del ranking de los miedos el desamparo médico, el carecer de asistencia ante las enfermedades. Miedo a no poder pagar a nuestros hijos una educación digna. Miedo a llegar a la jubilación sin una pensión que nos permita llevar una vida al nivel de la que estamos disfrutando hoy. Miedo al crimen organizado en sus diferentes formas: terrorismo, mafia, trata de blancas, tráfico de órganos, etc.
Miedo a que de la noche a la mañana nos desaparezcan los ahorros que hemos conseguido durante toda una vida, porque alguien se ha dedicado a practicar terrorismo financiero y que no solo no se ha empobrecido, sino que se ha hecho multimillonario a cosa del ahorro de muchos ciudadanos trabajadores.
Miedo a la violación de los derechos humanos, miedo al desastre ecológico, al desamparo de la justicia, a la exclusión social por la pérdida de nuestros bienes o empleo, miedo a no tener éxito social, a no ser aceptado por la sociedad en que vivimos, a perder nuestro prestigio burgués.
Entre los primeros puestos de los miedos está quedarse sin empleo. Sobre todo, a cierta edad, este miedo nos contrae tan profundamente que nos quiebra las noches, las emociones, los deseos, los hobbies, la pareja, los amores y las convicciones.
También está en lo alto del ranking de los miedos el desamparo médico, el carecer de asistencia ante las enfermedades. Miedo a no poder pagar a nuestros hijos una educación digna. Miedo a llegar a la jubilación sin una pensión que nos permita llevar una vida al nivel de la que estamos disfrutando hoy. Miedo al crimen organizado en sus diferentes formas: terrorismo, mafia, trata de blancas, tráfico de órganos, etc.
Miedo a que de la noche a la mañana nos desaparezcan los ahorros que hemos conseguido durante toda una vida, porque alguien se ha dedicado a practicar terrorismo financiero y que no solo no se ha empobrecido, sino que se ha hecho multimillonario a cosa del ahorro de muchos ciudadanos trabajadores.
Miedo a la violación de los derechos humanos, miedo al desastre ecológico, al desamparo de la justicia, a la exclusión social por la pérdida de nuestros bienes o empleo, miedo a no tener éxito social, a no ser aceptado por la sociedad en que vivimos, a perder nuestro prestigio burgués.
¿Qué o quién alimenta nuestros miedos?
Photo by Adrian Swancar on Unsplash
El miedo es una fábrica de angustias, de ansiedad y de stress. Yo me pregunto ¿quién fabrica esos miedos? ¿De dónde se alimentan?
Todos los días, en los periódicos, en Internet o en la televisión, nos recuerdan que tenemos que tener miedo a lo que conocemos y a los que no conocemos. Nos intentan paralizar con miedos. Miedo a tener una opinión propia y, sobre todo, miedo a disentir de la opinión establecida, miedo a cambiar, miedo a rebelarse. Hay miedo a los miedos. Miedo al dolor, a la sexualidad, miedo al pasado, al presente y sobre todo miedo al futuro. Miedo a la edad, sea cual sea ésta, miedo a la oscuridad y miedo incluso a la luz. Miedo a nosotros mismos y a los vecinos que acaban de llegar, a los que no tienen nuestro color ni nuestra cultura. Miedo a la autoridad, al poder, y al Estado que nos gobierna. Miedo a Dios, miedo al diablo, miedo a perdernos en la nada absoluta y miedo al torbellino que supone el infinito.
Pero paradójicamente, los mismos que nos infunden subliminalmente todos esos miedos, pretenden que confiemos en los grandes terratenientes y en los monopolios que negocian con nuestros alimentos, en las transnacionales energéticas que explotan los recursos del planeta dejando yermas las tierras y a los hombres que las habitan, en los clérigos que nos salvan el alma pero que están al lado de los opresores, en los militares que “nos protegen” de ataques tanto internos como externos y en los empresarios que no dudan en fabricar fuera de nuestro país para conseguir aumentar todavía más sus beneficios, incluso a costa de explotar mano de obra infantil, desprovistos de todo derecho y muy mal pagada, y en los banqueros deshonestos que sustentan este sistema capitalista financiero especulativo con altísimos sueldos y prebendas, y que nos han abocado al precipicio de esta crisis económica que está padeciendo principalmente el pueblo llano; todos estos poderosos han sido el origen en todos los tiempos y lugares de los peores terrores y de las más crueles guerras durante toda la historia reciente de nuestra sociedad.
La humanidad será otra y podrá ser más feliz cuando logremos entender y sacudirnos de encima todos los miedos que día a día nos están insuflando. Los que vemos y los que no. Seremos otros, totalmente, cuando cada uno de nuestros miedos termine convertido en lucha, en batalla de las ideas y en nuevas acciones que nos emancipen y nos liberen de ellos. Cuando entendamos que no se trata de tener más sino de ser más, cuando comprendamos que no hay miedos y que éstos son solo el alimento de los poderosos que nos constriñen y no permiten el desarrollo del Ser, solo entonces comenzará a crearse una sociedad nueva y distinta.
Todos los días, en los periódicos, en Internet o en la televisión, nos recuerdan que tenemos que tener miedo a lo que conocemos y a los que no conocemos. Nos intentan paralizar con miedos. Miedo a tener una opinión propia y, sobre todo, miedo a disentir de la opinión establecida, miedo a cambiar, miedo a rebelarse. Hay miedo a los miedos. Miedo al dolor, a la sexualidad, miedo al pasado, al presente y sobre todo miedo al futuro. Miedo a la edad, sea cual sea ésta, miedo a la oscuridad y miedo incluso a la luz. Miedo a nosotros mismos y a los vecinos que acaban de llegar, a los que no tienen nuestro color ni nuestra cultura. Miedo a la autoridad, al poder, y al Estado que nos gobierna. Miedo a Dios, miedo al diablo, miedo a perdernos en la nada absoluta y miedo al torbellino que supone el infinito.
Pero paradójicamente, los mismos que nos infunden subliminalmente todos esos miedos, pretenden que confiemos en los grandes terratenientes y en los monopolios que negocian con nuestros alimentos, en las transnacionales energéticas que explotan los recursos del planeta dejando yermas las tierras y a los hombres que las habitan, en los clérigos que nos salvan el alma pero que están al lado de los opresores, en los militares que “nos protegen” de ataques tanto internos como externos y en los empresarios que no dudan en fabricar fuera de nuestro país para conseguir aumentar todavía más sus beneficios, incluso a costa de explotar mano de obra infantil, desprovistos de todo derecho y muy mal pagada, y en los banqueros deshonestos que sustentan este sistema capitalista financiero especulativo con altísimos sueldos y prebendas, y que nos han abocado al precipicio de esta crisis económica que está padeciendo principalmente el pueblo llano; todos estos poderosos han sido el origen en todos los tiempos y lugares de los peores terrores y de las más crueles guerras durante toda la historia reciente de nuestra sociedad.
La humanidad será otra y podrá ser más feliz cuando logremos entender y sacudirnos de encima todos los miedos que día a día nos están insuflando. Los que vemos y los que no. Seremos otros, totalmente, cuando cada uno de nuestros miedos termine convertido en lucha, en batalla de las ideas y en nuevas acciones que nos emancipen y nos liberen de ellos. Cuando entendamos que no se trata de tener más sino de ser más, cuando comprendamos que no hay miedos y que éstos son solo el alimento de los poderosos que nos constriñen y no permiten el desarrollo del Ser, solo entonces comenzará a crearse una sociedad nueva y distinta.