Fábula de la liebre y la tortuga... un día después



Néstor Rufino

01/04/2019

Las metáforas, las fábulas, los cuentos… el lenguaje simbólico en general son ventanas abiertas que nos permiten observar nuestra realidad de un modo más amplio. Han sido utilizadas como transmisión del conocimiento desde tiempos inmemoriales.



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Cuando abrió la puerta se encontró con la figura regordeta y bajita de su rival. Había tenido el valor de presentarse en su casa después de los desastrosos acontecimientos del día anterior. No podía creer lo que estaba viendo en ese momento y la ira fue acumulando madera en el horno de su cerebro, a punto de estallar de indignación. La expresión del rostro de aquella criatura fea y arrugada todavía la enfadaba más, porque tenía el aire cándido e inocente del que nunca había roto un plato en su vida. Pudo contener el grito de indignación a tiempo, pero no fue capaz de evitar dirigirse a ella de mala manera.
 
¿Pero tú qué haces aquí?
 
Los ojos castaños y tiernos la miraron sin asomar ningún tipo de rencor, y con voz melodiosa respondió:
 
Perdona que te dé la lata, pero desde ayer estoy dándole vueltas a una idea en mi cabeza, y he pensado que podría interesarte el proyecto que acabo de imaginar. Al fin y al cabo, es sobre el tema que más dominas. En realidad, eres la mejor dotada de la región en temas deportivos.
 
No sé si te estoy entendiendo... Ayer me hiciste quedar como la más tonta del continente, y ahora vienes a proponerme un proyecto... ¿Te crees que soy idiota? Ya tengo bastante con la humillación que me empapa de pies a cabeza. ¡Date la vuelta y vuélvete a tu casa, descarada!
 
La gordita figura se balanceó de izquierda a derecha, y luego de derecha a izquierda, y luego vuelta a empezar, expresando mímicamente su disconformidad con lo que estaba oyendo.
 
Verás, tú sabes correr. Es lo tuyo. Has ganado todos los premios habidos y por haber. Tienes las paredes de tu casa repletas de trofeos y eres ágil y fuerte. Yo, por el contrario, soy poca cosa. Como ves, soy algo obesa y poco versada en gimnasia. También algo lenta... En el cole todo el mundo se reía de mí.
 
En eso tienes razón. Más que lenta, vas con retraso... Eres gorda y me caes mal. Vete a pasear y déjame desahogar mis penas en soledad.
 
El cuerpo empezó a oscilar otra vez de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, y así de un lado para otro. Era su forma de mostrar su oposición.
 
Es verdad que no soy demasiado agraciada, pero soy simpática y tengo buen carácter. Soy tranquila y pienso mucho, por eso te gané ayer, porque te creíste superior a mí y bajaste la guardia. Actuaste imprudentemente. Yo desde el principio tenía pocas posibilidades, pero no me rendí. Gané justamente, y eso es lo que te cabrea. Tienes cuerpo, nena, pero poco cerebro...
 
Te voy a dar un sopapo que te graduará en astronomía. Vas a ver las galaxias y las estrellas...
 
¡Pero qué impulsiva y rechinante eres, caramba! He venido en son de paz, con ánimo de hacer las paces contigo y me sales con aires de ordinaria. Te debería dar vergüenza. Venía a proponerte un trato. Quiero que me enseñes a correr.
 
¿A correr? Voy a coger un palo y te voy a enseñar de momento...
 
Lo digo en serio. Quiero que me enseñes tu técnica, lo que debo hacer para sacar el máximo rendimiento a mis facultades. No conozco a nadie que pueda hacerlo. Lo de ayer me ha abierto el gusanillo por el deporte de élite.
 
¿Y yo que sacaría a cambio? Nadie da nada por nada, guapa.
 
Yo podría enseñarte serenidad, a controlar tus impulsos, a ser más tolerante, a disfrutar más de las cosas y de la belleza que te rodea, a reconocer las estrellas del cielo por su nombre, a sonreír un poco... Creo que podríamos llegar a ser buenas amigas si superaras esa hostilidad tuya hacia mí. Al fin y al cabo, fuiste tú la que propusiste la competición. Yo gané honestamente y no me he regodeado en ello. Ahora te tiendo la mano en señal de amistad.
 
Después de pensarlo un poco, la furibunda anfitriona arqueó una ceja, después la otra y su expresión de enfado fue desapareciendo para dejar paso a otra de sorpresa.
 
Lo que más me fastidia es que empiezas a caerme bien. Creo que me lo pensaré.
 
Bueno, no tienes que responder ahora, dijo la tortuga. Ya sabes dónde vivo.
 
Entonces no se dio cuenta, pero en aquel mágico momento un “chispazo” saltó en el corazón de la, hasta entonces fría y superficial liebre. Aquello fue el comienzo de una buena amistad.






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