El miedo, como herramienta de Sanación Social “Una mirada Irracional”



Jesús Acevedo Alemán

06/09/2019

¡Tengo miedo a la soledad!, ¡a morir joven!, ¡a no cumplir mis sueños!, ¡a no saber mi propósito en la vida!, ¡a ser pobre!, ¡a no encontrar el amor!, ¡a equivocarme y tomar decisiones incorrectas!, ¡a no tener la familia de mis sueños! En tal sentido, el presente texto ofrece un análisis y reflexión sobre el miedo mismo desde una posición Irracional (Acevedo y Arteaga, 2019), la cual posibilite generar recomendaciones para que esta emoción represente una fortaleza como parte de la sanación social (Acevedo, Gallegos y De León, 2019).



No hay mayor miedo, que el propio miedo

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Es tiempo de una revolución, pero no una armada, sino de ideas,
de emociones y de pensamientos que nos liberen de nosotros mismos,
incluso de nuestros propios miedos.
 
Durante siglos, adentrarse en la reflexión de los miedos ha sido la cruzada de amplias posiciones teóricas y filosóficas, abordándose desde diferentes ámbitos: las tradiciones de la biología (Darwin, 1872), la psicología (Freud, 1987, 1970; Vigotsky, 2004), la neurología (Goleman, 2009), lo sociocultural (Furedi, 2006) o la antropología (Nieto, 2014) entre otras. Todas estas teorías, en general, sitúan al miedo como una emoción fundamental, universal y necesaria, que es parte de los instintos más básicos de los animales, así como de los seres humanos; emoción que les permite responder y reaccionar ante los peligros en función de la supervivencia y su conservación como especie (Bedoya y García, 2016).
 
En los trabajos que sitúan al miedo como un componente inherente a la humanidad, están los de Darwin (1998) quien propone seis componentes universales que articulan las emociones, tomando como emociones principales: la alegría, el miedo, la sorpresa, el asco, la tristeza, y la ira. El miedo como una emoción que se puede percibir de distintas maneras puede llegar a ser tanto objetivo como subjetivo, real o imaginario, racional o irracional, ya que está en función del sujeto que lo padece, de su percepción, y del sistema de creencias y recursos que le pueda servir como sistema de seguridad (Reguillo, 2006). Por lo cual dicha emoción se acompaña de sentimientos como el temor, la aprensión o la impotencia, y puede llegar a tal nivel que puede paralizar al sujeto o le puede llevar a reacciones impredecibles (Bedoya y García, 2016).
 
La humanidad conoció el miedo en el momento de enfrentarse a lo desconocido y se asoció, de manera natural, con todo aquello provocador de la duda e incertidumbre por su carácter imprevisible, turbulento, alterador de capacidad cognitiva y paralizante de toda acción social. Reconociendo miedos ancestrales que fueron transmitiéndose a través de la tradición oral y aprendizajes con residencia permanente en la memoria infantil, e incluso prolongados hasta los años de la edad adulta (Salazar, 2011). Por ejemplo, desde una mirada de la antropología del miedo, éste se materializa a través de los mitos, fantasías y supersticiones sobre los vampiros, locos, momias, zombis, enterrados vivos y otras pesadillas de la razón, que se manifiestan en los sueños como sombra y, a su vez, limitan a la persona para actuar libremente (Nieto, 2014).
 
Existen otros miedos más tangibles como por ejemplo el de ser pobre o el de quedar excluido, perder la vida, perder el empleo o estar enfermo por epidemias emergentes o alguna enfermedad mortal; no contar con su familia o incluso la muerte de algún ser querido. Existen también miedos naturales a la oscuridad, a las tormentas, a las tradiciones orales, las profundidades de ríos y mares, al bosque, en fin, a todo aquello que nos acerca al abismo de la muerte. Otros miedos son antinaturales como fobias, esquizofrenia donde el individuo se siente solo, no advierte la fuente del temor, la inseguridad lo destruye y opta por el aislamiento en su mundo, ensimismándose hasta encapsularse dentro de su piel, a fin de cuentas, el miedo representa todo un sistema que controla al propio sujeto (Salazar, 2011).

