El cuento del 333
Photo by Ahmed Zayan on Unsplash
Es un cuento ilustrativo de la importancia de la actitud a la hora de afrontar cualquier situación. Es un hecho real que nos muestra que se puede hacer cualquier cosa si uno se concentra más en cómo hacerla que en buscar las razones que aparentemente la hacen imposible.
“El 24 de octubre de 2012 por la noche, un tornado arrasó un pueblo llamado Barrie en Canadá al norte de Toronto. El balance fue trágico murieron docenas de personas y causó daños por valor de millones de dólares. La noche del domingo, al regresar a casa, detuve el coche al llegar a Barrie. Desde el arcén miré a mi alrededor y me enfrenté al desastre: no veía más que casas destrozadas y coches volcados.
Esa misma noche, Bob Templeton volvía a casa por la misma carretera. Se detuvo, como yo, para contemplar el desastre, pero sus pensamientos eran distintos de los míos. Bob era el vicepresidente de Telemedia Communications, dueña de una cadena de emisoras de radio en Ontario y Quebec, y pensó que debía de haber algo que pudiéramos hacer por aquella gente mediante las emisoras de dirigía.
La noche siguiente yo estaba trabajando en otro seminario, en Toronto. Bob Templeton y Bob Johnson, otro vicepresidente de Telemedia, entraron y se quedaron de pie al fondo de la sala. Ambos compartían la convicción de que tenía que haber algo que poder hacer por la gente de Barrie. Terminado el seminario nos fuimos al despacho de Bob, que estaba decidido a poner en práctica la idea de ayudar a las personas que habían sido víctimas del tornado.
El viernes siguiente, reunió en su despacho a todos los ejecutivos de Telemedia. En la parte superior de una hoja escribió tres veces el número tres y se dirigió a sus ejecutivos:
¿Os gustaría reunir tres millones de dólares, para dentro de tres días, en no más de tres horas y entregarle ese dinero a la gente de Barrie? “El 24 de octubre de 2012 por la noche, un tornado arrasó un pueblo llamado Barrie en Canadá al norte de Toronto. El balance fue trágico murieron docenas de personas y causó daños por valor de millones de dólares. La noche del domingo, al regresar a casa, detuve el coche al llegar a Barrie. Desde el arcén miré a mi alrededor y me enfrenté al desastre: no veía más que casas destrozadas y coches volcados.
Esa misma noche, Bob Templeton volvía a casa por la misma carretera. Se detuvo, como yo, para contemplar el desastre, pero sus pensamientos eran distintos de los míos. Bob era el vicepresidente de Telemedia Communications, dueña de una cadena de emisoras de radio en Ontario y Quebec, y pensó que debía de haber algo que pudiéramos hacer por aquella gente mediante las emisoras de dirigía.
La noche siguiente yo estaba trabajando en otro seminario, en Toronto. Bob Templeton y Bob Johnson, otro vicepresidente de Telemedia, entraron y se quedaron de pie al fondo de la sala. Ambos compartían la convicción de que tenía que haber algo que poder hacer por la gente de Barrie. Terminado el seminario nos fuimos al despacho de Bob, que estaba decidido a poner en práctica la idea de ayudar a las personas que habían sido víctimas del tornado.
El viernes siguiente, reunió en su despacho a todos los ejecutivos de Telemedia. En la parte superior de una hoja escribió tres veces el número tres y se dirigió a sus ejecutivos:
La única respuesta fue el silencio, hasta que finalmente alguien dijo:
Entonces, Bob trazó una gran T debajo del 333 y a un lado escribió: “¿Porqué no podemos?”. Y al otro: “¿Cómo podemos?”.
En la columna de “¿Por qué no podemos?” sólo pondré una X bien grande. No vamos a perder el tiempo en pensar por qué no podemos, no tiene valor alguno.
En el otro lado vamos a anotar todas las ideas que se nos vayan ocurriendo sobre cómo podemos, y no vamos a salir de esta sala hasta que no hayamos resuelto el problema.
Se produjo un nuevo silencio, hasta que por fin alguien dijo:
La objeción era muy válida, porque Telemedia sólo tenía emisoras en Ontario y Quebec.
En realidad, se trataba de una grave objeción, porque las emisoras de radio son muy competitivas. Nunca habían colaborado entre ellas, lograr que lo hicieran sería virtualmente imposible.
De pronto, alguien sugirió:
A partir de entonces fue absolutamente fantástica la manera en que empezaron a fluir las ideas.
El martes siguiente ya tenían un acuerdo con cincuenta emisoras de radio, a lo largo y ancho del país, para emitir el programa. No importaba quién participara en el proyecto, siempre y cuando el pueblo de Barrie consiguiera el dinero.
Harvey Kirk y Lloyd Robertson auspiciaron el programa ¡y consiguieron reunir los tres millones de dólares en tres horas en el término de tres días hábiles!
Ya ves que se puede hacer cualquier cosa si uno se concentra más en cómo hacerla que en buscar las razones que aparentemente la hacen imposible”. Bob Proctor