El sueño de la Atlántida



Luis Arribas Mercado

27/12/2021

Posiblemente, el mito de un continente hundido en medio del océano Atlántico haya sido uno de los que más han perdurado en el tiempo debido quizás al hecho de que los pueblos tanto amerindios como europeos han mantenido desde tiempos lejanos la leyenda de la existencia de una gran isla en el mar que se hundió después de un gigantesco cataclismo. Muchos de esos pueblos pueden ser descendientes directos de los habitantes de esa gran isla al haber emigrado tanto a las costas de América como a las de Europa.



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Quienes se han interesado por la mitología antigua de nuestro planeta, difícilmente habrá dejado de tener noticias acerca de la Atlántida; sobre las grandezas de aquella civilización desaparecida corren muchas leyendas y hacia mediados de los años sesenta los libros acerca de la Atlántida sumaban más de seis mil. En otros tiempos esos mitos se trataban con sumo escepticismo pero hoy día, en cambio, se dispone de una gran cantidad de información que viene a corroborar la existencia de una masa continental en lo que actualmente es el Océano Atlántico, así como su inopinada desaparición bajo las aguas del océano. Estamos hablando de una leyenda sugestiva que nos acerca a ancestrales querencias sobre todo cuando nos referimos a nuestros orígenes como humanidad. 

Las primeras referencias

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Las primeras referencias escritas que se tienen de la existencia de este continente se hallan en los diálogos de PlatónKritías (Critias) y Tímaios (Timeo)– donde se cuenta la existencia de una gran isla frente a las Columnas de Hércules. La historia la habrían recogido primero por escrito los egipcios y de ellos lo supo Solón. Kritías poseyó estos manuscritos y de él pasó a la obra platónica. Según lo narrado por Platón: “El imperio de los atlantes era modelo de organización política y de construcciones civiles y militares. La monarquía era de origen divino. Los reyes eran hijos de Poseidón y una mortal. El primogénito Atlas (alusión al continente africano) reinó sobre la mayor parte de la isla. El segundo, Gádeiros, recibió el extremo de la isla sito hacia las columnas de Heracles, frente a la región llamada Gadeiriké (ambos nombres aluden a Gádir o Gádeira, hoy Cádiz). Así se sucedieron muchas generaciones acumulando poder y riqueza, tantas que acabaron por corromper a los habitantes de la Atlántida, apareciendo entre ellos la injusticia, la ambición y la violencia. Zeus, indignado por este cambio en el que la porción divina acabó por desaparecer de entre ellos por las miserias de su segunda condición humana y mortal, ordenó su desaparición bajo el océano”.
 
Conviene hacer constar que Platón narra su leyenda como acontecimiento histórico y no como una alegoría. Es más, dice que el hecho ocurrió como unos ocho o nueve milenios antes de que se recogiese la primera versión escrita egipcia. No obstante, en la génesis del mito platónico debió de representar un papel importante el hecho histórico, ya mitificado en su tiempo, del estado tartésico creador de una civilización brillante.

Leyendas y descubrimientos

Mucho se ha escrito sobre este continente pero aun así no se ha podido determinar con exactitud ni su ubicación, ni la forma y dimensiones que podría haber tenido ni, por supuesto, las causas que la hicieron desaparecer. Sin embargo, hay hipótesis basadas en aspectos geológicos y climáticos que realmente dan mucho que pensar, como la elaborada por el investigador canario César Rodríguez Maffiotte a quien tuve el placer de escuchar hace unos años con motivo de unas jornadas en la isla de Gran Canaria. En su exposición, basada en los relatos de Platón, el doctor Rodríguez Maffiotte hablaba de que hace aproximadamente unos 12.000 años se hundió el continente atlante como consecuencia de la caída de unos grandes meteoros en la costa este de Estados Unidos y cuyas señales geológicas son visibles hoy día a la altura de la ciudad de Charleston al norte de la península de Florida. De hecho existe en esa área una zona llamada The Bays (Las Bahías) que muestran los impactos de cientos de pequeños meteoritos sobre la tierra resultantes de la fragmentación, al penetrar en la atmósfera, de otros más grandes que fueron a impactar en el mar frente a las costas americanas y cuyas huellas se encuentran en las llamadas Fosas de Puerto Rico a unos 8.000 metros de profundidad.
   
El impacto de estos meteoros generó un terremoto gigantesco el cual rompió las bases donde se asentaba el continente atlante que se hundió, al parecer, de forma imprevista y repentina. A raíz de este cataclismo cambió el clima del hemisferio norte, ya que las cálidas aguas de la Corriente del Golfo, que antes quedaban frenadas por el continente atlante, pudieron llegar bastante más al norte. Como consecuencia de ello, aumentó en varios grados la temperatura del continente europeo lo que dio lugar a que se retiraran los hielos que cubrían gran parte de su suelo. Este hecho climático ha quedado registrado en gran cantidad de indicios, sobre todo vegetales. Aún hoy se desplazan aves, los petreles –nombre común de varias especies de aves migratorias–, las cuales guiadas por su inconsciente colectivo viajan desde Europa en dirección a América y que al llegar a unas 600 millas al suroeste de las islas de Cabo Verde empiezan a describir amplios círculos sobre el lugar donde se supone que existían tierras en medio del océano y al no encontrarlas se dirigen a Brasil. También hay especies de anguilas que llegan hasta el Mar de los Sargazos para desovar en ríos que ahora yacen en las profundidades marinas oyendo la llamada de sus antepasados impresa en alguna parte de su cerebro.

