Gato por liebre



Luis Arribas

10/07/2015



freeimages.com
Hay una frase que me gusta repetir en determinadas ocasiones: “Nadie tiene el derecho de equivocarse por otro”. Esto es algo que deberíamos tener en cuenta al educar a nuestros hijos, porque a los padres nos encanta que nuestros hijos sigan nuestros pasos y nos superen, pero eso es algo que no suele ocurrir y si ocurre puede que sea a costa de su frustración.

Nos hemos acostumbrado a que nos den gato por liebre en casi todo: en política, en economía, en sanidad, en educación… Creemos que compramos algo que parece estupendo, como la fruta, por ejemplo, y nos encontramos que a los dos días se ha estropeado, o no sabe a nada. Compramos un electrodoméstico y al poco tiempo se ha estropeado y cuesta más arreglarlo que comprar uno nuevo; votamos a un determinado partido político y, de pronto, empieza a legislar en contra de su propio programa electoral; tenemos asumido que el Papa es el vicario de Cristo en la Tierra y un día nos caemos del guindo y vemos la verdadera dimensión que ha tomado esa vicaria. 

Los chinos, por ejemplo, son especialistas en vender cosas baratas que suelen durar un suspiro, pero eso es algo que tenemos asumido porque ¡con lo poco que cuestan…! Eso es lo que solemos decir sin tener en cuenta que, como dice la sabiduría popular: “lo barato siempre sale caro”. La economía china ha florecido porque ha sido capaz de abaratar los costes de producción a costa de rebajar la calidad de vida de sus trabajadores y la calidad de la materia prima con la que fabrican sus productos. Yo trabajé durante muchos años en publicidad donde hice de todo con mayor o menor fortuna y donde pude comprobar que la publicidad es, en muchos casos, el arte de vender “gato por liebre”, no obstante, pude comprobar que quienes así actuaban al poco tiempo perdían su credibilidad y el producto o la marca desaparecían del mercado. No ocurre así con lo que compramos en las tiendas chinas, sencillamente porque asumimos que estamos comprando un gato con pinta de liebre y nadie puede llamarse a engaño.

Mi padre me enseñó a saborear un buen café y como elegir los melones y las sandías. A él le gustaba comprar los melones en los puestos que ponían en las calles y normalmente no se fiaba de los que le ofrecía el melonero sino que prefería elegirlos él, así si se equivocaba no tenía que echarle la culpa a nadie. Cuando el melonero insistía en que se llevara un determinado melón, él le obligaba a “calarlo” para comprobar que efectivamente se trataba de un melón digno de ser llevado a la mesa. Yo le vi rechazar más de uno y más de dos, así que los meloneros tenían sumo cuidado en los melones que le ofrecían. Como consecuencia, a mí no hay cosa que más rabia me dé que abrir una sandía o un melón y encontrar que no saben a nada, están maduros pero no saben a nada, algo desgraciadamente que sucede con mucha frecuencia en nuestros días, sin poder hacer otra cosa más que lamentarme.

Seguramente, muchos de vosotros habréis vivido en propias carnes la sensación de haber recibido gato por liebre: en las reformas de la casa que siempre te cuestan el doble de lo previsto, en el apartamento de la playa que habéis alquilado para pasar las vacaciones, en el coche de segunda mano que “era un chollo”… La lista puede ser muy larga y probablemente el servicio de reclamaciones de la institución correspondiente estará lleno de quejas pero generalmente todo termina en frustración. Lo bueno que da la experiencia es que aprendemos de los errores y ya no solemos repetir las mismas equivocaciones… pero seguimos comprando en los chinos.

En fin, que nada es lo que parece salvo los sentimientos que somos capaces de generar hacia otros seres humanos y por extensión hacia todos los seres vivos. El amor, cuando está exento de egoísmo, es de las pocas cosas que podemos llamar verdadera, porque si amamos con condiciones, esperando reciprocidad, es cuando empieza a enturbiarse ese sentimiento y entonces adquiere el calificativo de “relativo”. El amor incondicional es muy raro de encontrar fuera de la familia, el amor a los hijos sobre todo, pero es la única vía que tiene el ser humano para andar con confianza por la vida, si no ¿qué nos queda? 







Artículo leído 480 veces

Otros artículos de esta misma sección