El arte de la respiración
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Según la ciencia tres cuartas partes de nuestro cuerpo están compuestas por el elemento agua, al igual que sucede con nuestro planeta Tierra; así pues, cada vez que respiramos profundamente, las aguas se aquietan y se calman, surge entonces un lago donde el agua se convierte en un espejo en el que, a pesar de la explosión de colores y la accidentada orografía que se refleja en sus aguas, éstas no se inmutan y, simplemente, reflejan las imágenes, devolviéndole a la Naturaleza todo cuanto ésta proyecta sobre ellas.
Cada ser humano que respira buscando la paz y la tranquilidad interna, alcanza ese estado de quietud interior que le permite precisamente reflejar todo el entorno que le rodea desde dentro de sí mismo. En cada encuentro con otra persona se produce una proyección mutua donde aquél que presenta mayor inquietud o inestabilidad verá su reflejo en el otro.
No son cómodas ni fáciles de digerir las sensaciones de quien se ve a sí mismo reflejado en el otro. La primera reacción es negarlo y rechazar de manera inmediata toda responsabilidad de lo que proyecta.
Puede estar tranquilo, en cambio, quien se relaja, vuelve su mirada hacia el interior, se coloca en su centro, encuentra la paz y la calma, y sabe que lo que el otro le refleja no es sino lo que ve de sí. Es entonces cuando la persona puede asumir que está en la senda de la vida aprendiendo de sus dificultades y sombras.
De esta manera, los seres humanos podemos encontrar una suerte de apoyo y ayuda en el otro y eso sucede cuando se produce el vacío de las proyecciones. Pero, para ello, es necesario entrenarse para encontrar la quietud interna, porque sólo así podremos ser conscientes de que somos vulnerables y, a la vez, podemos asumir el dolor, la rabia o la ansiedad cuando lo vemos reflejado como un espejo en el otro y no caemos en la tentación de rechazarlo como algo ajeno.
Cada ser humano que respira buscando la paz y la tranquilidad interna, alcanza ese estado de quietud interior que le permite precisamente reflejar todo el entorno que le rodea desde dentro de sí mismo. En cada encuentro con otra persona se produce una proyección mutua donde aquél que presenta mayor inquietud o inestabilidad verá su reflejo en el otro.
No son cómodas ni fáciles de digerir las sensaciones de quien se ve a sí mismo reflejado en el otro. La primera reacción es negarlo y rechazar de manera inmediata toda responsabilidad de lo que proyecta.
Puede estar tranquilo, en cambio, quien se relaja, vuelve su mirada hacia el interior, se coloca en su centro, encuentra la paz y la calma, y sabe que lo que el otro le refleja no es sino lo que ve de sí. Es entonces cuando la persona puede asumir que está en la senda de la vida aprendiendo de sus dificultades y sombras.
De esta manera, los seres humanos podemos encontrar una suerte de apoyo y ayuda en el otro y eso sucede cuando se produce el vacío de las proyecciones. Pero, para ello, es necesario entrenarse para encontrar la quietud interna, porque sólo así podremos ser conscientes de que somos vulnerables y, a la vez, podemos asumir el dolor, la rabia o la ansiedad cuando lo vemos reflejado como un espejo en el otro y no caemos en la tentación de rechazarlo como algo ajeno.
Entrenamiento de la mente
Photo by Esther Driehaus on Unsplash
Ahora vamos a hablar de cómo entrenarse en esa maravillosa tarea de aquietar las propias aguas de nuestra mente.
Cada experiencia dolorosa de nuestro pasado o de nuestro presente que surge en nuestra mente de forma insidiosa, cada nueva vivencia que nos altera, debe ser observada y analizada para reconocer nuestra alma dentro de esas experiencias. E incluso para reconocer nuestra incapacidad, en ese momento, de haber actuado de modo más íntegro o de haber sabido resolver la situación de manera menos destructiva para uno mismo o para el otro; de esta forma lograremos “guardar” esa experiencia de forma que encaje de forma armónica en nuestra biografía.
Es decir, aceptar lo ocurrido, dejar que surja la emoción para observarla y, finalmente, dejarla partir significa que comprendemos cuál era nuestra necesidad, nuestras circunstancias y también nuestro nivel de consciencia en aquellos momentos.
Ese es un paso hacia el conocimiento de nuestro camino personal, de nuestro proyecto de vida, un paso que nos acerca al encuentro con nuestra integridad. Así, poco a poco, paso a paso, es como vamos conquistando todos aquellos territorios de la consciencia y cerrando experiencias que alimentan nuestras memorias activas, es la oportunidad de cerrar las heridas abiertas y vaciar la “pesada mochila psico-emocional” que arrastramos de las experiencias no asimiladas del pasado. Es, en definitiva, una forma para recuperar nuestra energía y nuestra luz.
Es todo un camino que conviene recorrer en compañía de un guía, un terapeuta que nos permita identificar nuestras emociones, que mediante el discernimiento nos ayude a identificar los fantasmas de la mente, las máscaras y las defensas que creamos para erradicar el dolor que reside en el interior de todo ser humano.
Cada experiencia dolorosa de nuestro pasado o de nuestro presente que surge en nuestra mente de forma insidiosa, cada nueva vivencia que nos altera, debe ser observada y analizada para reconocer nuestra alma dentro de esas experiencias. E incluso para reconocer nuestra incapacidad, en ese momento, de haber actuado de modo más íntegro o de haber sabido resolver la situación de manera menos destructiva para uno mismo o para el otro; de esta forma lograremos “guardar” esa experiencia de forma que encaje de forma armónica en nuestra biografía.
Es decir, aceptar lo ocurrido, dejar que surja la emoción para observarla y, finalmente, dejarla partir significa que comprendemos cuál era nuestra necesidad, nuestras circunstancias y también nuestro nivel de consciencia en aquellos momentos.
Ese es un paso hacia el conocimiento de nuestro camino personal, de nuestro proyecto de vida, un paso que nos acerca al encuentro con nuestra integridad. Así, poco a poco, paso a paso, es como vamos conquistando todos aquellos territorios de la consciencia y cerrando experiencias que alimentan nuestras memorias activas, es la oportunidad de cerrar las heridas abiertas y vaciar la “pesada mochila psico-emocional” que arrastramos de las experiencias no asimiladas del pasado. Es, en definitiva, una forma para recuperar nuestra energía y nuestra luz.
Es todo un camino que conviene recorrer en compañía de un guía, un terapeuta que nos permita identificar nuestras emociones, que mediante el discernimiento nos ayude a identificar los fantasmas de la mente, las máscaras y las defensas que creamos para erradicar el dolor que reside en el interior de todo ser humano.
Luis Arribas de la Rubia
www.SanaEmocion.com