¿Qué hacer cuando el dolor se ha instalado dentro del ser?
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A la vista de los nuevos descubrimientos de la ciencia sobre física relativista y mecánica cuántica, de las teorías del holograma -aplicables en todos los órdenes de la vida-, de los avances tecnológicos, del sincretismo que se produce entre tendencias aparentemente opuestas como oriente y occidente, de la certeza de que la materia no existe y que todo forma parte de un inmenso mar energético en diferentes niveles vibratorios… no tenemos más remedio que redefinir al ser humano como una unidad de consciencia en evolución y que esa conciencia utiliza todos los planos que están a su alcance para manifestarse.
Esos planos son, desde el más denso al más sutil, los siguientes: físico, energético, emocional, mental y espiritual. Existiendo entre ellos una correspondencia armónica de tal manera que cualquier alteración en uno de los campos significa un reacomodo inmediato en los demás. Hoy día, la salud se considera como una cuestión de equilibrio, de armonía entre todos ellos pues están tremendamente interrelacionados.
Así pues, podríamos decir que cada uno de nosotros somos el resultado de todo lo que hemos vivido, en esos diferentes planos, hasta el momento actual, comenzando con nuestra gestación que es, según aseveran los últimos avances en psiconeurología, cuando empieza a escribirse nuestra biografía.
Durante el periodo intrauterino y la primera infancia, las experiencias quedan grabadas en la psique del bebé y del niño como impactos emocionales que no sabe ubicar pues sus procesos de razonamiento, reflexión y lógica aún no han aparecido. La energía retenida provoca traumas que, al final, son somatizados como enfermedades a lo largo de la vida de adulto. A partir de la adolescencia, las experiencias ya no son concebidas como impactos traumáticos por sí mismos, sino que resuenan con un daño similar originado en el pasado, activándolo.
Esos planos son, desde el más denso al más sutil, los siguientes: físico, energético, emocional, mental y espiritual. Existiendo entre ellos una correspondencia armónica de tal manera que cualquier alteración en uno de los campos significa un reacomodo inmediato en los demás. Hoy día, la salud se considera como una cuestión de equilibrio, de armonía entre todos ellos pues están tremendamente interrelacionados.
Así pues, podríamos decir que cada uno de nosotros somos el resultado de todo lo que hemos vivido, en esos diferentes planos, hasta el momento actual, comenzando con nuestra gestación que es, según aseveran los últimos avances en psiconeurología, cuando empieza a escribirse nuestra biografía.
Durante el periodo intrauterino y la primera infancia, las experiencias quedan grabadas en la psique del bebé y del niño como impactos emocionales que no sabe ubicar pues sus procesos de razonamiento, reflexión y lógica aún no han aparecido. La energía retenida provoca traumas que, al final, son somatizados como enfermedades a lo largo de la vida de adulto. A partir de la adolescencia, las experiencias ya no son concebidas como impactos traumáticos por sí mismos, sino que resuenan con un daño similar originado en el pasado, activándolo.
Ojos que no ven… corazón que no siente…
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Hace muchos años oí una frase que sigue siendo la aguja imantada de la brújula que guía mis pasos: “No hay evolución sin consciencia”.
Esa frase sigue presidiendo mi vida, mis actividades, mi filosofía, mi escala de valores y todavía no he encontrado ningún campo en el que no sea aplicable.
Los seres humanos tenemos dos impulsos innatos que nos hacen movernos: huir del dolor o acercarnos al placer. En los diferentes momentos de nuestra vida, es probable que participemos de ambos aunque, seguramente, primará uno más que el otro.
El miedo al dolor forma parte de nuestra historia; en los comienzos se patentizaba como miedo a la muerte y la búsqueda de la supervivencia, después el objeto del miedo fue variando y, a medida que el entorno dejaba de ser tan hostil, se iban generando otro tipo de miedos más relacionados con el dolor psíquico o emocional.
