Foto de Shashank Sahay en Unsplash
Cuando alguien que no sea médico nos pregunta ¿Qué tal estás? la respuesta suele ser un “bien” porque probablemente no nos apetezca dar explicaciones de cómo estamos en realidad, sobre todo físicamente, pero si nos preguntan ¿Cómo te encuentras? Parecería que la pregunta se refiere a cómo estamos emocionalmente y ahí sí solemos dar alguna respuesta que dé pie a continuar la conversación.
En las reuniones de familiares o amigos, hay un momento en que la conversación general deriva hacia los problemas físicos que padecen unos y otros y de las pocas expectativas de solución que les han dado “los que saben”. Todo el mundo da su opinión acerca de lo que les pasa y da referencias de que a tal o cual familiar o amigo le pasó algo parecido o peor. Pocas veces se oye decir: “No te preocupes, ya verás cómo eso lo superas en poco tiempo”.
En mi opinión, nunca se da tanto como cuando se da esperanza, y ese axioma tiene un sentido muy profundo cuando miramos a nuestro alrededor y vemos las circunstancias que están pasando muchas personas a las que, sobre todo como consecuencia de la pandemia, les falta esperanza. Creo que no hay nada peor que creer que ya no hay solución a nuestros problemas o que no podemos esperar nada de la vida, como no sean más calamidades. La desesperanza se puede convertir en un veneno que nos arruine la salud.
Las circunstancias sociales que nos está tocando vivir en los últimos tiempos, son el caldo de cultivo propicio para que aparezcan multitud de lacras a cual más desestabilizante, socialmente hablando. Los suicidios se han manifestado como la causa de muerte más importante, las enfermedades psíquicas van en aumento, los casos de cáncer pasan a ser algo que asola a una gran parte de nuestra sociedad, sin que parezca que haya un remedio lo suficientemente eficaz como para erradicarlo, sobre todo si no se tienen en cuenta las investigaciones que sobre esta enfermedad han realizado científicos como el Doctor Hamer y que podrían aportar luz a muchos casos de cáncer y también a otras enfermedades.
La ayuda que pueden prestar instituciones como el Teléfono de la Esperanza, por ejemplo, es muy valiosa por cuanto pueden hacer ver a la persona que llama que siempre hay una salida a los problemas que se presenten. En este sentido, la mejor ayuda que podrían aportar quienes se dedican a temas de salud, sea ésta física o psíquica, es la de dar esperanza a los pacientes con palabras que eliminen nubarrones de la mente de aquellas personas que creen que su enfermedad no tiene remedio. Saber la causa emocional que ha provocado un problema físico es el primer paso para erradicarlo y eso solo se puede conseguir si quienes tienen el poder de influir en el ánimo del paciente, generalmente los médicos, no solo receten pruebas o medicamentos sino también palabras que ayuden a entender que “la enfermedad es un programa inteligente de la Naturaleza, que viene a decirle a quien la padece que está viviendo algo que no le conviene”.
En las reuniones de familiares o amigos, hay un momento en que la conversación general deriva hacia los problemas físicos que padecen unos y otros y de las pocas expectativas de solución que les han dado “los que saben”. Todo el mundo da su opinión acerca de lo que les pasa y da referencias de que a tal o cual familiar o amigo le pasó algo parecido o peor. Pocas veces se oye decir: “No te preocupes, ya verás cómo eso lo superas en poco tiempo”.
En mi opinión, nunca se da tanto como cuando se da esperanza, y ese axioma tiene un sentido muy profundo cuando miramos a nuestro alrededor y vemos las circunstancias que están pasando muchas personas a las que, sobre todo como consecuencia de la pandemia, les falta esperanza. Creo que no hay nada peor que creer que ya no hay solución a nuestros problemas o que no podemos esperar nada de la vida, como no sean más calamidades. La desesperanza se puede convertir en un veneno que nos arruine la salud.
