El miedo a la libertad



Maria Pinar Merino Martin

12/02/2020

Casi todos recordaréis ese fantástico libro de Eric From. En su día nos hizo replantearnos nuestras fronteras, nuestros límites y nuestros horizontes. No sé si al volver a leerlo hoy ocurriría lo mismo. Posiblemente sí porque algunos libros, y ése es uno de ellos, siguen teniendo la fuerza y la viveza del conocimiento perenne, siguen siendo puntos de luz que se renuevan cuando vuelves a deslizar la vista por sus líneas escritas.



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Las palabras no han cambiado pero tú sí y entonces una nueva dimensión se despliega ante ti con infinitas posibilidades de comprensión y asimilación de los conceptos de siempre pero actualizados, recreados en ese momento para ti, lector que estás buscando respuestas entre esas páginas. Por eso los libros nunca morirán, por eso necesitamos tenerlos siempre cerca, como a ese amigo fiel que nunca te defrauda y espera pacientemente a que vuelvas a retomarlo.
 
El cambio es el proceso rey en la Naturaleza, la transformación en unos casos (cambiar a nuevas formas) o la renovación en otros (morir a lo viejo y nacer a lo nuevo) forman parte de nuestra vida. Desde las más pequeñas células de nuestro cuerpo físico, hasta nuestros más sutiles procesos de ampliación de consciencia, pasando por el cambio de nuestros corpúsculos energéticos, del desarrollo de nuestros procesos mentales, de la vivencia de nuestras sensaciones y sentimientos… todo, absolutamente todo cambia y quizás también por eso hay una fuerza que se opone a ese cambio y que intenta ser tan fuerte como la de la transformación, para poder contrarrestar su empuje. Esa fuerza está presente permanentemente en nuestra vida, agazapada, escondida, esperando el momento oportuno para saltar sobre nosotros y nuestras circunstancias.

Un ejército agazapado

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Esta fuerza lo hace tan bien que gana muchas batallas. Utiliza un lugarteniente muy poderoso: el miedo y éste tiene a su disposición todo un ejército bien pertrechado de soldados incondicionales que, aunque usan distintos ropajes, tienen siempre un denominador común: sembrar la inseguridad. Cuando alguno de estos personajes se presenta ante nosotros vestido con el uniforme del fracaso, del qué dirán, del no ser aceptado, de la pérdida de nuestra imagen, del no ser querido, del que se nos vea… y muchísimos más comienzan a producirse enfrentamientos en el campo de batalla que es nuestro Ser Integral. Como no sabemos identificar muy bien las causas nos centramos en los efectos y éstos pueden ser muchos.
 
La tensión que supone la contradicción que estamos viviendo entre lo que sentimos internamente y lo que sucede en el exterior provoca pequeñas disfunciones físicas que pueden llegar a hacerse crónicas o a agravarse si no se supera la situación. Aparece el síntoma de esa disfunción como una enfermedad, hemos somatizado el conflicto y se muestra en la parte más visible, nuestro cuerpo. A nivel energético se empiezan a producir “cortocircuitos” debido a la falta de fluidez a la hora de canalizar la energía vital que interpenetra todas nuestras células y eso provoca alteraciones en la recepción de esa energía en algún órgano especialmente sensible o debilitado.
 
A nivel mental se genera una sobrecarga por la tensión que se está viviendo, se intenta buscar una solución que contente a todos pero la mayoría de las veces no se encuentra. A nivel emocional se producen bloqueos que afectan a los procesos mentales cargándoles de una tensión extra que afecta al razonamiento lógico que queda prácticamente anulado o al menos inhibido.
 
En este estado de cosas se produce la rendición, nos volvemos vulnerables y entregamos las armas a las circunstancias que nos rodean, la situación que vivimos, nuestro entorno, las personas implicadas, todo lo que está fuera de nosotros comienza a llevar el control de la situación y poco a poco vamos perdiendo terreno, retrocediendo.

Aparecen los “consejeros”

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Aparecen entonces en el horizonte nuevos personajes enviados por el miedo que intentan con mil argucias convencernos y demostrarnos que “antes estábamos mejor, que corremos muchos riesgos innecesarios, que lo que acostumbrábamos a hacer formaba parte de un terreno conocido en el que no nos desenvolvíamos mal del todo, que no hay seguridad en el futuro y que el cambio siempre es doloroso ¿no recuerdas acaso como dolían tus articulaciones cuando crecías de niño? Por no decir los altibajos emocionales que son inherentes con todo proceso de cambio”.
 