Sin embargo, la respuesta biológica sigue siendo la misma, es decir, nuestro cerebro descarga un torrente de substancias químicas para “defendernos” del peligro, de lo que nos puede dañar, sea éste físico, psicológico o emocional.
Un problema añadido es que nuestro cerebro reacciona exactamente igual ante un peligro real o ante uno imaginario, de tal manera que muchos de nuestros procesos mentales provocan una respuesta automatizada, cargando nuestro organismo de “elementos químicos” que no podemos eliminar fácilmente, debido al ritmo de vida que mantenemos.
Así pues, hemos creado un mecanismo mediante el cual los acontecimientos dolorosos que vivimos, debidamente envueltos en sucesivas capas de las correspondientes hormonas que el suceso ha generado, son guardados en lo más profundo de la mente inconsciente con la sana intención de ignorar su existencia.
En el subsuelo de nuestra personalidad descansan olvidados una auténtica colección de hechos, normalmente dolorosos, que en su día decidimos enterrar para que no volvieran a producirnos más daño, creyendo así que el asunto estaba arreglado… Ojos que no ven…
Pero lo cierto es que esos dolores ocultos y olvidados se activan cuando lo que vivimos en el presente tiene el mismo “colorido emocional” que aquello que creíamos superado. Y así, una y otra vez, en el presente estamos actualizando los viejos dolores.
La cirugía nos sirve para extirpar los tumores físicos pero ¿cómo podemos eliminar los psíquicos o emocionales?, ¿cómo se disuelven los enquistamientos energéticos?, ¿cómo atajar las infecciones psíquicas?, ¿qué solución damos a los bloqueos mentales?, ¿y a la polarización?, ¿cómo nos libramos del miedo al dolor?
Esa frase sigue presidiendo mi vida, mis actividades, mi filosofía, mi escala de valores y todavía no he encontrado ningún campo en el que no sea aplicable.
Los seres humanos tenemos dos impulsos innatos que nos hacen movernos: huir del dolor o acercarnos al placer. En los diferentes momentos de nuestra vida, es probable que participemos de ambos aunque, seguramente, primará uno más que el otro.
El miedo al dolor forma parte de nuestra historia; en los comienzos se patentizaba como miedo a la muerte y la búsqueda de la supervivencia, después el objeto del miedo fue variando y, a medida que el entorno dejaba de ser tan hostil, se iban generando otro tipo de miedos más relacionados con el dolor psíquico o emocional.
Sin embargo, la respuesta biológica sigue siendo la misma, es decir, nuestro cerebro descarga un torrente de substancias químicas para “defendernos” del peligro, de lo que nos puede dañar, sea éste físico, psicológico o emocional.
Un problema añadido es que nuestro cerebro reacciona exactamente igual ante un peligro real o ante uno imaginario, de tal manera que muchos de nuestros procesos mentales provocan una respuesta automatizada, cargando nuestro organismo de “elementos químicos” que no podemos eliminar fácilmente, debido al ritmo de vida que mantenemos.
Así pues, hemos creado un mecanismo mediante el cual los acontecimientos dolorosos que vivimos, debidamente envueltos en sucesivas capas de las correspondientes hormonas que el suceso ha generado, son guardados en lo más profundo de la mente inconsciente con la sana intención de ignorar su existencia.
En el subsuelo de nuestra personalidad descansan olvidados una auténtica colección de hechos, normalmente dolorosos, que en su día decidimos enterrar para que no volvieran a producirnos más daño, creyendo así que el asunto estaba arreglado… Ojos que no ven…
Pero lo cierto es que esos dolores ocultos y olvidados se activan cuando lo que vivimos en el presente tiene el mismo “colorido emocional” que aquello que creíamos superado. Y así, una y otra vez, en el presente estamos actualizando los viejos dolores.
La cirugía nos sirve para extirpar los tumores físicos pero ¿cómo podemos eliminar los psíquicos o emocionales?, ¿cómo se disuelven los enquistamientos energéticos?, ¿cómo atajar las infecciones psíquicas?, ¿qué solución damos a los bloqueos mentales?, ¿y a la polarización?, ¿cómo nos libramos del miedo al dolor?