El clima nos da pistas

Esta teoría se ve apoyada por las investigaciones modernas realizadas sobre la climatología de las distintas eras geológicas y de la antigüedad (paleoclimatología) las cuales corroboran que el hundimiento de la Atlántida debió producirse más o menos hacia la época que los sacerdotes egipcios comunicaron a Solón, es decir, aproximadamente 10.000 años antes de nuestra era. En septiembre de 1975, científicos de la Universidad de Miami publicaron en su revista Science que hacia la época en cuestión debieron producirse, efectivamente, grandes inundaciones, conclusión que el paleoclimatólogo Cesare Emiliani y colegas deducían de sus análisis de los estratos sedimentarios del golfo de México. En dichas capas geológicas habían hallado conchas que en la época de su formación incorporaron isótopos del oxígeno en proporción correspondiente a la de las aguas de los mares árticos, o bien a la de los propios hielos árticos. Según los cálculos establecidos por estos científicos a partir de los fósiles encontrados en los especímenes de aquellos estratos, la salinidad del golfo debió disminuir en un 20 % hacia la época de la formación de aquéllos; aplicando el método de datación del carbono 14 sobre las conchas, se estableció dicho período de formación de los depósitos sedimentarlos alrededor del 9600 a. de C., es decir en la fecha de la supuesta destrucción de la Atlántida.
   
Estos datos prestan verosimilitud a la teoría que sostiene que hubo un gran deshielo en el Ártico, debido a un efecto térmico de causa no conocida (probablemente se trataba de la llegada a latitudes altas de la Corriente del Golfo, como se explicaba en un párrafo anterior).

¿Desastres naturales o provocados?

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Siguiendo con la hipótesis anterior, el hundimiento de un continente tan grande debió generar un maremoto inimaginable que debió inundar grandes áreas de la Tierra, sobre todo en la cuenca mediterránea así como zonas costeras americanas, eso sin contar con el hecho de que al derretirse el hielo que cubría el norte de Europa se elevaría el nivel del agua del mar aumentando los efectos devastadores del maremoto. Además, el tremendo impacto de los meteoros pudo variar el eje de la Tierra y provocar aún más desastres, como la erupción de volcanes y generación de terremotos que podrían haber provocado grietas que pusieran en contacto el magma incandescente con el agua de los mares, lo que produciría una gran nube de vapor de agua que posteriormente caería sobre la tierra en forma de copiosas lluvias. Todo esto nos puede acercar, tal vez, a la leyenda del Diluvio Universal tan extendida en todos los pueblos de la Tierra y que unos y otros datan aproximadamente en la misma fecha que se da para el cataclismo atlante.
 
En apoyo a la hipótesis del cambio del eje de la Tierra, en los últimos años se han encontrado en la zona norte de Siberia gran cantidad de mamuts en perfecto estado de conservación sepultados por enormes masas de hielo; al analizar el contenido de sus estómagos se encontraron sin digerir plantas y hierbas de origen subtropical, lo que indicaría que en el momento de su muerte esos animales pastaban en una zona de la Tierra que en nada se parecía a la que es actualmente. Cuando se analizaron mediante el sistema del Carbono 14 esas plantas, se determinó su edad hace unos 9.500 años a. de C. Además de lo anterior, la fractura de la cadena que atraviesa el Atlántico de Norte a Sur provocó el balanceo del continente americano que se hundió unas decenas de metros hacia el Atlántico mientras se elevaban las costas del Pacífico, lo que explicaría sin duda el hecho de que existan vestigios de puertos de mar a una altura de 4.000 metros sobre el nivel del mar como es el caso de Tihuanaco.

Cambios sociales

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Independientemente de las opiniones que estiman que la catástrofe pudo ocurrir por causas geológicas “naturales”, hay quien opina que pudieron ser los propios atlantes los que provocaron el cataclismo debido al mal uso que hicieron de las energías que manejaban, como la atómica o incluso la de los cristales. Al fin y al cabo, esta hipótesis no es tan descabellada si tenemos en cuenta que, en la actualidad, también se ha estado en varias ocasiones a punto de provocar un conflicto termonuclear que podría haber acabado con todo signo de vida sobre el planeta...
   
