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Todo tiene un porqué y un para qué. En este juego de espejos cada pieza ocupa su lugar y, nos guste o no, lo reconozcamos o no, nos vemos constantemente reflejados. Todo lo que sale de mí vuelve a mí, todo lo que veo fuera me refleja y todo lo que me ocurre es una oportunidad de aprendizaje.
Este mundo que apreciamos no es sino el conjunto de formas en las que se despliega la consciencia, tal y como las decodifica nuestro cerebro. Se trata, pues, de un magnífico sueño, teatro, representación o juego de la consciencia, que tomamos como absolutamente verdadero mientras permanecemos en ese estado mental. Y no deja de ser llamativo que sea hoy la propia ciencia la que advierta de que lo percibido a través de los órganos de los sentidos no es la realidad sino solo un nivel aparente, que en sí mismo es una interpretación del propio cerebro que lo percibe.
Una analogía de lo que vivimos en vigilia puede trasladarse al mundo de los sueños. Cuando soñamos, todo lo que soñamos habla del soñador, así también, en el estado de vigilia, todo lo que percibimos, personas, objetos, acontecimientos… refleja, siempre, al sujeto que lo percibe.
Basándonos en esto ¿No podríamos deducir, que todo es un espejo que me devuelve algún retazo de mi propia imagen? Si es así, el siguiente paso sería preguntarse ¿Qué sentido tiene, entonces, enfadarme, juzgar o condenar lo que aparece, si, esto forma parte de la proyección del espejo?
Este mundo que apreciamos no es sino el conjunto de formas en las que se despliega la consciencia, tal y como las decodifica nuestro cerebro. Se trata, pues, de un magnífico sueño, teatro, representación o juego de la consciencia, que tomamos como absolutamente verdadero mientras permanecemos en ese estado mental. Y no deja de ser llamativo que sea hoy la propia ciencia la que advierta de que lo percibido a través de los órganos de los sentidos no es la realidad sino solo un nivel aparente, que en sí mismo es una interpretación del propio cerebro que lo percibe.
Una analogía de lo que vivimos en vigilia puede trasladarse al mundo de los sueños. Cuando soñamos, todo lo que soñamos habla del soñador, así también, en el estado de vigilia, todo lo que percibimos, personas, objetos, acontecimientos… refleja, siempre, al sujeto que lo percibe.
Basándonos en esto ¿No podríamos deducir, que todo es un espejo que me devuelve algún retazo de mi propia imagen? Si es así, el siguiente paso sería preguntarse ¿Qué sentido tiene, entonces, enfadarme, juzgar o condenar lo que aparece, si, esto forma parte de la proyección del espejo?
Objetivo: Aprender
Photo by Rachel on Unsplash
Lo que percibo en ese juego de espejos no tiene otra finalidad que la del aprendizaje. No miramos al espejo para volvernos contra nosotros mismos sino para aprender a reconocer nuestros juicios y sentimientos reprimidos, en definitiva para, paso a paso, crecer en consciencia y, finalmente, en la comprensión de lo que realmente somos.
Así, todo lo que acontece en nuestra vida no es ni bueno ni malo, tan sólo son aprendizajes. Nos veremos más reflejados, y no es por casualidad, en aquellas personas que necesitemos como necesarias para avanzar en algún aprendizaje todavía pendiente. Eso explica que, cuando un determinado aprendizaje concluye, la relación que nos parecía problemática deja de serlo. El rechazo o la frustración, el enfado o la desilusión…, es solo un reflejo de nuestra problemática interior no comprendida ni resuelta.
Todo lo que se presenta en nuestra vida cotidiana es siempre y solo un “maestro” para ayudarnos a crecer en la comprensión de lo que somos. Un Curso de Milagros dice: “Verás todo aquello que necesites ver” y en su libro “La medicina del alma” Eric Rolf nos dice: “La vida siempre está de tu parte”.
Cuando empezamos a verlo de este modo, como aprendizaje, caemos en la cuenta de que los otros no están ahí para hacerme feliz o para hacerme sufrir, sino para ayudarme a despertar.
En el proceso de aprendizaje cada cual tiene que vivir lo que necesita resolver y que será precisamente en esos puntos donde me sienta más “tocada o tocado” por los otros y por las circunstancias de la vida. Con toda probabilidad, el otro, tendrá actitudes y comportamientos que yo no comparta pero quizás sea justamente eso lo que necesite para proseguir en el proceso de aprendizaje.
La vida no es ni “buena” ni “mala” simplemente es maestra. Por eso no va a ir por dónde a mí me gustaría, ni me va a dar lo que yo desee, sino lo que realmente necesito.
Cuando me despierto por las mañanas, antes de levantarme, lo primero que hago es dar gracias a la vida por todas las oportunidades que en ese día me ofrece para crecer y madurar. Este reconocimiento lleva implícito apertura, motivación y determinación, asumiendo en todo momento que lo que ocurre es una oportunidad para aprender.
Y tal vez, algún día diré, como decía aquel sabio a su discípulo: “Todo está bien, todo está bien”.
Así, todo lo que acontece en nuestra vida no es ni bueno ni malo, tan sólo son aprendizajes. Nos veremos más reflejados, y no es por casualidad, en aquellas personas que necesitemos como necesarias para avanzar en algún aprendizaje todavía pendiente. Eso explica que, cuando un determinado aprendizaje concluye, la relación que nos parecía problemática deja de serlo. El rechazo o la frustración, el enfado o la desilusión…, es solo un reflejo de nuestra problemática interior no comprendida ni resuelta.
Todo lo que se presenta en nuestra vida cotidiana es siempre y solo un “maestro” para ayudarnos a crecer en la comprensión de lo que somos. Un Curso de Milagros dice: “Verás todo aquello que necesites ver” y en su libro “La medicina del alma” Eric Rolf nos dice: “La vida siempre está de tu parte”.
Cuando empezamos a verlo de este modo, como aprendizaje, caemos en la cuenta de que los otros no están ahí para hacerme feliz o para hacerme sufrir, sino para ayudarme a despertar.
En el proceso de aprendizaje cada cual tiene que vivir lo que necesita resolver y que será precisamente en esos puntos donde me sienta más “tocada o tocado” por los otros y por las circunstancias de la vida. Con toda probabilidad, el otro, tendrá actitudes y comportamientos que yo no comparta pero quizás sea justamente eso lo que necesite para proseguir en el proceso de aprendizaje.
La vida no es ni “buena” ni “mala” simplemente es maestra. Por eso no va a ir por dónde a mí me gustaría, ni me va a dar lo que yo desee, sino lo que realmente necesito.
Cuando me despierto por las mañanas, antes de levantarme, lo primero que hago es dar gracias a la vida por todas las oportunidades que en ese día me ofrece para crecer y madurar. Este reconocimiento lleva implícito apertura, motivación y determinación, asumiendo en todo momento que lo que ocurre es una oportunidad para aprender.
Y tal vez, algún día diré, como decía aquel sabio a su discípulo: “Todo está bien, todo está bien”.