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Ser “bueno” o “malo” en un mundo global, es un tópico que se debe de seguir avivando desde miradas distintas, que nos permitan generar espacios saludables, armonizados, de sanación, o de restauración de los tejidos sociales. En tal sentido, el propósito del presente texto es abonar en la reflexión sobre las fronteras, si es que existen, entre lo que se conoce como lo “bueno” y lo “malo”, acercando dicha reflexión a una posición distinta, más allá de la racional, como lo puede ser la mirada irracional; mirada que reconoce el sentir, el pensar y actuar del sujeto, desde sus planos de consciencia, misma que contribuya en su sanación, y en la restauración de su tejido familiar y social (Acevedo y Arteaga, 2019).
El cielo y el infierno están uno mismo
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Se dice que “el bien y el mal están en uno mismo”, sin embargo, se debe de reconocer que dependiendo la postura, la visión, ideología, creencia —religiosa, política o cultural—, o el paradigma bajo el cual se reflexione esta idea, será la manera de ver dicha aseveración; cada época histórico-social va configurando o construyendo en su imaginario colectivo la idea de que es lo “bueno” y lo “malo” (Bazán y Bóveda, 2005). En la antigüedad, desde las miradas filosóficas griegas, Platón expresaba que “el bien” es la idea suprema y que “el mal” es la ignorancia, de igual manera sostenía que “el mal es ausencia de bien”. Mientras que Aristóteles sostenía que una acción “buena” es aquella que conduce al logro del bien del hombre o a su fin, en su opuesto, toda acción que se oponga a ello será “mala”; por lo tanto, conocer el “bien” implica conocer el “mal” (Filosofía la Guía, 2008; Pascual (2019).
En tal sentido, Reyes (2018) expone que una de las grandes cuestiones de la filosofía moral, es la de si el ser humano nace “bueno” y luego se hace “malo” o algo de maldad ya nace en él. Freud (1996) ante tal premisa concibe al hombre como un ser, que, por su propia naturaleza, tiende en todo momento a procurarse el placer y a evitar el displacer; es un esclavo de sus deseos, y, por ende, revela su propia naturaleza asocial y egoísta.
A lo que Domingo (2016) reflexiona sobre el hecho de que somos o no, realmente seres humanos nobles, caritativos y buenos con los demás por naturaleza; o dicha naturaleza es la que nos lleva a ser egoístas, persiguiendo únicamente un bien particular. Hobbes (2006) puntualiza que quienes tratan de explicar la naturaleza humana como esencialmente egoísta, definen al ser humano como homo económicus, es decir, como una criatura exclusivamente individualista que en todo cuanto hace persigue sólo el beneficio personal. Cuanto produce, para “bien” o para “mal”, es el resultado de motivaciones y expectativas presididas únicamente por el egoísmo (Dawkins, 1941).
A lo que Nietzsche (1998) expresa que aquello que se hace por amor está más allá del “bien” y del “mal”, y toma está frase para analizar dichos preceptos y reconocerlos en la vida cotidiana. Enmarcando la gran contradicción de ellos, porque aquello que está “bien” para unos, está “mal” para otros. El mismo autor denota que el “bien” y el “mal” desde la moral —o morales— marcan lo que debe hacerse sin dar una explicación lógica del porqué; sin reconocer que al hacerlo se puede llegar a perder el valor como humano, que lo separan, o lo pueden conducir a la fragmentación, debido a que el “bien” y el “mal” no se separan del propio sujeto, sino al contrario, es lo que lo caracteriza, lo que lo vuelve único (Filosofía, 2017).
Hablar entonces de “el bien” y “el mal” indudablemente es remitirse a reconocer que son conceptos o nociones relativos al sentido, al valor, o a las consecuencias de la actuación humana. Benítez (2019) indica que uno, no se puede entender sin el otro, “el bien” es lo que se ajusta a lo exigido o satisface valoraciones como la verdad, la justicia, el orden, la armonía, el equilibrio, la paz o la libertad, o todo lo que favorece el bienestar, ya sea en el ámbito individual o comunitario. Mientras que “el mal”, por su parte, es todo lo contrario a lo anterior.
En tal sentido, Reyes (2018) expone que una de las grandes cuestiones de la filosofía moral, es la de si el ser humano nace “bueno” y luego se hace “malo” o algo de maldad ya nace en él. Freud (1996) ante tal premisa concibe al hombre como un ser, que, por su propia naturaleza, tiende en todo momento a procurarse el placer y a evitar el displacer; es un esclavo de sus deseos, y, por ende, revela su propia naturaleza asocial y egoísta.
A lo que Domingo (2016) reflexiona sobre el hecho de que somos o no, realmente seres humanos nobles, caritativos y buenos con los demás por naturaleza; o dicha naturaleza es la que nos lleva a ser egoístas, persiguiendo únicamente un bien particular. Hobbes (2006) puntualiza que quienes tratan de explicar la naturaleza humana como esencialmente egoísta, definen al ser humano como homo económicus, es decir, como una criatura exclusivamente individualista que en todo cuanto hace persigue sólo el beneficio personal. Cuanto produce, para “bien” o para “mal”, es el resultado de motivaciones y expectativas presididas únicamente por el egoísmo (Dawkins, 1941).
