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Resulta curioso constatar cómo son muchas las personas que esperan de las terapias alternativas o complementarias unos resultados casi instantáneos como el que, por ejemplo, provoca un fármaco contra el dolor. Y las cosas no son así. En primer lugar, porque dependiendo de la dolencia -y, sobre todo, de la gravedad de la misma-, tendremos que utilizar una o varias técnicas terapéuticas para inducir la sanación y asegurarnos de que estamos prestando atención a todos nuestros niveles de manifestación como seres humanos (cuerpo físico, energético, emocional, mental e, incluso, espiritual).
El problema es que, acostumbrados a que cuando ingerimos un medicamento éste empieza a dejar notar sus efectos de forma casi inmediata, pensamos que la visualización, la meditación o la relajación van a tener los mismos rápidos efectos. Y la cuestión es mucho más profunda.
La medicina tradicional ha tendido históricamente a considerar que alguien ha sanado cuando desaparecen las causas físicas de la enfermedad. Sin embargo, para la Medicina Holística o Integral la sanación no se considera completa hasta que se han erradicado las causas psicológicas y emocionales ya que sólo así estaremos seguros de que no volverá a reproducirse la dolencia. Es decir, lo que realmente pretende es lograr un cambio profundo de la persona, de la forma en que utiliza sus pensamientos, del modo en que maneja sus emociones y de la responsabilidad hacia su propio cuerpo en cuanto a sus hábitos alimenticios, ejercicio, etc. Cambio de actitud que supone una verdadera transformación en la forma de enfocar la vida. Y, en ese sentido, el hándicap principal no son los hábitos adquiridos sino las creencias que hay detrás de cada comportamiento.
Hoy sabemos que la vivenciación intensa de un recuerdo desencadena en el organismo a nivel físico la misma descarga hormonal –y la consiguiente emoción asociada- que cuando se produjo el hecho en el pasado. Luego siendo esto así, rememorando situaciones de felicidad, de plenitud, de gozo, de éxito... estaremos activando a nivel biológico sustancias altamente positivas para nuestra salud. Por contra, el recuerdo de momentos de fracaso, dolor, soledad o angustia provocarán que en nuestro torrente sanguíneo se distribuyan hormonas que nos sumergirán en esas mismas emociones y, como consecuencia, bajará nuestra capacidad de defensa para luchar frente a las posibles agresiones externas (infecciones, virus, bacterias, etc.).
En suma, debe entenderse que el enfoque personal de la vida adquiere una importancia vital cuando hablamos de salud ya que la naturaleza de nuestros pensamientos actúa como un filtro –a veces impermeable- que ayuda o dificulta la curación. Es decir, nuestras creencias -especialmente las más arraigadas- condicionan que un tratamiento, ya sea farmacológico o alternativo, funcione o no. Creencias que además condicionan nuestro carácter y nuestro comportamiento en la vida; y, por tanto, nuestra salud.
Pongamos un ejemplo: imagínese a una persona que, admitiendo los beneficios de la relajación, la meditación o la visualización practica alguno de ellos todos los días durante veinte o treinta minutos, visualizando su organismo sano, pletórico de energía y de vida, sintiendo que absorbe energías de mayor vibración que equilibran sus carencias, que su energía vital se recarga con la energía que procede del sol, etc., pero que el resto del día sigue pensando de forma habitual, es decir, desconfiando de los demás, sintiéndose deprimido y pesimista, actuando de forma egoísta o con desconfianza... ¿Podrá la media hora de ejercicio de refuerzo positivo contrarrestar los efectos nocivos de los pensamientos que procesa el resto del día? O, lo que es lo mismo, ¿podrá el fármaco correspondiente ayudar a defenderse al organismo de una agresión si el sistema inmunológico del cuerpo está recibiendo la información inconsciente de que esa persona está actuando en contra de su conciencia?.
El problema es que, acostumbrados a que cuando ingerimos un medicamento éste empieza a dejar notar sus efectos de forma casi inmediata, pensamos que la visualización, la meditación o la relajación van a tener los mismos rápidos efectos. Y la cuestión es mucho más profunda.
La medicina tradicional ha tendido históricamente a considerar que alguien ha sanado cuando desaparecen las causas físicas de la enfermedad. Sin embargo, para la Medicina Holística o Integral la sanación no se considera completa hasta que se han erradicado las causas psicológicas y emocionales ya que sólo así estaremos seguros de que no volverá a reproducirse la dolencia. Es decir, lo que realmente pretende es lograr un cambio profundo de la persona, de la forma en que utiliza sus pensamientos, del modo en que maneja sus emociones y de la responsabilidad hacia su propio cuerpo en cuanto a sus hábitos alimenticios, ejercicio, etc. Cambio de actitud que supone una verdadera transformación en la forma de enfocar la vida. Y, en ese sentido, el hándicap principal no son los hábitos adquiridos sino las creencias que hay detrás de cada comportamiento.
Hoy sabemos que la vivenciación intensa de un recuerdo desencadena en el organismo a nivel físico la misma descarga hormonal –y la consiguiente emoción asociada- que cuando se produjo el hecho en el pasado. Luego siendo esto así, rememorando situaciones de felicidad, de plenitud, de gozo, de éxito... estaremos activando a nivel biológico sustancias altamente positivas para nuestra salud. Por contra, el recuerdo de momentos de fracaso, dolor, soledad o angustia provocarán que en nuestro torrente sanguíneo se distribuyan hormonas que nos sumergirán en esas mismas emociones y, como consecuencia, bajará nuestra capacidad de defensa para luchar frente a las posibles agresiones externas (infecciones, virus, bacterias, etc.).