Los monstruos terribles
Photo by Cristian Newman on Unsplash
La experiencia nos dice que cuando somos capaces de sacar fuera aquello que nos atemoriza, lo que nos causa tanto dolor, nos damos cuenta que no es tan grande, ni tan doloroso, que es la propia oscuridad, el autoengaño de nuestra mente lo que le ha dado fuerza y lo ha hecho grande a lo largo de los años.
Cuando la persona, mediante técnicas regresivas o de sofrosis, conecta con alguno de esos episodios ocultos y los vivencia, libera la carga emocional que tenía atenazada a su mente y el hecho sale a la luz involucrando a todas sus facetas: física (la misma descarga hormonal que se produjo en el pasado), energética, mental (la evocación de imágenes) y emocional (se revive intensamente la emoción y el sentimiento de entonces) es cuando el suceso puede ser observado a la luz de la consciencia actual desde una nueva perspectiva, incorporando la experiencia vital, mayor objetividad, apreciando aspectos que en su momento pasaron desapercibidos, ampliando el foco de la mirada, identificando en los co-protagonistas del hecho motivaciones antes ignoradas, etc… Todo ello permite que la persona lleve a cabo un proceso de comprensión que no sólo involucra a la mente sino al corazón.
Ese nuevo entendimiento provoca a nivel biológico una tremenda descarga de endorfinas, la droga de la felicidad, esa substancia endógena generada por nuestro cerebro y que es buscada con ansiedad por los que sufren de drogadicción.
El proceso es el siguiente: el “tumor” enquistado en nuestro cuerpo emocional, instalado en el “hueco” que había horadado el miedo al dolor, es sacado a la luz de la consciencia, lo que produce la liberación de toda la energía retenida. En esos momentos la persona experimenta una intensa sensación de alivio, de libertad, de ligereza, como si se hubiese “quitado un gran peso de encima” –como muchos de ellos verbalizan.
Es entonces cuando se produce la descarga de endorfinas. Nuestro cerebro “rellena” el “hueco” que se había producido generando las substancias necesarias para sanar ese daño. No hay riesgos de efectos secundarios, ni de sobredosis, ni de rechazo o intoxicación, puesto que el “remedio” es generado por el propio cuerpo, en la dosis precisa y con la intensidad necesaria para restañar las heridas sufridas.
La persona alcanza un estado de gozo y plenitud que le conecta –de manera inconsciente- con los meses de permanencia en el claustro materno, un universo en sí mismo que le ofrecía seguridad, protección, acogimiento, donde flotaba ingrávida en el líquido amniótico, un océano de gratificantes endorfinas.
Tal es así que, cuando termina el proceso terapéutico, se aprecian claramente los cambios producidos y la persona tiene una expresión de serenidad, de felicidad, de alegría. Los ojos brillan, limpios por las lágrimas derramadas, con una nueva luz. Hay mayor lucidez en su mente al ser consciente de la “pieza” que ha encajado en su vida y se siente emocionada, alegre y con muchas ganas de seguir adelante incorporando lo aprendido en su vida.
Cuando la persona, mediante técnicas regresivas o de sofrosis, conecta con alguno de esos episodios ocultos y los vivencia, libera la carga emocional que tenía atenazada a su mente y el hecho sale a la luz involucrando a todas sus facetas: física (la misma descarga hormonal que se produjo en el pasado), energética, mental (la evocación de imágenes) y emocional (se revive intensamente la emoción y el sentimiento de entonces) es cuando el suceso puede ser observado a la luz de la consciencia actual desde una nueva perspectiva, incorporando la experiencia vital, mayor objetividad, apreciando aspectos que en su momento pasaron desapercibidos, ampliando el foco de la mirada, identificando en los co-protagonistas del hecho motivaciones antes ignoradas, etc… Todo ello permite que la persona lleve a cabo un proceso de comprensión que no sólo involucra a la mente sino al corazón.