El miedo como sistema de control

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Ahora bien, históricamente el miedo se ha reconocido como un instrumento de control y opresión, representa un elemento más —no el único— mediante el cual se organiza en la actualidad el orden urbano y social (Reguillo, 2003). Por ejemplo, cuando surgió en el 2009 en la ciudad de México, la epidemia de la gripe, se presentaron al menos tres tipos de miedos, que determinaron la conducta social en masas, como lo fueron: a) el miedo al otro, el cual puede ser visto como un foco potencial de infección; b) el miedo a la exclusión social; c) el miedo a un futuro incierto, como resultado de la desinformación. Dichos mecanismos impactaron en las formas de convivencia, en la dinámica familiar, así como en la cotidianidad (Cisneros, 2010).
 
Otro ejemplo serían los episodios de terrorismo en el mundo, que contribuyen a la materialización de los que conoce como “la globalización del miedo”, en la cual intervienen al menos tres factores principales: a) la incapacidad de manejar los hechos y la propagación horizontal de las nuevas formas de terrorismo; b) la presencia invasiva de los medios de comunicación en la vida cotidiana de las personas en el mundo entero; c) y la utilización estratégica del miedo por parte de los poderes político-económicos del capitalismo global (Ordóñez, 2006).
 
Por lo cual, el miedo se puede reconocer como una respuesta emocional, que afecta a las conductas de los sujetos, así, ante la presencia de amenazas, les impulsa a realizar cambios en sus actitudes o en sus intenciones. Ahora bien, el tener miedo a veces tiene sus ventajas, debido a que activa a la persona o, mejor dicho, activa su sistema constituido por tres componentes: activación fisiológica, reactividad subjetiva y evitación conductual; y dichos sistemas le posibilitan permanecer en estados de alerta (Hernández, Sánchez, Coronado, Macías y Cerezo, 2009).
 
Es decir, el miedo es una de las emociones más poderosas que guían el comportamiento humano y, por lo tanto, la historia. Entre todas las emociones, el miedo es la que despierta respuestas más intensas en las personas, pudiéndolos llevar a tomar decisiones o a asumir actitudes en el mismo nivel en que se generó e incluso llegar a niveles extremos (Reyes y Reidl, 2013; Tomkins, 1984). Hay que destacar que los miedos se aprenden como las demás cosas: por condicionamiento, por experiencia directa, por imitación y por transmisión de información; de tal manera que es posible desaprenderlos, siempre y cuando seamos capaces de reflexionar sobre su propia complejidad (Marina, 2007).

El miedo y su complejidad

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Se habla hoy día de que todo es complejo, y que inclusive el miedo lo es, si fuéramos en este momento racionales, afrontaríamos el tema desde el análisis y la reflexión del mismo miedo, es decir, sus causas y consecuencias en la mayor profundidad posible. Pero en un plano Irracional (Acevedo y Arteaga, 2019) solo diríamos que antes de buscar comprender el miedo como una realidad compleja —individual, familiar, social, cultural, estructuralmente e históricamente comprendida—, primero deberíamos reconocer y comprender nuestra propia complejidad; y al hacerlo, liberarnos de aquello que nos ata, que nos limita, que no nos deja ser felices y que la mayoría de las veces es producto de esa llamada “inteligencia”. 

La mayoría de las personas piensa que la inteligencia es adquirir conocimientos, información, experiencias, y todos aquellos insumos que nos permitan establecer mecanismos de reflexión, y que, teniendo mucho de eso, seremos capaces de afrontar inteligentemente la vida. Sin embargo, existe un aspecto en el que esos elementos nos despiertan los miedos, debido a que al que tener muchos conocimientos de otros, no se vive de una manera adecuada. 

Es decir, si pensamos que acumular más conocimientos, experiencias, virtudes, salud, posesiones y más de todo, nos hará más inteligentes, llegará el momento en el que tendremos que reconocer que el ser humano que acumula, que guarda, que atesora experiencias no tiene garantizada la entrada a una vida más consciente y feliz, ni mucho menos a la frescura del nuevo conocimiento, del nuevo saber, del vivir plenamente en su presente, sin miedos (Krishnmurti, 1994).

