Photo by Viktor Forgacs on Unsplash
En el vagón del Metro que me lleva a Barajas casi todos los viajeros están inclinados sobre las “maquinitas”. Me resisto a desenfundar también la mía. Desde el momento en que mi dedo comience a acariciar el cristal, a pulsar sobre él, yo seré un ausente más y mis compañeros de viaje tornarán aún más ajenos. No nos subimos juntos a esta nave Tierra para vivirnos tan separados.
El aeropuerto no es nuestra única unidad de destino. Vamos juntos mucho más allá. A saber hasta dónde y, sin embargo, permanecemos desconectados, mutuamente distantes. En medio de ese abismo humano, el diminuto cristal de la pantalla brilla siempre cerca ¿Por qué sólo traemos a nuestro momento presente el mundo, la órbita de relaciones que está lejos?
Leer las figuras de quienes compartimos trayecto no para ser más eruditos sino para ser más humanidad. Cada rostro es enciclopedia, cada persona con la que comparto vagón me expresa mucho más de lo que me puede mostrar el último y banal mensaje del WhatsApp ¿Cuándo me volveré a encontrar con cada uno de esos pasajeros?, ¿cuándo de nuevo sumergirme en sus azares, en sus desafíos y cuitas?, ¿cuándo de nuevo pedir por ellas, para que la vida les sonría, para que salgan del vagón con la cabeza bien alta y mirada luminosa...?
Me permito estas licencias, puedo escribir todo esto, pues apenas frecuento la capital, apenas me sumerjo en el Metro. Si todos los días me montara en un vagón, a mí también me faltaría tiempo para sacar la “maquinita” una vez acomodado en el asiento. Hace veinte años, cuando vivía en Madrid, escribía también sobre el Metro. Apenas había móviles y estábamos más presentes. No quiero idealizar, nunca llegabas a trabar conversación con quien te acompañara, sin embargo, ahora hace aún más frío en medio de esos túneles bajo tierra.
Nokia tenía sólo parte de razón con su “connecting people”. Con los de lejos, la "maquinita" nos puede conectar, con quienes comparto vagón crea insalvable barrera.
El aeropuerto no es nuestra única unidad de destino. Vamos juntos mucho más allá. A saber hasta dónde y, sin embargo, permanecemos desconectados, mutuamente distantes. En medio de ese abismo humano, el diminuto cristal de la pantalla brilla siempre cerca ¿Por qué sólo traemos a nuestro momento presente el mundo, la órbita de relaciones que está lejos?
Leer las figuras de quienes compartimos trayecto no para ser más eruditos sino para ser más humanidad. Cada rostro es enciclopedia, cada persona con la que comparto vagón me expresa mucho más de lo que me puede mostrar el último y banal mensaje del WhatsApp ¿Cuándo me volveré a encontrar con cada uno de esos pasajeros?, ¿cuándo de nuevo sumergirme en sus azares, en sus desafíos y cuitas?, ¿cuándo de nuevo pedir por ellas, para que la vida les sonría, para que salgan del vagón con la cabeza bien alta y mirada luminosa...?
Me permito estas licencias, puedo escribir todo esto, pues apenas frecuento la capital, apenas me sumerjo en el Metro. Si todos los días me montara en un vagón, a mí también me faltaría tiempo para sacar la “maquinita” una vez acomodado en el asiento. Hace veinte años, cuando vivía en Madrid, escribía también sobre el Metro. Apenas había móviles y estábamos más presentes. No quiero idealizar, nunca llegabas a trabar conversación con quien te acompañara, sin embargo, ahora hace aún más frío en medio de esos túneles bajo tierra.
Nokia tenía sólo parte de razón con su “connecting people”. Con los de lejos, la "maquinita" nos puede conectar, con quienes comparto vagón crea insalvable barrera.