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Toda esa incertidumbre se mezcló con el encierro en casa, acompañada por mi marido e hijo.
El pequeño de tres años no entendía demasiado bien por qué no podía salir; el mayor, estaba más preocupado por su trabajo y yo intentaba mantenerme a flote entre esas dos posturas. Pronto surgieron los malos entendidos, el ego haciendo de las suyas.
A la semana de estar encerrada tuve un brote, padezco desde hace años esclerosis múltiple. Al estar encerrada y coartada de libertad no podía salir a tomar el aire, no podía expresarme con otras personas y me fui guardando, poco a poco, mis sentimientos y cargándolos una vez más contra mí misma. Ya que el sistema inmune es muy inteligente y los pensamientos fueron muy negativos, el primero hizo lo que los segundos le ordenaron: castigarme con… eres mala, tú tienes la culpa, no eres valorada, nadie te escucha...
Esos sentimientos son parte de mi mente racional a los cuales, desgraciadamente, estoy muy acostumbrada e incluso me atrevería a decir que, de cierta manera, son parte de mí misma.
El viernes día 20 de marzo de 2020, en esa primera semana de confinamiento, noté como mi cuerpo empezaba a paralizarse, el lado izquierdo al completo, es decir la pierna entera, a excepción de los dedos del pie; también se paralizó el vientre, el pubis, el pecho... era como si me hubieran cortado por la mitad. Normalmente, mis brotes han sido sensitivos, dejo de sentir el tacto, no reconozco demasiado bien ni el frío ni el calor, pero este brote fue mas allá, el frío me producía dolor, era como si me estuvieran clavando cristales. El simple contacto con la mano fría en el vientre hacía que me doliera muchísimo.
Estuve dos días así, con miedo, sin saber muy bien que hacer, ¿llamaba a la neuróloga? ¿Podría contagiarme de covid-19 si iba al hospital? Un sin fin de preguntas revoloteaban por mi cabeza y todas me informaban del miedo tan terrible que estaba sintiendo.
El pequeño de tres años no entendía demasiado bien por qué no podía salir; el mayor, estaba más preocupado por su trabajo y yo intentaba mantenerme a flote entre esas dos posturas. Pronto surgieron los malos entendidos, el ego haciendo de las suyas.
A la semana de estar encerrada tuve un brote, padezco desde hace años esclerosis múltiple. Al estar encerrada y coartada de libertad no podía salir a tomar el aire, no podía expresarme con otras personas y me fui guardando, poco a poco, mis sentimientos y cargándolos una vez más contra mí misma. Ya que el sistema inmune es muy inteligente y los pensamientos fueron muy negativos, el primero hizo lo que los segundos le ordenaron: castigarme con… eres mala, tú tienes la culpa, no eres valorada, nadie te escucha...
Esos sentimientos son parte de mi mente racional a los cuales, desgraciadamente, estoy muy acostumbrada e incluso me atrevería a decir que, de cierta manera, son parte de mí misma.
El viernes día 20 de marzo de 2020, en esa primera semana de confinamiento, noté como mi cuerpo empezaba a paralizarse, el lado izquierdo al completo, es decir la pierna entera, a excepción de los dedos del pie; también se paralizó el vientre, el pubis, el pecho... era como si me hubieran cortado por la mitad. Normalmente, mis brotes han sido sensitivos, dejo de sentir el tacto, no reconozco demasiado bien ni el frío ni el calor, pero este brote fue mas allá, el frío me producía dolor, era como si me estuvieran clavando cristales. El simple contacto con la mano fría en el vientre hacía que me doliera muchísimo.
Estuve dos días así, con miedo, sin saber muy bien que hacer, ¿llamaba a la neuróloga? ¿Podría contagiarme de covid-19 si iba al hospital? Un sin fin de preguntas revoloteaban por mi cabeza y todas me informaban del miedo tan terrible que estaba sintiendo.
Buscando ayuda
Photo by Markus Spiske on Unsplash
Gracias a Luis Arribas, me puse en contacto con una mujer de Córdoba, su nombre es Aurora, hace terapia de biomagnetismo a distancia, esta mujer se había comprometido a ayudar de manera desinteresada a personas con coronavirus pero a mí me ayudo con mi virus particular, “el brote”.
Me hizo 3 sesiones, me dio herramientas para seguir avanzando, incluso me dijo en qué momento yo había desencadenado esta enfermedad. Esto último, fue muy relevante para mí, ya que con anterioridad otra persona me lo había dicho y, más que nada, porque esos mismos sentimientos que desencadenaron mi enfermedad son los que provocan nuevos brotes.