A manera de ejemplo, se podría decir que aquello que conocemos y no nos deja vivir libres de miedo, serían factores externos a la persona pero que se interiorizan como propios, ahí tenemos por ejemplo la cultura, la política, la economía, las diferentes estructuras sociales, etc. Son estímulos que nos bombardean insaciablemente con expectativas, con caos, con desastres que minan nuestra integridad o nuestro deseo de seguir adelante, de vivir en paz y armonía. 

En tal sentido, recuerdo en una ocasión que escuchaba una emisora de radio de la ciudad de Aguascalientes, México, llamada La Mexicana,  con su conductor principal que le llamaremos solo JL textualmente decía en uno de sus programas: 

“Vivimos tiempos desastrosos, un caos, hay muertes, hay crisis de valores, nuestra sociedad está descompuesta, los pinches políticos corruptos se han encargado de llevar a nuestra sociedad a la mierda, ya no hay esperanza, por eso yo nunca seré político, para no ser un sucio ratero, yo soy una persona íntegra, el único que se atreve a decir la verdad, el único que le importa nuestra sociedad, el único amigo de ustedes, que realmente le interesa las causas del pueblo, yo soy, el mejor periodista de México, porque a mis 30 años en el aire, jamás me he vendido, jamás traicionare la confianza de mis radio escuchas, jamás los dejare solos….” 

Lo más significativo es que dicha emisora de radio es la más escuchada y cuenta con la mayor audiencia de la región, y su conductor JL representa un líder de opinión para un sector de la población. Al final del programa, yo solo albergaba un sentimiento: “miedo e impotencia por no saber qué hacer”. El mensaje es claro, subrayar una realidad, o una versión de la realidad que fomente el morbo, el terror, y a su vez, un narcisismo mesiánico del locutor hacia el pueblo. Posicionándose él mismo como el único que puede defenderlos de las apocalípticas condiciones que está viviendo la sociedad, y que el “autoproclamado ser consciente de las realidades, es el único que tiene el poder para que se viva mejor”. 

Es bastante común escuchar mensajes como éstos, pero también en sus versiones más light; como aquellos programas que ofrecen las curas milagrosas para que se “pare de sufrir”, en donde a partir de la lectura de las cartas, amuletos, rezos, o recetas caseras para atraer la energía, y alejar los malos espíritus —destaco que no estoy en contra de dichas medidas, al contrario, lo cuestionable es la manera en la que se estimula el miedo de las personas para el propio lucro personal—. Programas televisivos que fomentan la falsa esperanza de un bienestar basado en productos milagro, que en realidad generan la codependencia emocional y espiritual de las personas.

De igual manera, al ver los informativos televisivos donde el 99% de las noticias nos hablan de desastres, de muertes, de problemas en el mundo, de crisis, de asesinatos, de pobreza, de todo aquello que resalte las vilezas de una humanidad en decadencia, bajo el eslogan de “dar la noticia, objetiva, para informar al pueblo”. En tal sentido, resalto que esa dinámica ha inspirado series televisivas como la llamada “Tijuana”,  serie que retrata la vida de un periódico independiente, que enfrenta el duro embate de la corrupción, del narcotráfico, de las muertes de periodistas, del vivir bajo la cultura del miedo. Serie que retrata una versión o mejor dicho una verdad que se vive en los estados fronterizos de México, y el nivel de corrupción que enfrentan día, a día.    

Los anteriores ejemplos y reflexiones que, a fin de cuentas, entretejen el manto del mismo miedo, y revelan su complejidad, nos llevan a plantear una posición, ¿Cómo liberarnos del miedo, si es que se puede hacer esto?
 
Continuará….

Jesús Acevedo Alemán

Doctor en Trabajo Social, Facultad de Trabajo Social, Universidad Autónoma de Coahuila, México. email.jesusaceve@hotmail.com   






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