Las circunstancias sociales que nos está tocando vivir en los últimos tiempos, son el caldo de cultivo propicio para que aparezcan multitud de lacras a cual más desestabilizante, socialmente hablando. Los suicidios se han manifestado como la causa de muerte más importante, las enfermedades psíquicas van en aumento, los casos de cáncer pasan a ser algo que asola a una gran parte de nuestra sociedad, sin que parezca que haya un remedio lo suficientemente eficaz como para erradicarlo, sobre todo si no se tienen en cuenta las investigaciones que sobre esta enfermedad han realizado científicos como el Doctor Hamer y que podrían aportar luz a muchos casos de cáncer y también a otras enfermedades.
La ayuda que pueden prestar instituciones como el Teléfono de la Esperanza, por ejemplo, es muy valiosa por cuanto pueden hacer ver a la persona que llama que siempre hay una salida a los problemas que se presenten. En este sentido, la mejor ayuda que podrían aportar quienes se dedican a temas de salud, sea ésta física o psíquica, es la de dar esperanza a los pacientes con palabras que eliminen nubarrones de la mente de aquellas personas que creen que su enfermedad no tiene remedio. Saber la causa emocional que ha provocado un problema físico es el primer paso para erradicarlo y eso solo se puede conseguir si quienes tienen el poder de influir en el ánimo del paciente, generalmente los médicos, no solo receten pruebas o medicamentos sino también palabras que ayuden a entender que “la enfermedad es un programa inteligente de la Naturaleza, que viene a decirle a quien la padece que está viviendo algo que no le conviene”.
No estamos solos
Foto de Taylor Smith en Unsplash
El sentir que hay alguien que te escucha, que te abre un espacio para que puedas expresar tu problema o tu dolor, es importantísimo porque te hace sentir que no estás solo, que le importas a alguien, que te brindan ayuda y, sobre todo, esperanza para poder solucionar tu conflicto o al menos no dejar que vaya a más.
Vivimos encerrados en nuestros propios pensamientos, en nuestras propias preocupaciones y no vemos lo que sucede a nuestro alrededor o, lo que es peor, no queremos verlo. Nos fustigamos culpándonos de todo lo que nos pasa, lo que nos lleva a encerrarnos aún más en nosotros mismos. Sin embargo, es compartiendo lo bueno y lo malo que nos ocurre como podemos salir de los agujeros en los que de vez en cuando nos metemos.
A veces rozamos la frontera de la depresión, sobre todo cuando fallan nuestras expectativas y creemos que todo va a salir mal. En ese momento necesitamos a alguien que nos enseñe una puerta de salida, es decir, nos dé esperanza. Lo ideal es que esa puerta nos la muestre algún amigo, mejor que el psicólogo o el cura, porque el amigo nos conoce y conoce probablemente los «por qués» de nuestra situación.
Por nuestra parte, tendremos que hacer el ejercicio de bajarnos de nuestro pedestal y asumir que quizás tenemos algo que aprender de lo que nos está pasando, para así no tener que repetir asignatura.
Vivimos encerrados en nuestros propios pensamientos, en nuestras propias preocupaciones y no vemos lo que sucede a nuestro alrededor o, lo que es peor, no queremos verlo. Nos fustigamos culpándonos de todo lo que nos pasa, lo que nos lleva a encerrarnos aún más en nosotros mismos. Sin embargo, es compartiendo lo bueno y lo malo que nos ocurre como podemos salir de los agujeros en los que de vez en cuando nos metemos.
A veces rozamos la frontera de la depresión, sobre todo cuando fallan nuestras expectativas y creemos que todo va a salir mal. En ese momento necesitamos a alguien que nos enseñe una puerta de salida, es decir, nos dé esperanza. Lo ideal es que esa puerta nos la muestre algún amigo, mejor que el psicólogo o el cura, porque el amigo nos conoce y conoce probablemente los «por qués» de nuestra situación.
Por nuestra parte, tendremos que hacer el ejercicio de bajarnos de nuestro pedestal y asumir que quizás tenemos algo que aprender de lo que nos está pasando, para así no tener que repetir asignatura.