Photo by Mohammad Bagher Adib Behrooz on Unsplash
Normalmente no nos damos cuenta del nivel de estrés que estamos soportando y que se va acumulando a lo largo del día. Ante cualquier situación nuestros sistemas endocrino y nervioso generan una serie de substancias químicas que se distribuyen en el torrente sanguíneo como el cortisol, algo tremendamente nocivo para la salud física pues afecta directamente a nuestro sistema inmunológico, pero también a nuestras relaciones y a la gestión de nuestras emociones.
Eso provoca que no seamos totalmente conscientes de las decisiones que tomamos, que no actuemos de manera reflexiva y tranquila, en definitiva, que no escuchemos a nuestro corazón.
Si lo hiciéramos, si nos tomáramos unos instantes de pausa y volviéramos la mirada hacia el interior quizás descubriríamos que nuestra disposición natural sería hacia la concordia, no al enfrentamiento, descubriríamos que perdemos mucha energía en defender nuestras ideas o creencias frente a los demás, descubriríamos que una actitud de confianza abre más puertas en nuestras relaciones que estar a la defensiva, descubriríamos, en definitiva, que la prisa nos hace equivocarnos y tener reacciones o respuestas adversas por parte de los que nos rodean.
La prisa, la aceleración y el estrés nos desconecta de las señales internas y a pesar de que socialmente parece estar aceptado que las personas eficientes son las que hacen muchas cosas y muy deprisa lo cierto es que terminan produciéndose descompensaciones y atascos que terminan manifestándose como ansiedad, frustración o agobio.
El estrés en exceso nos hace evadirnos del presente ya que o bien nos proyectamos hacia el futuro intentando controlar o prever lo que está por venir, o bien nos hace viajar al pasado buscando experiencias similares que resuenen con lo que ahora nos preocupa. De esa forma caemos en la trampa de las expectativas, ya sean positivas (la situación ideal que espero) o negativas (lo que temo que ocurra) … en ambos casos no somos capaces de apreciar lo que está sucediendo en el presente y nos perdemos no sólo información sino vivencias que podrían aportarnos elementos para responder de manera más adecuada.
Eso provoca que no seamos totalmente conscientes de las decisiones que tomamos, que no actuemos de manera reflexiva y tranquila, en definitiva, que no escuchemos a nuestro corazón.
Si lo hiciéramos, si nos tomáramos unos instantes de pausa y volviéramos la mirada hacia el interior quizás descubriríamos que nuestra disposición natural sería hacia la concordia, no al enfrentamiento, descubriríamos que perdemos mucha energía en defender nuestras ideas o creencias frente a los demás, descubriríamos que una actitud de confianza abre más puertas en nuestras relaciones que estar a la defensiva, descubriríamos, en definitiva, que la prisa nos hace equivocarnos y tener reacciones o respuestas adversas por parte de los que nos rodean.
La prisa, la aceleración y el estrés nos desconecta de las señales internas y a pesar de que socialmente parece estar aceptado que las personas eficientes son las que hacen muchas cosas y muy deprisa lo cierto es que terminan produciéndose descompensaciones y atascos que terminan manifestándose como ansiedad, frustración o agobio.
El estrés en exceso nos hace evadirnos del presente ya que o bien nos proyectamos hacia el futuro intentando controlar o prever lo que está por venir, o bien nos hace viajar al pasado buscando experiencias similares que resuenen con lo que ahora nos preocupa. De esa forma caemos en la trampa de las expectativas, ya sean positivas (la situación ideal que espero) o negativas (lo que temo que ocurra) … en ambos casos no somos capaces de apreciar lo que está sucediendo en el presente y nos perdemos no sólo información sino vivencias que podrían aportarnos elementos para responder de manera más adecuada.
EJERCICIO PARA PRACTICAR LA PAUSA
Respirar profundamente varias veces para aquietar nuestro cuerpo físico, nuestras energías, nuestra mente y nuestras emociones. Iniciar el viaje interior yendo al encuentro de nuestro corazón. Comenzar a respirar desde el corazón para activar su estructura interna. La respiración desde el corazón nos ayuda a disminuir la frecuencia de nuestras ondas cerebrales y se activan áreas relativas a la creatividad, la capacidad de discernimiento, la intuición… Pregúntale a tu corazón: ¿Cómo gestionaría mi corazón esta situación? ¿Cómo solucionaría mi corazón este problema? ¿Cómo resolvería mi corazón…? Siente lo que tu corazón haría. Visualízalo o mantén la sensación de bienestar que te produce. A veces la respuesta es tan solo una sensación, pues bien, aunque así sea mantén esa sensación antes de afrontar la respuesta o la acción
¿CUÁLES SON LOS BENEFICIOS DE HACER UNA PAUSA?
Aumento de la seguridad personal y de la autoestima al tomar decisiones más acertadas. Aumento de la asertividad, al ser más consciente de nuestras necesidades y de las de los demás. Aumento de la resiliencia porque estamos en disposición de responder con mayor flexibilidad a las circunstancias presentes. Mejora en las relaciones hacer una pausa y escuchar a los otros desde el corazón intentando también responder desde el corazón. La pausa nos permite evaluar mejor todos los parámetros y buscar soluciones más integradoras e inclusivas. Abre las puertas a una mayor capacidad de razonamiento. Nos ayuda a gestionar mejor nuestras emociones sean del signo que sean.
Es por eso que se hace imprescindible, para una buena salud física, psicológica y emocional realizar alguna pausa al cabo del día, tomarse unos instantes de silencio, respirar varias veces de forma consciente, cambiar de escenario, cerrar los ojos un momento para disfrutar la sensación de parar… cuando regresemos de esa pausa no cabe duda de que estaremos en condiciones óptimas para conectar con nuestra fuerza interior y el estado de calma, lo que nos permitirá afrontar con más garantías cualquier situación que la vida nos presente.