Después de tratarme una semana y media con ella, de ayudarme a hacer visualizaciones, de escribir una carta que después quemé y de sembrar en una maceta los deseos y sueños que tengo para mi presente, mi cuerpo empezó a retomar poco a poco su tono natural.
En el momento en el que empecé a sentirme mejor, mi mente racional no paraba de hacerse preguntas ¿Cómo era posible que el brote más grande que me ha dado se me hubiera pasado en 10 días sin corticoides? ¿Qué ha pasado? Y, ahí está el enigma, ahí está la solución, ahí está el trabajo personal que mi cuerpo físico me lleva pidiendo a gritos desde hace muchos años.
Empecé a tratarme mejor, a perdonarme, a sentirme bien con lo que soy, a visualizar momentos bonitos, a hablar desde el corazón, a descubrir otros colores en la vida, a elegir los pensamientos que pasan por mi mente y a descartar aquellos otros que no me hacen sentir bien. No es tarea sencilla cuando llevas tanto tiempo tratándote mal, pero si lo haces de manera consciente y lo repites muchas veces, los resultados no tardan en llegar. Es como cambiar la estructura mental antigua por una nueva que te haga sentir mejor.
Hoy, día 7 de abril de 2020, el brote casi ha desaparecido, estoy mejor que nunca, me siento fuerte, pero tampoco estoy viviendo este momento con euforia, ya que me he dado cuenta de que soy yo la que creo todo, lo bueno y lo malo, la que decide como quiere sentirse, cómo estar y qué va a hacer con lo que tiene por delante...
Estoy tan agradecida por vivir, por mi cuerpo, por mis células, por la ayuda que me prestaron de manera altruista tanto Luís como Aurora, por el amor de mi marido e hijo, por la luz de los caminantes del corazón, por el cariño de mis compañeros de máster, por el gesto de amor silenciado de mi hermana y cuñado y por la comprensión infinita que siempre me presta mi tío Ramón.
Hoy, ya sé un poquito más de mí misma y agradezco haberme dado la oportunidad de conocer los entresijos de mi propio ser, me quiero tanto...
Me hizo 3 sesiones, me dio herramientas para seguir avanzando, incluso me dijo en qué momento yo había desencadenado esta enfermedad. Esto último, fue muy relevante para mí, ya que con anterioridad otra persona me lo había dicho y, más que nada, porque esos mismos sentimientos que desencadenaron mi enfermedad son los que provocan nuevos brotes.
Después de tratarme una semana y media con ella, de ayudarme a hacer visualizaciones, de escribir una carta que después quemé y de sembrar en una maceta los deseos y sueños que tengo para mi presente, mi cuerpo empezó a retomar poco a poco su tono natural.
En el momento en el que empecé a sentirme mejor, mi mente racional no paraba de hacerse preguntas ¿Cómo era posible que el brote más grande que me ha dado se me hubiera pasado en 10 días sin corticoides? ¿Qué ha pasado? Y, ahí está el enigma, ahí está la solución, ahí está el trabajo personal que mi cuerpo físico me lleva pidiendo a gritos desde hace muchos años.
Empecé a tratarme mejor, a perdonarme, a sentirme bien con lo que soy, a visualizar momentos bonitos, a hablar desde el corazón, a descubrir otros colores en la vida, a elegir los pensamientos que pasan por mi mente y a descartar aquellos otros que no me hacen sentir bien. No es tarea sencilla cuando llevas tanto tiempo tratándote mal, pero si lo haces de manera consciente y lo repites muchas veces, los resultados no tardan en llegar. Es como cambiar la estructura mental antigua por una nueva que te haga sentir mejor.
Hoy, día 7 de abril de 2020, el brote casi ha desaparecido, estoy mejor que nunca, me siento fuerte, pero tampoco estoy viviendo este momento con euforia, ya que me he dado cuenta de que soy yo la que creo todo, lo bueno y lo malo, la que decide como quiere sentirse, cómo estar y qué va a hacer con lo que tiene por delante...
Estoy tan agradecida por vivir, por mi cuerpo, por mis células, por la ayuda que me prestaron de manera altruista tanto Luís como Aurora, por el amor de mi marido e hijo, por la luz de los caminantes del corazón, por el cariño de mis compañeros de máster, por el gesto de amor silenciado de mi hermana y cuñado y por la comprensión infinita que siempre me presta mi tío Ramón.
Hoy, ya sé un poquito más de mí misma y agradezco haberme dado la oportunidad de conocer los entresijos de mi propio ser, me quiero tanto...