A lo que Nietzsche (1998) expresa que aquello que se hace por amor está más allá del “bien” y del “mal”, y toma está frase para analizar dichos preceptos y reconocerlos en la vida cotidiana. Enmarcando la gran contradicción de ellos, porque aquello que está “bien” para unos, está “mal” para otros. El mismo autor denota que el “bien” y el “mal” desde la moral —o morales— marcan lo que debe hacerse sin dar una explicación lógica del porqué; sin reconocer que al hacerlo se puede llegar a perder el valor como humano, que lo separan, o lo pueden conducir a la fragmentación, debido a que el “bien” y el “mal” no se separan del propio sujeto, sino al contrario, es lo que lo caracteriza, lo que lo vuelve único (Filosofía, 2017).
Hablar entonces de “el bien” y “el mal” indudablemente es remitirse a reconocer que son conceptos o nociones relativos al sentido, al valor, o a las consecuencias de la actuación humana. Benítez (2019) indica que uno, no se puede entender sin el otro, “el bien” es lo que se ajusta a lo exigido o satisface valoraciones como la verdad, la justicia, el orden, la armonía, el equilibrio, la paz o la libertad, o todo lo que favorece el bienestar, ya sea en el ámbito individual o comunitario. Mientras que “el mal”, por su parte, es todo lo contrario a lo anterior.
Hablando de “el bien” y “el mal”
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Indicando que al hablar de “el bien” y “el mal”, se pudieran considerar al menos tres aspectos importantes, como lo son:
al calificar algo como “bueno” o “malo” se hace desde nuestra propia conciencia personal, y lo hacemos aún desde que somos niños; los integrantes de un grupo o comunidad humana —generalmente— se llega con relativa facilidad a un punto de acuerdo o coincidencia acerca de lo que es “bueno” o “malo” con respecto a algo que conocemos o nos afecta a todos, y rara vez sucede lo contrario; y el “mal” relacionado de manera específica con una valoración ética o estética —como amor, orden, justicia, armonía, equilibrio, bienestar, paz o libertad— no se define o describe en función de sí mismo, sino que se hace —directa o indirectamente— por ser lo opuesto a algo otro que constituye la valoración positiva; por ejemplo: el desorden es la carencia de orden, el odio es lo opuesto al amor; el malestar es la carencia o lo opuesto al bienestar (Savater, 2004). En un caso más puntual, cuando los niños que van a la escuela y que son etiquetados como “buenos” o “malos” dependerá en gran parte por las expectativas que se tengan en el propio contexto, asociando acciones como la obediencia, y la desobediencia, como lo opuesto como principales márgenes para moralizar la conducta del propio niño (Garcia, Batz, Gibbons y Ashdown, 2014). Ahora bien, según Marabunta (2016) la idea de que todos somos “buenos”, o “malos”, no representa un problema como tal, debido a que el propio sujeto reconoce su ambivalencia; pareciera que está convencido de que no existe problema con lo “bueno” o lo “malo”, porque supone que no existe lo “bueno” o lo “malo” en sí mismo, debido a que todo es cuestión de percepción. Ante tal idea, las comunidades espirituales exponen que estos son términos relacionados a lo que se nombra como el “nivel horizontal” de la vida, es decir, la consecuencia de la propia situación de vida; aquí el individuo valora desde su congruencia que acciones representan “buenas” o “malas”. Dichos opuestos en apariencia, pertenecen uno al otro, como dos lados de una moneda. Porque al ver un lado, y después del otro, se está valorando un todo; una sola pieza que representa a un solo elemento. Ver los dos opuestos y conectarlos espiritualmente es algo que solamente una persona plena y consciente puede hacer, un individuo quién ha experimentado los dos opuestos, los conoció y aprendió a amarlos, o más claramente: los aceptó sin lamentar, logrará su propio equilibrio, y por ende su evolución (Conocimiento espiritual, 2019; Muñiz, 2007).
Krishnamurti (1994) reflexiona sobre lo anterior, y nos dice que el “bien” es el orden total y el “mal” es el desorden; en el momento que se afirma la existencia del “mal” absoluto, esa misma afirmación es la negación del “bien”. Vacas (2008) por su parte, expone que cuando se habla de “bien” y del “mal”, es muy común que se asocie con entidades como ángeles y demonios; entendiendo a los primeros desde una mirada de las comunidades espirituales como esos ayudantes, seres divinos que nos guían a nuestra transformación y comprensión de Dios (Karam, 2017), mientras que a los demonios desde una visión judeocristiana se ha vinculado al mal, al pecado, a todo aquello que corrompe, o un alejamiento de lo correcto, y de las adecuadas acciones (Millar, 2007). Se podría decir entonces, que hablar de lo “bueno” o “malo”, o mejor dicho ser “bueno” o “malo” es una cuestión de elección, de introspección del sujeto que lo lleve por su propio sendero, sus propios límites, que a fin de cuentas lo llevaran en principio a reconocer que el infierno y el cielo pueden estar en el mismo (Cherne, 2006).
Jesús Acevedo Alemán
PTC, Facultad de Trabajo Social,
Universidad Autónoma de Coahuila, México.
Email jesusaceve@hotmail.com