Y uno, a veces, escucha esos “consejos” y se queda ahí, parado, bien acurrucadito para que nada se mueva y nada pase… pero el mundo, la vida, sigue su marcha cambiándolo todo y si no cambias se aleja y te quedas con ese tremendo vacío interior difícil de llenar. Hay algunos trucos para pasar ese trago como dedicarse a comprar compulsivamente, intentar que el exterior compense todos tus sentidos, cubrir tus necesidades con la acumulación de más y más cosas, agarrarse a las personas como tabla de salvación… Pero eso, como todo, tiene un tiempo de vigencia, después cuando el ruido exterior se para y te quedas contigo mismo ya no sirven esas pequeñas compensaciones y vuelve a surgir, como el Ave Fénix la idea, el objetivo, aquello que nunca murió y que solo estaba debilitado.
 
Entonces comienza de nuevo la batalla. Tal vez en esta ocasión te sientas un poco más fuerte, un poco más seguro y te animes a dar un paso hacia adelante provocando el temido cambio… Y ya nada puede volver a ser igual, la nueva experiencia hace que seas una persona distinta y no podrás volver sobre tus pasos aunque lo intentes porque enseguida te das cuenta de que una vez que estás despierto, que has abierto tus ojos y has integrado algo, ya no los puedes cerrar. Si ves un foco de luz aunque cierres los ojos percibirás claramente que sigue ahí fuera, encendido ¿o no?

El temor a ser libre

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Es terrible sentirse libre, lo más terrible y lo más grande que tiene un ser humano, es tener todo el poder creador del Universo en nuestras manos, solo que la inconsciencia nos hace no saber manejar ese poder. Pero en los momentos en que uno se enfrenta a esos pequeños o grandes cambios (porque la vida no distingue de tamaños ni de oportunidades y, a veces, te ofrece lo más difícil cuando apenas tienes fuerzas y otras afrontar pequeñas cosas cuando te sientes con ánimo para manejar cualquier situación) tiene una oportunidad inestimable de dar respuesta, de aprovechar la oportunidad para seguir creciendo en el conocimiento de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. Es un momento crucial de indecisión con el que tarde o temprano volvemos a tropezarnos.
 
Todo cambia, todo crece, es un proceso imparable ¿cómo no vamos a cambiar nosotros?, ¿cómo vamos a quedarnos con aquel refrán de “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”?, ¿cómo vamos a creer que cualquier tiempo pasado fue mejor? Lo mejor está siempre por venir, porque nuestro propio crecimiento nos dará nuevas herramientas, nuevas concepciones, una nueva visión de las cosas que antes no teníamos y eso nos permitirá dar una mejor respuesta al entorno y a nuestro propio impulso espiritual.

Todo es cambio y evolución

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¿Es que acaso podemos volver a usar la ropa de cuando éramos pequeños?, ¿puede el animal volver a utilizar la piel que acaba de cambiar por una nueva?, ¿puede uno volver a la cuna y hacer que todo alrededor se adecue a ese momento del pasado? No, evidentemente no ¿Por qué entonces queremos agarrarnos a lo que tenemos ahora sean propiedades, status, reconocimiento, personas, poder, influencia…? ¿Por qué nos empeñamos en repetir las lecciones que ya aprendimos en su día? ¿Qué nos aporta seguir viviendo una obra de teatro repetida? Si además eso es imposible, solo un engaño mental nuestro nos hará creer que nada ha cambiado y podemos seguir viviendo como lo hacíamos en otra época de nuestra vida, porque el tiempo ha pasado y el tiempo, sea corto o largo, proporciona experiencias y las experiencias dan lugar a nuevos planteamientos y de ahí surge un nuevo ser, distinto del que era ayer aunque a simple vista no lo parezca, algo más se ha incorporado a su bagaje y por mucho que lo quiera ignorar está ahí, forma parte de su esencia y así será cada día, cada minuto de nuestra existencia si lo vivimos con consciencia de lo que estamos haciendo y del por qué lo hacemos. Decía Sabater en su libro Etica para Amador que el ser humano no es libre para elegir las cosas que le pasan: ser alto o bajo, rubio o moreno… pero si es libre para elegir la forma de responder a ellas. A esa libertad de elección me refiero, al libre albedrío o capacidad de decidir en cada momento hacia dónde dirigimos el rumbo de nuestra nave evolutiva.
 
A veces, los cambios producen dolor porque se desajusta momentáneamente nuestra escala de valores, y hasta que volvemos a reordenarla se generan fricciones con los que nos rodean: pareja, hijos, amigos, trabajo, etc… Sin embargo, es necesario pasar por ahí muchas veces para darse cuenta de que todo se supera, que al final lo único que tiene sentido es la acumulación de experiencias. El conocimiento adquirido mediante la práctica forma parte integrante de nuestro ser, es incorporado a nuestra esencia y podemos tener la seguridad de que eso ya no tendremos que volver a aprenderlo.
 
Nuestra vida es una colección de instantáneas que impresionan la película de  nuestra trayectoria espiritual a lo largo de múltiples existencias. Cada fotograma es consecuencia del anterior y nos conduce al siguiente, todos están encadenados y es bueno distanciarse a veces para ver el conjunto total, sólo así tendremos una perspectiva más justa.






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