Ese nuevo entendimiento provoca a nivel biológico una tremenda descarga de endorfinas, la droga de la felicidad, esa substancia endógena generada por nuestro cerebro y que es buscada con ansiedad por los que sufren de drogadicción.
El proceso es el siguiente: el “tumor” enquistado en nuestro cuerpo emocional, instalado en el “hueco” que había horadado el miedo al dolor, es sacado a la luz de la consciencia, lo que produce la liberación de toda la energía retenida. En esos momentos la persona experimenta una intensa sensación de alivio, de libertad, de ligereza, como si se hubiese “quitado un gran peso de encima” –como muchos de ellos verbalizan.
Es entonces cuando se produce la descarga de endorfinas. Nuestro cerebro “rellena” el “hueco” que se había producido generando las substancias necesarias para sanar ese daño. No hay riesgos de efectos secundarios, ni de sobredosis, ni de rechazo o intoxicación, puesto que el “remedio” es generado por el propio cuerpo, en la dosis precisa y con la intensidad necesaria para restañar las heridas sufridas.
La persona alcanza un estado de gozo y plenitud que le conecta –de manera inconsciente- con los meses de permanencia en el claustro materno, un universo en sí mismo que le ofrecía seguridad, protección, acogimiento, donde flotaba ingrávida en el líquido amniótico, un océano de gratificantes endorfinas.
Tal es así que, cuando termina el proceso terapéutico, se aprecian claramente los cambios producidos y la persona tiene una expresión de serenidad, de felicidad, de alegría. Los ojos brillan, limpios por las lágrimas derramadas, con una nueva luz. Hay mayor lucidez en su mente al ser consciente de la “pieza” que ha encajado en su vida y se siente emocionada, alegre y con muchas ganas de seguir adelante incorporando lo aprendido en su vida.
Ser consciente de la biografía oculta
Photo by Blake Barlow on Unsplash
Así pues, en algún momento de nuestra vida, sobre todo cuando las circunstancias que vivimos así nos lo indican (somatizaciones o enfermedades ya sean físicas o psicológicas) es necesario pararnos, mirar hacia atrás buscando el origen de lo que hoy nos está alterando, sacarlo a la luz y transformarlo en experiencia, en aprendizaje, en conocimiento, porque de esa forma no “pesa”.
Tenemos la sensación de que a lo largo de la vida hemos ido llenando nuestra mochila de experiencias dolorosas que acarreamos con nosotros donde quiera que vayamos… Es necesario vaciar ese enorme equipaje, mirarlo a la luz de la consciencia que hoy tenemos, limpiarlo de emociones y sentimientos no expresados, cubrir las necesidades que surjan y volver a colocar esa pieza nuevamente encajándola bien entre las restantes.
Desde el momento de la concepción, durante la gestación y en los primeros años de vida, se van colocando los ladrillos que formarán la base de nuestra personalidad. Es un proceso que lleva a cabo nuestro hemisferio cerebral derecho, que registra todos los acontecimientos como impactos emocionales. Esos primeros bloques “caen” de manera anárquica y desordenada. A lo largo de los años seguimos colocando más y más ladrillos –ya de forma consciente porque tenemos desarrollado nuestro hemisferio cerebral izquierdo- hasta conformar el edificio de nuestra personalidad consciente, que es lo que habitualmente mostramos al exterior. Un edificio que nos ha llevado años de trabajo el levantarlo, en el que hemos colocado nuestras creencias, nuestra escala de valores, nuestra filosofía de vida, nuestras experiencias, etc.
El problema es que, cuando las circunstancias de la vida cambian (pérdida de un ser querido, de un trabajo, rupturas, decepciones, enfrentamientos, dudas, etc.), la estabilidad se ve amenazada y nuestro edificio se tambalea porque no está bien asentado sobre sus cimientos.
Así pues, se hace imprescindible bajar en nuestro nivel de consciencia hasta esos registros del pasado que forman la biografía oculta para liberarnos del miedo y dar a luz lo que se esconde en la sombra.
