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“Tengo la sospecha de que el sueño no es ni la realización de deseos ni una profecía de futuro. Para mí es un mensaje existencial. Le dice a la persona que situación vive y especialmente cómo cambiar la pesadilla de su existencia en un ‘darse cuenta’ de qué lugar histórico ocupa en la vida.”
Fritz Perls
Así podemos ya saber que cada uno de los elementos que componen nuestros sueños son piezas de nosotros mismos, tejidas al hilo del día a día, que hablan de vivencias internas que no aceptamos o encajamos y que, en un intento de eliminarlos de nuestra conciencia, se han convertido en el escenario de nuestra película existencial.
En una reciente ocasión en que trabajé con una mujer su sueño, en un ejercicio de experimentación de este proceso de análisis, le pedí que se representara a sí misma como el “banco” –asiento- que formaba parte del sueño, a lo que me rápidamente replicó: “¿Qué, y dejar que todo el mundo se siente encima de mí?… Estoy cansada de eso, eso me ha pasado toda la vida y no lo quiero más”. Por tanto, tal elemento que vivía fuera de las fronteras de su conciencia, volvía en los labios del sueño, haciéndola ver que ahora la dificultad estribaba en poder escuchar que “ese banco” era ella y no un simple asiento pues de las muchas traducciones posibles lo tradujo en una, en la suya: el sostén de mucha gente, que a su vez la transportó a la angustia de su presente real en sus relaciones. Y desde ahí uno se hace responsable de su vida, sabiéndose parte de la causa del malestar y no errante entre las consecuencias y dificultades últimas.
Cabe preguntarse qué utilidad aportan los diccionarios de símbolos creados a partir de ese inconsciente colectivo, y que dan traducción –desde la mera interpretación-de los elementos del sueño. Ciertamente que dichos trabajos contextualizan y sirven de referente para orientarse en el sueño, pero en mi opinión sería algo así como orbitar alrededor de la cuestión. “Banco/Sillón”, en uno de esos libros, es interpretado como “la necesidad de meditar acerca de una propuesta que se recibe”. Observemos ahora la distancia con la vivencia de esta mujer. Dicha distancia es la marcada entre la estratosfera de un problema y transitar por la superficie del mismo.
Acerca de los trabajos que vengo desarrollando sobre los sueños, he podido comprobar que la persona que se sumerge en sus líneas existenciales, inicia una elaboración interna con una responsabilidad y honestidad, desde el discurso sobre sí misma, que la sitúa como la portavoz de su verdad profunda, encontrando al final su necesidad prioritaria y en ésta, un punto de auto apoyo para comenzar la reconstrucción de los distritos menos favorecidos de su personalidad.
A medida que vamos uniendo cada elemento de nuestro sueño, como piezas del lego, ponemos conciencia en los huecos de nuestra salud, construyendo al final una forma de vivir conscientes y autoconfiados en nuestros propios recursos.
Desde esta actitud de exploración, no recordar los sueños sería, como diría Perls, una resistencia a querer enfrentar los problemas existenciales de nuestra vida. Aunque, claro está, que el hábito hace al monje, y una sensibilización al recuerdo nada más despertar cada día, con un respeto al tiempo de despejarnos lentamente, más allá de la equivocada idea del “salto de la cama” referente a un buen estado de ánimo, hará que sintonicemos con esa otra verdad que tachamos de irreal.
En conclusión, podemos decir que los sueños son una carta, de corte existencial, que nos transmite, con cada uno de sus elementos, las cuestiones que permanecen abiertas como heridas en nuestro fondo y que, a modo de prospecto, lleva implícita la dosis necesaria para aplicar un tratamiento justo. Al trabajarlos, los traemos de nuevo a la vida y nos convertimos en soñantes despiertos a nuestro mundo interno, tan solo hay que poner una escucha especial, la del corazón.
Que los sueños os sean propicios.
Fritz Perls
En esta época del hacer-para-ser que engloba nuestra rutina diaria, el individuo se instala en una línea de acción sin reflexión, en un frenesí constante de contacto con el entorno y enfocado a satisfacer una incesante batería de necesidades de demanda externa sin escucha alguna de las internas, y así es como poco a poco las personas nos vamos dividiendo entre la familia, la pareja, los amigos y en esto y en aquello, como malabaristas entregados a mantener como sea 100 platillos girando a la vez en cada una de sus varillas, sin cuestionar nuestra existencia, sin querer tocar con la causa de nuestra ansiedad, inseguridad o debilitada autoestima.
El inconsciente, como fuente de nuestra energía y morada de nuestro sabio interno, fiel a su labor, va recogiendo cada uno de nuestros pedacitos que se van quedando por el camino tras esa explosión de actividades a las que nos sometemos y, desde ahí, construye una y otra vez, puzzles vivos de historias aparentemente inconexas e incoherentes que, con la quietud de la mente exigente y en el silencio profundo de nuestro letargo, nos hablan de algo sencillo: cómo estamos.
