¿Escribir mis memorias?



Elizabeth Bhullmann

31/12/2020

“No reniego de mi vida, por eso creo que basta con haberla vivido. Los animales tampoco escriben sus memorias, ni las plantas, ni las piedras. Y, sin embargo, el trabajo evolutivo de cada cual, sigue vivo y se transmite, “de generación en generación”.



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Mis queridos amigos Luis y María -conductores de esta revista-, con los que me une una profunda amistad me animaron, en el último encuentro que tuvimos, a escribir, a volcar sobre el papel lo que compartíamos en nuestras largas charlas sobre mis experiencias de vida.
 
Hay miles de libros de memorias que son de gran ayuda para las personas que buscan una buena guía. Memorias de personas que han superado enfermedades y accidentes graves, así como otros golpes duros del destino. Efectivamente, sus autores han logrado transmitir no solo su espíritu, sino también unas referencias muy útiles para sus semejantes. Yo misma he leído y disfrutado cantidad de esas memorias, las he leído entre líneas también y he aprendido mucho de ellas.
Pero yo no soy capaz de comunicarme de un modo racional. Cuando cuento algo es siempre “a propósito”, aunque yo misma ignore cuál es ese propósito. Para sacarlo de mi interior hace falta que alguien me toque una cuerda sensible, que es una especie de “ábrete Sésamo” para llegar a los archivos interiores.
 
Mi vida no se puede contar; lo que se puede contar no resulta interesante y lo interesante no se puede contar.
 
Mi necesidad de soledad y de pasar desapercibida obedece a la necesidad de conectarme constantemente con el Universo, para así llegar al fondo de mí misma, y saber qué tengo que hacer. Es un “método” muy laborioso, pero no sé funcionar de otra manera desde mi lejana juventud, de modo que ni me podría justificar, ni argumentar, frente a los cerebros racionales.

Cuando el cuerpo nos habla

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En el último año he tenido algunos problemas de salud que he gestionado a mi manera. Claro que me gustaría que mi experiencia “anti-médica” pueda servir a otras personas, ya son muchos que se han dado cuenta de los abusos del lobby farmacéutico y hasta los médicos incautos se dejan engañar por los preceptos de dicho gremio. Todo es vender más, más caro, apretar los parámetros para hacernos más dependientes y hacernos creer que sin medicamentos no podemos funcionar.
 
En realidad, nuestro cuerpo es una auténtica maravilla, con una inteligencia que me parece muy superior a la de nuestro cerebro racional y está muy capacitado para reaccionar ante adversidades, aunque para superar baches profundos, como infartos, o cualquier otro fallo orgánico grave, hay que usar la medicina bien dosificada. Estoy de acuerdo que, en los primeros días de un percance grave, es necesario, hasta incluso para mí, la aportación de ciertos medicamentos para darle el “chute” necesario al organismo para que se vuelva a poner en marcha.
 
Pero luego, hay que darle la oportunidad de regenerarse a sí mismo, dándole la calma y demás condiciones necesarias, para poder hacerlo. En general, hoy por hoy, no se quiere dar el tiempo suficiente al organismo para recuperarse de un problema. Todo consiste en ponerse de pie lo más rápidamente posible, con una curación que no es tal, sino una simple eliminación de síntomas. ¡Peligro…! Las causas siguen allí esperando una próxima ocasión para manifestarse, para nuestro bien, avisándonos que tenemos que subsanar algo, la causa del malestar. Pero no queremos hacer caso.
 
Yo no me atrevería a decirle a nadie que deje de tomar las medicinas que le recetan sus médicos. Esto es un asunto que solo les incumbe a los interesados. Tengo bastantes amigos que se vienen medicando durante años, sin perjuicio aparente. Me alegro de ello (porque no me gusta verlos sufrir), a la vez que me da mucho miedo. Pero cada cual es un mundo y tiene que saber por sí mismo, si un medicamento le hace daño o no. Yo he sido un caso un poco extremo, probablemente. He actuado en consecuencia. Soy de decisiones rápidas porque mi percepción corporal es aguda y las reacciones físicas inmediatas.
 
No puedo, pues, dar pautas de comportamiento a nadie, salvo las que yo he practicado: ir al fondo de uno mismo, querer averiguar las cosas en su esencia.