Una vez llevado a cabo ese “alumbramiento”, se trata de colocar nuevamente el hecho de forma consciente, encontrando el sentido que esa experiencia ha tenido en nuestra vida, dándonos cuenta de que todos y cada uno de los acontecimientos que hemos vivido son los que nos han traído hasta el lugar y el estado en que hoy nos encontramos, y con la sensación de bendecir la vida como fuente de experiencias.
A partir de ese momento, uno deja de preguntarse ¿por qué? mirando al pasado y se instala en el presente y, mirando al futuro, deja que surja una nueva pregunta ¿para qué? porque cuando se entiende lo vivido desde la mente y desde el corazón, se asimila, forma parte de nuestra experiencia y de ahí se convierte en conocimiento.
Los senoi, una tribu de la península malaya, que se hizo célebre a raíz de las investigaciones realizadas por Milton Stewart sobre su trabajo con los sueños, tenían un principio que imperaba sobre todos los demás y que ellos identificaban en el lenguaje de los sueños, cuyo único propósito era: 1º-. Afrontar el peligro, y 2º. Vencer el peligro.
Existe en nosotros un miedo ancestral a afrontar el dolor y, por tanto, no lo superamos sino que lo revivimos una y otra vez cuando las circunstancias son similares.
Los terribles monstruos ocultos en la oscuridad se convierten en algo con lo que puedes luchar cuando lo sacas a la luz de la consciencia.
Joaquín Grau, creador de la terapia anatheorética, explicaba este proceso con el mito del minotauro en el que Teseo, ayudado por el ovillo mágico que le da Ariadna, logra entrar en el Laberinto, encontrar al minotauro (la sombra según Jung), reducirlo y sacarlo a la luz para integrarlo en ella, única manera de no seguir pagando el tributo del miedo que el minotauro necesita para seguir sobreviviendo dentro de nosotros.
La vida es un maravilloso proceso de evolución y en cada etapa aprendemos para seguir avanzando hacia la siguiente. La consciencia es el elemento imprescindible para salir del dolor y es la fórmula para no seguir creando más dolor en el presente, para no seguir alimentando a los monstruos ocultos.
Es una decisión personal, cada uno de nosotros, en algún momento, asumirá el papel de héroe como Teseo y descenderá por los recovecos de su pasado buscando el origen de lo que hoy le está afectando, de sus carencias o de sus necesidades; después lo sacará a la luz para observarlo y transmutarlo integrándolo en su vida, único modo de que no vuelva a producir más daño.
Afortunadamente hoy contamos con gran variedad de terapias, técnicas y metodologías psicológicas que utilizan la emoción como un verdadero atajo, pues va directamente a buscar las causas y, desde ahí, se modifican los efectos. Un camino inverso al que ha recorrido la psicología durante muchos años. El antiguo paradigma de modificar la conducta “atacando” los síntomas ha quedado superado.
Se trata de armonizar la biografía, de encontrar las claves de por qué somos como somos, por qué hacemos lo que hacemos… Es romper con la memoria activa del pasado y liberarse para vivir el presente de forma más plena, más consciente y más feliz.
Tenemos la sensación de que a lo largo de la vida hemos ido llenando nuestra mochila de experiencias dolorosas que acarreamos con nosotros donde quiera que vayamos… Es necesario vaciar ese enorme equipaje, mirarlo a la luz de la consciencia que hoy tenemos, limpiarlo de emociones y sentimientos no expresados, cubrir las necesidades que surjan y volver a colocar esa pieza nuevamente encajándola bien entre las restantes.
Desde el momento de la concepción, durante la gestación y en los primeros años de vida, se van colocando los ladrillos que formarán la base de nuestra personalidad. Es un proceso que lleva a cabo nuestro hemisferio cerebral derecho, que registra todos los acontecimientos como impactos emocionales. Esos primeros bloques “caen” de manera anárquica y desordenada. A lo largo de los años seguimos colocando más y más ladrillos –ya de forma consciente porque tenemos desarrollado nuestro hemisferio cerebral izquierdo- hasta conformar el edificio de nuestra personalidad consciente, que es lo que habitualmente mostramos al exterior. Un edificio que nos ha llevado años de trabajo el levantarlo, en el que hemos colocado nuestras creencias, nuestra escala de valores, nuestra filosofía de vida, nuestras experiencias, etc.