Bien lo sabía Jung, cuando dijo: “En el fondo existen muy pocos momentos en que somos realmente conscientes… Por el contrario, el inconsciente es un estado constante, duradero… mientras escuchamos, hablamos, leemos, nuestro inconsciente sigue trabajando aun cuando no nos demos cuenta. Puede demostrarse que el inconsciente teje permanentemente un vasto sueño que, imperturbable, va siguiendo su camino por debajo de la consciencia y emerge por la noche en los sueños y, en ocasiones, durante el día”.
Bien lo sabía Jung, cuando dijo: “En el fondo existen muy pocos momentos en que somos realmente conscientes… Por el contrario, el inconsciente es un estado constante, duradero… mientras escuchamos, hablamos, leemos, nuestro inconsciente sigue trabajando aun cuando no nos demos cuenta. Puede demostrarse que el inconsciente teje permanentemente un vasto sueño que, imperturbable, va siguiendo su camino por debajo de la consciencia y emerge por la noche en los sueños y, en ocasiones, durante el día”.
Así podemos ya saber que cada uno de los elementos que componen nuestros sueños son piezas de nosotros mismos, tejidas al hilo del día a día, que hablan de vivencias internas que no aceptamos o encajamos y que, en un intento de eliminarlos de nuestra conciencia, se han convertido en el escenario de nuestra película existencial.
En una reciente ocasión en que trabajé con una mujer su sueño, en un ejercicio de experimentación de este proceso de análisis, le pedí que se representara a sí misma como el “banco” –asiento- que formaba parte del sueño, a lo que me rápidamente replicó: “¿Qué, y dejar que todo el mundo se siente encima de mí?… Estoy cansada de eso, eso me ha pasado toda la vida y no lo quiero más”. Por tanto, tal elemento que vivía fuera de las fronteras de su conciencia, volvía en los labios del sueño, haciéndola ver que ahora la dificultad estribaba en poder escuchar que “ese banco” era ella y no un simple asiento pues de las muchas traducciones posibles lo tradujo en una, en la suya: el sostén de mucha gente, que a su vez la transportó a la angustia de su presente real en sus relaciones. Y desde ahí uno se hace responsable de su vida, sabiéndose parte de la causa del malestar y no errante entre las consecuencias y dificultades últimas.
Cabe preguntarse qué utilidad aportan los diccionarios de símbolos creados a partir de ese inconsciente colectivo, y que dan traducción –desde la mera interpretación-de los elementos del sueño. Ciertamente que dichos trabajos contextualizan y sirven de referente para orientarse en el sueño, pero en mi opinión sería algo así como orbitar alrededor de la cuestión. “Banco/Sillón”, en uno de esos libros, es interpretado como “la necesidad de meditar acerca de una propuesta que se recibe”. Observemos ahora la distancia con la vivencia de esta mujer. Dicha distancia es la marcada entre la estratosfera de un problema y transitar por la superficie del mismo.
Acerca de los trabajos que vengo desarrollando sobre los sueños, he podido comprobar que la persona que se sumerge en sus líneas existenciales, inicia una elaboración interna con una responsabilidad y honestidad, desde el discurso sobre sí misma, que la sitúa como la portavoz de su verdad profunda, encontrando al final su necesidad prioritaria y en ésta, un punto de auto apoyo para comenzar la reconstrucción de los distritos menos favorecidos de su personalidad.
A medida que vamos uniendo cada elemento de nuestro sueño, como piezas del lego, ponemos conciencia en los huecos de nuestra salud, construyendo al final una forma de vivir conscientes y autoconfiados en nuestros propios recursos.
Desde esta actitud de exploración, no recordar los sueños sería, como diría Perls, una resistencia a querer enfrentar los problemas existenciales de nuestra vida. Aunque, claro está, que el hábito hace al monje, y una sensibilización al recuerdo nada más despertar cada día, con un respeto al tiempo de despejarnos lentamente, más allá de la equivocada idea del “salto de la cama” referente a un buen estado de ánimo, hará que sintonicemos con esa otra verdad que tachamos de irreal.
En conclusión, podemos decir que los sueños son una carta, de corte existencial, que nos transmite, con cada uno de sus elementos, las cuestiones que permanecen abiertas como heridas en nuestro fondo y que, a modo de prospecto, lleva implícita la dosis necesaria para aplicar un tratamiento justo. Al trabajarlos, los traemos de nuevo a la vida y nos convertimos en soñantes despiertos a nuestro mundo interno, tan solo hay que poner una escucha especial, la del corazón.
Que los sueños os sean propicios.