Hombre - Mujer: dos psiques, un solo espíritu – Parte II



Maria Pinar Merino Martin

08/07/2024

«Hombres y mujeres son distintos, eso no significa que unos sean mejores o peores que otros, simplemente son diferentes. Hace tiempo que los científicos, los antropólogos y los sociobiólogos lo saben, pero también saben que divulgar dicha información públicamente en un mundo donde todo tiene que ser políticamente correcto podría provocar su rechazo social. La sociedad de hoy en día parece obstinarse en creer que los hombres y las mujeres poseen las mismas capacidades, aptitudes y potencialidades, cuando paradójicamente la ciencia está empezando a demostrar que ambos sexos son completamente diferentes» –afirman los investigadores Bárbara y Allan Pease, autores del best seller «Por qué los hombres no escuchan y las mujeres no entienden los mapas».



Perder el miedo a las diferencias

Foto de Colin Maynard en Unsplash
Veamos algunos aspectos que nos permitan tomar consciencia de lo que significa ser diferentes para que, de este modo, podamos perderle el miedo a las diferencias.
 
La naturaleza nos brinda un buen espejo donde mirarnos: la infinidad de formas de vida, la variedad dentro de cada especie, la riqueza de la biodiversidad... nos muestran que las diferencias son algo natural, lo que no es natural es la clonación, recordemos que la naturaleza no clona, el ser humano sí. En la naturaleza cuando hay dos elementos iguales uno sobra y tarde o temprano tiende a desaparecer.
 
Si, tal como aseguran los científicos, no hay dos copos de nieve iguales ¿qué diferencias no existirán entre los seres más perfectos y complejos de toda la creación, los seres humanos? Fijémonos tan sólo en un dato: se calcula que en el cerebro humano hay un billón de neuronas. Cada neurona tiene la posibilidad de establecer conexiones neuronales que podemos expresar por la unidad seguida de 28 ceros.
 
Si una sola neurona tiene ese potencial, se calcula que el número total de combinaciones posibles que un cerebro humano podría hacer se podría representar por un 1 seguido de 10,5 millones de kilómetros de ceros.
 
Estos descubrimientos nos hacen pensar que cada ser humano es único, irrepetible, diferente a todos los demás. Podrá haber semejanzas físicas, pero es absolutamente imposible que tengan la misma biología; podrán tener similares niveles energéticos, pero nunca serán idénticos; podrá tener una estructura de pensamiento o de personalidad parecida, pero nunca podrán ser iguales.
 
Cada persona cuenta con un cerebro que alberga trillones de asociaciones que no comparte ningún otro ser humano, pasado, presente o futuro. Es, por lo tanto, algo único, una gema, no tiene precio, una joya, un tesoro, algo excepcional, bellísimo, irreemplazable.
 
¿Es acaso la no aceptación de las diferencias lo que provoca en nuestro mundo tanto conflicto inter-género? ¿Es quizá nuestro ego el que nos impide reconocer y respetar al otro/a? ¿Qué consecuencias tiene esta postura en las relaciones interpersonales y en la sociedad en general?
 
Es muy posible que, si aceptamos que hombres y mujeres tienen comportamientos y tendencias distintas partiendo de sus propias estructuras cerebrales, podamos empezar a valorar los puntos fuertes de cada polaridad en lugar de focalizarnos en las debilidades individuales.

La naturaleza del conflicto

Foto de National Cancer Institute en Unsplash
Las relaciones interpersonales constituyen un problema muy complejo. Existen problemas de comunicación, intergeneracionales, etc., pero si nos centramos en la pareja veremos que subyace un conflicto de base: cada uno espera que el otro se comporte como él mismo y ante esa expectativa no cubierta surge el conflicto.
 
Nos olvidamos que durante millones de años las estructuras mentales de los hombres y las mujeres han evolucionado según las funciones que desempeñaban. Hubo una adaptación de su cuerpo físico al medio, pero también la hubo de su mente lo que condicionó el desarrollo de sus sentidos y de la estructura de su cerebro. Los dos sexos tienen percepciones, creencias y comportamientos diferentes porque ambos procesan la información que reciben a través de sus sentidos de distinta forma.
 
Los avances tecnológicos e informáticos han permitido monitorizar mediante scanner el funcionamiento del cerebro en directo, en miles de hombres y mujeres; los resultados han arrojado datos muy significativos sobre las diferencias entre el sexo masculino y el femenino.
 
Durante mucho tiempo se pensó que esas diferencias provenían de los condicionantes familiares, sociales, económicos, religiosos... Sin embargo, hoy día las investigaciones señalan que los responsables de nuestras actitudes, preferencias y conducta son dos: las hormonas y la estructura cerebral, dejando en un segundo plano la influencia de la socialización.
 