El problema es que, cuando las circunstancias de la vida cambian (pérdida de un ser querido, de un trabajo, rupturas, decepciones, enfrentamientos, dudas, etc.), la estabilidad se ve amenazada y nuestro edificio se tambalea porque no está bien asentado sobre sus cimientos.
Así pues, se hace imprescindible bajar en nuestro nivel de consciencia hasta esos registros del pasado que forman la biografía oculta para liberarnos del miedo y dar a luz lo que se esconde en la sombra.
Una vez llevado a cabo ese “alumbramiento”, se trata de colocar nuevamente el hecho de forma consciente, encontrando el sentido que esa experiencia ha tenido en nuestra vida, dándonos cuenta de que todos y cada uno de los acontecimientos que hemos vivido son los que nos han traído hasta el lugar y el estado en que hoy nos encontramos, y con la sensación de bendecir la vida como fuente de experiencias.
A partir de ese momento, uno deja de preguntarse ¿por qué? mirando al pasado y se instala en el presente y, mirando al futuro, deja que surja una nueva pregunta ¿para qué? porque cuando se entiende lo vivido desde la mente y desde el corazón, se asimila, forma parte de nuestra experiencia y de ahí se convierte en conocimiento.
Los senoi, una tribu de la península malaya, que se hizo célebre a raíz de las investigaciones realizadas por Milton Stewart sobre su trabajo con los sueños, tenían un principio que imperaba sobre todos los demás y que ellos identificaban en el lenguaje de los sueños, cuyo único propósito era: 1º-. Afrontar el peligro, y 2º. Vencer el peligro.
Existe en nosotros un miedo ancestral a afrontar el dolor y, por tanto, no lo superamos sino que lo revivimos una y otra vez cuando las circunstancias son similares.
Los terribles monstruos ocultos en la oscuridad se convierten en algo con lo que puedes luchar cuando lo sacas a la luz de la consciencia.
Joaquín Grau, creador de la terapia anatheorética, explicaba este proceso con el mito del minotauro en el que Teseo, ayudado por el ovillo mágico que le da Ariadna, logra entrar en el Laberinto, encontrar al minotauro (la sombra según Jung), reducirlo y sacarlo a la luz para integrarlo en ella, única manera de no seguir pagando el tributo del miedo que el minotauro necesita para seguir sobreviviendo dentro de nosotros.
La vida es un maravilloso proceso de evolución y en cada etapa aprendemos para seguir avanzando hacia la siguiente. La consciencia es el elemento imprescindible para salir del dolor y es la fórmula para no seguir creando más dolor en el presente, para no seguir alimentando a los monstruos ocultos.
Es una decisión personal, cada uno de nosotros, en algún momento, asumirá el papel de héroe como Teseo y descenderá por los recovecos de su pasado buscando el origen de lo que hoy le está afectando, de sus carencias o de sus necesidades; después lo sacará a la luz para observarlo y transmutarlo integrándolo en su vida, único modo de que no vuelva a producir más daño.
Afortunadamente hoy contamos con gran variedad de terapias, técnicas y metodologías psicológicas que utilizan la emoción como un verdadero atajo, pues va directamente a buscar las causas y, desde ahí, se modifican los efectos. Un camino inverso al que ha recorrido la psicología durante muchos años. El antiguo paradigma de modificar la conducta “atacando” los síntomas ha quedado superado.
Se trata de armonizar la biografía, de encontrar las claves de por qué somos como somos, por qué hacemos lo que hacemos… Es romper con la memoria activa del pasado y liberarse para vivir el presente de forma más plena, más consciente y más feliz.