En suma, debe entenderse que el enfoque personal de la vida adquiere una importancia vital cuando hablamos de salud ya que la naturaleza de nuestros pensamientos actúa como un filtro –a veces impermeable- que ayuda o dificulta la curación. Es decir, nuestras creencias -especialmente las más arraigadas- condicionan que un tratamiento, ya sea farmacológico o alternativo, funcione o no. Creencias que además condicionan nuestro carácter y nuestro comportamiento en la vida; y, por tanto, nuestra salud.
Pongamos un ejemplo: imagínese a una persona que, admitiendo los beneficios de la relajación, la meditación o la visualización practica alguno de ellos todos los días durante veinte o treinta minutos, visualizando su organismo sano, pletórico de energía y de vida, sintiendo que absorbe energías de mayor vibración que equilibran sus carencias, que su energía vital se recarga con la energía que procede del sol, etc., pero que el resto del día sigue pensando de forma habitual, es decir, desconfiando de los demás, sintiéndose deprimido y pesimista, actuando de forma egoísta o con desconfianza... ¿Podrá la media hora de ejercicio de refuerzo positivo contrarrestar los efectos nocivos de los pensamientos que procesa el resto del día? O, lo que es lo mismo, ¿podrá el fármaco correspondiente ayudar a defenderse al organismo de una agresión si el sistema inmunológico del cuerpo está recibiendo la información inconsciente de que esa persona está actuando en contra de su conciencia?.
Ampliando nuestra consciencia
Foto de Motoki Tonn en Unsplash
En suma, es preciso entender que el aprendizaje del ser humano no se completa en una determinada etapa, sino que es algo consustancial y no termina nunca. En consecuencia, sólo estamos limitados por nuestro grado de consciencia, lo que implica que en la medida en que ampliemos ésta se ampliarán también nuestros propios límites.
Y es que es el desconocimiento de nosotros mismos lo que nos hace víctimas de la enfermedad, del envejecimiento y de la muerte. Por eso es tan importante revisar de manera constante todas las creencias que hemos ido acumulando a lo largo de la vida ya que a lo mejor descubrimos que pueden ser sustituidas por otras más acordes con nosotros, con la vida y con la realidad. Algo a lo que podemos acceder hoy merced a los nuevos descubrimientos de la ciencia en todos los ámbitos.
En suma, sabemos que nuestra mente es un arma de doble filo y que tanto puede destruirnos como sanarnos. Sólo depende de cómo adiestremos o condicionemos nuestros pensamientos para crear patrones mentales destructivos o constructivos.
Además, dependiendo de la actitud con la que afrontemos nuestros problemas de salud obtendremos un resultado que se puede traducir como una oportunidad de aprendizaje que puede traernos un crecimiento valioso como seres en evolución o bien que la experiencia nos lleve a considerar que es un proceso ajeno y en ese caso lo mantendremos como un proceso de sufrimiento e inconsciencia.
Cuando manejamos nueva información, nuevos conocimientos, nuevos conceptos nos vemos obligados a reescribir el guion de nuestro diálogo interno. Lo más difícil es poner en tela de juicio todo aquello que ha sido un pilar fundamental para nosotros y muchas veces, aunque la persona crea haberlo conseguido, en realidad sólo ha actuado de forma muy superficial afectando a las formas, a la capa más externa, pero para que un esquema mental se cambie ha de hacerse en profundidad.
La enfermedad es un camino a transitar y dependiendo de la actitud con que lo recorramos redundará en un beneficio para nuestro crecimiento como seres en evolución o formará parte del sufrimiento de la inconsciencia. Es una oportunidad para descubrir aquellas cosas de nuestra vida que necesitan atención especial y nuestro cuerpo es uno de los mecanismos que válidos para traernos ese mensaje. Escucharle depende sólo de nosotros.
Y es que es el desconocimiento de nosotros mismos lo que nos hace víctimas de la enfermedad, del envejecimiento y de la muerte. Por eso es tan importante revisar de manera constante todas las creencias que hemos ido acumulando a lo largo de la vida ya que a lo mejor descubrimos que pueden ser sustituidas por otras más acordes con nosotros, con la vida y con la realidad. Algo a lo que podemos acceder hoy merced a los nuevos descubrimientos de la ciencia en todos los ámbitos.
En suma, sabemos que nuestra mente es un arma de doble filo y que tanto puede destruirnos como sanarnos. Sólo depende de cómo adiestremos o condicionemos nuestros pensamientos para crear patrones mentales destructivos o constructivos.
Además, dependiendo de la actitud con la que afrontemos nuestros problemas de salud obtendremos un resultado que se puede traducir como una oportunidad de aprendizaje que puede traernos un crecimiento valioso como seres en evolución o bien que la experiencia nos lleve a considerar que es un proceso ajeno y en ese caso lo mantendremos como un proceso de sufrimiento e inconsciencia.
Cuando manejamos nueva información, nuevos conocimientos, nuevos conceptos nos vemos obligados a reescribir el guion de nuestro diálogo interno. Lo más difícil es poner en tela de juicio todo aquello que ha sido un pilar fundamental para nosotros y muchas veces, aunque la persona crea haberlo conseguido, en realidad sólo ha actuado de forma muy superficial afectando a las formas, a la capa más externa, pero para que un esquema mental se cambie ha de hacerse en profundidad.
La enfermedad es un camino a transitar y dependiendo de la actitud con que lo recorramos redundará en un beneficio para nuestro crecimiento como seres en evolución o formará parte del sufrimiento de la inconsciencia. Es una oportunidad para descubrir aquellas cosas de nuestra vida que necesitan atención especial y nuestro cuerpo es uno de los mecanismos que válidos para traernos ese mensaje. Escucharle depende sólo de nosotros.