En otro orden de cosas, y tratando de apreciar algunas consecuencias derivadas de la diáspora que se pudo generar antes de la desaparición definitiva del continente, resulta muy significativo el hecho de que la llamada Revolución Neolítica, que cambió radicalmente la configuración social de los habitantes del planeta, tuviese lugar aproximadamente en esas mismas fechas. El ser humano que vivía en regiones próximas al continente desaparecido como, por ejemplo, la península ibérica, pasó de ser nómada, cazador y recolector a sedentario, ganadero y agricultor. Posiblemente, los habitantes de la Atlántida, ante la inminencia de su hundimiento, se dispersaron por los demás continentes entrando en contacto con tribus a las que enseñaron el arte de la agricultura, la construcción de viviendas y la cría de animales domésticos.

¿Dónde estaba la Atlántida?

Las teorías acerca de la ubicación de este misterioso continente son múltiples y variadas, algunas de ellas verdaderamente sorprendentes o descabelladas, sin embargo, las que parecen contar con un mayor porcentaje de opiniones favorables sitúan a la Atlántida entre las costas de Europa y África, por un lado, y las de América en el otro. Incluso se ha llegado a decir que islas como las Canarias, Bímini o Bermudas pertenecerían, como mudos testigos de la historia, al continente desaparecido, si no como parte geográfica si políticamente. De hecho, en 1968 se descubrieron frente a las costas de las Bímini un muro de casi 600 metros de longitud por 10 de anchura formado por bloques de piedra rectangulares compuestos por micrita, material que no se puede dar en esa zona submarina y que según las pruebas del Carbono 14 realizadas a raíces de mangle fosilizadas entre las ruinas, tienen una edad de aproximadamente 12.000 años. No obstante, parece que, tal como apunta César Rodríguez Maffiotte, la ubicación más probable de la Atlántida fuera en lo que hoy son las Islas Azores.
   
En cuanto a la relación que pudiera existir entre las Islas Canarias y la Atlántida ésta no se referiría tanto al hecho de que pudieran formar parte del continente desaparecido como a la influencia que los atlantes pudieron haber ejercido sobre los habitantes de las islas, sobre todo en materia de agricultura y ganadería, así como en lo relacionado con cuestiones de tipo religioso y antropológico. No olvidemos, en este sentido, las construcciones piramidales que se encuentran diseminadas por las diferentes islas, sobre todo el complejo situado en la localidad de Güimar, al sur de la isla de Tenerife, y la costumbre del pueblo guanche de momificar a sus muertos. Por otra parte, en relación con los mitos y leyendas relacionados con las Islas Afortunadas, nos encontramos con la mítica isla de San Borondón, la “Non Trubada”, isla misteriosa que, según dicen las leyendas canarias, aparece y desaparece en medio del mar sin que nadie sepa a ciencia cierta qué hay de verdad en todo ello.
 
Tratando de establecer una relación entre esta isla y el continente atlante, el escritor canario Pedro González Vega escribió hace años un libro titulado “El Mensaje de San Borondón” que posteriormente fue reeditado bajo el título: “San Borondón. Conexión extraterrestre en Canarias” (Ed. Proyecto Aridane), en el cual se relata la experiencia de unos pescadores que, en medio de una tormenta, fueron rescatados y llevados a una isla que emergió del mar donde fueron atendidos por unos seres que decían ser descendientes de los primitivos atlantes.

Creación de nuevas civilizaciones y culturas

Las opiniones de quienes han estudiado los restos geológicos, así como las costumbres sociales y religiosas de los pueblos europeos y americanos e incluso de algunos pueblos indígenas del norte de África, nos hablan de que la influencia atlante llegó hasta los pueblos celtas al norte y oeste de Europa, así como a los situados en el centro y norte de América del Sur, conformando civilizaciones como los aztecas, mayas e incas entre otras. En este sentido, el culto al Sol se extendió desde Egipto a Perú, pasando por Babilonia, Asiria y muchas otras regiones de África y Europa. Y es precisamente la relación existente entre Egipto y los pueblos indígenas americanos la que quizás nos pueda acercar a la existencia de este mítico continente.
 
De hecho, a pesar de que los arqueólogos “oficialistas” fechan el nacimiento de la civilización egipcia hacia el 3500 a. de C., hay razones para retrasar significativamente su aparición, llevándola hasta un periodo comprendido entre los 10.000 y los 12.000 años; en ese momento se produjo la eclosión súbita en la cuenca del río Nilo de una civilización tan desarrollada como la egipcia, en una zona donde hasta ese momento sólo deambulaban tribus nómadas regidas por reyezuelos. Una de estas “razones” es la propia datación de la famosa Esfinge y de las pirámides de Gizéh que no se corresponde con las fechas dadas a otras construcciones de la zona, creyendo firmemente los investigadores que debía situarse su construcción hacia el año 10500 a. de C.
 
Lo expuesto hasta este momento no es sino una mera aproximación a uno de los enigmas más sugestivos que nos han llegado desde tiempos remotos. Confiemos en haber abordado como civilización un rumbo que nos lleve, tal vez, al futuro que, posiblemente, los atlantes habían previsto para la evolución humana, en el que los recursos de su avanzada civilización fuesen compartidos por individuos de un desarrollo espiritual suficiente como para saber usarlos a fines correctos.






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