Nada se pierde en el Universo

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Mi experiencia pues, no se pierde. Tengo esta certeza, porque el Universo no desperdicia nunca nada, y menos lo más valioso del ser humano. Al fin y al cabo, sería injusto hacia las muchas personas anónimas que se lo han currado toda la vida en pro de la evolución, sin poder transmitir sus referencias a nadie por la vía directa. De esto ya se encargarán los “organizadores” del Universo. No hay cuidado pues, nada se pierde.
Cuando los grandes escépticos, los cerebros científicos bien desarrollados, están a un paso de la muerte, les entra un miedo terrible, como lo pude comprobar con un familiar cercano que vivió sus últimos años en esta bendita isla. Él no me escuchaba, evidentemente, cuando le contaba algunas de mis experiencias “fuera del cuerpo” o de otras encarnaciones. Pero me tenía cariño y tal vez una remota esperanza, de que yo pudiera estar cerca de la verdad. Yo le dije: “Querido primo, pero ¿de verdad te crees que el Universo desperdicia algo? Pues no, nunca jamás. Todo se recicla, la esencia se queda. Todo va por etapas, todo evoluciona en un sentido u otro”.
 
Yo en esta etapa de lucha tenaz por disolver antiguas causas de males, me siento de lo más a gusto en mi terracita, entre mis queridas plantas. Ellas me tienen atrapada aún, con sus tentáculos vibracionales y sus ganas de crecer. Algunas veces las tengo que reñir porque crecen demasiado a lo bestia en este clima bendito de Tazacorte ¡No os paséis, guapas! No pocas veces, las escucho hablar, aunque esto es una cosa que me ocurre desde hace mucho tiempo, ya que desde el año 1975 he trabajado en la horticultura.

Los seres sintientes

Y tal como ocurre entre los seres humanos, hay personalidades sobresalientes en las plantas. Así pues, cuando algunas veces iba demasiado embalada por los parques e invernaderos de Levante, de repente alguna voz autoritaria me hacía parar en seco. Algún Chamaerops humilis de muchos años, alguna palmera Phoenix, o cualquier personalidad vegetal, me llamaba la atención. ¡Ojalá les hubiera hecho más caso!
 
En otras ocasiones, en las ferias y demás exposiciones florales, era tremenda la cháchara, la algarabía de los más hermosos ejemplares, que no cabían en sí de gozo de tanta admiración que suscitaban ¡Si, también las hay muy vanidosas! Sobre todo las plantas en macetas que han vivido en estrecho contacto con los humanos…
 
¡Ya quisiera yo ser tan inteligente como los animales, las plantas o las piedras! ¡Ellos sí que saben! Cuando están enfermos se entregan al Universo. Y no tienen miedo a morir. Saben que su esencia pervive y que otros harán el esfuerzo por lograr una bonita encarnación después de ellos ¡El espíritu nunca muere!
 
Pero donde con mayor contundencia he escuchado hablar a la vegetación, ha sido en la Finca Autarca, en Tinizara, donde mis amigos suizos Barbara y Erich Graf practican la permacultura.
 
Un día que había llegado antes de la hora acordada, esperándoles en la entrada, me llegaron las voces de los vegetales con mucha claridad, hablando de manera alta y contundente de la ¡AUTODETERMINACION! Su voz me llegaba a través de su perfume… Las plantas se comunican a través de su perfume… Yo no soy la única que lo dice. Algunas personas más entendidas que yo lo han escrito*, como pude comprobarlo poco tiempo después del sorprendente alegato escuchado en el huerto de la Finca Autarca. (*Florianne Koechlin y Denise Battaglia, Mozart und die List der Hirse, Lenos Verlag)
 
¡Ay si utilizásemos nuestra inteligencia como las plantas! Colaboran, no hacen la guerra. Se avisan unas a otras de los peligros que acechan, de los hongos, bichos perniciosos, cambios de tiempo… escasez de alimentos, etc. ¡Y no hablo del reino animal, que en su estado natural también sabe mantener un equilibrio!
Ellos sí que saben. Nosotros somos los tontorrones, engreídos, muchas veces, tan orgullosos de nuestros conocimientos que no sabemos aplicar bien porque hemos perdido la “visión de conjunto”.
 
Pues sí, amigos míos, yo ya he cumplido. Estoy con un trabajo extra y llegaré hasta donde llegue. Dejadme disfrutar en paz de las doradas tardes en mi terraza, al sol de Tazacorte. Aún surgirán muchas ideas, referencias, muchos descubrimientos, ya en esta etapa tardía. Ya me gustaría que los jóvenes sepan que, con los años, la vida se vuelve más intensa, más interesante, y que la realidad supera la ficción con creces.
 
Doy las gracias a Luis y María por su comprensión y benevolencia de siempre… y por haberme traído a La Palma
 
Con un fuerte abrazo y mucho amor,

Elisabeth Buhlmann






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