Un ejemplo que ilustra esa afirmación lo tenemos en los kibutz de Israel. Durante más de 90 años se luchó por eliminar de aquel macroproyecto todos los estereotipos sexistas apostando por el desarrollo de un modelo neutro. Se cuidaron todos los estímulos, los vestidos, zapatos, peinados, etc... No había diferencia entre los juegos de niños y niñas y se les animaba a participar en actividades que tradicionalmente correspondían al otro sexo. Regía allí una sociedad abierta en la que eliminaron del lenguaje cualquier diferenciación para conseguir que el intercambio de papeles fuera total...
 
Sin embargo, el balance, tras esos casi cien años, fue que los niños seguían prefiriendo las actividades que les permitían desarrollar sus habilidades espaciales y mecánicas, su conducta era más agresiva y rebelde, tendían a formar grupos y a pelearse y crear jerarquías..., mientras que las niñas se inclinaban hacia trabajos que implicaban relaciones personales, existía colaboración entre ellas, evitaban los conflictos, eran más expresivas y afectuosas, creaban lazos de amistad y compartían las cosas.
 
Mientras ellos elegían profesiones relacionadas con la física, la ingeniería, los deportes... ellas querían trabajar en recursos humanos, en enfermería, en psicología, ser profesoras, etc.
 
Todo esto quiere decir que, aunque niños y niñas crecieran en una isla desierta sin ninguna estructura social, ni padres o adultos que les sirviesen de guía, las niñas seguirían mostrando un comportamiento afectivo, hablando y relacionándose de forma amistosa en sus juegos, mientras que los niños intentarían competir física y mentalmente y tenderían a formar grupos jerarquizados. Su biología les impulsaría hacia objetivos y actividades acordes con su estructura cerebral.

Situación actual

Foto de LOGAN WEAVER | @LGNWVR en Unsplash
Seguimos luchando por los derechos humanos, por la igualdad, por la justicia social, por el reconocimiento, por la equiparación... y eso nos ha permitido alcanzar logros importantes. Sin embargo, padecemos conflictos importantes: violencia de género, rupturas, separaciones, incomunicación, enfrentamientos... Hombres y mujeres, jóvenes de ambos sexos, niños y niñas deben tener las mismas oportunidades y esa es la lucha social que nos ocupa, pero para evitar los conflictos debemos ser conscientes de nuestras diferencias para, desde ahí, recorrer el camino que nos lleve al reencuentro.
 
La igualdad de oportunidades no tiene nada que ver con la uniformidad, ni con la conquista ciega de un territorio que no nos es afín. Los hombres y las mujeres deberíamos ser iguales en cuanto a los derechos y oportunidades para ejercer todo nuestro potencial, pero no somos idénticos en cuanto a las capacidades innatas.
 
«La igualdad entre hombres y mujeres es un tema político, moral, religioso, filosófico... Las diferencias innatas entre hombres y mujeres son un tema científico.
 
Los hombres y las mujeres deberían contar con las mismas oportunidades para desarrollar una carrera profesional de cualquier ámbito. Las personas que desempeñan un trabajo similar y tienen una calificación profesional similar también deberían recibir la misma compensación por el mismo esfuerzo realizado.
 
Diferencia no es antónimo de igualdad. Igualdad significa ser libre para tomar nuestras propias decisiones y diferente significa que, como hombres o mujeres, podemos perseguir objetivos diferentes. Pertenecemos a la misma especie, pero somos significativamente diferentes física y mentalmente; vivimos en mundos diferentes, con valores, creencias, prioridades y modos de ver la vida distintos» declaran Allan y Barbara Pease.
 
Estamos demasiado acostumbrados a clasificarlo todo, a ponerle etiquetas. Con el paso del tiempo esos juicios se aceptan como una condición natural de la vida y nunca se discuten. Sin embargo, esas creencias instaladas son tremendamente destructivas y conducen al inmovilismo, hay que abrirse a nuevas formas de ver y entender. El filósofo Kirkegaard dijo: «Si me clasificas, o me etiquetas, me niegas».
 
En este sentido, la tarea más difícil les corresponde, en esta ocasión, al sexo masculino pues está tremendamente desubicado. Los antiguos patrones por los que regía su vida han quedado invalidados ante la incorporación de la mujer de una forma más activa en la vida social. Ellos, ante el auge de los valores femeninos, sienten que se les está arrojando de un territorio que fue su feudo durante muchos años, su sensación es de pérdida. Ellas, en cambio, tienen un amplio horizonte por abarcar, su impulso es de recuperar lo que le pertenece desde su esencia, su sensación es de ganancia, de conquista.
 
La crisis está servida. Cuando dejemos de hablar de hombres y mujeres y nos refiramos a seres humanos o a personas, cuando reconozcamos al otro como un ser en proceso de evolución, será la mejor prueba de que hemos sanado y superado esta etapa del proceso evolutivo.






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